Vuelve Eliot Ness
El quijote de la metralleta
   

"Esta ciudad, hijo mío, tiene tres millones de personas y medio millón de autos y todo, absolutamente todo, está en manos de los gangsters." El panadero caminaba por la avenida Wabash y el viento que soplaba sobre Chicago despeinaba los mechones rubios de su hijo Eliot, que no respondió. El zapatero Ness no sabía que el muchacho ya había comenzado a concretar en secreto el sueño de su vida: convertirse en el Sherlock Holmes con ametralladora que limpiara Chicago. El agente Alexander Jamie, novio de su hermana, era el atlético "G-Man" que lo inició en el jiu-jitsu y el tiro al blanco. Como papá Ness quería un título, en 1925 Eliot llevó a casa una licenciatura en administración de la universidad de Michigan. Pero los millones de espectadores de la famosa serie televisiva "Los intocables" no se acuerdan de Eliot Ness por su erudición, precisamente. Es su arrojo casi suicida y su moral a prueba de balas, la que tejió la leyenda de este policía norteamericano que se atrevió a enfrentar con sólo 9 hombres al imperio de Al Capone y logró derrotarlo.

UNA HISTORIA INCREIBLE
La serie de TV y la película que acaba de filmarse en Hollywood apenas reflejan pálidamente la verdadera historia de este Robin Hood del tiempo de la ley seca.
"No queremos cachorros sin cicatrices", le dijeron en el FBI y tuvo que conformarse con un empleo gris: pesquisa de una compañía que vendía heladeras a crédito. El pobre Eliot gastaba más en taxis de lo que cobraba a fin de mes. Pero este trabajo para la "Retail Credit Company" le abrió al fin las puertas de la policía federal.
"Irás al departamento de la prohibición", le dijo su cuñado Jamie como felicitándolo. Eliot casi saltó de alegría. Desde que una absurda ley del congreso norteamericano de 1920 prohibía fabricar bebidas alcohólicas, un millón de delincuentes se las ingeniaron para servir whisky en tazas de té a cincuenta millones de sedientos. Las industrias del vicio —juego, droga, prostitución— prosperaban, y el "ananá" (la granada rezago de guerra), y la hoy prehistórica ametralladora con discos recambiables cargados de balas, fueron los instrumentos que consolidaron al gangsterismo. Como emperadores sanguinarios "compraron" policías y alcaldes, fiscales y senadores, convirtiendo a los barrios de Chicago en propiedad privada del delito. El zar de los pistoleros era un napolitano colérico, amo de la maffia, cuyo sobrenombre de Cara Cortada, Scarface, se debía a una torpeza de un peluquero de Brooklyn. Se llamaba Al Capone y controlaba 20.000 bares abastecidos por 600 destilerías que eran comunicadas por 200 camiones. Tres millones y medio de dólares al mes evitaban que aun policías de segundo orden descubrieran con toda facilidad el negocio. Además, los 300 policías de Chicago aceptaban la mensualidad de Al Capone porque sino eran asesinados. Las 190 víctimas de Al Capone en 1920, fueron 320 en 1921 y 399 (contando 12 policías muertos a cuchilladas) en 1928. Así trabajaba Al, cuyos ingresos anuales redondeaban los 110 millones de dólares. Era un mandarín con metralleta que nunca salía a la calle con menos de 50.000 dólares en la billetera y no dejaba propinas inferiores a los 100 dólares en los bares. Insaciable, Al Capone, con su diamante de 100.000 dólares en el dedo, se burlaba de la libertad de empresa, del presidente de los Estados Unidos y de la constitución. Ahora quería apropiarse de los servicios de trenes, de las fábricas, de las compañías de teléfonos. Quería ser como el primer magistrado. Este era el panorama cuando Eliot entró al FBI. Y la oficina de la prohibición podía significarle una "renta" de 320 dólares mensuales. Al día siguiente de su ingreso, una carta anónima le comunicaba que podía disponer de su dinero. Eliot llamó a conferencia de prensa. Sólo el "Daily Journal", un diario desahuciado, publicó su denuncia como sí fuera una viñeta cómica, una curiosidad pintoresca, la información en última página. Pero el coronel Randolph, un irlandés de enormes bigotes y voz ronca y malhumorada, llamó a Eliot.

POR QUE INTOCABLES
"Usted será el jefe", le dijo. Esto también parecía un chiste. Ese muchacho rubio y tímido, flaco y mal vestido, contra Al Capone. ¿Quién podía dar cinco centavos por su vida? Y Randolph era otra curiosidad folklórica de ese Chicago: un hombre probo dirigiendo una quijotesca Comisión Cívica Contra El Crimen. "A ése no lo mato por decente, ¡qué pieza de museo!", dijo riendo Al Capone. Pero de un fondo secreto que el ridículo Randolph había reunido, salió el dinero que Eliot usó, con economía de ama de casa, para declarar la guerra a Cara Cortada. Otra "rara avis". el fiscal Johnson, ordenó a Eliot formar su legendaria escuadra con 9 hombres del FBI, que fueron seleccionados entre 4.000.
"Hay que golpear ya", dijo Eliot. "En acción de comando voy a destruir las destilerías y las cervecerías. Sí no vende alcohol, Al Capone no tendrá con qué sobornar policías." La maffia, primero no quería tocar a Eliot Ness. Era el FBI. Y el FBI nunca dejaba impune la muerte de uno de sus hombres. Pero ¿por qué no sobornarlo en grande? Gianníni, un lugarteniente de Al Capone, le ofreció un cheque de 200 dólares semanales. Eliot dijo sí... y la prueba del cheque fue a parar a manos del fiscal Johnson. Pero Eliot pidió más. "Ahora quiero 500", dijo insolente en el Cosey Corner, un bar de última categoría' en los barrios bajos. Giannini fingió que aceptaba aunque a media vez ordenó a uno de sus matones acuchillar a Ness: el bisoño se estaba poniendo pesado. Pero el chofer de Eliot, que sabía los dialectos napolitano y siciliano y se había mezclado con los parroquianos puso a nuestro hombre sobre aviso. Eliot sacó su pistola. "Conmigo vas a jugar limpio." El segundo de duda que siguió fue fatal para Giannini, porque 3 años después fue liquidado por Al Capone. Si los diez pistoleros que rodeaban a Giannini hubieran actuado a una orden de éste, la historia de Eliot hubiera terminado en ese cafetín con el cuerpo cribado de balas. Al Capone no perdonó esa indecisión que a la larga provocaría su propia caída. Porque Giannini prefirió ceder y pagar 500 dólares: otra prueba para el fiscal. Esa misma noche Eliot golpeó: 18 destilerías fueron cerradas. Sus hombres, en operativos fulminantes, las clausuraron a punta de ametralladora. Al Capone había perdido varios centenares de miles de dólares. El primer golpe había salido bien. Cara Cortada le ofreció ahora 2.000 dólares por semana. En su auto cayó días después un paquete por la ventanilla: no era un "ananá". Un fajo de 8.000 dólares de anticipo detectaba la desesperación de Al Capone. En conferencia de prensa Eliot declaró que comía platos de 35 centavos, y aunque el mafioso le había ofrecido riquezas ilimitadas, se las arrojaba a la cara. Toda la prensa de los Estados Unidos lo mostró en primera plana. Algún periodista afortunado inventó el término: "The Intouchables" (Los Incorruptibles). Y entonces Al Capone lo condenó a muerte. Designó a Mike Picchini como verdugo. Era un matón escuálido, pequeñito, pero temible. Recibió dos balas cortadas en cruz en el extremo y el solemne beso que la maffia otorga a quien va a matar y quizá a morir por ella. La batalla final comenzaba.

UN SAN VALENTÍN PROPIO
"Yo voy a prepararle un San Valentín privado a Ness", dijo Al Capone. El rey de la maffia suponía que si había podido liquidar a 7 hombres en pleno día frente a un garaje del norte de Chicago el 14 de febrero de 1929, día de San Valentín, ningún Eliot Ness podría librarse de su condena a muerte por más agente del FBI que fuera.
"Gana 80 dólares mensuales ese mequetrefe: ¿y qué quiere?, ¿que le perdone la vida después de darle la oportunidad de enriquecerse?" Pero Mike Picchini, el primer asesino, iba a terminar mal: un oscuro destilador clandestino de licores, Joe Idgeworth, lo denunció a Eliot Ness. Este descubrió que Picchini seguía su auto día y noche. Una madrugada Eliot se lanzó con su poderoso 8 cilindros modelo 1929 por las lluviosas calles de los suburbios. Su asesino estaba en el vidrio retrovisor. Entonces Eliot se jugó entero. Mediante una jugarreta viró en un callejón, enfrentó a su perseguidor y antes de darle tiempo le vació el cargador en la cabeza. Así fue como, al revisarle la cartuchera, encontró las dos balas con la punta en cruz que le eran destinadas. "Me las guardo de recuerdo", —dijo.
Al Capone no se daba por satisfecho. Ness cambiaba de pieza de hotel (elegía sórdidas pensiones suburbanas) noche a noche. Su chofer, Frank Basile, apareció un día con un balazo en la nuca flotando en el lago Michigan. Pero Eliot, buceando entre los "batidores" que por 10 dólares vendían hasta a su madre, descubrió que el matador se llamaba Tony Napoli. Lo detuvo, pero el mafioso se ahorcó en su celda antes de hablar. "Era diabólico", comentó el propio Ness años después. "Ellos tenían las armas, el dinero y el poder de usar balas 'dum dum' y descuartizar a sus víctimas. Actuaban en la sombra. Nosotros, escondidos en hoteles de mala muerte, perseguidos cada vez más furiosamente, teníamos una sola manera de sobrevivir: matar, atrapar a Al Capone, deshacer su imperio."
Cierta vez los pistoleros sobornaron por 5.000 dólares a uno de los diez intocables: George Steelman. Discretamente, el traidor fue dado de baja. Y el genio de las interferencias telefónicas de Eliot, un gordito llamado Robsky, fue quien descubrió el sucio asunto escuchando las conversaciones del Wabash Hotel, donde el andamiaje legal de Al Capone tenía su cuartel mayor. Una a una todas las destilerías clandestinas fueron destruidas. Eliot Ness hizo desfilar ante el hotel los últimos 45 camiones tomados a los delincuentes y el propio Al Capone, desde un balcón gritó rojo de cólera: "¡Voy a matarlo con mis manos!". Ese fue el comienzo del fin del zar del crimen. Aún siguió viviendo como un mandarín, con sus vacaciones en la Florida y su corte de adulones, sin separarse de su diamante de 100.000 dólares. Pero su actividad comenzó a mermar. En 1932, cuando parecía que iba a retirarse del delito, una denuncia por no declarar impuestos lo llevó a la cárcel. En el tren que lo conducía hasta el puerto donde esperaba la lancha policial para transportarlo a Sin Sing, Al Capone, en medio de sus fanfarronadas, dijo, con las muñecas apresadas por esposas, la única cosa llena de sentido común que pronunció en su vida: "Yo que ustedes, agarraba a Eliot Ness y lo convertía en jefe del FBI".
Eliot nunca llegó tan alto. Claro que tampoco quiso. Años después, cuando su país entró en guerra, fue nombrado Director General de Seguridad Civil. Muchas veces quisieron arrancarlo después del 45, del sillón de ejecutivo que ocupaba en la compañía productora de papel "Guaranty Paper Corporation". Pero cuando un funcionario de la CIA o del FBI venía con propuestas para integrarlo a la dirección de los cuerpos de seguridad Eliot siempre respondía: "Para mí basta de gangsters. Ya tuve mi ración".

Revista Siete Días Ilustrados
04.07.1967

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