En el hall del Hotel Claridge hay un hombre
pequeño, vestido informal aunque impecablemente de sport, con aire
de distraída concentración. Su tez es oscura, tiene ojos negros que
expresan algo así como un estado de intensa paz, de verdadera
reconciliación consigo mismo y con el mundo. No hay una sola nota
discordante en su actitud y gestos. No está nervioso, ni impaciente,
ni apremiado. "Todo está bien como está", parece decir en silencio.
Pero no todo está bien. No, por lo menos para Mestichelli y para mí,
que debemos enfrentarnos con él, Ravi Shankar, uno de los
responsables —quizás el mayor— de la popularidad de la música hindú
en el mundo, profesor —sí, profesor— de George Harrison, el beatle.
Ravi Shankar, que con su citara y esa expresión de distraída
concentración que no le abandona jamás se tas arregla para tejer
como nadie una espesa y transparente, cristalina y maciza flor de
metálicos pétalos sonoros. Su música —cualquier música oriental—
suena como de otro planeta y cuesta discernir exactamente de dónde
le viene esa plácida y total belleza, esa ancha luz que no parece de
este sol, esa lenta cascada que no parece de agua. Poco a poco, como
a la cebolla a la que se le van quitando los gajos hasta arribar a
su centro resplandeciente, la música de Shankar se deja conquistar
trabajosamente, gajo a gajo. Y cuando se llega al centro resplandece
el misterio, la mágica conciliación de los opuestos, la vida. Por
eso no las tengo todas conmigo cuando me acerco a Shankar y me
presento. Sé que estoy ante uno de los personajes decisivos de la
música joven contemporánea. Un músico EN SERIO. Y no logro tenerlas
todas conmigo. Sé, además, que en cuestión de minutos debe irse a
Tucumán para ofrecer un recital. Que no tiene mucho tiempo y que los
periodistas y los artistas de verdad no siempre se llevan bien. Que
a los músicos no les gusta demasiado hablar de música "porque la
música habla por si sola y no hay palabras que puedan agregar algo a
lo que la música dice". Etcétera, etcétera. Sin embargo, aquí estoy,
ya sentado, con los oídos alertas y míster Ravi Shankar mesa de por
medio con una semisonrisa en los labios y la tranquilidad asentada
para siempre en sus ojos oscuros. Sin embargo, a pesar de que el
idioma inglés parece haberse olvidado de que me pertenecía, logro
balbucear una primera y nada original pregunta. —¿Su primera
visita a Sudamérica, Mr. Shankar? —Sí, desafortunadamente sí...
—¿Desafortunadamente? —Claro. Me hubiera gustado venir antes.
Hace años que tengo ganas de conocer Sudamérica. De cualquier modo,
nunca es tarde. Estoy verdaderamente contento de estar en la
Argentina. Se parece mucho a Europa, ¿no? —Buenos Aires, sí. El
resto del país, no mucho. ¿Usted va a Tucumán ahora? —Sí. Me han
dicho que es un lugar muy hermoso. —Es cierto. Había un inglés
de perfecta sintaxis, pronunciado a la Peter Sellers; elige con
cuidado sus palabras y presta mucha atención a lo que se le
pregunta. Todo indica que la cosa marcha. —¿Le cuesta, o mejor
dicho, le costó mucho adaptarse a las exigencias del mundo
occidental? —No crea que hay tantas diferencias entre los
occidentales y los orientales. Por otra parte, orientales son
también los japoneses, los chinos, los paquistaníes. Es decir, no
sólo los hindúes somos orientales, y entre un hindú y un japonés hay
enormes diferencias. —Pero, ¿hay o no hay diferencias de estilo
de vida entre un hindú y un europeo? —Si, las hay. Hasta el
último campesino de la India vive de acuerdo con una filosofía,
tiene una cultura arraigada, vive religiosamente. Occidente, en
cambio, tiene otra concepción vital. Siempre se nos consideró un
pueblo atrasado, inculto. Nada más lejos de la realidad. Nos falta,
eso sí, confort, progreso material, hasta pan. Pero no somos un
pueblo inculto. Todo lo contrario. Lo que pasa es que nosotros
intentamos desarrollar otras capacidades del hombre. Nuestro mundo
es más interior que exterior. Vivimos para adentro. De cualquier
modo, ese prejuicio que tenía el europeo respecto de nosotros está
desapareciendo. —¿A qué atribuye esa revalorización de la cultura
de la India? —Se la debemos a la juventud, que está buscando
salidas para la asfixia espiritual que padece. Occidente no se las
ofrece y han vuelto su mirada a Oriente. Pienso que Shankar debe
andar por los treinta y pico de años. Tal es lo que parece mostrar
ese rostro liso y cobrizo; eso dicen sus ojos frescos, vivaces,
apacibles pero despiertos. Después me entero que nació en 1920. Es
decir, que tiene 51 años. Increíble. —¿Por qué suena tan extraña
la música que usted hace? —A mí no me suena extraña. —Ya sé.
Quiero que usted me explique por qué me suena tan extraña a mi.
—Porque sus oídos están habituados a otro tipo de música. La música
europea es cerrada, una cosa completa en si misma, algo así como un
círculo perfecto. El resultado de una civilización donde prevalece
lo intelectual. La música occidental es intelectual. No quiero decir
que no tenga corazón; lo tiene, no cabe duda, pero siempre
controlado por el intelecto. Nuestra música también es un resultado
de una civilización. Una civilización de criterios muy distintos. Es
algo muy complejo que no puede transmitirse así no más en un
diálogo. Pero le marco algunas diferencias: la nuestra es una música
oral, es decir que se transmite de generación en generación y de
boca en boca. Cada aspirante a músico tiene un maestro, un gurú que
le transmite lo que él aprendió a su vez de otro gurú. Y así
sucesivamente hasta remontarse milenios. Nuestra música tiene raíces
muy profundas, como ve. Además, como es oral y no escrita, debemos
improvisar. Por eso nuestra música es vital, fresca, luminosa.
—Hay algunos tipos de música occidental en los que se improvisa...
—Sí, claro. En el jazz, por ejemplo. —Eso quería decir yo.
—Pero el caso del jazz es muy distinto del de la música hindú. El
jazz tiene pasión, sexo, tristeza... Nuestra música, le insisto,
tiene un propósito, un cariz religioso, místico. Además, el jazz,
como toda la música occidental, sigue ciertos patrones armónicos.
Nuestra música tiene dos pautas: los ragas, que son formas
melódicas, y los talas, que son ciclos rítmicos. Pero esto es
demasiado técnico, ¿no? —Sí. ¿No lo puede decir en profano?
—No. Es imposible. Y acá llegamos al punto que alguna vez
teníamos que alcanzar. La música habla por si misma. Las
explicaciones técnicas sólo confunden a quien no sabe música. La
música emociona o deja indiferente. El resto, dijo Shakespeare, es
silencio. —Otra diferencia que quiero remarcar. Si usted es buen
músico, tiene buen oído y buena aptitud para hacer música, podrá
improvisar sobre cualquier música. Menos sobre la hindú. Lleva de 5
a 10 años aprender a improvisar. Recién después de ese largo y arduo
aprendizaje se pueden empezar a improvisar ragas. —Sin embargo,
mucha gente se ha largado a tocar música hindú. Occidentales,
digo... —Sí, pero eso no es música hindú. Se han empleado algunas
técnicas, sobre todo en el rock contemporáneo, pero eso no es música
hindú. Lo que han hecho los conjuntos de rock más serios es utilizar
cítaras en la instrumentación del conjunto con alguna solvencia.
Pero todo eso lo han mezclado con música electrónica, folklórica,
jazz. Yo no digo que esté mal, sino simplemente que no hacen música
hindú. —A usted se lo ha acusado de tergiversar la música de su
tierra... —Es cierto. Pero no hay tal. Al menos no cuando me
instalo en un escenario. Allí toco mi música, genuina, sin
interferencias. Ahora, cuando hago música para películas, por
ejemplo, ahí sí experimento, pruebo otros sonidos, combinaciones que
pueden o no tener que ver con la música hindú. Es decir, yo
experimento por un lado y soy "purista" por otro. Lo que ocurre con
los conjuntos serios, como los Beatles, es distinto. Ellos
experimentan siempre. No pretenden ser puristas, por supuesto.
—¿Usted cree que la música que hacen los Beatles es valiosa? —Sí.
Por supuesto. Pero lo mío es sólo una opinión. Creo que hay que
esperar el test del tiempo para ver hasta qué punto lo que hacen los
Beatles y tantos otros conjuntos es realmente valioso. —Es decir,
usted cree que la perdurabilidad es esencial para que una obra de
arte sea tal... —Exacto. Si no es una obra de arte, perecerá...
Si es artístico, verdaderamente artístico, durará para siempre.
Habla con algo que se parece a la pasión, si es que puede hablarse
de pasión en un hombre que parece carecer de tensiones,- al que
—podemos suponer— una bomba de tiempo debajo de su asiento no lo
inmutaría en absoluto. —Volviendo a los Beatles. Se dice que
usted conoce a George Harrison. —¿Si lo conozco? Es mi alumno.
—¿Cómo es él? —Una persona muy sensible, un hombre excelente.
—¿Y como músico? —Muy bueno. Pero no pudo hacer música hindú.
Estudió mucho tiempo conmigo, se dio cuenta de lo difícil que era y
abandonó su pretensión de hacer nuestra música. Ahora sigue
estudiando, pero por su propio placer. Y hace una seña a una
chica que —ahora lo advierto— hace un largo rato que está sentada
frente a Shankar, del otro lado del hall.. —Es una periodista,
¿sabe? Tengo que conversar con ella unos minutos —dice a manera de
disculpa—. Después vuelo a Tucumán. Nos da una mano firme y
cálida, y mientras camino hacia la calle siento, todavía, sus ojos
oscuros y serenamente indagadores intentando descubrirme el alma.
Emilio Giménez Zapiola Fotos: Juan Mestichelli Revista
Gente y la actualidad 07.10.1971
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ES EL PRINCIPAL RESPONSABLE DE LA INFLUENCIA QUE
LA MUSICA HINDU EJERCE SOBRE EL ROCK CONTEMPORANEO. A
LOS 50 AÑOS, RAVI SHANKAR ES IDOLO EN EUROPA Y LOS
EE.UU. TOCO SU MUSICA EN BUENOS AIRES Y TUCUMAN A SALA
LLENA. SU AMISTAD CON EL BEATLE GEORGE HARRISON —DE
QUIEN ES MAESTRO—, LAS DIFERENCIAS ENTRE SU MUSICA Y LA
EUROPEA, SU RELIGIOSA ACTITUD PARA LO QUE HACE Y PIENSA,
EN UN DENSO DIALOGO CON "GENTE"
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Ravi Shankar
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