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Bolivia
crecen las guerrillas sin fusil
La acción psicológica ha pasado a ocupar el lugar de las balas y la metralla. Su arma más poderos son los guerrilleros sin fusil: campesinos, mineros, y ahora el juicio a Regis Debray.

Debrais

Para el general Alfredo Ovando Candía, comandante en jefe del ejército boliviano, el problema se reduce a una cifra: "No son más de 120". Parece poco para conmocionar de tal manera la vida económica, social y política de Bolivia, pero el hecho cierto es que las guerrillas que están en pie de lucha desde el 23 de marzo pasado, cuentan solamente con esa cantidad de hombres. Aunque los optimistas hablen de 200 y los pesimistas de 60. La duda que atormenta ahora al gobierno es: ¿cuántos son los guerrilleros sin fusil?
Nadie se engaña: 120 hombres solos no podrían luchar contra los 6.000 soldados bolivianos, el apoyo "logístico" de los Estados Unidos con sus campamentos de instructores rangers, sus helicópteros de observación y dos lentos aviones Mustang P 20 que desde el comienzo actúan en la selva oriental. El periodismo internacional se encargó de difundir una imagen siempre repetida: la patrulla de regulares internándose en el monte, en busca de fantasmas. Casi nunca se encuentran, aunque cada noche los fantasmas aparecen en un poblado distinto, para llevarse medicamentos y víveres, que pagan regularmente a mejor precio que el de plaza. ¿Quiénes los apoyan y defienden?
La pregunta acosa a todo el pueblo boliviano, porque la popularidad alcanzada por la guerrilla revela que la batalla ahora se libra abiertamente en un segundo frente: la penetración psicológica. Las ráfagas de metralla en la selva tenebrosa, donde mandan las alimañas y los mosquitos son tan temibles como las balas, siguen cumpliendo su objetivo: distraer. Pero la otra lucha se desplaza hacia adentro, hacia el corazón de Bolivia. O de los bolivianos.
Las escaramuzas de la selva tenían todos los matices de lo imprevisto. El proceso de la guerrilla sin fusil, en cambio, está escrito en dos libros de circulación prohibida en toda Latinoamérica —razón de más para leerlos—: "La guerra de guerrillas", de Ernesto "Che" Guevara, y "Revolución dentro de la revolución", de Regís Debray, el intelectual francés detenido en Camiri. El primero apareció hace siete años; el segundo tiene apenas uno. En ambos está anotado en detalle, y hasta con un prolijo índice, lo que ocurrió, está ocurriendo y ocurrirá en Bolivia.
El pasado ya se conoce: el 23 de marzo, una patrulla del ejército que perseguía a una presunta banda de traficantes de drogas fue baleada. Fueron muertos ocho soldados. El frente formal contra la guerrilla se desató entonces, y se registraron en poco tiempo otros siete choques armados. El saldo: 30 muertos en las filas del ejército regular, mientras los insurrectos se desplazaban en un sector boscoso de 180 Kilómetros de radio.
Ahora se ha puesto en marcha lo que el Che Guevara llama en su libro "la psicología en la guerrilla", y que consiste en conseguir guerrilleros sin fusil. Tiene su lógica: como 100 ó 200 hombres no pueden tomar por la fuerza el poder en ningún país, es necesario crear una imagen simpática de la guerrilla. Los primeros pasos —ya intentados en Bolivia—, serían:
• No tirar sin previo aviso, para socavar la moral del soldado. Si éste se salva, regresa convencido —y lo comenta— de que le perdonaron la vida.
• No saquear poblaciones ni matar civiles, para evitar que se confunda guerrilla con bandolerismo.

GUERRA EN EL ASFALTO
En toda el área del valle boliviano de Santa Cruz se vive en estos momentos un clima muy especial. Las autoridades están comenzando a sospechar de varios pobladores, casi todos propietarios de granjas, a quienes se sindica como proveedores de los guerrilleros (así también se los denomina en el libro de Guevara). Las versiones señalan, además, que no menos de 100 peones —casi todos indios cambas—, han sido contratados por sueldos cinco veces superiores a los que ganaban, para dedicarse al transporte de víveres y pertrechos. El propósito es claro: "Evitar que un guerrillero exponga su vida por un kilo de pan".
El texto firmado por Debray, por el contrario, no se ocupa de la metralla, de los peones, o de la estrategia guerrera. Incursiona en un terreno más conocido para él: la guerra en el asfalto de la ciudad. El objetivo máximo es lograr el descrédito del ejército regular, y la maniobra tiene por escenario los cafés de La Paz, Cochabamba, Potosí, Santa Cruz, Sucre y Tarija. La legión analista que propugna Debray, se encarga de repetir sin descanso la pregunta: "¿Cómo es posible que 6.000 hombres estén jaqueados por 120?" La discusión se hace pública. Y surgen los argumentos de los presuntos bien informados: "Lo que pasa es que Barrientos está peleando con Ovando"; o "un general arrestó al coronel Fulano"; o "los soldados del altiplano le tienen miedo a la selva"; o, finalmente, "los Estados Unidos no nos ayudan suficientemente". Las suposiciones alcanzan ya a un centenar. Así surge la consecuencia final: "Es posible que esto de la guerrilla sea más serio de lo que suponemos. Yo no entiendo nada, pero a lo mejor pelean por un ideal".
Este juego tan sutilmente llevado conduce a un análisis actualizado de la situación boliviana:
• El presidente René Barrientos quiere un plazo para exterminar a las guerrillas. Para evitar ser jaqueado políticamente, reorganiza el gabinete e incorpora a elementos que, desde la oposición, podrían perturbarlo en ese lapso "exterminador".
• ¿Qué ocurre si en ese plazo Barrientos no termina con las guerrillas? Las fuerzas armadas toman el poder y desplazan al presidente.
• Pero los militares tienen, paradójicamente, poca fuerza. Cargan con el desprestigio de no haber podido derrotara 120 insurrectos. Como consecuencia de esto, se produce lo que políticamente se conoce como vacío de poder.

EL TERCER FRENTE
Dentro de pocos días, los mismos que están luchando contra ella se encargarán de abrirle a la guerrilla su tercer frente: el de la publicidad internacional. Comenzará el día que se abra el juicio militar a Debray, detenido junto al argentino Ciro Roberto Bustos y el fotógrafo anglo-chileno Georg Roth luego de haber mantenido contactos con las guerrillas. Ese día nadie podrá impedir que los acusados se defiendan, que usen su arma más poderosa: la teorización política.
El argentino Bustos está resuelto a mantener en el juicio la misma línea de Debray: aprovechar un escenario sobre el que convergen todas tas miradas del mundo para exponer sus ideas. Ideas ya anticipadas: "Nunca pensé que en Bolivia me iba a encontrar ante un enfrentamiento armado. Jamás hubiera participado de un ataque a soldados bolivianos, y se lo confesé amargamente a Guevara. Yo estoy en la otra acera de la lucha, lo que no niego es que siento como propia la acción ideológica de la guerrilla. Es como si fuera el brazo armado de mi pensamiento".
Para defender al mendocino Bustos, viajó a Bolivia el abogado argentino Ricardo Rojo, quien anunció enfáticamente: "Mi defensa será una revolución en la jurisprudencia internacional".
¿Y Debray? Es el primer sorprendido: "¿Yo, guerrillero? No sé ni manejar un revólver; no habría podido participar de ninguna batalla. Lucho con el cerebro, y en ese terreno no puedo negar mi complicidad intelectual con la guerrilla". Repetirá también lo que dijo a sus captores: "No he visto al Che Guevara, pero hubiera sido un placer abrazar a un gran luchador".
Estas declaraciones, en el impresionante ámbito de un jurado militar, rodeado de la expectación mundial, puede hacer más por las guerrillas que cien batallas ganadas. Y para él no habrá entonces censores ni censura. Porque ese enorme aparato publicitario habrá sido montado por los que quieren destruir a Debray y a los guerrilleros, sin darse cuenta que, inconscientemente, han pasado también ellos a convertirse en guerrilleros sin fusil.
Revista Siete Días Ilustrados
01.08.1967

Barrientos

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