PARA UNA HISTORIA DE ESPIAS
UNA NUEVA MODALIDAD: El espía "atómico" O EL MISTERIOSO CASO DE JUDITH COPLON
por El Camarada 'X'

CUANDO la impresionante nube atómica se elevaba por primera vez sobre la mártir Hiroshima, daba comienzo la era de la fuerza por desintegración del átomo. Por ese u otros motivos, la guerra que regaba con sangre joven más de la mitad del mundo fuése desvaneciendo en pocos días, y por cúmulo de una serie de acontecimientos más o menos conjugados se llegó a una nueva época de paz. Por lo menos eso fué lo que se dijo. A poco comenzaron esas nuevas guerras de "pequeña importancia", donde se ponen a prueba, en constante maniobra bélica, los nuevos elementos de combate que el progreso y las ciencias nos prodigan a diario para asegurar, dicen, una paz permanente.
Sabemos que entre los muchos que hacen negocios con la guerra, y con la paz, están los espías internacionales, de los que tanto se habla y a los que se les ve con ojos de misterio. Para los espías la era del átomo habría de crear un nuevo estilo y les daría una nueva importancia. Aun no ha podido establecerse claramente si estos elementos que trabajan más allá de las fronteras, o dentro de ellas, son mártires, héroes, traidores o patriotas. Eso sí, se sabe que son espías. Y se lucha contra ellos, tratando por todos los medios de superar la esfera de sus éxitos con los éxitos del contraespionaje.
Actualmente el cable nos informa casi a diario de la existencia de espías atómicos. Los comentaristas hacen de continuo sus revelaciones en el malabarismo de los nombres famosos. Mientras la hija de Mata Hari muere fusilada por traición en los campos de Corea, para pagar parte de la herencia trágica, los Rosenberg se salvarán o no de la silla eléctrica. En Cracovia cuatro sacerdotes católicos son condenados a la pena capital, y otros a larguísimas prisiones, que significan poco menos que una muerte lenta. Klaus Fuchs, otro conocido de los entendidos en cuestiones de alta traición, sigue "trabajando" desde su celda, con sus secuaces el matrimonio Rosenberg y el ex sargento Greenglan, o ¿no lo son? La verdad es que, el entendido en cuestiones de alta traición es también traicionado.
El caso es que el 25 de marzo de 1949, a cuatro años de firmada la rendición, el comité sobre actividades antinorteamericanas declara en Washington la existencia de miles de espías rusos dentro de territorio estadounidense. Aquello era llovido sobre mojado. Desde el mes de julio de 1947, se investigaban en la capital de Estados Unidos las "supuestas actividades" de espías rusos descubierta a raíz del famoso caso de aquella maestra Kosenkina que se arrojó desde un balcón de la embajada soviética. Primero se los llamó suavemente de actos hostiles contra la democracia. Luego se los mejoró "acusando a ciertos empleados sin mayor jerarquía de dar datos a Rusia". A poco alguien hizo declaraciones al "Daily Worker" diciendo que los agentes secretos del Soviet se habían afianzado en los Estados Unidos durante la guerra en que ambos países actuaron como aliados, aseguraba también que un norteamericano al servicio del comunismo había entrado en México asesinando a Trotsky.
Por aquellos días se escribieron largos párrafos sobre el asunto y el cable proveyó a diario la entrega de la más interesante historia sobre tema, que culminó en los días finales de 1948, con un refuerzo a la legislación contra espionaje, sugeridas por el procurador general Mr. Tom Clark.
Así fué que el cinco de marzo del año siguiente el mismo Tom Clark anuncia la detención del jefe de la misión cultural rusa ante la UN. Añadía a su vez que también había sido detenida una empleada del departamento de Justicia.
La empleada era Judith Coplon, simpática funcionaría de 27 años, quien fué sorprendida en momentos en que entraba en contacto con el enviado ruso Valentine Gubitchev, Judith tenía en su cartera un paquete con documentos que "comprometían la seguridad de la nación". Esto no quería decir que se tratara de espionaje atómico de la nueva modalidad.
Los agentes del FBI que detuvieron a la Coplon declararon que aquélla había sido seguida hasta Nueva York, donde se encontró con su interesado amigo, pasando ambos casi dos horas en disimulado paseo como si no se conocieran hasta saber que estaban seguros, entrando en contacto al ascender a un ómnibus, donde tropezaron y se pidieron disculpas, también como desconocidos. Luego fueron detenidos y en su acusación el fiscal Clark observa que Judith no había entregado documentos de importancia, puesto que, como se suponían su actividades, sólo pasaban por su mano expedientes falsos.
Pocos días después el Departamento de Justicia fué acusado en el Senado de entorpecer las tareas de contraespionaje, pues se conocían de hacía tiempo las actividades de Judith Coplon ''haciendo gala de una sorprendente e inexcusable negligencia".
Hasta aquí nada se dice del espía atómico. Judith Coplon es puesta en libertad bajo una fianza de 20.000 dólares que la empleadita del Ministerio se apresuró a pagar, posiblemente con sus ahorros.
Mientras tanto Gubitchev es calificado abiertamente de espía por la información diaria. El 15 de marzo, sin embargo, se niega a declarar ante el tribunal, aduciendo que no puede ser procesado porque goza de reconocida "inmunidad diplomática".
Dos días más tarde se anuncia que Judith Coplon será procesada por "espía interesada en asuntos atómicos".
Se produce luego un extraño silencio. La suerte de Judith parece no haber sido echada en los estrados norteamericanos. ¿Cuál ha sido su verdadero destino? Su nombre aparece muy vagamente unido al de un tal Kent, cuyo cuerpo flota, con la carótida seccionada, sobre las aguas del río Potomac una noche de junio de 1949. Kent, nacido en Rusia y ex alumno de Harvard había sido acusado de espionaje atómico por Judith durante el proceso.
Al día siguiente, en una conferencia de prensa, el presidente Truman declara que la serie de espías aparecidos últimamente, mezclados en cuestiones atómicas, son simplemente el resultado de una psicosis general, lógica después de cada guerra, en que la gente alteraba por los acontecimientos anteriores solo ve espías en cada ciudadano sospechoso.
Pero ocurre que el mismo señor Truman debe pedir poco después la pena más alta para los esposos Rosenberg, convictos pero no confesos de espionaje atómico. ¿Cuál es el misterio que rodea a estos interesados amigos de Rusia? Tal vez Judith Coplon, que pudo ser tan espía como miembro del FBI, tenga en sus manos el secreto de la muerte de estos esposos que irán a la silla eléctrica pese a la mediación del Papa Pío XII, el 13 de marzo venidero.
En lo poco que corre de este año ya hubo en diferentes lugares del mundo una serie de condenas por "espionaje", que es la palabra que sirve para calificar ciertos delitos de traición. Hubo juicios en Sofía, Cracovia, Berlín y Tokio. Hombres de diferentes clases sociales fueron condenados a diferentes penas, pero estos hombres no son generalmente espías en el estricto sentido de la palabra. Como es posible que no sean espías estos esposos Rosenberg que acaban de ser condenados por la justicia norteamericana a la máxima pena. La terrible pena de la silla eléctrica.
Como no eran espías, tal vez, los diplomáticos ingleses MacLean y Burggess, que un día desaparecieron misteriosamente y aún, a casi dos años de su extraña huida, nadie ha podido saber cuál fué el verdadero destino de sus "valijas".
El 19 de junio de 1951, Fletcher Knebel publicó en la revista "Look" un interesante estudio sobre el espionaje ruso en América. En ese 'RED SPIES the inside story of the people who betrayed their country' el articulista habla de todos los que algo tuvieron que ver con la justicia por asuntos secretos de valor atómico, explica por una parte cómo trabajaban los servidores del Estado en posesión de datos tan acariciados por Rusia, menciona luego a quienes entregaron esos datos, y más tarde a los agentes secretos, entre ellos al ya conocido mediador de la UN Valentín Gubitchev, que fuera detenido en compañía de Judith Coplon en aquellos días de 1948. Pero el cronista no nombra para nada a la empleada del Departamento de Justicia Judith Coplon.
Mientras los Rosenberg son condenados a muerte. Judith Coplon desaparece del enredo, se esfuma de la trama, no hay noticia definitiva de su condena, no se la ve entre rejas de un pabellón de Sing-Sing, como se ha visto a los Rosenberg, esperando la hora del dictamen definitivo. Sólo su nombre aparece ligado una vez a la carótida seccionada de un cadáver que flota sobre las aguas claras del río Potomac.
Revista PBT
06.03.1953

 

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