JOAN MANUEL SERRAT
LEJOS DEL RUIDO, PERO NO TANTO
Alquiló, durante todo el mes de enero, un confortable chalet en el balneario uruguayo. Allí, entre otros temas, el cantor y autor catalán se explayó sobre los conflictos profesionales y afectivos que se le atribuyen y sobre la reciente disolución de su orquesta
Joan Manuel Serrat
Llegó a Punta del Este a comienzos de enero y se instaló calladamente en un cómodo chalet, con jardín al fondo y fragantes pinos, ubicado a medio camino entre los bungalows de Cantegrill y la ciudad de Maldonado. En los días siguientes, bajo un sombrero azul y un par de lentes negros, disimuló su presencia en el balneario uruguayo. Tomó sol, se bañó en el océano, jugó al truco y charló con Facundo Cabral y otros amigos. Hasta que una tarde lo descubrieron cuando apuraba una cazuela de mejillones en una mesa del parador l'Marangatú. Automáticamente, hubo coro de admiradoras y cola para pedirle autógrafos. La noticia corrió por Punta del Este: "Joan Manuel Serrat está de incógnito, como turista; descansa, no quiere hablar con nadie y menos con periodistas".
Pero el aire embriagador de Punta ablanda a cualquiera y así fue que, tras algunos titubeos, el autor de Fiesta y Mediterráneo conversó con el corresponsal de Siete Días en Uruguay. La entrevista se hizo en el living de su casa, entre montañas de cassettes, un grabador y algunos vasos de vino tinto que el anfitrión sirvió y bebió a su turno. Bronceado por el cálido sol esteño, calmo como buen veraneante, vestido con camisa a rayas, pantalón de lona y zapatillas, Joan Manuel Serrat (31 años recién cumplidos, un hijo) disipó en la conversación ciertos rumores, como por ejemplo los que lo daban por sumergido en una crisis profesional o emocional. Habló del presente, y sugirió —eso sí— que estaba en una etapa de reflexión, alejado momentáneamente de los escenarios.
—¿A qué viniste a Punta del Este?
—A estar un tiempo, nada más. No tengo ningún plan especial Pasé las fiestas y mi cumpleaños en Buenos Aires, y luego vine hasta aquí, a este chalet que tengo alquilado por el mes de enero.
—Después, en carnaval, ¿darás algún recital?
—No creo. Pienso que no actuaré aquí ni en ningún lado por bastante tiempo. Y aunque quisiera no podría, porque necesito al menos cuatro meses para armar un espectáculo. Como te digo, vine por un tiempo, más que a descansar, a analizar las cosas desde una perspectiva tranquila.
—Parece una actitud de quien tiene problemas. . .
—¿Quién no los tiene? No tengo serios conflictos familiares, profesionales o afectivos, pero mis problemas son los comunes de todas las personas.
—Cuentan que te separaste de tus músicos y que disolviste tu orquesta. ¿Es verdad?
—Dejamos de tocar juntos el 29 de setiembre. Un poco porque teníamos ganas de descansar, hacer cosas nuevas, pero sin pensar que aquélla fuera nuestra última actuación y sin plantearnos tampoco una fecha futura para reunimos. Es seguro que volveremos a tocar juntos. No sé cuándo, quizás antes de lo que todos imaginamos; quizás sin que seamos los mismos, porque algunos se irán, otros se quedarán, como pasa siempre.
—¿Trabajas en algo actualmente?
—Sí; estoy como siempre, con la máquina de escribir, la guitarra y el grabador, componiendo temas míos como hago habitualmente.
—¿No te tienta Neruda?
—¿A quién no le tienta? Se han hecho cosas buenas con Neruda. Están los trabajos de Víctor Heredia, y también los de Alberto Cortez, que lo hizo hace años y que no se apreció lo suficiente. Para mí, Neruda y Machado son los dos grandes poetas del siglo. Fíjate en Neruda: ¡un hombre que empieza con Crepusculario y termina con Confieso que he vivido!
—Para los rioplatenses, Serrat es un cantante de estación. Aparece en verano, después desaparece. ¿Qué hacés entretanto? ¿Estas todo el tiempo en Barcelona?
—No vengo sólo en verano, estuve aquí el invierno pasado, ¿te acuerdas? En Barcelona vivo apenas tres o cuatro meses al año, entre viaje y viaje, porque paso mucho tiempo fuera de casa. Toma por caso lo que sucede ahora: llevo dos meses fuera; salí el 20 de noviembre para México, luego estuve en Argentina, siempre paseando, sin cantar y viendo amigos. No sé cuánto tiempo estaré de viaje.
—¿Cómo van tus cosas en España?
—En España la gente me trata bien, no tengo dificultades.
—¿Cómo estás en el ranking español de venta de discos?
—No lo sé, francamente. Yo no soy cantante de ranking ni dependo de los caprichos de algún señor. O sea que no participo en carreras para ser el número uno: no tienen seriedad ni encuentro en ellas nada que halague mi vanidad. Por otro lado, estoy en un momento de reposo; mi último disco salió hace diez meses.
—Es extraña tu actitud ante el ranking. Forma parte de la publicidad, y un cantante la necesita o le resulta útil. Sin publicidad, ¿qué sería de Serrat?
—La publicidad, como se la hace y se la acepta normalmente, suele ser falsa. Porque es publicidad y no información. Esta es la diferencia, y lo mismo sucede con los cigarrillos: Si es bueno, no necesita demasiada publicidad; si es malo se le hace mucha. Puede que yo sea un producto de la publicidad, pero no soy un fraude o, al menos, pretendo no serlo
—¿Vivirías fuera de España?
—¿Sin volver nunca? No, no podría soportar el exilio por la impotencia y él desarraigo que se sienten. Es una paradoja, ¿no es cierto? Yo que siempre fui un desarraigado. . .
—¿Estás casado?
—No. Tengo un hijo. Se llama Joan Manuel y cumplirá seis años en mayo. Ustedes lo dijeron antes que nadie.
—Con estos viajes tuyos debe sentirse un poco abandonado.
—No lo creo. Es un chico feliz que va a la escuela, en Madrid, y que vive con su madre, con sus abuelos, o conmigo cuando estoy en España.
—Cuando llegaste a Punta del Este te escondías detrás de un sombrero y lentes negros. Ahora ya no. ¿Le perdiste el miedo a la gente?
—No se trata de miedo. Es que no es nada divertido eso de llamar la atención. Anoche fui al casino San Rafael y, mira, no pude estar tranquilo. Se me acercaban unas señoras y me miraban así, con sus ojos pegados a mi cara, y decían "Sí, es él, ¡qué flaquito es!" En la playa l'Marangatú, adonde suelo ir por las tardes, creo que ya se acostumbraron a verme. De vez en cuando alguien se acerca y me saluda. Algunos no se atreven, dudan, me miran de lejos con simpatía. También hay los que miran con agresividad y piensan: "A ver qué se cree ese tío que porque sale en las primeras páginas de las revistas. . ."
—¿Cómo reaccionas en esos casos?
—Bueno, no tengo una reacción prevista. Normalmente devuelvo con lo que me dan. Si me tratan con simpatía, respondo con ternura; pero si me atacan, contesto con una buena patada en el trasero.
Antonio Mercader
Revista Siete Días Ilustrados
17.01.1975
 

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