NO ALINEADOS
La fuerza de los débiles
Libia - Egipto: El reverdecer del nasserismo
Kaddhafi, intimidad de un caudillo
No Alineados

La fuerza de los débiles
Ninguna de las conferencias cumbres de los países no alineados había despertado tanta expectativa como la que se está desarrollando en Argel. El hecho de que a la primera conferencia realizada en Belgrado, en septiembre de 1961, hayan asistido sólo 28 países, en tanto que a Argel concurren más de 90, constituye una demostración decisiva del peso cuantitativo que tienen actualmente los países que consideran posible encontrar una opción frente al bipolarismo ruso-norteamericano. Por otra parte, si se considera que a la conferencia de 1961 sólo Cuba llevó la representación latinoamericana, en tanto que ahora asisten siete países miembros y nueve observadores, se colegirá que América latina, en importante proporción, ha resuelto acercarse a las naciones de África y Asia para cerrar el abismo que separa a los países pobres de las superpotencias.
El camino recorrido entre la primera conferencia y la cuarta, que ahora se realiza, ha permitido también lograr una creciente precisión de los objetivos y metas que buscan los participantes, entre los que se destacan los siguientes: el derecho de los pueblos a la autodeterminación, a la independencia económica y política, a elegir su propio camino de desarrollo; el rechazo de la fuerza en la solución de los conflictos; la condena a las políticas racistas y colonialistas (África del Sur, Rhodesia y Portugal); el apoyo a los movimientos de liberación; la participación plena y efectiva en la adopción de decisiones relativas a la reforma del sistema monetario internacional y defensa del derecho a industrializarse por una vía independiente.
Es evidente que el paso del bipolarismo al pluralismo mundial ha sido facilitado por el hecho de que China ha logrado un creciente poderío nuclear que ha servido de garantía a muchas naciones para buscar la alternativa de unirse entre ellas en lugar de seguir la política de una de las dos grandes potencias.
Cabe señalar que en tanto China ha impulsado la conferencia de Argel, la Unión Soviética planteó sus reticencias. Una carta de Leonid Brezhnev al presidente argelino Boumedienne advierte que, según los rusos, la contradicción fundamental de nuestro tiempo no se da entre países ricos y pobres sino entre Moscú y el sistema capitalista. Otros analistas, en cambio, consideran que el acercamiento y la complementación económica que la URSS y USA buscan entre sí a costa de los países periféricos a fin de proteger sus fuentes de materias primas y evitar el surgimiento de potencias competitivas ha valorado las tesis maoístas, según las cuales la línea divisoria pasa entre la liberación nacional y "los imperialismos".
El profesor francés Maurice Duverger dice en su Introducción a la Política que los países pobres están incapacitados para ganar una guerra a las grandes potencias, pero que, en cambio, pueden provocar agudas guerras económicas entre las metrópolis. El hecho de que USA, siguiendo la estrategia de Henry Kissinger, haya resuelto atender sus propios intereses, al comerciar con China y la URSS sin preocuparle el debilitamiento de los japoneses y del Mercado Común Europeo, confirma que las naciones del denominado "tercer mundo" están a punto de provocar profundos cambios en la situación internacional, la que, en cierta medida, se hallaba inmovilizada desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Fue justamente en Yalta y Potsdam donde se produjo una división de áreas de influencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
La conferencia de Argel ha sido inaugurada con el homenaje de los 60 países miembros a la memoria de Amílcar Cabral, el jefe de la guerrilla de Guinea-Bisao, ultimado por agentes portugueses a principios de este año. El evento también recordó la visión de quienes concibieron el bloque de países no alineados: Nasser, Nehru y Tito. De esas tres figuras sólo el último arribó a Argel, en razón de ser el único sobreviviente. Tito explicó que el no-alineamiento en ninguno de los grandes bloques resultó para su país, Yugoslavia, una necesidad de supervivencia frente a los ataques que sufrió "por parte del imperialismo y del stalinismo".
De todas maneras el presidente argelino hizo constar que no se podía poner en pie de igualdad a la URSS con Estados Unidos. Para Boumedienne USA es la expresión del imperialismo en tanto que la URSS, a pesar de sus vaivenes —anotó— es un aliado de la liberación de los pueblos oprimidos.
La participación de la Argentina, Cuba, Chile, Perú, Trinidad y Tobago, Guyana y Jamaica como miembros plenos, y de nueve países observadores, ha fortalecido la presencia latinoamericana. Paralelamente, se está realizando en Caracas, Venezuela, la conferencia de los comandantes de las fuerzas armadas del continente, con la clara finalidad de rede-finir los conceptos de seguridad continental, los que pueden trasformarse en planteos relativos al desarrollo económico independiente de la América latina. De ahí que pueda afirmarse que Latinoamérica, Asia y África están impulsando profundas trasformaciones a raíz de que los países pobres, marginados y dependientes han resuelto dejar la condición de tales para incorporarse —según se dijo en Argel— a los beneficios de la cultura y de la técnica de nuestro tiempo.

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LIBIA-EGIPTO
El reverdecer del nasserismo
Con la designación de representantes a la Asamblea Nacional Constituyente, 50 por parte de Libia y 50 por parte de Egipto, ambas naciones dieron un paso fundamental para conformar un poderoso estado árabe en la conflictiva zona del Oriente Medio colocando las bases para conformar una federación de países musulmanes con la que soñó Gamal Abdel Nasser en la década de los años cincuenta.
Si bien el proceso unitario no ha marchado con la celeridad deseada por el presidente de Libia, Muammar Kaddhafi, tampoco es posible afirmar que el ambicioso proyecto hubiera quedado para las calendas griegas, según las intenciones atribuidas al líder egipcio Anwar el Sadat.
Lo evidente es que, a partir del lunes pasado, además de ser inminente el funcionamiento de la Asamblea Nacional libia-egipcia, ha entrado en vigencia la creación de una zona franca en la frontera de ambos países, se ha producido el intercambio de ministros residentes y ha sido creada una nueva moneda, el 'diner' árabe.
Como contrapartida, fue postergado el referéndum programado para el primero de septiembre pasado, el que tendrá lugar, muy posiblemente, en el curso de este año. Ese acto plebiscitario deberá aprobar una nueva Constitución común a ambos países y designará al jefe del nuevo Estado. En anterior oportunidad, Kaddhafi expresó su conformidad pana que Sadat asumiese la presidencia del nuevo Estado, pero a condición de que se le reconozca la dirección del Partido Socialista de la Revolución Árabe, fundado por Nasser.
Las últimas semanas los hechos políticos sucedieron con velocidad vertiginosa. Cuando los observadores consideraban que el proyecto unitario había sufrido una postergación indefinida, Kaddhafi, sin anuncio previo, se presentó en El Cairo e hizo aprobar las bases para unificar a Libia y Egipto. Pocos días antes, Sadat se había ausentado a Arabia Saudita, Qatar y Siria en busca de nuevos aliados, menos exigentes que Kaddhafi. Pero si bien el presidente egipcio logró importantes acuerdos económicos, no pudo detener el fanático empuje de Kaddhafi, quien está dispuesto a conseguir la unidad de su país con Egipto a cualquier precio.
En medio de este ajedrez, el secretario general de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim, se hizo también presente en El Cairo, con la finalidad de disminuir la belicosidad de los árabes en su conflicto con Israel. Kaddhafi, por su parte, se apresuró en viajar a la capital egipcia con la clara finalidad de neutralizar la labor de Waldheim.
El líder libio, en el momento actual, podría ser considerado como el conductor de una nueva estrategia para recuperar los territorios árabes ocupados por Israel desde la Guerra de los Seis Días. El caudillo entiende que la mejor manera de enfrentar al Estado judío reside en presionar sobre Estados Unidos, considerado el principal sostén de Israel. Tal presión —según Kaddhafi— debe ser llevada a través de una agresiva política nacionalista en materia petrolera, aprovechando la actual escasez de hidrocarburos en el mercado mundial.
Como culminación de esta política, Kaddhafi celebró el cuarto aniversario de la revolución que lo llevó al poder, nacionalizando el 51 por ciento de las empresas petroleras que operan en su país.
La táctica empleada por Kaddhafi ha consistido en presionar sobre una sola compañía, generalmente la más débil económicamente, hasta obligarla a conceder beneficios por encima del resto de los demás consorcios. Casi inmediatamente después, el jefe del Estado libio utilizaba la victoria obtenida, como antecedente para obligar a las demás compañías a tributar al erario nacional similares beneficios. Lo importante del caso reside en que el desequilibrio generado por Kaddhafi tuvo un efecto multiplicado, despertando el apetito de casi todos los demás países productores. De esta manera, Venezuela acaba de subir el precio del barril de petróleo, en tanto la Organización de Países Productores de Petróleo (ODEP) convocaba a una reunión de emergencia para seguir el ejemplo libio-venezolano.
Resulta lícito suponer que Kaddhafi, con la fusión de Libia y Egipto podrá llevar adelante su política nacionalista con mejores bases de sustentación. Entre tanto, en Estados Unidos, algunos sectores de opinión y algunas empresas petroleras como la Standard Oil han planteado la urgencia de que USA cambie de aliado en el Medio Oriente; en cambio, otros sectores han adelantado la posibilidad, por ahora todavía lejana, de que USA se vea obligada a invadir militarmente a los países árabes para garantizar el aprovisionamiento de petróleo, indispensable para el funcionamiento de su portentosa industria. En atención a estos antecedentes pocos dudan que el enérgico y audaz Kaddhafi dará aún mucho que hablar sobre el viscoso tema del petróleo.

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Kaddhafi, intimidad de un caudillo
En la primera semana de julio último Mohammed Hassanein Heykal viajó a París con motivo de la reedición francesa de su libro Los Documentos de El Cairo. Heykal fue amigo y consejero del extinto presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. A los 49 años de edad, el director y jefe de redacción del influyente diario cairota Al Ahram, mantiene con el sucesor de Nasser, Anwar Sadat, vínculos similares a los que lo ligaron al desaparecido líder egipcio y también es amigo y asesor del presidente libio, Muammar Kaddhafi. Hombre eminentemente político, considerado uno de los cerebros nasseristas, Heykal fue entrevistado por el semanario francés L'Express. El diálogo, cuyos tramos esenciales reproduce Panorama, se centró en la figura del presidente de Libia y en el proyecto de hacer de este país y Egipto un solo Estado.
—Sus dos amigos, los presidentes Sadat y Kaddhafi hablan de la unión libio-egipcia. Sin embargo, no parecen entenderse.
—Hablemos primero de Kaddhafi, que es muy poco conocido por los occidentales. Lo conozco bien, incluso puedo decir que es un amigo. La primera vez que lo vi fue inmediatamente después de la revolución. En El Cairo la sorpresa era total, no conocíamos a ninguno de los artífices de ese movimiento. El presidente Nasser les pidió que dijeran con qué personalidad egipcia querían entrevistarse. Me eligieron a mí. Partí, en la total ignorancia acerca de la gente que iba a ver. Una hora después de mi arribo, uno de los miembros del Consejo de la Revolución llegó al consulado de Egipto y me presentó a un hombre: "El es nuestro jefe", dijo. Era Kaddhafi. Discutimos desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana. Me pidió que le trasmitiera a Nasser el siguiente mensaje: "Aquí está Libia, la aportamos al mundo árabe, díganos qué debemos hacer". Me habían impresionado su sinceridad, su pureza, su inocencia, diría. Cuando nos separamos me abrazó llorando. Al volver le dije a Nasser que se trataba de "la segunda generación de revolucionarios árabes, son sus discípulos, son asombrosamente puros, pero, ¿cómo podrán gobernar?"
—¿Le parece que tiene la ambición de suceder a Nasser en el papel de líder del mundo árabe?
—Ustedes entienden mal a Kaddhafi. Yo no quiero hacer pronósticos sobre el futuro. El puede desempeñar un papel muy importante, pero dudo que pueda, en el actual estado de cosas, ser un segundo Nasser. Además, no estoy convencido que tenga esa ambición. Es un idealista, un idealista irreductible, enteramente dedicado a la causa árabe. Hace quince días me dijo: "Si la unión no se hace no hay razón para que siga al frente de Libia; si debo ser un gobernante como tantos otros, entonces prefiero volver a vivir en mi tienda, en el desierto".
—Cuando el presidente Kaddhafi propuso renunciar, ¿era sincero o se trataba de una maniobra política?
—Era perfectamente sincero. No es un político, sigue siendo un idealista, no acepta fácilmente las contingencias políticas. En su impaciencia por ver cambiar las cosas se asombra, se siente frustrado por el aparato del poder. Es un hombre auténtico, nacido en una tribu. Cuando participó en la primera reunión de jefes árabes, en Rabat, recuerdo que estaba con él, en un salón del hotel, en momentos en que pasaba el general Oufkir (ex hombre fuerte de Marruecos, quien se "suicidó" después del último y fallido intento de liquidar al rey Hassan). "¿Quién es ese oficial medio disfrazado", me preguntó. Oufkir, el hombre que mató a Ben Barka, le contesté. "¡No es posible! ¿Cómo puede estar en libertad? ¿Y aquél?" —Es Dlimi, el brazo derecho de Oufkir, quien participó en el secuestro de Ben Barka. "Pero ¿dónde estamos, qué hacemos entre gente culpable de haber matado gente?"
Estaba indignado, escandalizado. Cuando recomenzó la sesión y vio a un oficial besar la mano del rey Hassan, explotó: "¿Qué hacemos acá, hablando de libertad y liberación, cuando todavía se practica el besamanos". Sin embargo, seguía diciendo "hermano Hassan" y "hermano Feisal" para nombrar a los reyes de Marruecos y de Arabia Saudita.
—En cuanto al proyecto de unificación, ¿es posible llegar a un consenso? Porque la sociedad, el pueblo egipcio, evoluciona en un sentido bien diferenciado respecto de la Libia actual; por otra parte, las disensiones ideológicas parecen irreductibles.
—Para hablar francamente, no creo que Libia sea muy diferente de Egipto. No se debe limitar la visión de Egipto al hotel Hilton de El Cairo. Todavía tenemos tribus en el desierto, los campesinos, los obreros de ambos países son muy parecidos, aunque algunas zonas de Egipto están muy avanzadas en relación a Libia. Nosotros somos 37 millones de personas, 6 de las cuales viven en El Cairo. Los libios son un millón y medio, que habitan un territorio dos veces más grande que el nuestro. Toda la población libia cabría en un barrio cairota. Por otra parte, 250 mil egipcios trabajan en Libia. No tenemos nada que perder. ¿Por qué el egipcio medio debiera oponerse a la unión? Las dudas vienen de aquellos que tienen miedo a los cambios, o de algunos funcionarios, como los diplomáticos, que temen ser trasferidos, pero la unión se hará. Habrá un plebiscito en los dos países antes de fin de año. Una comisión mixta de juristas ya elaboró el proyecto de Constitución a plebiscitar.
—¿Quién será el presidente del nuevo Estado?
—Será egipcio. El asunto ya está decidido y Kaddhafi ha declarado que su candidato es Sadat.
—¿La unión no podría crear dificultades en materia de política exterior, en particular respecto del problema israelí? El coronel Kaddhafi parece ser más expeditivo que el presidente Sadat...
—No existe una solución política y otra diplomática. Sólo existe la solución política que puede incluir el uso de la fuerza militar para lograr ciertos objetivos limitados.
—¿Y las relaciones con la Unión Soviética? ¿Las posiciones antisoviéticas de Kaddhafi no pesarán negativamente en los vínculos soviético-egipcios?
—No creo que el presidente Kaddhafi objete nuestra amistad con la Unión Soviética. Comprende perfectamente su importancia. Él rechaza el comunismo —me lo dijo la primera vez que lo vi— por razones puramente religiosas. No puede concebir que un pueblo ignore a Dios. Acepta todas las religiones pero no puede aceptar el ateísmo.
—Usted era amigo de Nasser, y lo era en términos políticos. ¿Sigue desempeñando ese papel en relación al actual presidente?
—En el mundo en vías de desarrollo un periodista no puede limitarse a difundir informaciones. No puede quedar al margen de la acción política cuando su país afronta problemas fundamentales: ser independiente o no, ser socialista o no. Soy amigo de Sadat como lo fui de Nasser. Con ambos he tenido desacuerdos, esencialmente sobre dos problemas, la democracia —yo me he jugado siempre por una sociedad libre, abierta— y el ejercicio del poder militar. En estos aspectos todavía hay mucho por hacer, pero, en relación a los primeros meses que siguieron a la muerte de Nasser, creo que podemos decir que lo peor ha pasado.
Revista Panorama
6/9/73

 

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