MILLONES DE MUJERES FEMINISTAS EN EGIPTO
Por A. LAULERQUE

Hoda Scharraui
EN Egipto una de las oposiciones que se han manifestado vivamente después de la caída de la monarquía es la de feministas y antifeministas, partidarios de la igualdad de hombres y mujeres y contrarios a ella. Como es sabido, la religión y el derecho mahometanos sitúan a las mujeres en posición de absoluta inferioridad ante el hombre.
El Corán autoriza al varón a disponer de 4 esposas y el número de concubinas que quiera. A un jefe de familia le asiste el derecho de tener en su casa "todas las mujeres que pueda mantener", sean 10 ó 20 o más. Por eso los reyes, príncipes y grandes personajes musulmanes poseen todavía harenes de docenas de señoras.
Las mahometanas carecen de derechos civiles: ni pueden contratar, ni administrar bienes, ni ser tutoras de sus hijos. Y, por supuesto, de derechos políticos: no pueden votar, ni recibir votos, ni ejercer cargos públicos.
Prácticamente también les está prohibida la instrucción superior en el Islam tradicional. Ciencias o letras se consideran inadecuadas para las hembras y propias de hombres, los cuales, según el Corán, "son superiores a las mujeres por las cualidades que les ha dispensado Dios".
Igualmente se conocen las restricciones que limitaban la libertad personal de una mujer musulmana: le estaba prohibido moverse o circular sola fuera de casa, descubrir su rostro, aceptar, ¡ni de lejos!, la amistad de un hombre...
Aunque Egipto sea uno de los países más evolucionados del mundo mahometano, la inferioridad de la mujer y su posición casi de sierva nadie la discutió hasta bien entrado este siglo. En 1910, 1915 y 1920 una mujer, aún de las clases superiores e intelectuales de El Cairo o Alejandría, no salía a la calle, jamás, con el rostro descubierto, vivía sometida a la dictadura del esposo con otra media docena de esposas y concubinas, no osaba entrar en un restaurante o un teatro y apenas sabía —cuando sabía— leer y escribir.
Era aparentemente como una esclava del fondo de Arabia.
Aparentemente, decimos, porque en la realidad ya hacia 1910 y 1920 bastantes
egipcias de las clases pudientes e ilustradas distaban de ser siervas medioevales. Tenían ideas y sentimientos modernos y se los comunicaban a sus esposos y a sus hijos. Si exteriormente acataban las actitudes dispuestas por el Corán de no exhibir el rostro en público, no instruirse, etc., la verdad es que leían, andaban por el mundo y se convertían en mujeres semejantes a las occidentales. Los hogares y costumbres de las ciudades de Egipto se iban volviendo también occidentales. De manera que el velo defensor del rostro resultaba ya fuera de tiempo.
Sólo faltaba que una mujer se resolviera a despojarse de él.
Fué Hoda Scharraui la que se resolvió.
Hoda Scharraui era una dama bellísima de la aristocracia de El Cairo.
Hasta los 18 años había vivido como una joven mahometana cualquiera, recluida en el palacio de su padre, entretenida en menudas labores domésticas de adorno y ajena al mundo e ignorante de todo.
Pero un buen día su padre descubrió que Hoda, con la ayuda de uno de sus; hermanos y un maestro europeo, había estudiado historia, literatura, sociología y ciencias. ¡Sabía cinco idiomas! ¡Sabía álgebra y física!
El viejo bajá la reprendió duramente y estuvo a punto de expulsarla de la casa, como una hija maldita. La familia se indignó. Fué un grave escándalo en la alta sociedad.
Hoda Scharraui se casó, pese a todo, y vivió varios años irreprochablemente. Aparte de su afición a los libros y su inteligencia clara y despierta, los ortodoxos no tenían motivo para reprocharle nada. Era una señora honesta, seria, de conducta ejemplar. Se murmuraba sólo que se obstinaba en seguir leyendo en secreto y que se escribía con damas extranjeras de Berlín y de Londres...
Hacia 1928 llegó a El Cairo, desde Copenhague, una invitación para que Hoda Scharraui y dos de sus amigas asistieran a un congreso femenino.
Fueron y causaron sensación. En lugar de las musulmanas tímidas y torpes que se esperaba, aparecieron tres señoras de sólida cultura, palabra fácil y modales seguros y desenvueltos. Hoda Scharraui sobre todo, que era físicamente una espléndida mujer, con elocuencia y simpatía, impresionó mucho.
A su regreso a Egipto, en el puerto de Alejandría, las aguardaba una gran muchedumbre, curiosa .por lo que de ellas referían los diarios de Europa.
Aparecieron en la cubierta del vapor las tres vestidas como musulmanas tradicionales, el velo tupido cubriéndoles el rostro.
Pero Hoda Scharraui se adelantó, se arrancó su velo y lentamente, solemnemente, lo dejó caer al mar.
Sus dos compañeras la imitaron.
La multitud rompió en gritos y denuestos furiosos, mezclados con algunos aplausos.
Hoda y sus amigas permanecían firmes y altivas con sus rostros descubiertos frente a la masa, dando a entender claramente la trascendencia de su ademán: las mujeres egipcias, representadas por ellas, habían roto su esclavitud.
—¡Malditas! ¡Infieles!
—¡Hijas de Satanás! ¡Alá os castigue!
— ¡Renegáis de nuestra religión! ¡Traidoras!
El vocerío iracundo que algunas aclamaciones feministas no podían dominar parecía condenar definitivamente a las tres insurrectas. Hoda Scharraui fué repudiada por su marido al día siguiente. Las autoridades se pusieron contra ella y sus amigas. La alta sociedad de Alejandría y El Cairo las censuró. Los mahometanos intransigentes se revolvieron contra las infieles y hubo motines en plazas y zocos.
Fué exactamente una tormenta de verano, que se disipó apenas nacida.
A los pocos días del rasgo de Hoda Scharraui, empezaban a verse en las calles de El Cairo y Alejandría señoritas sin velo. A los pocos meses eran millares las egipcias que circulaban con el rostro descubierto y "en el espacio de dos años la desaparición del velo en Egipto fué total".
La clausura tradicional de las mujeres en los harenes quedó de hecho suprimida.
Comenzaron a aparecer muchachas egipcias trabajando en oficinas, hoteles y establecimientos de todas clases, como en Occidente.
La ley abolió la vieja prohibición de estudiar que pesaba sobre las mujeres. Escuelas y liceos se llenaron de jovencitas estudiantes. Luego llegaron a las universidades.
Hacia 1951 puede decirse que la situación de las mujeres de Egipto era del todo igual a la de la mayoría de las mujeres de Occidente. Si en rincones muy apartados aun se observaban las viejas restricciones antifeministas, en casi todo el país estaban perdidas definitivamente. En menos de 10 años Hoda Scharraui había realizado una verdadera revolución social. Ciertos de sus aspectos son asombrosos. Por ejemplo, en Egipto, donde la instrucción general no ha sido muy cuidada hasta ahora y existe —calculan— un 80 por 100 de analfabetos, las jóvenes que concurren a las escuelas secundarias son unos "dos millones". Estudios universitarios siguen actualmente en Egipto cerca de 8.000 mujeres.
No tratamos de reducir el extraordinario mérito de Hoda Scharraui, cuya memoria veneran justamente las egipcias como la de una gran maestra y precursora; mas, indudablemente, su rápida acción triunfal fué posible porque la ayudaron miles o centenares de miles de mujeres y aun de hombres. El Egipto de principios de este siglo ya nada tenía que ver, naturalmente, con la Arabia en que había vivido y legislado Mahoma. La actitud íntima de las mujeres, sus pensamientos y sus sentimientos claro está que no eran los He aquellas que había conocido el Profeta. Y los hombres tampoco las miraban ni las trataban verdaderamente como los antiguos. Se había realizado a lo largo de siglos una mudanza de costumbres que Hoda Scharraui se atrevió a descubrir. Algunos datos sirven para corroborar lo que decimos. En Egipto la poligamia, o sea el derecho del varón a tener las mujeres que pueda, no está suprimida.
A cualquier hombre se le permite casarse más de una vez, sin que la justicia lo persiga. Hay en Egipto unos 12 millones de varones, pero con más de una esposa "apenas 15.000". Las cuatro señoras que el Corán autoriza no las reúnen de los doce millones de egipcios más que 160: "ciento sesenta..." La poligamia, como otros viejos usos e instituciones contrarios a las mujeres, se están hundiendo sola en Egipto. Y en todo el Islam.
Esto no significa que las egipcias hayan adquirido todos sus derechos ni que los ya logrados no se vean en peligro. Quedan en Egipto poderosas fuerzas hostiles a la emancipación de la mujer, como, por ejemplo, esa gran sociedad o cofradía llamada los Hermanos Musulmanes, radicalmente opuesta a la situación que han conseguido las mujeres. Los Hermanos Musulmanes opinan que las mujeres sin velo, estudiando, interviniendo activamente en la vida pública, ofenden a la religión y quisieran hacerlas retroceder a posiciones más modestas.
Algunas de las agitaciones y colisiones que advertimos los tiempos últimos en Egipto están motivadas por el problema feminista. Los tradicionalistas y mahometanos fanáticos conservan mucho influjo y fio cesan de pugnar contra el feminismo. El feminismo, por su parte, gana en importancia día a día: ya se comprende que los dos millones de estudiantes de liceo y escuelas primarias a que antes aludimos son feministas y que las 8.000 universitarias están en condiciones de guiarlas resueltamente.
Existen en Egipto hoy más de cien sociedades y organizaciones feministas de mujeres, entre las que se conoce mucho la llamada Hijas del Nilo, que tiene por directora a Doreia Schafika; la titulada Media Luna, varias nacionalistas, la Ferial, etc.
Se trata de uno de los más amplios movimientos de opinión egipcios y no hay motivo para creer que el gobierno revolucionario sienta hostilidad fundamental contra él. Al contrario, el gobierno parece más bien opuesto a la sociedad antifeminista Hermanos Musulmanes y se ha anunciado su propósito de concluir con la poligamia y el repudio, las dos huellas del pasado que las mujeres de Egipto quisieran borrar.

Revista Vea y Lea
20/5/1954
Feministas en Egipto

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