España: ¿Qué vendrá después de Franco?
   

He aquí el informe que ha enviado:
"¡Qué paz tan fea!", dice, zumbón, el madrileño. Habla de unos carteles que han aparecido en estos días, con motivo del 25º aniversario del último parte de guerra firmado por Franco. Unas letras enormes, muy toscas, y un colorinche horroroso. Como en todas las épocas, el español no pierde ocasión de poner en ridículo la propaganda del gobierno.
Pero bien que aprendió, en estos veinticinco años, el valor de la paz. Y bien que la personifica —unos con orgullo, otros con despecho— en el general rebelde que ganó una guerra civil ya inevitable, el astuto diplomático que detuvo a Hitler en Hendaya, el gobernante paternalista que logró conjurar la habitual división entre los vencedores.
No ha sido paz, sino victoria, le reprochan los jóvenes. Y es cierto. Franco había dicho durante la guerra: "El rey, si viniere, tendrá que aparecer como un pacificador. No puede pertenecer a los vencedores ni a los vencidos." Pero el rey, en ese lapso, ha sido él, el vencedor, y nadie pretenderá que no resonó en España el "¡Ay de los vencidos!". Es que el hombre propone y la política dispone. Ha sido una paz impuesta, manchada, como la del cartel. Pero, ¿había otra posible?
Este país, que todo el mundo se dio el lujo de llamar decadente, se ha levantado, a pulso, del abismo en que cayera. No se había apagado, no, la salvaje energía histórica que le permitió conquistar y arraigarse en un continente entero. Impedido de seguir destruyéndose con aquella furia, con aquella terquedad que se creía inseparable de su naturaleza, invierte un proceso de más de dos siglos y, por primera vez en su historia moderna, vuelve a crear, y a creer.

El despegue
En Ginebra, el ministro español de Comercio, Alberto Ullastres, no ha podido situar a su país entre los desarrollados ni entre los otros.
"España —ha dicho— se encuentra a mitad de camino en su proceso de desarrollo económico. No somos un país que se pueda calificar de industrial, ni capitalizado, pues todavía la renta per cápita es baja. Pero tampoco somos un país subdesarrollado, porque el despegue se ha producido ya."
Indicó que el empeoramiento de las relaciones de intercambio no la afecta de manera decisiva. Según él, el déficit de la balanza comercial —compensado por los ingresos turísticos— obedece a una reducción de aranceles cuyo fin era elevar el consumo español en productos de los países subdesarrollados. "España ha jugado limpio."
El español no se deja deslumbrar por la estadística; pero sabe que, aun viviendo mal, vive mejor cada año. Es posible que la renta nacional, medida en pesetas de valor constante, fuera en 1940 de 166.500 millones, y en 1963 de 381.929. Se ha triplicado en una generación. "¿Y qué? —se oye decir en los cafés de la Gran Vía—. Lo mismo ocurrió en casi todos los países."
Pero ese aumento de la renta no ha sido, esencialmente, de índole mercantil, como en otras partes. No es dinero cambiado por dinero, sino inversiones básicas, de infraestructura, y eso sí que está transformando a España. La energía eléctrica pasó de 3.800.000 kilovatios-hora a 25.800.000; la producción carbonera, de 10,7 a 16 millones de toneladas; se extraía medio millón de toneladas de petróleo, hoy son cerca de 2 millones; y el acero, que sumaba 600.000 toneladas, llega a 2,4 millones de toneladas.
Estas obras, ejecutadas por el Estado, aseguran una rápida promoción de la actividad industrial, que sólo ahora empezará a sacar provecho de ellas. Y van a continuar en escala mayor, según lo estipula el plan de desarrollo que elaboró el economista Laureano López Rodó para el período 1964-67. Gracias a estas inversiones básicas, que no estaban dentro de las posibilidades de la iniciativa privada, se han vuelto competitivas muchas industrias clásicas —textiles, calzado— y se emprendieron otras, como la de fertilizantes químicos, gran maquinaria eléctrica y aparatos domésticos.
Una pujante empresa automotriz, Barreiros —sexto puesto mundial entre los motores diesel—, lanza anualmente al mercado 3.000 camiones, 9.000 tractores, autobuses y otros vehículos. El gallego Barreiros era un modesto mecánico en 1940. Hoy dirige 26 empresas, algunas de las cuales ocupan más de un millón de metros cuadrados en el camino de Villaverde.
También en el sector agrario se hicieron inversiones de alto rendimiento. La superficie irrigada era de 1.300.000 hectáreas; llegó a 2 millones y sigue creciendo vertiginosamente. La repoblación forestal redimió más de un millón de hectáreas improductivas.

Franco de camisa azul
—¡Silencio, pasa el Caudillo!
Las robustas figuras de los falangistas —camisa azul, con corbata, bajo la blanca chaqueta de gala cuajada de condecoraciones— se volvieron, solícitas, hacia un hombrecillo calvo, redondo, de mirada inaprensible, que avanzaba con paso digno y pausado. También él, bajo el uniforme de capitán general, vestía la camisa azul prescripta por José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange Española, fusilado por los republicanos a los 33 años.
Esa camisa no la usa el Caudillo sino en contadas ocasiones. "Es parte de su botín de guerra", dijo un observador irónico al vérsela en la portada del ABC, al día siguiente. Quería decir que Franco no está con la Falange sino para limitar sus veleidades revolucionarias.
Desde hace un tiempo, los hombres de su séquito se esfuerzan por evitar las ovaciones a Franco. Por doquiera lo acoge un silencio casi religioso. Respeto, cariño, admiración, todo ello se lee en las miradas de los jerarcas. Si él faltare —parecen temer—, ¿quién podría asegurar la perduración del régimen? El año pasado, al cumplir los 70 años, ya había entrado en la leyenda.
Estas precauciones contra el bullicio guardan relación, sin duda, con su estado de salud. La prensa extranjera habló a veces de aterosclerosis; otras, de mal de Parkinson. Pura especulación, porque la casa civil, que administra con avaricia las audiencias, mantiene alejados de El Pardo a los periodistas. Por lo demás, apenas si le ven ya sus ministros y un puñado de amigos.
Ese día, el Consejo Nacional del Movimiento se reunía por novena vez. Había deliberado dos veces en vida de José Antonio, otras dos durante la guerra y cuatro desde entonces. Era un órgano que había caído en desuso. En realidad, Franco, que repele instintivamente toda insinuación colegial, lo condenó a una posición exigua en los organigramas del régimen. Desde el año pasado, el Consejo Nacional del Movimiento hace hablar de sí. Es un síntoma más: el pleito por la sucesión está abierto.
El Movimiento Nacional resulta de un decreto que unificó a Falange Española, a los grupos tradicionalistas y a las juntas obreras nacional-sindicalistas. En 1936 eran formaciones incipientes, más o menos deudoras de los modelos fascistas, tan contagiosos en la época. Han repudiado su origen exótico y acompasado sus ideas a las de otros movimientos populares de la segunda mitad del siglo. Pero aún se observan sutiles diferencias entre los militantes de cada sector.
Falange, que siempre ocupó la secretaría general del Movimiento y algún otro ministerio, defiende prudentemente su tradición republicana, aun conociendo las preferencias monárquicas de Franco. Tiene influencia en los sindicatos y entre los estudiantes, pero es corriente oír que sus sucesivos jefes —Raimundo Fernández Cuestas, José Luis Arrese y José Solís— han contribuido a domesticarla. Así y todo, sus militantes se consideran la izquierda del régimen, proclaman el nacionalismo económico y la justicia social.
Los falangistas no disimulan su inquina contra los demócratas cristianos, que retienen la dirección de la política exterior, y sobre todo contra el Opus Dei, que siete años atrás logró para un equipo de sagaces tecnócratas el manejo de la economía española. No se trata de partidos políticos: el régimen no admite sino uno —el Movimiento Nacional—, y esos dos sectores no se han integrado en él.
A la democracia cristiana se vinculan los nombres de Joaquín Ruiz-Giménez y Alberto Martín-Artajo, ex ministros de Educación y de Asuntos Exteriores. En la actualidad, Artajo inspira el diario Ya y la poderosa Editorial Católica, y Ruiz-Giménez toma sus distancias. Ya está muy cerca del ex ministro de Agricultura (de la República) Joaquín Jiménez Fernández, la figura más representativa de la corriente no colaboracionista de la democracia cristiana.
El Opus Dei, como se sabe, agrupa a hombres devotos bajo una regla austera, casi monacal, y los instruye para actuar en la vida pública. El equipo formado por los ministros Alberto Ullastres (Comercio), Navarro Rubio (Hacienda), López Rodó (Desarrollo), López Bravo (Industria) y, hasta cierto punto, por Romero Gorría (Trabajo) no representa, por cierto, a esa institución; pero el pensamiento del grupo es demasiado coherente para no advertir su presencia. Se los acusa de controlar la banca española. "Europeístas" —esto es, partidarios de la incorporación al Mercado Común—, ello los opone a Falange, cuyos hombres recelan de que, para obtener ese fin, se obligue a España a sacrificar su originalidad política.
Difícilmente podría España ejecutar su plan de desarrollo sin asociarse de algún modo al Mercado Común Europeo. Y su régimen —puesto que la Comunidad, en última instancia, será política— necesita institucionalizarse, adquirir un carácter más representativo. He ahí los dos problemas capitales de la actualidad española: en realidad, es uno solo.

La guerra de los agrios
Pocos días antes de la reunión del Movimiento Nacional, el socialista belga Paul-Henri Spaak, factótum de la diplomacia europea, había dirigido un enconado ataque contra Madrid por el juicio contra 33 socialistas españoles que intentaron reorganizar su partido. Estaba claro: el Mercado Común cerraba sus puertas en las narices de España. El orgullo español reaccionó como se puede suponer.
"Jamás haremos el menor cambio en casa —dijo una parte de la prensa— para complacer a los extraños." Hubo quien pretendió que nunca se había solicitado formalmente la admisión. "Los de Spaak son pretextos —se añadió—. Bien que olvida él su ideología cuando le conviene. ¿No es acaso el hombre de los monopolios internacionales? Y lo mismo se diga de sus amigos italianos: Saragat, que dirige la diplomacia en Roma, y Nenni, ahora coligado con la democracia cristiana." La solidaridad socialista no sería sino un velo que cubre otros intereses. España e Italia compiten duramente entre sí; y no sólo por el turismo, área en la que ocupan las dos primeras posiciones mundiales. También se disputan el mercado europeo de los citrus: los "agrios", como se dice en España, o "agrumi", según el vocablo italiano. Desde luego las actuales relaciones entre Madrid y Roma no podrían ser más agrias.
El Opus Dei y la democracia cristiana lo deploran, porque confiaban en la disposición del régimen a mimetizarse en Europa. Falange se muestra radiante: por ahora, la originalidad del régimen está a salvo.
Desdén, contrariedad, imprimen un temblor nervioso en la opulenta mandíbula de Fernando María Castiella, cuya adusta fisonomía sólo se distiende para hablar de la hispanidad, su tema predilecto. Cuenta que su madre nació en México, en la frontera con los Estados Unidos, y que es allí donde se adquiere una conciencia más viva de la proteica continuidad de España.
Entrevistado por PRIMERA PLANA, el ministro de Asuntos Exteriores insistió en ofrecerle una fotocopia de su carta del 9 de febrero de 1962, que solicitaba "la apertura de negociaciones con objeto de examinar la posible vinculación de mi país con la Comunidad Económica Europea". La solicitud existió, pues; pero tan imprecisa que no puede estimársela rechazada. ¿No admite la Comunidad diversos grados de participación?
Esa gente no comprende, parecía decir la dura mirada de Castiella. Si nos aíslan, fortalecen el extremismo español. Pero la del señor Spaak no será la última palabra: la realidad domina a la ideología.

Éxito del plan
Ha sido reconocido por todos el éxito del plan español de estabilización; ahora, cumplido el despegue, "vendrá el salto". El mayor intercambio con Europa "multiplicará en modo asombroso las posibilidades del mercado español, con obvios beneficios para Iberoamérica". Desde luego, su carta preservaba los nexos especiales de España con las naciones de su sangre.
En cuanto al régimen, no podía ser sino lo que es, puesto que ha sido engendrado por una guerra civil; por eso mismo, es transitorio. No pretende ya ser un partido único, sino un Movimiento, dentro del cual podrán expresarse las disensiones. "A lo último que nos resignaríamos es a la pluralidad de partidos." No corresponde a la tradición española: aquí ha sido fatal.

Brotes de oposición
"Los españoles somos el pueblo más incongruente de la Tierra —se oye decir en Madrid—. Hicimos la República cuando todos éramos monárquicos, y nos infligimos un rey ahora que no hay sino republicanos.'
Una ley aprobada por referéndum autoriza a las Cortes a elegir rey o regente en caso de muerte o incapacidad de Franco. El capitán general Agustín Muñoz Grandes, vicepresidente del gobierno, representa junto a Franco la voluntad del ejército. Si él viviera en ese trance —tiene la misma edad, pero la salud más quebrantada—, la decisión estaría en sus manos, claro que por poco tiempo.
Las Cortes llamarán al conde de Barcelona, don Juan de Borbón, o su hijo, don Juan Carlos. Pero uno u otro deberán someterse a la continuidad jurídica, adoptando los principios fundamentales del Movimiento Nacional y confiando el poder real a un primer ministro no mediatizado por el parlamento.
¿Quién se opondría? Excluida la emigración, sólo se ven, a un lado, los carlistas, fieles a don Xavier de Borbón-Parma, y, al otro, Falange, cuyo fundador se decidía por la República. Se dice que 50.000 requetes (milicia carlista) guardan sus armas para ese día; pero el ejército se ocuparía de ellos. Tampoco habría resistencia seria en el otro extremo. Los falangistas de la vieja guardia ya no sueñan con la revolución nacional-sindicalista que barruntaba Primo de Rivera. Algunos cayeron en el escepticismo cívico. Será casual, pero los tres hijos de Rafael Sánchez Mazas y uno de José Antonio Elola —fundadores de Falange— revelan una fuerte impregnación marxista, contraída en la cárcel y en el exilio. El falangista más turbulento, José Antonio Girón, ex ministro del Trabajo, aspira tal vez al puesto de Solís; pero aguarda a ser llamado por el Caudillo.
El enviado de PRIMERA PLANA visitó a tres personajes que pasan por ser jefes de oposición. Los tres confesaron su disconformidad con algunos aspectos de la política oficial, pero se declararon dispuestos a colaborar antes, durante o después del momento de transición..
Luis González Vicent, un cirujano de 50 años, tez morena, cabellera blanca y facundia telúrica, es un falangista radical. Viste la casaca de los jerarcas, pero reúne a los jóvenes descontentos en pequeños grupos —los círculos "José Antonio"— que se propagan por todo el país, y edita una revista, Es así, donde se apoya la República v se apremia por relaciones con la URSS. "La guerra civil nos dividió mal —dijo—. Había pueblo en ambas partes. Y nuestra misión es volver a unir al pueblo contra sus embaucadores de ambas partes."
Joaquín Ruiz-Giménez, uncioso profesor salmantino, con una finura de pensamiento que le estorba como político, no cree bueno para España un partido de nombre confesional; pero su doctrina es demócrata cristiana, actualizada por la encíclica "Pacem in Terris". Está adquiriendo una vasta influencia personal con su revista 'Cuadernos para el diálogo', y si bien fue llamado a integrar el consejo privado del pretendiente, estima que "monarquía o república, tanto da, puesto que cualquiera de las dos formas tendrá que empeñarse en una misma dirección: la ampliación de las libertades públicas y una profunda reforma social". No cree que el Movimiento Nacional ofrezca un cuadro suficiente para la acción política, si bien desconfía él también del régimen de partidos. A su juicio, "el momento constituyente sobrevendrá en los próximos cinco años", término de vida que asigna a Franco. Pero la solución no será necesariamente como el Caudillo la imaginó: el rey o las Cortes pueden emanciparse de' Movimiento Nacional. "Los testamentos privados, a veces se cumplen; los públicos, casi nunca."
No conviene presionar a Franco, y menos desde el exterior, según Ruiz-Giménez. Hace dos años, cuando algunos monárquicos y elementos del Opus Dei se reunieron en Munich con el liberal Salvador de Madariaga y el socialista Rodolfo Llopis, el efecto fue contraproducente: "Cuando hace frío, uno se encoge más."
Lo mismo piensa otro profesor de Salamanca, pero con referencia especial a su partido, el socialista, cuya dirección exiliada no concurriría sino a frustrar las tendencias reformistas del régimen. Diversa su ideología —un socialismo humanista que abomina, sin embargo, de la social-democracia clásica, "filistea"—, pertenece al mismo linaje espiritual que Ruiz-Giménez. Ambos, por lo demás, dijeron apreciarse sin apenas conocerse.
Enrique Tierno Galván es un personaje fascinante por su cáustica agudeza, su severa elocuencia y su evidente aptitud para la decisión, que acaso corresponda a un verdadero hombre de gobierno. "Comparar a España consigo misma —es decir, con su pasado— es una falacia lógica. Tampoco significa nada su aparente bienestar, que llega en la onda residual de la prosperidad europea. Este régimen es culpable de haber practicado una constante destrucción de ideales. Ya no suscita entusiasmo ni siquiera entre sus adictos. Los falangistas no son sinvergüenzas, como se dice en la calle: en su gran mayoría son gente honrada, que no saben vivir en la nimiedad de lo cotidiano. Tampoco España puede:
está en contradicción con su naturaleza, que es religiosa, trágica.
"Nuestro gobierno —continuó Tierno Galván— quiere adecuarse a una situación normal, a una situación europea; pero el cambio le asusta, y no lo quiere sino como fachada, como razón de permanencia. Esa es la síntesis que busca en la monarquía. Tendremos que pasar por la monarquía, como por un puente. La oposición debe estar presente en la transición, y gravitar en el sentido del cambio contra la permanencia.
"Pero el verdadero cambio no llegará mientras no se oiga la pura y honda voz ibérica. En España, antes de todo hecho político, se advierte una avanzada estética. Esa avanzada ya está aquí."
Revista Primera Plana
28.04.1964

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Durante la semana en que España celebró el 25º aniversario de la finalización de la Guerra Civil, un enviado de PRIMERA PLANA, Osiris Troiani, visitó a Madrid. Mantuvo entrevistas con altos funcionarios del gobierno —entre ellos el ministro de Relaciones Exteriores—, con líderes de la velada oposición y con ciudadanos de la calle.

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