LOS ORIGENES DEL FASCISMO
SE HA DICHO QUE UN FASCISTA ES UN LIBERAL ASUSTADO.
COMO TODAS LAS DEFINICIONES INGENIOSAS, TAMBIEN ESTA MUERDE SOLO SOBRE UNA PARTE DE LA REALIDAD Y NO DA CUENTA DE TODO EL CUADRO. PERO AUN ASI NO DEJA DE HABER RAZONES PARA RECURRIR A ELLA ANTE EL PARTICULAR PANORAMA POLITICO Y SOCIAL DE ITALIA EN LOS AÑOS QUE SIGUIERON A LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Mussolini
El liberalismo, con su doctrina del "laissez faire, laissez aller" que proclamaba la autoinhibición del Estado y libraba a su propio juego el mundo de los grandes negocios, fue durante todo el siglo XIX la natural ideología de las pujantes clases empresarias surgidas al compás de la revolución industrial.
Aquellos años de posguerra, sin embargo, reservaron a ese empresariado motivos de sobresalto sin precedentes que habrían de cambiar de signo su originario horror al Estado. La revolución rusa de 1917 fue el primer gran shock, y el segundo sobrevino casi inmediatamente después, cuando aquel remoto bolcheviquismo halló rápidas vías de expansión en la revuelta situación económica que heredó Europa de la guerra.
Millones de soldados que retornaron a sus hogares de los frentes de batalla rebotaron contra un distorsionado ordenamiento económico que carecía de resortes eficaces para una reconversión rápida de la industria de guerra en industria de paz. El resultado fue una pavorosa desocupación cuya presión sobre los mercados de trabajo mantenía a ínfimo nivel los salarios, generando igual irritación entre los desempleados y entre quienes aún cobraban sueldo.
A un año del armisticio las elecciones italianas de 1919 revelaron los efectos políticos de este proceso consagrando como partido mayoritario al sector más radicalizado del socialismo con 156 bancas en la Cámara de Diputados. Los liberales obtuvieron 129 y el flamante Partito Popoiare, precursor de la democracia cristiana, 101. Los socialistas reformistas, que no compartían la línea de Moscú, apenas 19.

HUELGAS Y AGITACION
Al año siguiente, 1.881 huelgas estremecieron la península en una oleada de agitación social que llegó a su climax en setiembre de 1920 cuando los obreros de Piamonte y Lombardia ocuparon las fábricas e instauraron soviets en su interior.
Los gobiernos italianos que siguieron a la guerra no hallaban respuestas a esta situación. El menos inhábil de todos ellos, encabezado por Giolitti, creyó que la agitación se extinguiría por desgaste si se la dejaba evolucionar, y el "laissez faire, laissez aller" quedó convertido así en una puerta abierta a la toma de plantas más que a las evoluciones financieras.
La mayoría del empresariado no compartía el enfoque de Giolitti y empezaba a sentirse desprotegida ahora por aquella autoinhibiclón estatal que hasta entonces había sido para ella una fuente de prosperidad. No tardó en buscar fórmulas de acción que suplieran la parálisis del Estado, y en esta brega se encontró con Mussolini.
Muy pocos años antes Mussolini había irrumpido en los primeros planos de la vida política italiana como uno de los líderes más radicales del Partido Socialista. Bajo su conducción millones de trabajadores italianos se lanzaron en junio de 1914 a una huelga general revolucionaria que amenazó convertirse en una insurrección obrera. Recordada luego como la Semana Roja, preludió aquella agitación de posguerra que habría de sorprender a Mussolini en un papel bien distinto.
El hombre a quien Bonomi describiera entusiastamente en su momento como "el corazón y el cerebro del Partido Socialista", rompió con sus camaradas en 1915 al convertirse en uno de los principales promotores de la entrada de Italia en la guerra.
Docenas de testimonios posteriores señalan como hecho por lo menos concomitante con este abandono del neutralismo socialista una serie de contactos registrados entre Mussolini y emisarios del gobierno francés, ya en guerra con la alianza germano-austríaca y naturalmente ansioso por ganar un aliado. En el primer semestre de 1915 fondos franceses fluyen hacia Roma para financiar la campaña intervencionista que emprende Mussolini desde su flamante diario "Popolo d'ltalia".
Un lenguaje de fulgurante patriotismo va desplazando ahora —aunque no del todo— el de la lucha de clases y convirtiendo al viejo caudillo proletario en ídolo de los nacionalistas italianos. Esta imagen de Mussolini se acentúa con su participación personal en la guerra, de la que retorna con 19 heridas, el grado de sargento y una intachable foja de servicios.
Como parte de su campaña intervencionista Mussolini crea en 1915 grupos de acción callejera a los que da el nombre de Fasci d'Azione Rivoluzionaria, con los que surgen los primeros núcleos de lo que habría de ser el fascismo.

APARECE EL FASCIO
La palabra fascio, empero, estaba lejos de tener todavía una significación ideológica especial. De uso corriente en la jerga política italiana, sólo era la designación genérica de un grupo político. Habrían de pasar años antes de que Mussolini diera vida propia al anodino término asociándolo con los haces de los lictores romanos, elegidos como símbolos de una totalitaria unidad nacional.
Visualizados todavía en 1915 como fruto de una escisión socialista, tas fasci alternan su proselitismo en favor de la intervención con enconados ataques callejeros a los militantes neutralistas del socialismo ortodoxo.
Con la nueva denominación de Fasci di Combattimento estos grupos cobran vuelo en la inmediata posguerra como fuerzas de choque contra socialistas y militantes sindicales. Para muchos de sus miembros la tarea es poco menos que un oficio, retribuido con pagas diarias que en algunos casos ascendía a 26 liras.
Aparece así una inédita fuente de trabajo hacia la que fluye el famélico ejército de desocupados, y en semejantes Gandiciones Mussolini se ve convertido rápidamente en caudillo nacional de bandas armadas que recorren campos y ciudades apaleando dirigentes Obreros, incendiando locales socialistas y quebrando manifestaciones de izquierda.
La asociación de propietarios rurales alarmada por la agitación campesina es la primera entidad empresaria en recibir con alivio la aparición de estos grupos y financiar su subsistencia. Otras entidades seguirán luego su ejemplo, con lo que a fines de 1920 ya existe en toda Italia una suerte de policía privada llamada a suplir el inoperante poder de policía del Estado liberal.
Pronto advierte Mussolini la urgencia de dar una ideología, un contenido político, a toda esta desnuda acción directa, y en su búsqueda de ideas cae bajo la influencia decisiva de Gabriele D'Annunzio, el poeta de desbordante fantasía que en 1919 se lanza a recrear los valores clásicos de la Roma imperial con un golpe de mano en Fiume.
Desde el fin de la guerra los nacionalistas de la península venían agitando reivindicaciones territoriales sobre ese puerto enclavado entre Italia y Yugoslavia, y denunciaban como una traición la negativa de los aliados a permitir su incorporación al territorio patrio como botín de guerra.
D'Annunzio puso transitorio fin a tal estado de cosas al encabezar una expedición que ocupó Fiume y proclamó su anexión a Italia, desatando delirios de exaltación nacionalista en todo el país.
Un año después el callado juego diplomático entre potencias desgajaría otra vez a Fiume de Italia para convertirla en ciudad independiente, poniendo fin a la aventura dannunziana. Pero mientras duró fue una alegre y romántica comedia que dejó sentado nada menos que el prototipo de la futura sociedad fascista.

D'ANNUNZIO Y SUS IDEAS
Aunque sustancialmente idéntica a la acción directa de los fasci, D'Annunzio supo decorarla, sin embargo, de colores, poesía, brillantes metáforas que por momentos hasta parecían ideas. Vistiendo llamativos uniformes dirigía a sus Arditi encendidos discursos que eran diálogos rituales con la masa. El caudillo dirigía preguntas a la muchedumbre, que en una suerte de liturgia guerrera respondía agitando dagas y gritando "¡Eia, Eia, Alalá!", viejo grito de guerra que el poeta exhuma de los sardos.
Pero D'Annunzio no sólo creó allí una escenografía y un estilo sino también una legislación, un Estatuto de la Provincia de Fiume que revivió como fórmulas de representación popular las medievales corporaciones, incluyendo una que se llamaba "de la Misteriosa Fuerza de la Naturaleza y la Aventura".
Mussolini absorbió todo esto como una electrizante revelación, y el incoloro Partido Fascista que fundó en marzo de 1919 en un intento de dar organicidad a sus caóticos fasci cobró brillo de repente incorporando los uniformes de D'Annunzio, el fez negro de D'Annunzio, las dagas, los desfiles, los lemas, los ritos de D'Annunzio.
Y también aquel primer asomo de programa político que le dejó en herencia Fiume como arquetipo del Estado Corporativo.
Mussolini, consciente de que su poderío en ascenso dependía de su capacidad de capitalizar el terror empresario al bolcheviquismo, advirtió en seguida que esta idea de un orden corporativo revestía especial significación en una Italia donde la izquierda amenazaba ser mayoría en las urnas.
¿Qué es el Estado Corporativo? Básicamente, un ordenamiento institucional en el que los partidos son reemplazados por asociaciones de oficios como conductos de la representación popular. Los cuerpos representativos ya no están integrados por grupos políticos que se distribuyen en mayorías y minorías de acuerdo con los votos que obtienen sino por sindicatos, entidades empresarias, asociaciones profesionales; provistos todos ellos de una cuota de representación fija: digamos, cinco representantes de los industriales, cinco representantes de los obreros, cinco representantes de los campesinos, y así sucesivamente.
La movilidad que tiene el juego de las fuerzas sociales en un sistema de partidos queda así paralizada en una suerte de fotografía instantánea del mosaico nacional, y nadie tiene por qué temer que su adversario se convierta en mayoría.
Con su cada vez más definido contenido político, el fascismo va fijando una imagen de orden como meta de su violencia cotidiana, la que de este modo va cobrando un creciente grado de consentimiento entre las clases dirigentes de la península. En 1921 hasta el liberal Giolitti acaba por apoyar abiertamente la guerra antisocialista de Mussolini, que entre enero y mayo de ese año se cobra 243 vidas y deja 1.144 heridos.
En 1922 el fascismo ya es un poderoso aparato paramilitar, con veintenas de miles de hombres armados que ocupan y desocupan ciudades a su capricho, imponen decisiones a sus alcaldes, cuentan con la simpatía de un buen sector militar, y sienten creciente impaciencia por la toma del poder, que ahora tienen a tiro de piedra.

LA MARCHA SOBRE ROMA
Ya en octubre la marcha sobre Roma es una obsesión que agita a todas las mentes, fascistas y no fascistas, hasta que el 29 de ese mes se produce lo que la iconografía del movimiento recordará como un golpe de estado, aunque en rigor no hubo tal cosa.
El rey Víctor Manuel III simplemente cedió ese día al manifiesto vigor del fascismo como factor de poder y llamó a Mussolini para confiarle la formación de un nuevo gobierno sin que mediara acción de fuerza alguna.
Mussolini, empero, no podía frustrar entre sus huestes el largo sueño del avance victorioso sobre la milenaria capital y la toma violenta del poder. Y así, ya virtualmente designado primer ministro, dio vía libre a la Marcha sobre Roma, que hormigueó por los caminos de la península sin que nadie le opusiera resistencia.
Durante dos años encabezó un gobierno más o menos ajustado a los moldes del parlamentarismo clásico, con oficialismo y oposición en las cámaras. Recién en 1924 el asesinato del fogoso diputado socialista Giacomo Matteotti marcaría el comienzo de la transformación institucional al abandonar la oposición el parlamento en protesta por el crimen. Mussolini aprovecharía esta coyuntura para poner en marcha las reformas legislativas encaminadas a instaurar el Estado Corporativo.
El Partido Fascista fue proclamado partido único e identificado con el Estado, mientras la Cámara de Diputados se convertía en la Camera dei Fasci e delle Corporazioni. Sus miembros eran elegidos como teóricos representantes de las asociaciones de oficios y profesiones, entidades que a su vez estaban sometidas al completo control político del Partido Fascista, lo que de hecho convertía a los camaristas en homogéneos portavoces de Mussolini.
La omnipresencia del partido fue cubriendo todos los aspectos de la vida nacional, cada edad de sus habitantes y cada hora de su jornada. Los niños nacían ya consagrados como Hijos de la Loba en reminiscencia de la loba romana, y su tránsito por la infancia, pubertad, adolescencia y adultez coincidía con una transformación de las crisálidas fascistas a través de sucesivos uniformes de balillas awanguardisti y squadristi.
Todo esto duró dos décadas, que incluyeron el reconocimiento del Estado Vaticano y la adopción del catolicismo como religión oficial a través del Pacto de Letrán, la conquista italiana de Etiopia y la proclamación del Imperio y la expansión del fascismo por Europa con el ascenso de Adolfo Hitler al poder en Alemania y el triunfo de Francisco Franco en España.
En junio de 1940 Mussolini se deja arrastrar a la guerra iniciada nueve meses antes por Hitler, y que a esta altura parecía estar ya en los umbrales de la victoria para las tropas del Reich alemán. Tres años después, con el cuadro bélico totalmente invertido, la invasión de Italia por las fuerzas aliadas precipita un golpe de Estado que derroca a Mussolini y conduce al armisticio.
El caído dictador es encarcelado en el centro turístico de Gran Sasso, sobre los Apeninos, donde será liberado el 12 de septiembre de 1943 en una espectacular operación de rescate confiada por Hitler a Otto Skorzeny.
Siguen entonces 20 meses en los que Mussolini, instalado en Milán bajo un virtual estado de ocupación militar alemana, pone en marcha un nuevo régimen que, paradójicamente, parece acercar a este fascismo de postrimerías al socialismo juvenil de Mussolini. El ahora anciano y fatigado dictador proclama la República Social Italiana y lanza a la sombra de las esvásticas hitleristas la consigna de "socializar a Italia" .
El derrumbe de las fuerzas del Eje en mayo de 1945 barre también con este ensayo, una insurrección popular acaba con la república gobernada desde Milán, y Mussolini termina sus días frente a un pelotón de fusilamiento.

IDEAS FUNDAMENTALES
EL ESTADO CORPORATIVO. Asociaciones de oficios reemplazan a los partidos como vehículos de la representación popular, con delegaciones de número fijo. Queda asegurada así institucionalmente la continuidad de línea política en la conducción del Estado contra los vaivenes del sistema de mayorías y minorías.
EL PARTIDO UNICO. Las corporaciones, libradas a su suerte como entidades representativas de sectores sociales distintos y a veces contrapuestos, podrían convertirse en instrumentos de guerra social si su acción no estuviera coordinada por una conducción política superior que las armonizara. De ahí que el fascismo proclame la necesidad de un partido único que cumpla este papel, asumiendo teóricamente la representación de todo el cuerpo social.
EL ESTADO TOTALITARIO. El partido fascista, al proclamarse único y omnirrepresentativo, asume de hecho el papel del Estado y se identifica con él. De este modo el Estado deja de ser un marco institucional políticamente neutro.
EL NACIONALISMO. Surgió históricamente de un esfuerzo por armonizar los distintos sectores sociales. En reacción a situaciones que tienden a la lucha de clases, el fascismo exalta como factor de unión la idea de nacionalidad.
LA EXALTACION DE LA VIOLENCIA. Necesaria en sus comienzos para consolidarse como minoría poderosa, se convierte en principio filosófico y parte del dogma. La competencia agónica es esencial al fascismo.
EL ANTIMARXISMO. Mussolini creía que la expresión práctica de la doctrina de Marx —el bolchevismo— era la irrupción en Europa de nuevas formas de barbarie y burdo igualitarismo. Defendiendo las concepciones de orden y jerarquía, el fascismo propició la destrucción del comunismo.

Revista Gente y la Actualidad
09/11/2019
 
 
 

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