OBISPO HELDER CAMARA
EL GANDHI DE AMÉRICA LATINA

Elder Cámara
En una entrevista exclusiva, el obispo más discutido de América latina accede a una confesión completa de sus ideas, sus temores, sus obsesiones. Una nueva vía: la no violencia.

El viernes 25, a la noche, Irene Geis (corresponsal de SIETE DIAS en Chile), telexeó desde Santiago el siguiente informe.
(Nota: acerca de Irene Geis en este enlace http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=geis-irene)

El calificativo más benigno lo sindica como "cabeza del progresismo latinoamericano". Sus detractores, en cambio, creen quedarse cortos cuando le endilgan el sambenito de obispo rojo. A los sesenta años, Dom Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife (Brasil), puede ufanarse de haber polarizado en torno de sí el proceso de renovación de la Iglesia en América latina. Tiene los ojos centelleantes, un cuerpo casi enjuto y maneja con delectación un modo de gesticular y modulaciones de voz que provocan la envidia de los caudillos políticos.
"Yo presto mi voz a los latinoamericanos que no tienen la posibilidad de hablar", predicó hace pocos días en Nueva York, cautivando, por supuesto, a su auditorio; una multitud que pasó de la atención concentrada al entusiasmo delirante, durante la Sexta Conferencia Anual del Programa Católico de Cooperación Inter-americana. Sin embargo, los entendidos lo consideran un realista. Parece el calificativo más apropiado: siendo un innovador inquieto, pregona la no violencia como método de lucha para impulsar los cambios. En un continente convulsionado por graves tensiones sociales y políticas, su propuesta no deja de ser audaz. Por momento resulta paradójico que un obispo identificado con las postulaciones más avanzadas predique la conciliación y el diálogo. Es que el don de la paradoja parece constituir otra de las aristas descollantes de este prelado brasileño, que prefiere guardar entre sus ropas el anillo de su alta investidura, porque "no me gusta que me lo besen, prefiero los abrazos, que son más humanos". Un hábito que puede haber adquirido en el tórrido nordeste de su patria, una zona estragada por el hambre, el analfabetismo y la miseria.
Durante la semana pasada la magra figura de Dom Helder se adueñó de Chile, donde concurrió invitado por la Universidad Católica de Santiago para dictar una serie de conferencias. Allí volvió a sembrar paradojas: quien le dispensó la publicidad más entusiasta fue el diario comunista El Siglo, que no tuvo más remedio que publicar una sentencia que Cámara vertió en el reportaje: "Rusia es un imperialismo tan frío y egoísta como los Estados Unidos". Su verbo casi profético no sólo encendió la polémica: movió a la reflexión y actuó como un verdadero revulsivo. Porque así como su calor humano cautivó a todos por igual, durante los cuatro días de su estadía, sus opiniones no contentaron a nadie: los comunistas aplaudieron la colaboración con los cristianos, pregonada por Helder, pero repudiaron sus críticas a Moscú aduciendo que se trataba de la vieja cantilena imperialista; los demás grupos revolucionarios agradecieron los homenajes al Che Guevara y a Camilo Torres, pero condenaron la no violencia que postula el obispo. Algo parecido sucedió con los católicos; encantados de que monseñor rechazara el materialismo, se indignaron ante la idea de colaborar con los marxistas.
Horas antes de su partida, SIETE DIAS se aisló con el inquieto Dom durante 120 minutos, para consumar el examen más minucioso a que se haya prestado el obispo desde que su nombre trepó a los grandes titulares de los diarios. He aquí la síntesis de ese diálogo:
—Usted predica la no violencia como medio para alcanzar la liberación de los pueblos subdesarrollados, pero ¿cuál es el punto donde comienza a ser legítima la violencia que usted mismo admite como único camino cuando todos los otros se han cerrado?
—Yo opto por la no violencia no por cobardía, sino porque sueño con una gran presión moral liberadora. Si las clases dominantes continúan en su actitud egoísta, tendrán que aceptar las consecuencias. Yo jamás me pondré a la cabeza de un movimiento violento. Si soy sobrepasado por éste, no será por mi culpa. La violencia sólo puede ser usada como arma, cuando todos los otros medios están agotados.
—¿Cuáles serían los caminos concretos de la no violencia?
—Muchos. Los negros norteamericanos han desarrollado importantes técnicas en ese sentido. Por ejemplo, cuando llevan detenido a uno de ellos, grupos enteros se entregan a la policía. Otro camino es el aprovechamiento integral de los medios de comunicación de masas.
—Sin embargo, usted reconoce la legitimidad de la violencia en determinados casos.
—Desde el punto de vista político, la violencia es impracticable. Si estallara una guerra revolucionaria en cualquier país de América latina, sería inmediatamente aplastada desde afuera. Además, si actualmente nuestros pueblos no tienen una razón para vivir, tampoco la tienen para morir. Lo que se impone es un esfuerzo de humanización para despertar iniciativas y desterrar el egoísmo.
—¿Cómo le sienta el calificativo de "obispo rojo"?
—En nuestros países, cuando uno ayuda a los pobres repartiendo ropa y comida, está bien. Pero basta que se intente hacer promoción humana para que aparezcan los motes de rebelde o rojo.
—Entonces usted no está de acuerdo con la caridad.
—Yo creo que hay que hacer un 20 por ciento de caridad y un 80 por ciento de promoción humana.

DIALOGO Y TABUES
—Como cristiano que lucha por cambios estructurales en el llamado Tercer Mundo, ¿cree que esos cambios los debe impulsar un movimiento político de inspiración cristiana?
—Cuando la política es una preocupación por el bien común y no una causa partidista, su ejercicio no sólo es lícito, sino que constituye un deber ineludible para los cristianos. Nadie puede ligar a Cristo a un sistema económico o a un partido político, pero nadie puede negarle el derecho a participar en política a ningún cristiano. Se trata de un ser humano como cualquier otro, aunque, claro está, no puede militar en un partido comunista que es materialista y niega a Dios.
—¿Cómo se explica que usted propicie la colaboración entre marxistas y católicos?
—Si la colaboración significa trabajar conjuntamente para mejorar las condiciones de las masas, sin que ello suponga aceptar la teoría materialista y sin que ellos cuestionen nuestras convicciones cristianas, creo que la colaboración es posible.
—Al sostener que en la integración está la salvación de América latina, ¿cómo entiende que se podría realizar entre gobiernos tan diferentes como los de nuestros países?
—Sueño con una América latina democrática y libre. Veo con mucha aprensión el crecimiento del Pentágono norteamericano y el tipo de relaciones que anuda con los gobiernos latinoamericanos. Pero nosotros debemos encontrar el medio de dialogar con los militares que gobiernan muchos de nuestros países. Es necesario demostrarles que la filosofía política en que se sustentan contiene graves errores. Parten de la base de que el comunismo es la causa de todos los males del mundo; y en nombre del anticomunismo cometen las atrocidades más tremendas. Así, con la excusa de la subversión se permite el colonialismo y la miseria de millones y millones de seres humanos. Pero entiendo que entre los militares también hay hombres con los que se puede conversar.
—¿Y si el diálogo se agota?
—Espero que no me corresponda a mí dirigir revoluciones armadas. No es mi estilo.
—¿Aceptaría el marxismo en su país?
—Sí. He dicho que el marxismo es un humanismo. Pero eso no quiere decir que sea el único método capaz de interpretar la historia y ofrecer una solución a los problemas que angustian a los países subdesarrollados. Nada hay tan profundamente revolucionario como el Evangelio, que no es, en modo alguno, sinónimo de revolución sangrienta. Se trata de una prédica que opera por la gracia divina y nuestra colaboración como hombres.
—Además de la integración, ¿cuáles serían los caminos para que América latina supere el subdesarrollo?
—Creo que existen tres posibilidades: la no violencia pasiva, la violencia y la no violencia activa. Actualmente estamos padeciendo la no violencia pasiva, estéril, por culpa de la apatía o el miedo. La no violencia que yo postulo es vida plena. Hace falta sindicalizar al pueblo, crear nuevas fuentes de riqueza y poner al día toda la estructura social. Esta no violencia activa no debe confundirse con la comodidad ni con el mantenimiento del actual statu quo.
—¿Qué responsabilidad le cabe a la Iglesia por esa situación?
—La Iglesia tuvo la culpa de mezclarse con los regímenes económicos y políticos durante siglos. Aliada con el poder temporal, que por conveniencia se decía cristiano, enseñó al pobre a soportar la miseria por amor a Dios y la injusticia como voluntad divina. Hoy en día los cristianos reconocemos al hombre el derecho y el deber de dominar la Tierra y completar su creación. Ello significa desarrollar sus capacidades humanas para lograr realidades superiores.
Creo que la Iglesia debe señalar con claridad el derecho y el deber del hombre de co-crear con Dios.

PILDORA, REVOLUCION CUBANA Y PROPIEDAD
—¿Cuál es su posición frente a la Encíclica Humanae Vitae, que prohíbe el uso de anticonceptivos?
—Hay que tener cuidado cuando se cita al Papa. La prensa conservadora destaca lo que le conviene. Por eso es preferible conocer el texto completo de sus palabras antes de opinar. Yo estoy conforme con la Encíclica porque estimula a regular la familia de acuerdo con la propia conciencia individual. Además, ubica claramente a la Iglesia en la defensa de los pueblos que soportan el intento de potencias extranjeras, que tratan de contener el desarrollo demográfico con medios artificiales, sin ninguna finalidad social; su único objetivo es el lucro.
—¿Usted aceptaría ser Papa?
—Jamás se me ha ocurrido semejante posibilidad. Pienso que el deber de un cristiano es servir en cualquier lugar donde se encuentre. Por otra parte, ni siquiera tengo tiempo para imaginarse dónde voy a estar dentro de unos años.
—¿Se considera a sí mismo como creador de un nuevo planteo, como un renovador de la religión católica?
—No. Siempre he dicho que mi acción está encuadrada dentro de los lineamientos del Concilio Vaticano II y las conclusiones de la Asamblea Episcopal de Medellín. Por eso, no me considero un sacerdote innovador o progresista. Esto no impide que yo tenga mi estilo personal para decir las cosas. No hay que olvidar que los miembros de la Iglesia también somos personas, es decir, totalidades racionales y libres; lo cual es perfectamente compatible con el respeto que debemos a la autoridad de la Iglesia. El cristianismo no está fuera o en contra del tiempo. Cristo no es ahistórico: es el Señor de la historia.
—¿Cuál es su posición personal frente a Cuba y a las relaciones de la Iglesia con el gobierno de Fidel Castro?
—Pienso que no se puede hablar de América latina sin hablar de Cuba. Cada vez que hablamos de nuestro continente, falta algo. Falta Cuba, a la que debemos reintegrar a nuestra comunidad de naciones para rescatar su renovadora experiencia geopolítica. En cuanto a las relaciones de la Iglesia con el régimen cubano, existen, naturalmente, a través de las respectivas embajadas. Ello significa que el Vaticano no excluye el diálogo con Cuba. Para los cristianos es importante que ese país alcance un modelo de desarrollo, coherente con lo peculiar de su realidad interna. La nueva sociedad cubana debe ser construida libremente por el pueblo, sin atender a recetas del imperialismo soviético.
—¿Qué significado tiene para usted el concepto de propiedad privada?
—Para mí la propiedad privada no es un mito o estandarte que permita justificar el egoísmo y las injusticias sociales. El hombre debe poseer bienes para ser más humano, no para dominar a otros hombres. Las formas institucionales que asuma esa posesión deben estar vinculadas a determinadas estructuras. Es decir, la propiedad debe servir siempre a la realización personal de los hombres ya sea en el plano privado o en la comunidad.
—¿Qué papel representa la libre empresa en la sociedad?
—Si por libre empresa se entiende la libertad de los empresarios para perpetuar un régimen inicuo de privilegios, que se ocupa del lucro y se olvida del hombre, yo debo decir que no espero mucho de ese régimen como medio para superar el subdesarrollo. ¿Por qué no reemplazar la idea de libre empresa, de neta inspiración capitalista, por el de iniciativa personal, mucho más acorde con la vocación creadora del hombre y con su anhelo de libertad?
—¿Los términos capitalismo y sociedad justa, le resultan conciliables?
—Los nombres no me interesan. Me preocupa mucho más ayudar a construir una sociedad justa que ponerle un nombre a esa sociedad. De todos modos capitalismo es una expresión comprometida con colonialismo y egoísmo. Así que decididamente no me gusta, por toda la carga histórica que determina su sentido actual.
—Conforme a ello, ¿cómo se dividiría el mundo?
—Los privilegiados dividen mundo en capitalismo de un lado, donde estarían todos los valores, y socialismo del otro, donde se encontrarían todos los antivalores. Ya creo que la división es entre países subdesarrollados y desarrollados. Los primeros se sumergen cada vez más en la miseria por culpa de los segundos. Por eso constituye una ilusión suponer que el enfrentamiento es entre capitalismo y socialismo.
—¿Usted es una vedette?
—Eso de vedette es un vulgar adjetivo. Yo me limito a cumplir con! mis deberes de sacerdote. Esto es dar testimonio de Cristo.
Revista Siete Días Ilustrados
5/5/1969

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