PARA UNA HISTORIA DE ESPIAS
por El Camarada X
Puso en juego su popularidad de "héroe deportivo" para obtener los más ocultos secretos de la Lufwafe.
El "Águila Solitaria" era también agente secreto

"Berlín, julio 22. — El coronel Lindbergh visitará mañana el Ministerio de Aviación, después de lo cual asistirá a un almuerzo en el Club Aéreo, que será presidido por el Sr. Milch, puesto que el general Goering se encuentra aún fuera de la Capital. Por la tarde Lindbergh inspeccionará los cobertizos de la aviación comercial en Tempelhof y luego asistirá a un té servido en su honor por la empresa Luftansa."
Así comenzaba uno de los tantos telegramas que paso a paso seguían la trayectoria de la visita realizada por el famosísimo coronel norteamericano Charles A. Lindbergh a Berlín en 1936.
Aquel muchacho alto y delgado que un día salió de Long Island para descender en París, en Le Bourget, piloteando como único ocupante, si no contamos al gato que le acompañaba, aquel famoso aparato que se llamó "Espirit of Saint Louis" y que, de puro débil, causó extraordinaria sensación en el mundo entero. Su pueblo, el pueblo de Estados Unidos de Norteamérica, bautizó a aquel muchachote delgado y alto con el apodo cariñoso de "Águila Solitaria". Luego lo hizo su ídolo del aire. Su vida de estudiante fracasado se esfumaba ante la magnitud de tan extraordinaria hazaña deportiva. Porque volaba por deporte y por cariño a la aventura de treinta y tres horas y media de vuelo sobre el mar, que pudo ser su tumba, pero que fue, sin duda, su gloria definitiva. Un vuelo que le valió su grado de coronel del aire, y un puñado de condecoraciones. Su pueblo, que aprendió a adorarlo como a un héroe, sufrió con él la pérdida desgraciada de un hijo que le fué raptado en forma misteriosa, y luego asesinado cruelmente. El delgado y alto coronel de los americanos, un poco personaje de novela, otro poco genio quijotesco, pese a la raza, era hijo de un granjero diputado yanqui y de una irlandesa profesora de universidad, había ganado un lugar en el corazón de todos los que conocieron sus hazañas.
Como aquel Ramón Franco del "Plus Ultra" que emocionó a todos los argentinos y enorgulleció a todos los españoles, Lindbergh había conquistado esa cosa tan difícil de ganar que es el corazón del pueblo, pero la popularidad del delgado Charles cayó en desgracia un día. Fué el resultado de su amistad demasiado evidente con los alemanes. Fué su acercamiento hacia las ideas de un enemigo en potencia.
El pueblo que lo idolatraba tenía miedo de odiarlo porque presentía la inmediata posibilidad de contar en sus filas con un coronel germanófilo, o filonazi como dijeron los periódicos de su tierra. Era amigo personal del mariscal Goering dueño del aire alemán, y con él tenía peligrosos contactos. En América sus gestiones en pro de un vuelco hacia la teoría totalitaria que ejercitaba Hitler ponían en peligro su popularidad. Su popularidad era la que mantenía en pie su cabeza en un país que se jacta de su auténtica democracia. Ya en las horas oscuras de la guerra el coronel Lindbergh era un peligro.
Sin embargo, el alto y delgado muchacho de Saint Louis no perdía su mirada serena y celeste en los giros políticos de la Alemania nazi. Su misión era otra. Mientras sus compatriotas le vilipendiaban por su presunta conversión al nazismo, en el nazismo procuraba estudiar los pormenores de aquella aviación que parecía invencible.
Su historia de espía comienza aquel día 22 de julio de 1936 cuando llega a Berlín con el fin de estudiar el nuevo sistema alemán para despejar el hielo de las alas durante el vuelo a gran altura. Sus extraordinarios conocimientos le permiten compartir comentarios técnicos con el mariscal Goering, a quien adula hasta conquistar su amistad. Poco después sobrevoló Europa, en un aterrizaje que hasta hoy se consideró forzoso, pisó la frontera húngaro-yugoslava, de allí se dirigió a Italia, donde en la base de Palermo fué recibido por él general Balbo. Más tarde conquistó Trípoli con sus alas viajeras, de allí siguió rumbo a El Cairo, fué a la India, detúvose en el Beluchistárt Voló a Atenas, a Belgrado y regresó a Munich. Cuatro meses después intervenía en esa ciudad en un Congreso del Aire que le permitió conocer y estudiar los nuevos modelos de aviones alemanes.
Regresó el 5 de diciembre a su patria, donde se tejieron mil conjeturas con respecto a su postura política. Después volvió a Europa. Le esperaba en ella su "amigo" Goering, quien le brindó la posibilidad de intimar con los grandes del aire alemán, y también con los jerarcas fascistas de Italia. En los diarios soviéticos se le llamaba "sirviente del nazismo"; en su patria se le execraba; en todas partes se lo consideraba el máximo traidor de la democracia, y todos sus viejos amigos le "dieron vuelta la cara".
Pero al pasar quince años de todo aquello, Lindbergh, el simpático coronel, el "Águila Solitaria", el alto y delgado muchacho de Saint Louis, habría de reivindicarse ante sus admiradores.
Mientras el hombre aceptaba en silencio las críticas, cumplía con la más importante misión que puede mencionarse en una historia de espías. Era por aquellos años de su testada en los jardines fabulosos de la residencia palaciega del mariscal Goering, un agente secreto al servicio del Departamento de Guerra que los Estados Unidos. Las conversaciones mantenidas con el vanidoso mariscal, mientras los búfalos correteaban entre las aves tropicales de la residencia de Carinhal. Iban desmenuzando secretos de Estado que rápidamente pasaban a Washington.
Juntos, Goering y Lindbergh, discutieron el rearme de Alemania mientras la prensa británica y, en cierto modo, la yanqui, criticaban duramente al "Águila Solitaria" por codearse con los nazis. No obstante Lindbergh aceptaba de manos del mariscal una condecoración que aumentaría la crítica, pero que contribuiría a elevar la confianza nazi en el distinguido visitante. Así se supo quince años después cuando dos periodistas ingleses buscaban en Alemania, ya vencida, material para un libro que habría de llamarse "El mariscal sin gloria", y que contaba la historia del obeso Hermann Goering. La información sobre Lindbergh fué descubierta por los autores Ewan Butler y Gordon Young, quienes dicen en un interesante párrafo:
"Los informes de Lindbergh fueron en extremo detallados y ofrecían un cuadro completo de la modernizada fuerza aérea alemana. Inclusive una descripción del bombardero en picada "Stuka" que tantísimos estragos causó en Polonia y luego en la marcha hacia el Canal de la Mancha en 1940."
De allí en adelante el "traidor filo-nazi" fué reivindicándose ante su pueblo y sus amigos volvieron a tenderle la mano. Luego pidió su retiro del servicio activo. Pasó a su residencia de descanso en Saint Louis, pero su espíritu aventurero no puede mantenerlo inactivo, y en 1949 aparece llegando nuevamente a Munich, donde realiza una inspección en los servicios aéreos de la zona aliada. Su figura se desvanece por épocas, y como ocurrió en los primeros años siguientes a la capitulación de Alemania, ya hace tres años que su nombre no aparece impreso en la información diaria.
El héroe de novela, el gran deportista del aire, el estudiante de ingeniería fracasado, dejará sus hazañas unidas a la más interesante novela del servicio secreto internacional.
Revista PBT
20.03.1953

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