JERUSALEN:
¿Administrada por Israel o internacionalizada?

La internacionalización de Jerusalén, recientemente sancionada por ¡a ONU, ha despertado honda preocupación en el pueblo hebreo, temeroso de ver postergadas, una vez más, sus esperanzas de retorno a la ciudad que por tradición es centro espiritual del judaísmo
Jerusalem
La semana pasada, 99 votos se alzaron, desafiantes, sobre las palabras que Moshé Dayan pronunciara tras la victoria: "No nos iremos más de Jerusalén". Sin ningún voto en contra —solamente 20 abstenciones— la Asamblea General de la ONU resolvió no considerar válida la anexión israelí del sector jordano de Jerusalén. La resolución fue categórica: se pidió a Israel que ponga fin a la ocupación de la ciudad vieja, y se emplazó a U Thant para que en el término de 8 días informe sobre el cumplimiento de lo dispuesto.
La decisión de la ONU, si bien significó un revés para la diplomacia israelí, no sorprendió mayormente a los círculos políticos de Tel Aviv. Profundas dudas venían tomando cuerpo entre los dirigentes del Mapai (partido laborista, mayoritario) desde que el sector jordano de Jerusalén fue ocupado por las tropas judías victoriosas. En los últimos días, la incertidumbre derivó en escepticismo, y los dubitativos dirigentes judíos terminaron por admitir que la anexión no había resultado beneficiosa para el diálogo con los países árabes. Por su parte, los políticos israelíes moderados consideraban, también con escepticismo, que había existido indiferencia por parte de las grandes potencias, lo que dilató la posibilidad de una solución inmediata. ¿Apuro injustificado de Israel, o lentitud por parte de la ONU? Admitiéndose esta última postura, quedaría explicada la actitud israelí respecto a Jerusalén como una presión para apresurar los acuerdos internacionales, y no una decisión adoptada por un vencedor arrogante, como muchos interpretaron erróneamente.

LA INTERNACIONALIZACION
Desde el punto de vista jurídico, la situación de los lugares santos de Jerusalén es única en el derecho internacional. El régimen actualmente en vigor es un statu quo difícil de definir: consiste, simplemente, en dejar las cosas como están. Históricamente, se remonta a 1957. El tratado de Berlín, del 13 de julio de 1878, le confirió un valor jurídico al disponer, en el artículo 62: "Queda bien aclarado que no se atacará el statu quo en los lugares sagrados". Se institucionalizaba de esta forma una situación de hecho, que desde el año 70 de nuestra era (destrucción de la ciudad por Vespasiano y comienzo de la Diáspora) mantuvo a Jerusalén bajo dominio romano, y posteriormente musulmán.
En cuanto a los planes de internalización, no constituyen nada nuevo. Cuando el 27 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU decidió dividir a Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, se dotó a la ciudad de Jerusalén de un estatuto Internacional. Por una segunda resolución (ll/XII/1948), la asamblea pidió la creación de una comisión conciliadora compuesta por tres miembros: Estados Unidos, Francia y Turquía, que se encargaría de reglamentar el acceso y la protección de los lugares santos. Un año más tarde, la ONU decide colocar definitivamente a Jerusalén bajo un régimen internacional especial. Un consejo de tutela prepararía el estatuto y ejercería además funciones administrativas. El consejo concluyó la redacción de dicho reglamento el 4 de abril de 1950: la ciudad de Jerusalén quedaba bajo jurisdicción de la ONU. El consejo de tutela nombraría un gobernador, que sería asistido por un cuerpo
legislativo de 40 miembros. Una fuerza de policía internacional, designada por el gobernador, aseguraría la protección de los lugares sagrados. El territorio internacional sería desmilitarizado y declarado neutral. (Interesa recordar aquí que la extraterritorialidad de Jerusalén había sido preconizada en 1895 por el pionero Teodoro Herzl, en su libro "El Estado Judío".) Desde el punto de vista económico, el pian de la ONU convertía a Jerusalén en zona franca. Inclusive, se había previsto una ciudadanía especial para los habitantes de la ciudad.
El estatuto nunca entró en vigor. Jordania rehusó colaborar, e Israel rechazó el proyecto por no considerarlo factible. En un memorándum, el gobierno de Tel Aviv recordaba que el Muro de los Lamentos y otros dos lugares sagrados venerados por los judíos durante innumerables generaciones (la tumba de Raquel y la gruta de Machpela) permanecían en territorio jordano: "En consecuencia —finalizaba el documento— todo acuerdo internacional deberá garantizar plena y eficazmente los derechos judíos en lo que concierne al acceso libre a esos lugares".
De ahí que el nuevo intento de internacionalización sea visto con recelo por parte del pueblo judío, temeroso de caer en una trampa que le impida su presencia en los lugares santos. Para muchos observadores, en cambio, la medida podría significar algo positivo: el tráfico incesante entre jordanos e israelíes en Jerusalén acrecentaría el conocimiento mutuo, sentando las bases para la tan anhelada convivencia árabe-judía. Por su parte, el Vaticano —que no mantiene relaciones diplomáticas con Israel— despachó urgentemente un emisario a Tel Aviv para negociar sobre los lugares sagrados. Desde un principio, la Santa Sede ha proclamado la necesidad de internacionalizar a Jerusalén. ¿Será realmente la mejor solución para asegurar la paz sobre un territorio testigo de los más grandes acontecimientos de la historia?
Mientras tanto, frente a la decisión de la ONU, el Estado de Israel y los observadores imparciales se preguntan: ¿Por qué tanta impaciencia? ¿La hubo acaso durante los 19 años que Jordania ocupó la ciudad santa?
Más allá de motivos estratégicos y políticos, Jerusalén constituye el verdadero centro emocional del judaísmo, así como Roma lo es para la cristiandad y La Meca para el islamismo. "El año que viene en Jerusalén" es el saludo ritual que desde hace dos mil años repiten fervorosamente los judíos de todo el mundo durante la pascua hebrea y el Día del Perdón. Inclusive los judíos no religiosos consideran a Jerusalén como la capital tradicional de los hebreos. Es que a través de 20 siglos el pueblo judío mantuvo intacta su esperanza de volver a Jerusalén. El nexo con su patria espiritual jamás logró romperse. Desde los primeros años de la dispersión, muchos fueron los intentos y las posibilidades de retorno, que sistemáticamente se vieron frustrados. Pero una voluntad indoblegable, movida por una incuestionable necesidad de cohesión, fue aproximando cada vez más la meta judía: hoy, el viaje de 2000 años ha concluido. Todos esos siglos de historia apoyan a Israel. Y esa razón histórica es la que Israel tendrá que jugar ahora frente a la resolución de las Naciones Unidas.
Revista Siete Días Ilustrados
11.07.1967

Ir Arriba