Hace cuatro años que el miedo, la impotencia y la
rebeldía se mezclan de vez en cuando con la esperanza en los días de
Patricia Fenmoyle, una ama de casa de la ciudad de Belfast, en el
norte de Irlanda. Su casa, un viejo departamento en uno de los
incómodos edificios de ladrillos rojos del sector de Falls Road, es
demasiado chica para albergar a los cuatro hijos de esta familia
católica. Sean, el marido, gana muy poco dinero en la fábrica
textil. Claro que, por lo menos, hace algunos meses que cobra
regularmente, una suerte de la que no pueden ufanarse muchos de los
miles de jefes de las familias que se hacinan en Falls Road. San
Patricio, sin duda, les tiene simpatía. Tal vez por eso ninguno de
sus hijos fue herido en las refriegas con los protestantes y Sean
apenas sufrió unos golpes cuando las tropas británicas desarmaron la
barricada en la que se había apostado su grupo. Nunca olvidarán,
como no podrá olvidarlo ningún católico de Belfast, aquellas noches
de agosto del año pasado en que, armados con piedras y garrotes
detrás de las ventanas, esperaban que los fanáticos enardecidos por
el reverendo Paistey cumplieran su amenaza de incendiar los
edificios de ladrillos rojos. Patricia es más optimista que Sean.
Ella cree que las cosas mejorarán cuando, después de 1971, mucha
gente como ellos, sin bienes raíces, puedan votar por primera vez.
Tal vez entonces la miseria deje de ser un sinónimo de catolicismo
en Ulster, tal vez entonces puedan caminar por la ciudad sin temor
de que estallen bombas a su lado, tal vez entonces sus hijos puedan
llegar a la Universidad. Sean no cree que sea tan fácil. Su acceso a
los derechos civiles dependerá solamente de las promesas de un
Parlamento, el de Ulster, que él no ha elegido; tampoco de la
presión del gobierno británico ni de la fuerza de sus paracaidistas
con boinas rojas. Está dispuesto, como casi todos los 500 mil
católicos de Irlanda del Norte, a defender con la violencia su causa
de irlandés. No lo obligarán a emigrar de su propia tierra los que
vinieron después, ni se conformará con ser un ciudadano de segunda
clase. Sabe que su lucha no es una guerra santa ni una cruzada
religiosa. No pretende que Ulster deje de ser británica para unirse
a la República del Eire. Quiere seguir viviendo en Belfast, donde su
sangre habita desde hace siglos, con todos los derechos de un hombre
libre. Aunque, para conseguirlo, la isla de esmeralda se convierta
en una llamarada.
ALLA LEJOS Y HACE TIEMPO Hacia poco más
de un siglo que Guillermo el Conquistador había dominado a los
sajones con su invasión normanda. Los vencedores se habían fundido
con los vencidos en la nueva raza inglesa cuando, en 1170, cruzaron
el mar para llegar a la isla vecina, a la Irlanda que había
evangelizado San Patricio. Otra vez se produjo la fusión y, después
de algún tiempo, los conquistadores anglo-normandos fueron tan
gaélicos como los primitivos habitantes. Este pueblo de pastores y
agricultores, alegre e individualista, creció con un fuerte sentido
de autonomía, con un imbatible amor a la libertad. A principios
del siglo XVII, el poderío inglés trasplantó a varios contingentes
de colonos protestantes, ingleses y escoceses, y los dotó con las
mejores tierras de la provincia de Ulster, la más septentrional de
la isla. De ellos descienden la mayoría protestante, un millón de
personas, que hoy gobierna a Irlanda del Norte. Ya en esa época la
mayoría católica conoció las persecuciones de una espada fanática,
la de Oliverio Cromwell. Muchos irlandeses tuvieron que abroquelarse
en el Sur, pero también muchos se quedaron en el Norte. La isla era
todavía una unidad de 84.421 kilómetros cuadrados, dividida en 32
condados, cuando el rebelde espíritu gaélico, nunca resignado a la
dominación, comenzó a estallar por la independencia irlandesa con
respecto a la corona británica. Fue el lunes de Pascua de 1916 la
fecha del levantamiento popular que marcó el primer triunfo de los
patriotas irlandeses. El gobierno inglés les prometió la
independencia para cuando terminara la guerra. Las luchas
recomenzaron en 1919 porque la promesa no fue cumplida. Por fin,
en 1921, mediante un tratado con Gran Bretaña, nace el Estado Libre
de Irlanda, que reúne a 26 de los 32 condados de la isla. Los seis
condados restantes toman el nombre del mayor de ellos, Ulster, un
estado británico donde no existe el voto universal sino el voto
calificado mediante requisitos exclusivamente patrimoniales. Recién
en 1949 el Estado Libre de Irlanda se convierte en república
(República del Eire) completamente libre de la tutela inglesa, un
territorio con absoluta mayoría católica y que, sin embargo,
consagró como primer presidente a Douglas Hyde, un protestante. La
tolerancia religiosa es una realidad en el sur de la isla: Robert
Briscoe, de confesión judía y padre de una monja católica, fue
elegido en dos ocasiones intendente de la ciudad capital, Dublín. Un
panorama radicalmente opuesto al que impera en el Norte.
QUIENES SON LOS FANATICOS El reverendo Ian Paisley es un hombre
corpulento. Los músculos de sus brazos todavía denotan su pasado de
boxeador cuando los agita violentamente en las arengas con que
enardece a sus partidarios. Su lema es abajo los papistas y
representa una de las cúspides de la intolerancia protestante. El
hecho de haber estudiado en los Estados Unidos —doctorado en
teología en la Universidad Bob Jones de Carolina del Sur— no le
contagió para nada el respeto a la libertad de cultos. Como la
iglesia a la que pertenecía, la presbiteriana, dejó de reconocerlo,
fundó una propia: la Iglesia Libre Presbiteriana de Ulster. En 1966
fue encarcelado por incitar a la violencia contra los católicos. En
ese año empezaron los más graves disturbios que vivió Ulster desde
la década del treinta. La falta de viviendas adecuadas, de
empleos dignos, de posibilidades de educación, las universidades
segregadas y el voto restringido son los males contra los que lucha
el Movimiento por los Derechos Civiles. Sus manifestaciones
callejeras, pacificas en principio, comenzaron a tornarse en
batallas campales cuando los activistas protestantes les salían al
encuentro. Armados con piedras, con botellas rotas y con materiales
de los edificios en construcción, ambos bandos comenzaron a llenar
de heridos los hospitales de Belfast, la capital de Ulster, y de
Londonderry, la segunda ciudad del Estado y que cuenta con mayoría
católica. Los estudiantes de la Universidad de Queens, una de las
pocas que tienen alumnos católicos, se unieron a los actos
relámpagos, a las concentraciones callejeras y, sobre todo, a las
protestas contra la represión policial. La violencia fue in
crescendo, se prepararon bombas caseras, los protestantes apalearon
a los obreros católicos a la salida de las fábricas, los católicos
formaron guardias privadas de protección e hicieron estallar
dinamita en los barrios protestantes. Las paredes se llenaron de
inscripciones, las mismas que se repitieron a los gritos: unos
decían 'mueran los papistas'; otros, 'abajo la reina'. En enero
de 1969, los universitarios de Queens organizaron una marcha de
cuatro días desde Belfast hasta Londonderry para pedir la igualdad
de derechos. Cinco mil militantes católicos se les unieron pero, 12
kilómetros antes de llegar a destino, los Voluntarios de Ulster, una
agrupación extremista, les tendió una emboscada. Centenares de
heridos debieron ser atendidos allí mismo. Ni la nieve ni el frío
lograron aplacar los ánimos. El primer ministro del Ulster, Teremoe
O'Neill, buscó una salida contemporizadora: anunció que sería
empleado el máximo rigor contra los revoltosos pero que una comisión
especial estudiaría el problema de los derechos civiles. La solución
de este aristócrata que no conoció derrotas electorales en los
veinte años que llevaba de actividad política y que hacía seis que
regía los destinos del Ulster, no conformó a nadie. No era hora para
los tibios, aunque en este caso la tibieza no haya sido más que el
delicado equilibrio que procuraba mantener un hombre cuyo paradigma
político era aquel hábil Disraeli que le enviaba flores a la reina
Victoria. El peor enemigo de O'Neill, de religión protestante y
líder del partido Unionista, no es ningún católico sino el reverendo
Paisley. Cuando, en febrero, el premier anuncia su campaña "un
hombre, un voto", es decir su intento de reconocer los derechos
civiles sin discriminaciones patrimoniales, el fanático clérigo
desafió al gobierno y promovió un movimiento para socavar las bases
electorales de O'Neill. Los sectores más intransigentes del
unionismo fueron persuadidos por sus argumentos y, pese a que su
partido ganó las elecciones, el primer ministro se vio obligado a
renunciar por falta de apoyo en sus propias filas. Antes de dejar el
poder había tenido que tomar una decisión dramática: solicitar el
envío de tropas británicas porque el control de la violencia
escapaba de la policía irlandesa. Fábricas y represas habían volado
en pedazos, los choques callejeros se sucedían casi diariamente, las
bombas estallaban en cualquier ciudad, en cualquier momento. El
sucesor de O'Neill, primo suyo y también del partido Unionista,
James Chkhester Clark, tuvo que enfrentar una situación caótica pero
no llevaría el peso de haber concedido el voto universal sobre sus
espaldas. El Parlamento irlandés lo votó, bajo presión británica,
antes de asumir el poder. Es apenas otro caballero —dijo
Bernardette Dublín, una católica de 21 años que acaba de ser electa
para ocupar una banca en los Comunes—. Los unionistas nunca
producirán reformas; viven gracias a la discriminación. La muchacha,
el miembro más joven del parlamento británico, se convirtió
rápidamente en un líder. Hacia ella se dirigió entonces el odio
principal del reverendo Paisley, ese campeón de la intolerancia que
acababa de salir de la cárcel después de una amnistía general
decretada por Chichester. El mes de julio era esperado con miedo
por el nuevo gobierno. Y tal como lo temían, el 12 de ese mes, en el
aniversario de la batalla de Boyne donde, en 1690, el protestante
Guillermo de Orange derrotó al rey católico inglés Jacobo II, el
terrorismo alcanzó un nuevo apogeo. Los Caballeros de Orange, otra
organización extremista de los protestantes, organizaron marchas
callejeras, desafiaron a las tropas británicas e intentaron penetrar
en los barrios católicos. La lucha entre los dos sectores se
generalizó en todo el Ulster, los diarios advertían en grandes
titulares: No salgan a la calle si quieren seguir vivos. La lucha
armada en las calles ganó diez ciudades. Las fuerzas en pugna ya no
eran dos sino tres; a los protestantes y católicos se habían sumado
los 5.000 soldados británicos que trataban de imponer el orden. La
agitación se extendió a toda la isla. En el sur, el Ejército
Republicano Irlandés, organización paramilitar clandestina formada
por nacionalistas irlandeses, alertaba a sus tropas. Se iniciaba el
contrabando de armas y de hombres hacia el norte. Jack Lynch, el
primer ministro de la República del Eire, repudió públicamente la
virtual declaración de guerra de sus compatriotas extremistas. En
Londres, un preocupado Harold Wilson suspendía sus vacaciones para
estudiar el problema irlandés. Mientras tanto, Bernardette Dublín
dejaba la isla incendiada para viajar a Nueva York. Iba a realizar
una campaña para recaudar fondos y explicar la situación política.
Su enemigo Paisley la imitó. Sin embargo, estaba en desventaja: la
mayoría de los americanos de origen irlandés son católicos. En
septiembre, octubre y noviembre siguieron los combates, los
incendios.
IRLANDA 70 Ya hay 9.000 soldados en la isla, ya
suman 300 los heridos este año, ya hubo cinco muertos en el pasado
mes de junio. Hay barricadas en las calles, hay provocaciones que no
cesan, hay fanatismos que no abandonan su ceguera y hay una nueva
campaña electoral. El conflicto se ha extendido hacia el sur, donde
el premier Jack Lynch trata de contener a los nacionalistas que
quieren que Irlanda sea una sola. La amenaza de una guerra civil
total ensombrece las tierras legendariamente verdes. Sir Alee
Douglas-Hame, el nuevo canciller de Gran Bretaña, formuló la
posición oficial de su país: no habrá unión de las dos Irlandas a
menos que los irlandeses del norte así lo quieran. El reverendo
Paisley continúa su cruzada con la fiereza de un Torquemada, con la
misma intolerancia que, en otras épocas y en otras tierras, usaban
los papistas. Bernardette Dublín, que ahora tiene 23 años, sigue
siendo el miembro más joven del parlamento de una democracia cuya
úlcera se llama Irlanda.
Revista Semana Gráfica 31.07.1970
"PUEBLO NORDAFRICANO "El Ejército de
Liberación Nordafricano, constituido por la reunión de los
Movimientos de Resistencia de África del Norte, se ha comprometido
en la lucha histórica contra el invasor extranjero iniciando
operaciones comunes. "El comando del Ejército de Liberación,
verdadera emanación de loa movimientos de resistencia nordafricana,
proclama solemnemente ante la opinión del pueblo africano y ante la
opinión mundial: "—Que mantendrá la lucha hasta la realización de la
independencia total de los países del Magreb Árabe. "—Que no se
considerará para nada ligado a ningún acuerdo, pasado o futuro, que
no se realice con el objetivo anterior. "—Que no se considerarán
como representantes a los que estén en contradicción o se opongan a
los objetivos perseguidos por el Ejército de Liberación y que no
simbolicen las aspiraciones reales del pueblo nordafricano.
PATRIOTAS MAGREBINOS "El Ejército de Liberación, convencido de
que la vía elegida es la única susceptible de realizar nuestros
sagrados objetivos, puede afirmar que luego de una larga preparación
posee, desde ahora en adelante, los medios necesarios para conducir
la lucha victoriosa. "El comando del Ejército de Liberación:
"—Publicará periódicamente comunicados emanados de su estado mayor
instalado en el interior del país. "—Llama a todos los patriotas
para que nuestra lucha sea una lucha organizada y los ponga en
guardia contra los falsos rumores que nuestro enemigo no dejará de
hacer circular con el fin evidente de desprestigiar el carácter
sagrado de nuestra lucha y de crear una confusión propicia para el
cumplimiento de sus negros designios. "—Invita a todos los
patriotas a la destrucción de todas las fuerzas del colonialismo; a
no imitar sus métodos criminales y ahorrar la vida de los niños, las
mujeres y los inválidos, según preceptos de nuestra sana religión.
"—Pedirles a los extranjeros residentes en el África del Norte que
observen por lo menos la más estricta neutralidad en el conflicto
que nos enfrenta al colonialismo.
PATRIOTAS MAGREBINOS:
"El Ejército de Liberación, vuestro ejército, orgulloso de las
tradiciones heroicas de nuestros grandes combatientes nordafricanos,
fieles a la memoria de nuestras decenas de miles de mártires, os
invita al Gran Combate Sagrado que debe sostener el pueblo
nordafricano en procura de una era de dignidad y de honor."
Firmado: "Ejército de Liberación del Magreb" "Movimiento de
Resistencia Marroquí" "Frente de Liberación Nacional Argelino"
"3 de octubre de 1955"
La acción de este ejército se está
desarrollando por ahora en Argelia, donde en estas últimas semanas
se han producido deserciones en masa en las fuerzas indígenas al
servicio de Francia (las tradicionales "fuerzas de choque" de los
países coloniales), y no es aventurado pensar que esos desertores se
habrán incorporado a los rebeldes, todo lo cual nos ofrece un claro
indicio del valor real que representa ese Ejército de Liberación,
que en sus baluartes de las montañas del Rif ya ha tomado contacto
con, el movimiento armado tunecino para luchar juntos contra los
franceses.
Revista Mundo Argentino 23.05.1956
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Cada día de Irlanda es
noticia. Protestantes y católicos pelean en las calles. Hay
fuego y barricadas y tropas. Es casi la guerra civil. Alguna
vez se habló de guerra santa. No es así. Profundas raíces
económicas y sociales enfrentan a los bandos, cegados por la
intolerancia. Esta es la historia, la actualidad, las
anécdotas y las fotos
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