Doña Amparo se levantó
con trabajo del reclinatorio donde había estado
rezando, y caminando lentamente salió de la
iglesia en penumbra. El sol de primavera que
inundaba las calles de Madrid la hizo detenerse
deslumbrada en la puerta. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la luz, vio que pasaba algo nuevo.
Desde el fondo de la avenida se derramaba una
muchedumbre joven agitando carteles y gritando
estribillos antifranquistas. Eran los estudiantes
de la Ciudad Universitaria que protestaban
nuevamente por el monopolio falangista sobre el
Sindicato Universitario, la única organización
gremial estudiantil. Gritos, corridas, gases
lacrimógenos y el ruido de algunas vidrieras al
romperse. Doña Amparo, asustada, se envolvió en su
mantilla negra y volvió a entrar en el templo.
Pensaba con espanto en los días en que los
"rojos", allá por 1936, eran los dueños de Madrid
y la gente "bien" como ella, esperaban temblando
todas las noches la visita de "la secreta".
Sin embargo, aquella
manifestación tan imprevista no tenía tanto de
"roja". Entre los estudiantes había sin duda
algunos comunistas y socialistas, pero muchos de
aquellos muchachos que protestaban contra el
régimen eran hijos de tranquilos burgueses, buenos
católicos ellos mismos, que aspiran a una mayor
libertad para ellos y para España, sometida desde
hace veintiséis años a una autocracia más o menos
férrea.
Aunque revoleen las
trancas
Hace pocos años, una
demostración de protesta en el centro de Madrid,
fuera que la organizaran los universitarios o las
Hijas de María, habría encontrado la misma dosis
indiscriminada de palos, tiros y detenciones. Esta
vez la reacción fue más moderada que durante las
manifestaciones universitarias de 1956. Los mismos
falangistas reconocieron la necesidad de una
oposición orgánica dentro del Sindicato
Universitario, y el Ministerio de Información sacó
un apaciguado comentario acerca de la "creciente
responsabilidad" de los estudiantes y sus deseos
de incorporarse a una época de cambios. Los años
transcurridos desde el fin de la guerra civil han
apagado el tétrico recuerdo de aquella contienda.
Un 60 por ciento de la actual población española
no la conoció, porque no había nacido todavía o
porque era muy joven para entenderla. Ese 60 por
ciento en cambio ha vivido todos los años de
régimen franquista y no puede decirse que lo ama.
Algunos lo aceptan quizás como un mal necesario
para una nación donde la democracia era algo así
como una exótica planta de invernadero, importada
de los climas más amables del resto de Europa.
Pero la mayoría se resiste a una dictadura
paternalista que recién ahora comienza a aflojar
sus riendas. El padre de uno de los jóvenes, al
contemplar las magulladuras que su hijo había
recibido en una de las grescas callejeras, le
aconsejó simplemente:
"Cuando llegues a
casa, le dices a tu madre que te caíste en las
escaleras. Pero quédate junto a tus compañeros
aunque los guardias revoleen las trancas. Ya eres
hombre y un hombre debe defender sus derechos."
En el turbulento
norte, en las minas asturianas y las fábricas y
astilleros de Bilbao, una perpetua reserva de
resentimiento y rebeldía agita de vez en cuando a
los obreros. Por el momento las demandas son por
mejores salarios y condiciones de trabajo. La
rígida estructura vertical de los sindicatos
españoles no permitiría exigencias de otra
naturaleza. Pero las huelgas son pan comido para
los aguerridos asturianos, y la acción clandestina
de la UGT (Unión General de Trabajadores)
socialista y de los anarquistas de la CNT
(Confederación Nacional de Trabajadores, persiste
silenciosamente, sumada a la acción de los pocos
comunistas infiltrados en los' gremios.
Estudiantes y obreros
son sin duda dos sectores críticos de la sociedad
española, síntomas contradictorios de una aparente
calma. Solo exigen mayor libertad y mejor nivel de
vida. Resta por verse en qué medida puede el
régimen actual satisfacerlos.
La invasión de los
turistas
Ha pasado ya un cuarto
de siglo desde el fin de la guerra de España,
Victoriosas las fuerzas de la derecha, la
península se aisló tras los muros de; una
autocracia implacable. Ejército, Iglesia y Falange
eran los tres pilares del régimen y, o se estaba
con ellos o contra ellos. Pero, especialmente
desde hace diez años, la perspectiva española
comenzó a modificarse, impactada fundamentalmente
por el establecimiento de varias bases
norteamericanas y por el boom económico del resto
de Europa. En la actualidad, España tiene más de
31 millones de habitantes, su producto nacional se
ha elevado a 16.300 millones de dólares y el
ingreso anual per cápita es de un promedio de 520
dólares.
Todos los años, 15
millones de turistas ávidos de sol invaden las
planicies y costas ibéricas con su bagaje de
camisas estruendosas, bikinis brevísimas, anteojos
ahumados, cámaras fotográficas... , y divisas,
abundantes y suculentas divisas que van a reforzar
las reservas nacionales de oro que en 1964
ascendían a 1.150 millones de dólares. El Plan de
Desarrollo iniciado en 1963 trata simultáneamente
de acentuar el progreso económico, fomentando el
desarrollo industrial y mejorando la deficitaria
situación agrícola, estrangulada por los estériles
latifundios que abundan en Andalucía y la
improductiva distribución mini-fundiaria de
Galicia. Por otra parte, los salarios más elevados
han creado una demanda que supera las
posibilidades de oferta de la producción,
acentuándose una espiral inflacionaria que de no
frenarse a tiempo podría perjudicar seriamente la
economía española. El cambio ministerial de julio
pasado debe interpretarse justamente como una
medida destinada a combatir la amenaza
inflacionaria. Los nuevos ministros, entre los que
figuran Laureano López Rodó (artífice del Plan de
Desarrollo), Faustino García Moncó y Federico
Silva, son hombres jóvenes, de notoria experiencia
y preparación, verdaderos tecnócratas a quienes
solo preocupa concretar sus planes.
El reino sin rey
En este mes de octubre
el régimen que nació con el alzamiento
antirrepublicano de 1936 cumple veintinueve años.
El 4 de diciembre próximo el Caudillo tendrá 73
años. Y aunque la longevidad de estadistas como De
Gaulle o Mao Tse-tung desmienten la duda, en los
cafés y en las tascas madrileñas, en los corrillos
de la Bolsa y aun en las principales cancillerías
del mundo, la pregunta sigue siendo la misma:
después de Franco, ¿qué?
Aunque el plebiscito
del 6 de julio de 1947 convirtió formalmente a
España en una monarquía, han pasado dieciocho años
y el trono dorado del Palacio de Oriente sigue
esperando al monarca que lo ocupe. Con su
característica astucia, Franco elaboró una Ley de
Sucesión que permite mantener indefinidamente la
actual situación de "reino sin rey". El real
candidato, además de ser español, varón, profesar
la religión católica y tener más de 30 años de
edad, deberá jurar fidelidad a las leyes
fundamentales y a los principios del Movimiento
Nacional, organización donde quedaron fundidas la
Falange y otros grupos políticos de derecha. Si
Franco o el Consejo de Regencia que le suceda
encuentran que el pretendiente no reúne todas
estas condiciones, España podrá permanecer sin
monarca hasta la extinción del último de los
Borbones.
Los monárquicos
españoles siguen divididos como en el siglo pasado
en carlistas, que apoyan a Carlos Hugo De
Borbón-Parma (y que representan a los elementos
más reaccionarios del país) y los partidarios de
Juan Carlos, hijo del conde de Barcelona y nieto
del último rey de España, Alfonso XIII. Juan
Carlos ha recibido su educación en España y es
para muchos monárquicos el personaje más aceptable
para el trono. Entre quienes lo apoyan figuran
Alonso Vega, ministro del Interior y comandante de
los 80.000 hombres de la guardia civil y la
policía, el hábil y diplomático ministro de
Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, y la
poderosa organización católica laica del Opus Dei.
Pero "Juanito el Bobo", como le llaman algunos
compatriotas socarrones, parece no tener mucha
pasta para rey. Sus giras por el interior de
España solo han conseguido moderadas y corteses
manifestaciones de adhesión, pero ninguna de
auténtico entusiasmo.
Existe también un
grupo de monárquicos liberales, partidarios de un
parlamentarismo controlado en el que se impondría
obligatoriamente el bipartidismo político, para
quienes resulta más apropiada la figura del conde
de Barcelona, Don Juan. Aunque no cuentan
prácticamente con ningún apoyo militar, participan
de sus ideas personajes influyentes, como el
ministro del exterior Fernando María Castiella y
el arzobispo de Málaga Ángel Herrera Oria.
Uniformes y sotanas
Previendo la
posibilidad de un interregno, y la cada vez más
notable indiferencia de los españoles por la
monarquía, Franco ha designado como vicepresidente
del gobierno al capitán general Agustín Muñoz
Grande. Pero este militar austero, al que le
encanta ir los domingos por la mañana a cambiar
estampillas con otros filatelistas en una plaza de
Madrid, ha quedado prácticamente radiado de la
escena política por una grave dolencia renal.
Últimamente ha comenzado a circular el nombre del
ministro de Marina, almirante Pedro Nieto Antúnez,
quien es amigo íntimo del Caudillo.
Hay muchos españoles
que creen ver en Antúnez al representante más
cotizado de toda una tendencia "nasserista" que
sostiene que el régimen debe tener una orientación
revolucionaria de acuerdo con los viejos
principios de la Falange, hoy bastante olvidados.
Esta mezcla de "despotismo ilustrado" y demagogia
sindicalista no ve con simpatía la solución
monárquica y cree en cambio en la posibilidad de
un fuerte sistema presidencialista. Y es una
solución que no solo seduce a los falangistas "de
izquierda" sino también a algunos militares.
Es evidente que las
Fuerzas Armadas tendrán un papel decisivo en
España en los próximos años. Los altos jefes se
encuentran comprometidos sin duda con una
determinada estructura política y con ciertos
juegos de intereses poderosos, pero nadie puede
prever cuál será la reacción de la oficialidad
joven, especialmente ante una situación tan
mercurial como será la que se produzca al
desaparecer Franco de la escena política.
La Iglesia española,
por su parte, que perdió a casi 8.000 religiosos,
entre ellos doce obispos, durante la guerra civil,
ha aprendido la lección y sabe que no puede
confiar ciento por ciento en la fidelidad de la
población; a pesar del monopolio casi absoluto que
ejerce sobre la educación en España. La gran
mayoría del clero joven y del clero rural,
especialmente en Vasconia y Cataluña, está
compuesta por sacerdotes rebeldes que se oponen
tenazmente a una jerarquía eclesiástica
conservadora. Las últimas sesiones del Concilio
Vaticano sirvieron para comprobar hasta qué punto
el catolicismo español se había alejado de la
corriente general de aggiornamento desatada por
Juan XXIII. Los sacerdotes se acercan cada vez más
a los obreros y campesinos, aleccionados quizás
por el ejemplo de Italia de posguerra. Después de
1945, la excesiva amistad del Vaticano con el
gobierno fascista y con los monárquicos, fue una
de las razones del enorme crecimiento del partido
comunista italiano, que se convirtió en el más
poderoso fuera de la
Cortina de Hierro.
Los nietos de Don
Quijote
Muchos se preguntan
qué ha sido de los vencidos, de aquellos que
perdieron la partida en 1939 y que, como
verdaderos nietos de Don Quijote, no se cansan de
luchar contra los molinos de viento. Su idealismo
obcecado se madura a la espera de un funeral: el
de Franco. Y cuando el Caudillo muera, o se retire
definitivamente a cuarteles de invierno, saldrán
de las catacumbas. Pero, como todos los que han
pasado mucho tiempo en la oscuridad, es posible
que les pase lo mismo que a la doña Amparo de
nuestra historia y no sepan muy bien dónde se
encuentran. Nadie, ni siquiera los militares,
desean una nueva dictadura. La mutación hacia un
futuro democrático no será quizás teatral. Todo
dependerá de la inteligencia y el tacto de los
hombres que tomen, en ese momento, el timón de la
nave española.
Desde su sede en
París, el gobierno republicano en el exilio
mantiene contactos permanentes con la resistencia
política organizada dentro de España. Aunque la
división ideológica entre los grupos
antifranquistas sigue conspirando contra cualquier
acción efectiva, hay señales de que las
discusiones bizantinas están por terminar en
beneficio del futuro político de todos.
Un ejemplo de esta
nueva actitud es la fusión de tres grupos
demócrata cristianos, el derechista de Gil Robles;
uno más moderado de Ruiz Jiménez, y un tercero
directamente izquierdista dirigido por Giménez
Fernández, en la Unión de la Democracia Cristiana,
la que tendrá seguramente una posición de primera
línea en próximos gobiernos españoles. Respecto a
la opción monarquía o república, los demócratas
cristianos han respondido del mismo modo que los
socialistas; que solo el pueblo español, en un
voto libre, podrá decidirlo.
En cuanto a los
socialistas y a los comunistas, es difícil
determinar con exactitud su participación en lo
que podría llamarse la vida política clandestina
de España. Es evidente, sin embargo, su presencia
entre los intelectuales, los estudiantes y los
obreros de las ciudades. Desde Toulouse, en el sur
de Francia, el Partido Socialista español
centraliza las actividades de sus secretos
partidarios dentro de la península.
También dentro del
gobierno pueden observarse dos tendencias en
pugna. Se trata de la vieja guardia de militares y
falangistas temerosos de cualquier cambio que
amenace sus privilegios y que lucha contra el
sector "progresista". Este parece haber ganado
algunas batallas sancionando un conjunto de leyes
que, aunque bastante aguadas, restituyen en algo^
las libertades de prensa, de asociación y de culto
de las que España gozó en muy breves períodos de
su historia.
La historia se repite
"No debemos olvidar
que la historia no repite los hechos pero repite
los ciclos" declaró a Panorama una de las
principales figuras del gobierno de la República
Española en el exilio. "Cuando cayó la monarquía
en 1931 fue debido a que, como ahora, los
estudiantes y los obreros estuvieron juntos en la
acción. Y además el padre que tiene un hijo
estudiante y a quien la policía golpea en la
puerta, por más franquista que sea comienza a
protestar. Lo que le pasó en 1931 a la monarquía
puede volver a pasar hoy.
"Hace ocho años los
estudiantes lucharon solos. Hoy los acompañan
profesores eminentes como López Aranguren y Tierno
Galván, quienes han sido sancionados. En este mes
de octubre, cuando recién vuelven a comenzar las
clases y los exámenes todavía parecen lejanos,
todos los motines, todas las grescas y las
insurrecciones son perfectamente posibles.
"Pero, suceda lo que
sucediere, estoy seguro que quienes crean que el
cambio en España va a depender de una monarquía,
están totalmente equivocados."
—¿Y después? ¿Cuando
Franco haya dejado la escena?
—Volveremos para
educar a toda esa juventud que no ha escuchado
jamás la prédica republicana.
—Pero la situación en
España ha mejorado mucho gracias al turismo y al
dinero que envían desde Europa los miles de
obreros españoles emigrados. ¿No le parece que el
bienestar hace a la gente más conformista y
asegura la continuidad del régimen?
—Al contrario. Toda
esta "prosperidad" es un arma de dos filos. Yo
creo que las épocas de miseria son mejores para
Franco. No olvide usted que el hombre que está
diariamente angustiado por dar de comer a sus
hijos no tiene tiempo para ocuparse de política.
Por otro lado todos esos obreros que van a
trabajar fuera de España por un año o dos, a
Francia, a Suiza, a Alemania, vuelven
tremendamente politizados, acostumbrados a los
regímenes democráticos de aquellos países. Ya ve
usted cuál es el peligro para Franco.
El cuarto deseo
Lentamente, España
cambia. En la vieja calle de Alcalá, los
rascacielos y las oficinas de los poderosos bancos
españoles y de las empresas extranjeras, van
desplazando poco a poco a los innumerables cafés
que la hacían tan típica. Aquellos cafés donde los
toreros charlaban, los intelectuales liberales
discutían, los poetas soñaban y los generales
conspiraban, cada uno en su tertulia. Hasta la
intocable institución de la siesta se hace cada
vez más vulnerable al nuevo ritmo que sacude a
Madrid y a España entera, esa meseta áspera y
rebelde, tajeada del resto de Europa por los
Pirineos y orientada hacia África y hacia el mar
por su geografía y por su orgullo. Casi a
traición, lo extranjero se ha metido en lo español
y ha cambiado todo, desde el modo de cortejar a
una muchacha hasta las ventas en los
supermercados.
Monárquico o
republicano, el futuro español deberá tener en
cuenta a numerosas fuerzas jóvenes y a los
rescoldos de viejos rencores que requerirán la
habilidad de un auténtico estadista para
manejarlos. Cuenta una vieja leyenda que cuando
Dios creó al mundo, le permitió a los españoles el
privilegio de escoger tres cosas. Entonces
pidieron tener el clima más variado, los vinos y
las comidas más deliciosas y las más hermosas
mujeres. Y Dios se las concedió. No pasó mucho
tiempo cuando de nuevo estaban los españoles ante
el Padre Eterno con una nueva solicitud. Esta vez
querían un buen gobierno. Pero Dios los sacó con
cajas destempladas diciéndoles que ya habían
tenido bastante.
Y desde entonces puede
decirse que los españoles siguen buscando a
alguien que satisfaga aquel cuarto pedido. Y es
difícil que encuentren al hombre o a los hombres
apropiados. En España están de más los grises. O
se es blanco o se es negro. Sus gentes son capaces
de gran crueldad y se divierten viendo como un
hombre y un toro juegan a la muerte en medio de la
arena. Pero son también las personas más amables,
más cálidas y más alegres de toda Europa. Fueron
españoles los que dieron al catolicismo su mayor
poderío y extensión, y fueron españoles también
los que en la guerra civil quemaron iglesias y
asesinaron religiosos con una furia digna de los
sarracenos. Muchos de ellos son terriblemente
pobres, algunos viven casi al borde de la
inanición en las chozas miserables de los pueblos
pastores de Extremadura, pero hasta el más
harapiento tiene siempre a flor de piel la
puntillosa conciencia de su honor con la misma
intensidad que un aristócrata.
España nunca conoció
realmente la vigencia de un régimen democrático.
La experiencia republicana fue demasiado breve y
quedó bien pronto sumergida en el caos de rencores
que fue la guerra civil. Después, una autocracia
de hierro que sobrevivió a los mismos dictadores
fascistas que la apocaron, envolvió en un silencio
ominoso a los españoles. Y sin embargo, es difícil
encontrar en España un "hombre masa". Por más
oprimidos y privados de libertad que estuvieran, ,
los españoles han sabido conservar un feroz
individualismo contra el que en última instancia
se estrellará cualquier dictadura.
David Deferrari
Revista Panorama
octubre 1965
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