Pier Paolo Pasolini: Narrar con pureza
Pier Paolo Pasolini es otro de los personajes entrevistados por Jerónimo Podestá durante su reciente gira europea.
Este es el texto de su conversación:

Pier Paolo Pasolini
El miércoles a mediodía, Pasolini nos recibirá en un alto de sus tareas: está atado a la moviola y —lamentablemente— apenas podremos charlar un rato antes del almuerzo. Los intentos para adelantar el encuentro resultaron infructuosos: como buen italiano, ha huido de Roma el fin de semana y el martes voló a Nápoles para presentar su descargo en un juicio promovido por un cura contra Los cuentos de Canterbury, su último film en pantalla. Tres años atrás nos vimos en Cinecittá, pero esta vez el lugar de reunión es un moderno edificio en el EUR, la Roma moderna, una zona de hermosos jardines.
Vestido con jeans y campera, nos atiende con la misma sencillez de su atuendo. El trato —campechano— es el que usa con sus colaboradores y, sin duda, razón fundamental de la fidelidad que éstos le demuestran.
La evolución que he observado en su filmografía es el punto de partida de nuestro diálogo. Contra mi opinión, no admite tres sino dos etapas: la juventud y la "vecchiaia". Insisto en que sus conceptos, su actitud espiritual han experimentado cambios visibles. Curiosamente, entiende mi afirmación en un sentido muy radical.
—No, no diría así. Un cambio total, no. Por más que se pretenda, se es exclusivamente uno mismo. Cada uno de nosotros es él mismo siempre y el cambio total jamás sucede, a menos que medie una conversión inspirada desde lo alto o desde las entrañas del propio ser. Permaneciendo yo mismo, sólo cabe una búsqueda, estilística y de contenido. Por cierto que no siendo como Fellini un autor de puro talento, fundamento de toda su filmografía, aquella búsqueda, más el trabajo, son mis únicas armas. Soy un hombre hondamente preocupado por lo cultural y como todas las manifestaciones de ese carácter están estrechamente ligadas al desarrollo de la historia, tiendo a renovar la problemática de mis films. Eso sí, permaneciendo fiel a mí mismo, estilísticamente. En un tiempo en que el tema político-ideológico era casi obligatorio, un intelectual se sentía casi necesitado de asumir un compromiso. Sin embargo, yo que no he estado directamente comprometido, como suele decirse, he tenido una especie de reacción contraria: es que me daba mucha rabia esta imposición de un mensaje político al autor. Así, hice películas despojadas —aparentemente— de todo mensaje político. Esta fue mi respuesta: me empujaron a darla. Contemporáneamente he envejecido. La edad me ha vuelto de muy buen humor. Es falso que la vejez sea fea, triste y teñida des angustia. A medida que los plazos se acortan, la vida se me vuelve más y más alegre.
—El chiquero es un film bastante trágico y, no obstante, data de pocos años atrás.
—Aquí vuelvo a mi respuesta inicial. La "vechiaia" se da a partir del Decamerón. El chiquero es todavía una obra juvenil. Al rodarla me parecía tener veinte años. Por lo tanto, la clave para interpretar mi etapa actual es una cierta alegría, un cierto goce de la vida. Por lo menos eso se vislumbra en el Decamerón y en Las mil y una noches, mi última película, Lamentablemente, en Los cuentos de Canterbury esta jocosidad quedó algo bloqueada a causa de un asunto mío personal. Quizá eso explique que esté menos lograda en relación con otras obras anteriores. Pretendí un producto alegre cuando yo, en cambio, estaba angustiado en el fondo.
—¿Los juicios y prohibiciones de sus obras tienen algo que ver con esto?
—No. Los cuentos de Canterbury son menos felices —aunque no menos inspirados— que el Decamerón por los motivos antes apuntados. Ahora lo veo como una suerte de test psicológico, y algo de esto se siente al verlo. Otro error mío, o mejor dicho, el otro motivo que perjudica al film, es el estilo de Chaucer, un tanto convencional y donde la cháchara abunda. Bocaccio lo supera largamente por sus grandes hallazgos narrativos. Aligerados de las digresiones bíblicas o clásicas, de las consideraciones morales, los 'excursus' y la charla —algo inevitable en una adaptación cinematográfica—, las historias de Chaucer resultan mucho menos divertidas y originales que las de Bocaccio. Cuando, en mi etapa actual, decae el interés ideológico-político directo ¿qué es lo que queda en mis films? Yo diría que solamente la realidad, sobre todo la realidad física. Mi meta es narrar con pureza y trasferir a la pantalla esa realidad.
—Aunque es una película anterior, ¿este concepto despunta ya en Teorema?
—Si me guiara por su opinión inicial de que en mi filmografía caben tres etapas, le diría que mi primera fase termina con Pajarracos y pajaritos e incluye El Evangelio según San Mateo; la segunda comprende las películas —Mamémoslas así— "mitológicas": Teorema, El chiquero, Medea; y la tercera, Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches.
—En Teorema se advertía una cierta preocupación religiosa. En la Argentina fue prohibida, con gran conmoción, durante el régimen de Onganía. Cuando luego la autorizaron, yo la vi con enorme interés porque creí observar algo que no sé si coincide con lo que usted denominó hace un momento, pureza. Pero en esas relaciones de amor y sexo la censura vio algo blasfemo.
—Eso ocurrió porque no comprendieron. Creyeron que ese Dios era el Dios de la religión, el Dios de una religión confesional. Y no era así. Se trataba del Dios de todas las religiones. El Dios primitivo, el Dios Toro, el Dios Sol, el Dios Creador, Urano. Por lo tanto, estaba fuera de la confesionalidad; y muchos creyeron estúpidamente, con su poca inteligencia, que se quería interpretar torcidamente al Dios de una confesión determinada. En síntesis: no hay nada de blasfemo.
—Le reitero que yo vi Teorema con mucho interés, aun desde el punto de vista de la fe y de los valores humanos. Aunque debo confesarle que para mí los valores humanos no deben separarse de los divinos. Pero volvamos a la serie narrativa que comienza con el Decamerón. Queda pues en claro que lo que usted busca allí es la realidad humana en toda su pureza y, por lo tanto, no intenta una narrativa histórica. ¿Cómo se enfocan estos cuentos? ¿Debemos referirlos a su tiempo histórico o trasferirlos al hoy?
—No, esta vez no. Mis anteriores películas se referían a problemas modernos. Las últimas se refieren al pasado, un tiempo tratado libremente, sin atarme a datos históricos, filológicos o arqueológicos precisos. Quisiera, además, expresarle algo muy concreto: la política, que ha sido expulsada por la puerta, se cuela por la ventana. O sea que en estas películas referidas al pasado hay también temas verdaderamente políticos aunque pertenezcan a un mundo ya desaparecido, a un tiempo preindustrial. A través de estos films se nos plantea la polémica con el mundo de la técnica y la añoranza de los sentimientos humanos como eran antes de la revolución industrial. Todo esto está en Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches, y es su tema central. Además, en cierto sentido es también política la interpretación del tema sexual. Representar el sexo como se representa cualquier otra cosa es liberador de un hábito de la sociedad y, por lo tanto, un acto político.
—¿Qué puede decirnos de Las mil y una noches?
—Es, con Decamerón y Los cuentos de Canterbury, parte de una trilogía que responde a un momento de mi vida. Pienso que nunca se proyectarán en América latina. Teorema pudo entrar, pero éstas no.
—Ahora, en la Argentina, ha cambiado la situación.
—Ni aun así creo que lleguen a exhibirse. Quizá las permitan en Brasil, pero no en el mundo de la cultura española.
—¿Y qué hay de sus proyectos?
—Tengo "in mente" otro grupo de films de los cuales me es difícil hablar. Serán un poco metafóricos, al estilo de Pajarracos y pajaritos, pero mentó no haber podido despedirme en una escala más vasta, más amplia, más grandiosa.
Los minutos de Pasolini están contados y la entrevista llega a su fin. Quedan en el tintero algunas preguntas sobre el Pasolini escritor que tal vez hubieran contribuido a develar un poco más esta personalidad tan atrayente cuanto enigmática, por sus contradicciones espirituales y sus contrastes anímicos. Por suerte, sus predicciones han comenzado a fallar: De-camerón ya se ha estrenado en Buenos Aires y amenaza convertirse en uno de líos éxitos de la temporada.
Revista Panorama
4/10/1973

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