Le gusta el campo.
Cuando entra en el Mercado de Hacienda respira
hondo y se queda escuchando el concierto monocorde
de los mugidos.
—Esta es mi vida... Yo
me crié hasta los diecisiete años en un "ranch" de
Colorado.. . Estudié meteorología después, más
tarde, cuando fuimos a vivir a Los Ángeles. Para
pagar mis estudios trabajaba como vaquero. Hacía
domas de potros en rodeos. Por las noches cantaba
canciones de "cow-boys" en lugares de diversión.
Llegué sólo al tercer año de estudios.
Es norteamericano, se
llama Dean Cyril Reed y desde hace siete meses
está en la Argentina. Ahora va a adoptar nuestra
ciudadanía. Está casado con "Patti" Reed. Le
pregunto cuál es el apellido de ella.
—Reed... Ella se llama
Patricia Reed. En mi país cuando una mujer se casa
pierde para siempre su apellido de soltera. Ahora
el apellido de ella es Reed, el mío.
Es conservador en
muchos aspectos. Tiene una opinión muy concreta
respecto del papel que juega la esposa dentro del
matrimonio:
—Yo pienso que la
mujer debe quedarse en casa cuidando los hijos...
"Patti" está
embarazada. En dos oportunidades anteriores
también lo estuvo pero la vida dijo "no" y perdió
las criaturas.
—Esta vez también le
fue un poco mal Cuando yo estaba afuera tuvo
pérdidas. Hubo que internarla en el hospital. Por
suerte pasó el mal momento. Vamos a tener un hijo
argentino.
La palabra "argentino"
le llena la boca, le llena los ojos de alegría.
—¿Por qué voy a tomar
la ciudadanía argentina? Porque quiero de veras a
este país... Sí, ya sé que muchos dicen eso. Yo sé
que la mayoría de los extranjeros se siente en la
obligación de elogiar a la Argentina, aunque no
estén convencidos del todo... En mi caso te
aseguro que no me siento extranjero. Aquí tengo
amigos de verdad.
Dean Reed viajó hace
poco tiempo a la Unión de Repúblicas Soviéticas
Socialistas. Le gustó Rusia, su gente, su trabajo,
su forma de ser. No es comunista. Sin embargo
trascendió la noticia de que fue citado por
personal policial para "investigarlo".
Indudablemente un comunista hablando bien de los
países socialistas es peligroso Dean Reed, sin
serlo, es más peligroso aún: es un ídolo, tiene
barras de "fans", de gente joven que escucha, que
cree. Dean Reed, siendo extranjero, podría ser
expulsado del país. Siendo argentino, no. Acaso se
pueda decir que está "en capilla" hasta tanto le
sea concedida —o no— la ciudadanía argentina. Uno
tiene miedo de peguntarle, por ejemplo, si quiere
nuestra ciudadanía porque en su país no puede
expresar libremente sus ideas.
—No. No hay tal cosa.
En los Estados Uniros uno puede decir lo que
piensa. Hubo una época en que allá se veían
fantasmas por todas partes. Pero ahora todo el
mundo se dio cuenta de que los "cazadores de
fantasmas" no veían claro... Llegaron a acusar de
comunista al ex presidente Dwight Eisenhower...
—¿En Rusia no hay
libertad de expresión?
—A mí me parece que
sí. Por ejemplo, yo iba en un taxi, y de repente
decía: "Quiero bajarme; quiero hablar con ese
señor"- Y me bajaba y hablaba... Yo creo que los
rusos quieren fundamentalmente la paz...
Paz es para Dean Reed
una palabra fundamental. No. Una palabra, no: un
concepto. Tampoco. Paz es para él una práctica
ineludible. El no cumplió con el servicio
militar de tres años que marca la ley
estadounidense. La misma ley dice que si un
ciudadano tiene motivos fundamentales para no ser
soldado tiene el derecho de peticionar a las
autoridades para ser relevado de la obligación.
Dean Reed no fue soldado.
—Yo no habría podido
jamás tomar un rifle y tirar contra un hermano...
Todos los hombres del mundo son hermanos, son
iguales. .. Negros y blancos. Judíos, católicos,
budistas, protestantes... Todos iguales.
Tiene dos hermanos.
Dale, el mayor, de 29 años, casado, con dos hijos,
es científico. Vernon, el menor, de 22 años, hace
tres semanas que fue dado de baja en el ejército.
Era paracaidista. Su compañía fue enviada a
Vietnam. Vernon no fue porque le faltaban quince
días para terminar con su servicio.
—Un soldado termina
por convertirse en una máquina de matar en un
montón de odio. Porque para disparar sobre un
hermano hay que tener mucho odio adentro.
La peonada del Mercado
de Hacienda se le acerca. Alguien le da un mate.
Después Dean monta a caballo y ayuda en la faena
de arrear ganado de un corral a otro. Juega
también un poco con los animales echando pie a
tierra y toreando a mano limpia y a grito pelado.
Tiene 26 años.
—¿Por qué querés que
tu hijo sea argentino?
—Por amor.
Tiene un vocabulario
reducido pero concreto. "Por amor". Basta. Se da
cuenta de que lo entiendo. Sonríe y es como si me
dijera "gracias".
Hace dos semanas llegó
al país su madre, Ruth Reed (ella también perdió
su apellido de soltera cuando se casó hace treinta
años con Cyril Reed). "¿Tenés la intención de que
se quede acá?"
—No. Por ahora, no.
Mamá volverá a mi país dentro de diez o quince
días. Vino para verme, para verla a Patti... Va a
ser abuela por tercera vez. No..., mamá vuelve a
Estados Unidos. Me gustaría que se quedara porque
ella es gran compañía para mi mujer. La pobre
Patricia no sabe hablar castellano. El mes que
viene empieza a ir a una escuela para aprender...
Es muy triste para una mujer quedarse todo el día
sola en su casa sin poder hablar casi con nadie...
Ella tenía muchas amigas allá en Los Ángeles.
Le preocupa mucho el
futuro. Quiere tener una posición económica
sólida.
—Mi sueño es tener una
estancia con caballos, con vacas... La vida en el
campo es sana física y moralmente... Los padres
tienen que pensar mucho en los hijos que vendrán.
Dean Reed habla
entusiasmado de todo lo que piensa hacer entre
nosotros. Sin embargo en sus ojos se advierte un
temor: el de no poder cumplir con sus proyectos.
"¿Creés que pueden no otorgarte la ciudadanía?".
—No sé.
Y se calla.
Maneja su Porsche con
propiedad, con dominio. Se siente un argentino más
y saluda a los taximetreros que se cruzan con él y
le dicen familiarmente: "¡Chau, 'Dinrí'! ¡Chau,
pibe!"
—¿Dónde vas ahora?
—A mi casa, Patti está
sola.
—¿La querés?
—Es mi mujer.
—No. Yo te pregunto si
la querés.
—Si no la quisiera no
sería mi mujer.
Le pregunto si está de
acuerdo con la intervención de los Estados Unidos
en Vietnam del Sur; le pregunto qué piensa de los
"marines" en Santo Domingo; le pregunto si cree
que Rusia, con sus 45 años de revolución, superó a
los Estados Unidos, que ya llevan 200. Hago mal en
preguntarle. Pero insisto. No me contesta. Tiene
ganas de decir algo pero se calla. ¿Acaso tiene la
boca amordazada? No. Eso sería negar la democracia
argentina. ¿Entonces? No hay respuesta.
—Voy a sacar entradas
en el Colón. Quiero llevarla a mi mamá.
El hijo va a nacer en
diciembre. Toda su esperanza la sintetiza en
cuatro palabras: "Quiero que sea argentino".
Revista Gente y la
actualidad
09-09-1965
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