Los que llegaron al aeropuerto de El Cairo
estaban visiblemente cansados, y la presencia exuberante del
presidente egipcio los alentó. Gamal Abdel Nasser los recibió
radiante, la eterna sonrisa debajo del bigote y sus ademanes
seductores. Ellos lo agradecieron íntimamente, en medio del
estrépito de las marchas y los cañonazos. Casi todos habían debido
anular miles de kilómetros, y les esperaba la dura tarea de
conciliar los puntos de vista de la más heterogénea reunión
internacional de los últimos tiempos. La semana pasada, 58 países
estuvieron representados en la Segunda Conferencia de Naciones No
Alineadas. Nadie podría afirmar con certeza qué es lo que las unía.
En ella, los hombres más negros del Africa se mezclaron con los
pálidos finlandeses; hubo dictadores sangrientos como el ghaneano
Kwame Nkrumah; comunistas como Osvaldo Dorticós, de Cuba;
emperadores como el etíope Haile Selassie; demócratas moderados al
estilo de Lal Bahadur Shastri, de la India; observadores que nunca
habían asistido a un cónclave de este tipo, como el argentino. En
teoría, y excluyendo a los diez observadores, las 48 naciones que
participaron activamente en las sesiones se definen a sí mismas como
"no alineadas", es decir, neutrales frente a Washington y Moscú,
aunque muchos se preguntan cómo puede entenderse esa posición en el
caso de Cuba. O en el de Jordania, que responde directamente a la
influencia norteamericana. Sin embargo, algo tenían en común que las
aislaba de las grandes potencias: casi todas son productoras de
materias primas, casi todas han nacido a la vida independiente en
los últimos años, casi todas están, al menos anímicamente, en contra
del colonialismo y del imperialismo. Este trasfondo fue el que
las congregó y el que consiguió repetir el despliegue político
internacional de 1961. Entonces las cosas no eran muy distintas,
aunque de la comparación surgen evidencias que todos los hombres que
operan en un nivel internacional tendrán en cuenta de ahora en
adelante. "Desde que nos reunimos en Belgrado, en 1961 —sintetizó
Nasser—, ha disminuido la amenaza de una guerra y se han conquistado
grandes victorias sobre el imperialismo." No es, empero, la lucha
anticolonial lo que anima hoy principalmente a los neutrales. Cuando
Nehru, Tito y Nasser patrocinaron y dirigieron la conferencia de
Belgrado, hace tres años, se hallaron frente a la realidad
aplastante de una explosión atómica sin precedentes (la bomba rusa
de 50 megatones), y todas las energías pudieron canalizarse,
entonces, hacia un objetivo: de Belgrado salieron emisarios hacia
Washington y Moscú para exigir el cese de las experiencias
nucleares. Ahora, Nehru ha desaparecido, y con él la figura
paternal que encarnaba mejor que ninguna la postura neutralista. En
El Cairo, la semana pasada, en medio de la confusión general, los
políticos más hábiles maniobraron para descifrar cuál podría ser el
objetivo de esta conferencia y quién tendría más posibilidades de
heredar al líder hindú. • El objetivo, obviamente, no podía ser
sino político, y debía ceñirse estrechamente a la dialéctica vaga
del repudio al imperialismo y la adhesión incondicional a la paz
universal. Así se admitió tácitamente, y los discursos y
proposiciones no pasaron, en general, de fuertes diatribas o
emocionadas exhortaciones. Sukarno, de Indonesia, que suele asombrar
a todos sus auditorios por sus condiciones de orador, dijo que había
que "unirse para desarrollar el potencial militar y protegerse de
imperialistas y colonialistas". Tito, más viejo y menos activo
últimamente (tiene ya 72 años), se unió a Burguiba en un llamado
casi plañidero para que a los países pobres se les haga justicia en
el plano económico. "Tememos que si esta situación continúa —dijo el
tunecino— el pueblo débil y hambriento no tendrá otro recurso que la
revolución." • El tema del liderazgo del bloque neutralista era
mucho más espinoso y no se trató abiertamente. Después de todo,
Jawaharlal Nehru tuvo preeminencia por su estatura moral, y nadie
puede hablar de sucesión entre gente tan susceptible. Para los
observadores, sin embargo, hay una lucha entablada por esa
jerarquía. Sus contendores: Tito, Naser, Sukarno, principalmente.
Pero el primero hace tiempo que ha entrado en una etapa de
retracción, y parece una figura a la cual la historia empuja
inexorablemente hacia el pasado; Sukarno es demasiado agresivo,
demasiado ambicioso, y vive rodeado de conflictos de todo tipo;
Nasser podría ser. En los últimos tiempos, ha mostrado moderación,
conciliado criterios contradictorios, y se empeña en aparecer como
un verdadero apóstol de la no adhesión a los bloques en pugna.
Por detrás de estas escaramuzas y de las consiguientes
especulaciones, los observadores sólo hallaron dos noticias
palpables en El Cairo hasta fines de la semana pasada. • Una de
ellas fue casi una historia policial, con ribetes de comicidad:
Moisés Chombé, presidente del consejo de ministros del Congo,
anunció su decisión de asistir a la conferencia a pesar de la
oposición general, y varios jefes de estado cablegrafiaron al
presidente congoleño Kasavubu para que lo impidiera. Chombé partió
de todos modos. Su caso era desesperado, empero. El mundo no olvida
—y mucho menos el mundo del nacionalismo afroasiático-— que fue
Chombé el instrumento de la Union Miniére en Katanga, que estructuró
la secesión y la guerra civil en su país, que asesinó —o mandó
asesinar— al ahora legendario Patricio Lumumba. Poco antes de llegar
a El Cairo, desde el aeropuerto le avisaron que las pistas no
estaban en condiciones, y debió seguir hasta Atenas. Desde allí
volvió a intentarlo con más éxito: esta vez aterrizó, pero sólo para
quedar prisionero de Nasser, en un palacio fuertemente custodiado.
• China no asistió esta vez a la reunión. No fue invitada; por
tanto, se le negaba la categoría de neutral y de oprimida, y era
empujada hacia el campo de las grandes potencias. Pero su fantasma
estuvo presente, como la sombra de un hongo radiactivo. El anuncio
de Dean Rusk sobre la próxima explosión atómica china consiguió que
los dardos disparados en 1961 contra USA y la URSS se dirigiesen
esta vez contra Pekín. Si la conferencia necesitaba un buen
objetivo, Dean Rusk se lo facilitó. El primer ministro hindú, que
abandonó su patria por primera vez en su vida para concurrir a esta
reunión, halló el mejor panorama que podía desear cuando buscó
respaldo para su diferendo fronterizo con China. Si a Nehru le bastó
con sus arrogantes actitudes morales, a Lal Bahadur Shastri le
alcanza con esta reconfortante solidaridad. En cuanto a las demás
potencias, las manifestaciones de sus dirigentes máximos demuestran
hasta qué punto algo aparentemente tan endeble como una reunión de
países subdesarrollados puede conmoverlos. Lyndon Johnson, en su
mensaje, afirmó que compartía sus objetivos y que su país estaba
"contra nuevas formas de imperialismo"; Nikita Kruschev exhortó a
"detener a los locos que quieren llevar' al mundo a una catástrofe
nuclear". A los chinos, que parecen ser el centro de la animosidad
general, esto quizá comience a enseñarles cuál es el precio que
deben pagar por ser poderosos.
Siria Otra crisis
entre los dátiles Cuando se realizó la primera
conferencia cumbre de jefes de Estado árabes en El Cairo, en el mes
de enero, pareció que se había producido un milagro. El presidente
egipcio Gamal Abdel Nasser habla conseguido, invocando la unidad
árabe frente al plan judío de desviar las aguas del río Jordán,
reunir a trece líderes que por razones políticas, ideológicas y de
intereses nunca podrían haber estado juntos. Allí se encontraron
socialistas extremos como el argelino Ben Bella, y señores feudales
como el rey de Arabia Saudita. Lo más asombroso fue que Nasser
consiguió mantenerlos unidos hasta que produjeron un comunicado
final. Sin embargo,
esto no podía ser sino un cuento de hadas a los que tan afecto es el
carácter arábigo. No hace un mes aún, el "espíritu de El Cairo"
estaba en franca decadencia cuando los jefes de todos aquellos
Estados volvieron a reunirse, esta vez en Alejandría. Israel seguía
presente y, para colmo, succionando ya las preciadas aguas del
histórico Jordán; pero entre sus enemigos algo los inquietaba más:
la lucha civil en el Yemen, donde los árabes pelean entre sí. En
el Yemen, la mitad de los gobiernos reunidos en Alejandría tienen
tropas, y ni la atmósfera lujuriosa del palacio Montaza, levantado
en medio de cientos de hectáreas de jardines con palmeras en la
costa mediterránea, impidió que, nuevamente, el mundo árabe volviera
a esa curiosa normalidad que consiste en vivir dividido e
intrigando. La división tuvo sus frutos. Y las intrigas, también.
La semana pasada, en Siria se decidió la quinta reorganización del
gobierno desde que el partido Baathista asumió el poder el 8 de
marzo de 1963, y volvió así a ponerse de relieve la falta de unidad
de unos países árabes con otros, y la división interna en casi
todos. En Siria, Salah Bitar "renunció" como primer ministro.
Esta es la quinta vez que lo hace. La razón: era demasiado moderado
frente al hombre fuerte de Irak y al demagogo de El Cairo. En su
lugar quedó el mayor general Amim El Hafez, verdadero hombre fuerte,
que ahora tiene todas las riendas del poder en sus manos. Es
curioso que la salida de Bitar represente el fracaso de su gobierno
por mejorar las relaciones con la República Árabe Unida y con el
Irak: Bitar fue el hombre que, tres años atrás, firmó el documento
que destruyó la unidad geopolítica RAU-Siria. Hafez, por su parte,
detesta a Irak y a Nasser. Luego de reorganizar el gobierno, partió
hacia El Cairo para tomar parte en la conferencia de naciones
"neutralistas". Se afirma que había pedido una entrevista personal
con Nasser. PRIMERA PLANA 13 de octubre de 1964
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El objetivo, obviamente, no podía ser sino
político, y debía ceñirse estrechamente a la dialéctica
vaga del repudio al imperialismo y la adhesión
incondicional a la paz universal. Así se admitió
tácitamente, y los discursos y proposiciones no pasaron,
en general, de fuertes diatribas o emocionadas
exhortaciones.
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