Vietnam del Sur
La bella dragona que enfrenta
a 16.000 soldados norteamericanos

Nhu
Los mercuriales ojos de la señora Nhu lanzaron frías centellas al escuchar por una radio thailandesa —las del Vietnam meridional recibieron órdenes de guardarse la información— las duras palabras que el martes pasado pronunciara el presidente Kennedy acerca de la lucha del gobierno Diem con los budistas.
En una insólita declaración televisada sobre los asuntos internos de un país aliado de los Estados Unidos, el jefe de la Casa Blanca estimaba que las medidas del gobierno Diem —evidentemente inspiradas por la Primera Dama— fueron "muy poco prudentes", que "había perdido contacto con el pueblo" y que ése no era, a su juicio, "el camino para alcanzar el triunfo" sobre el Vietcong comunista.
Tan pronto como oprimió el dial en el palacio provisional de Gia Long —el palacio presidencial fue destruido hace meses por unos aviadores sublevados—, la señora Nhu tomó sus providencias para que el diario vietnamita escrito en inglés anunciase el descubrimiento de un complot, organizado y financiado por la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos), para incitar a los militares vietnamitas contra el gobierno de Ngo Dinh Diem. La tesis del diario era curiosa: la CIA gastó de 10 a 24 millones de dólares, los bonzos budistas fueron cómplices y la acción de Washington favorecía al comunismo.
El nuevo embajador de los Estados Unidos, Henry Cabot Lodge, había presentado sus credenciales al presidente Diem, pero se abstuvo de solicitar audiencia a Ngo Dinh Nhu y a su esposa, ignorando deliberadamente que esta pareja —a través de la policía secreta y la milicia femenina— ejerce el poder auténtico en el país. Los Cabot Lodge, republicanos, y los Kennedy, demócratas, son las dos familias que desde principios de siglo dominan la política de Boston, Massachussetts; y cuando el joven John F. inició su carrera, tuvo que arrebatar la banca de senador a su amigo Henry.
Ahora le confió una misión diplomática cuya dificultad se puede medir por la aparente contradicción entre dos advertencias de Kennedy. Por una parte, demostraba cierto desinterés: "En fin de cuentas, la guerra es de ellos (los vietnamitas); ellos son los que tienen que ganarla o perderla". Por la otra, prevenía que los 16.000 militares norteamericanos —los cuales gastan un millón y medio de dólares por día— no se retirarán del Vietnam. En cambio, su presencia serviría para convencer al gobierno local de que debe cambiar de métodos: "Se tomarán medidas para tratar de devolverle (al gobierno de Saigón) el respaldo popular, tan esencial en esta lucha". Cabot Lodge sabía aun antes de llegar que su oponente sería la bella y menuda señora Nhu —1,58 metro, con tacones altos—, y que su mandante sólo estaría satisfecho cuando la cuñada del presidente Diem hubiera perdido su enorme influencia política.
"La beldad más discutida, más interesante, tenaz y difícil, no sólo de todo el sudeste de Asia sino de todo cuanto queda al este de Suez"; así la describió hace un tiempo un periodista norteamericano. Nacida "hace unos 38 años" —así dice ella—, es hija de una familia budista de terratenientes emigrados de las provincias del Norte; su padre, embajador en Washington, acaba de renunciar, colocándose en la posición más adecuada para presidir un gobierno de reconciliación con los budistas.
A Tran Le Xuan (su nombre de soltera, que significa "Hermosa Primavera") la atendían veinte sirvientes; aburrida del colegio secundario, lo abandonó para seguir cursos de danza y llegó a bailar en el teatro de Hanoi, donde ahora festeja sus efemérides el régimen comunista de Ho Chi Minh. Aprendió a leer y redactar elegantemente en francés; hoy mismo, sus discursos los escribe en ese idioma, y luego los hace traducir. Se recuerda a sí misma como una niña "infeliz, no querida, en rebelión contra su madre". Pero a los 16 años conoció a Ngo Dinh Nhu, un archivista de la Biblioteca Indochina, y le pidió lecciones de latín. Después resolvió casarse con él, para librarse de su hogar y de la lista de candidatos que le presentaba su madre: como los Ngo eran católicos, ella abrazó la religión del que sería su marido. Los budistas no le perdonaron su conversión.
En 1946, los soldados de Ho Chi Minh la tomaron prisionera: durante cuatro meses vivió con dos porciones de arroz por día en una arrasada aldea. Sólo tenía una blusa, un par de pantalones y un abrigo. Por fin, los comunistas le dieron un salvoconducto, pues se disponían a retirarse ante un avance francés, y ella se refugió en un convento, con su suegra y el primero de sus cuatro hijos. Juró volver al Norte y recuperar las tierras de su familia; entre tanto, se ha consagrado a reformar la sociedad en el Vietnam del Sur. No es sino diputada a la Asamblea Nacional (con otras ocho mujeres) y jefa de un movimiento para-militar; pero siendo soltero su cuñado, el doctor Diem, ella se hizo cargo de la casa presidencial en su condición de Primera Dama. La costumbre se estableció: las órdenes del presidente pueden ser rectificadas por la señora Nhu.
En el primer siglo de la era cristiana, las hermanas Trung encabezaron una rebelión contra los ocupantes chinos. Una de ellas alumbró en el frente de batalla: cargó su niño al hombro, desenvainó su espada y se lanzó al ataque. Un siglo más tarde, otra vietnamita de 23 años dirigió una batalla desde el lomo de un elefante. La señora Nhu no cabalga en elefante —viaja en Mercedes Benz— y sus armas son una enorme energía, un encanto devastador, una acida lengua y una mente sin sosiego. Ella prohibió la prostitución, el baile, el boxeo, las drogas anticonceptivas, el aborto, las "taxi-girls", el adulterio, la poligamia, el concubinato y hasta el divorcio (salvo autorización especial del presidente). En realidad, lo que intenta es, nada menos, que cambiar la condición jurídica y social de la mujer en una sociedad budista, donde es axiomático que el hombre siempre tiene razón y puede repudiar a su esposa con sólo afirmar que ésta "faltó al respeto a sus suegros". El nuevo "Código de Familia", inspirado por ella, fue aprobado con reticencias por la Asamblea: en realidad, no se aplica sino en los hogares de las afiliadas al Movimiento de Solidaridad Femenina, que son más de un millón. La señora Nhu obtuvo para ellas —"mis queridas", las llama— un salario mensual de dos mil piastras, lo cual enfurece a los soldados, que exponen su vida contra los comunistas y no ganan sino la mitad de esa suma. Ella responde: "No saben lo que dicen. Estas mujeres son oficiales, no soldados rasos, y se les paga como a tales".
La tentativa de aplicar la moral puritana a miles de soldados norteamericanos no podía contribuir, desde luego, a la popularidad de la señora Nhu entre los miembros del cuerpo expedicionario. Ellos no son budistas, pero simpatizan con los bonzos, —que ahora reciben asilo en la residencia del señor Cabot Lodge—- en parte porque toda persecución religiosa hiere sus convicciones democráticas y en parte porque Saigón, bajo el reinado de la señora Nhu, se ha vuelto demasiado triste, demasiado peligroso, demasiado explosivo.
Revista Primera Plana
10.09.1963

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