REPORTAJES
Serrat se da de palos
   

—En 1968, cuando viniste por primera vez a la Argentina, eras un ilustre desconocido. Por un par de críticos avisados, se sabía de algunos jóvenes valores españoles entre los que te contaban. Ellos fueron quienes te presentaron, quienes apoyaron tus primeras canciones y las musicalizaciones de Machado. Luego vino la apoteosis. Sin embargo, la crítica parece haberte abandonado; tu longplay Mediterráneo fue mal recibido, y el de Miguel Hernández lo fue con muchas reservas. Se habla de tus reiteraciones, de tus concesiones, se descubre de pronto que no sabés cantar.
—Ese es un fenómeno común, muy conocido, y creo que la explicación es sencilla. No son exactamente los críticos sino ese tipo de gente "que te descubre". La importancia del descubrimiento es fundamental para ellos; les importa mucho el hecho de descubrirte. Cuando el personaje deja de servirles como novedad para sus amigos (cae alguien a su casa y le dicen: "Tienes que escuchar esto"), cuando ya no pueden esgrimir esa actitud de primicia en sus programas de radio o en sus columnas periodísticas seudointelectuales para el consumo de la burguesía, cuando dejas de ser un tema precioso para sus monólogos, entonces te abandonan, porque ya has dejado de pertenecerles en exclusividad, como si te hubieras ido de su pequeño pero selecto comité para ingresar al gran comité de la chusma. Es lo que, en el fondo, no te perdonan.
—Sin embargo, se te reprochan cosas concretas. El año pasado hiciste una gira plagada de accidentes. Llegaste casi a las 5 de la mañana al club Gimnasia y Esgrima de Rosario, molido de cansancio y con un humor de perros; cantaste cuatro canciones y te fuiste. En Santa Fe, destrozaron un club porque estabas anunciado y no te presentaste. Publicitabas una marca de pantalones y estuviste todo el tiempo vestido con ellos. Incorporaste una serie de tics y mohines a tus actuaciones, para consumo de las adolescentes de la platea. Todo eso no concuerda en absoluto con la sobriedad y coherencia interiores que tienen mucho que ver con tu éxito en la Argentina, donde no es frecuente que un artista se gane al gran público y a la minoría exigente.
—Sí, en la gira del año pasado hubo inconvenientes, pero todo lo demás puede que sea cierto y puede que no. En Santa Fe no me presenté simplemente porque no estaba contratado. Luego, yo no me presté a ningún tipo de publicidad ni me vestí absolutamente de nada. Supongo que andaría como tú me ves, como ando siempre. Lo que ocurrió es que un señor argentino utilizó unas fotos mías para poner un pie publicitario; me quedaron entonces dos opciones: o iniciar una querella de esas que duran ocho años, o decirle: "Vaya usted a tomar por el c...", que fue lo que hice, por ser más claro y más práctico. Tampoco puedo andar justificándome por cosas en las que no he tenido que ver. Todo esto no es nuevo, y ya me voy acostumbrando. ¿Qué quieren ellos, las perfecciones? No soy perfecto —Dios me libre—, y estoy sujeto a las imperfecciones de mucha gente que tiene que ver con lo que hago. Uno está propenso a cometer continuamente fallas, y en mi caso están muy a la luz. Esto es bueno a veces, y malo y amargo otras. Pero es erróneo y pretensioso no entender que uno es un ser humano como cualquiera, lleno de dudas y contradicciones.
—¿Cuál, de esas dudas y contradicciones, es la que más te afecta?
—Desde el principio de mi carrera, preguntarme si realmente vale la pena estar en un escenario tocando y haciendo música.
—Eso parece una pose. No se nota que hagas muchos esfuerzos por variar la situación. Precisamente es lo que se te reprocha. No necesitás ganar más dinero y sos lo bastante popular como para que se grabe cada cosa que digas o que escribas. ¿Por qué, entonces, estas giras maratónicas, archicomerciales?
—No es exacto lo que dices. Yo no puedo negar que soy un producto de una máquina que debe ser permanentemente alimentada. También soy el combustible de esa máquina. Tengo que vivir modificando siempre el equilibrio entre sus urgencias y mis propios objetivos, y no he podido hasta ahora responderme a esa pregunta. Sólo puedo decirte que lo que a mí realmente me gusta es lo que hago, no en el escenario, sino detrás, escribiendo, trabajando, montando cosas. El escenario, en todo caso, es el medio de garantizar que lo que hago se difunda. Ahora, antes de volver en abril a la Argentina —para hacer una gira que no será de carnavales, sino de recitales en grandes salas del país a bajo precio—, voy a Cuba. Allí me conocen mucho, aunque no se venden discos, como se sabe. En cambio, los medios oficiales tienen cintas mías y de otros cantores y las difunden por esos medios populares. Me han invitado a ir y allí voy, porque tengo gran interés en ver aquello, y allí el negocio no tendrá nada de comercial, porque nada se maneja comercialmente en Cuba. Pero en otros lugares no tengo por qué hacer de cordero entre los lobos.
—Las actitudes y la coherencia iniciales, de que hablábamos antes, tuvieron siempre un contenido político. Habitualmente te las arreglabas para dejar bien claro qué cosas apoyabas, qué otras criticabas. Tu conocida oposición al régimen franquista goza de simpatías en la Argentina; además, se empezó a conocerte en un momento de particular sensibilización política entre los argentinos y todo eso contribuyó a tu prestigio y popularidad. Ahora, muchos se preguntan si esa no será una actitud for export, un riesgo precisamente medido, que vos no corrés en España, donde otros trovadores y poetas son perseguidos o encarcelados y han debido exiliarse.
—En España hago exactamente lo mismo o, mejor dicho, mucho más, porque allí tengo mis propios asuntos que atender y aquí soy un extranjero. Aquí, de todas maneras, a un personaje popular pueden meterle mano como a cualquiera, pero lo piensan dos veces. En España hay muchas menos posibilidades, por los controles de que disponen los medios de difusión y el tipo asentado de legislación represiva. Allí se cuentan con 30 años de experiencia represiva, y cuando quieren te allanan tu casa cuando tu no estás y se sientan en el patio tres o cuatro horas a charlar con tu madre y tus hermanas. ¿Me entiendes?
En España yo no tengo acceso a la televisión y en las emisoras nacionales tengo muchos problemas; las otras radios funcionan por el sistema de concesiones, pero los equipos pertenecen al Estado.
—Te referiste antes a la oposición. ¿Cómo se manifiesta ésta, a tu juicio, en tu país? ¿Qué piensan los jóvenes nacidos después de la Guerra Civil, y cómo ves a esos españolitos que vienen acá?
—No se puede generalizar. Es como si yo te preguntara a ti cómo es el argentinito. Hay quienes trabajan y otros a quienes les da exactamente igual. Pero no se puede ser con ellos demasiado severos, porque el poder ha roto la tradición política del país, porque no hay sindicatos que representen a los obreros. En esas condiciones, es poco lo que se puede exigir. Lo que pasa es que ni España ni ningún otro país escapará a la larga o a la corta, al enfrentamiento final de las clases explotadoras.
—¿Cómo llegan a la clase trabajadora tus cantos y los cantos de los otros que dicen cosas parecidas a las tuyas?
—Depende del lenguaje que cada uno use. Pero, sin duda, hay un problema que es muy difícil: para que determinado mensaje llegue claramente y en su exacto sentido a la clase trabajadora, habría que conseguir antes que ésta tuviera escuelas. Yo no creo que de los miles que escuchan ahora a Miguel Hernández haya muchos que sepan quién fue, por qué peleó, por qué murió en la cárcel. Cada día hay cuatro o cinco más que lo saben, pero nunca son demasiados, a pesar de los libros que Losada está ahora editando.
—Serrat es el más conocido, en Argentina, de los catalanes que integran un movimiento particularmente importante en música, y también en la plástica, que brega por diferenciarse —del mismo modo que los vascos— en el contexto español. A primera vista, esa actitud no parece guardar relación con el movimiento de clases que bulle en la trastienda del Orden. ¿Qué es exactamente lo que se plantean, y cómo conciliar esos planteos con una realidad social mucho más amplia?
—Para mí, el problema es simple. Los catalanes y los vascos no bregan por diferenciarse, sino que están diferenciados, porque España es un mosaico en el que tienes aquí a los catalanes, con una cultura y un idioma determinado, y a 500 kilómetros tienes a los vascos, que en nada se parecen a nosotros; a 300 kilómetros de ellos están los gallegos, que son rubios de ojos azules, y un poco más abajo los andaluces que son así de pequeñitos, morenos, oscuros como los moros, y luego tienes en el medio a los castellanos. De modo que no se trata de inventar diferencias, ni mucho menos de enfrentarlas sino de conservar lo bueno de todo eso. En el movimiento artístico catalán hay comunistas, anarquistas, radicales y demócratas cristianos. A la hora de resolver cuestiones importantes, los demócratas cristianos se irán a defender* sus tiendas de chorizos, o su almacén. Pero eso será una cuestión española y no exclusivamente catalana. De momento, lo que hacemos es intentar una producción catalana de nivel, y difundirla.
PANORAMA. MARZO 15. 1973

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La tarde del 5 de marzo, en el hotel Majestic, de Rosario, Joan Manuel Serrat habló varias horas con el periodista Carlos Gabetta. Interesado en clarificar su posición ideológica, el trovador catalán anunció su próximo viaje a Cuba, donde actuaría como parte de una invitación oficial, despreocupándose de los aspectos taquilleros de sus funciones. Lo que sigue es la reproducción textual de los tramos principales de esa conversación:

Serrat
Serrat