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Drácula's baby
Se llama Sharon Tate, tiene 25 años y fue entrenada por Hollywood -a costos millonarios-- para convertirse en diosa del sexo. Pero ella supo diagramar su propio camino, y al casarse con el cineasta Román Polanski, quien la dirigió en La danza de los vampiros, completó la pareja más 'demoniaca" de la pantalla- Polanski confiesa: "Sharon es mi otro yo".

Sharon Tate
Sharon Tate se introdujo en la alcoba del joven vampirólogo Román Polanski. Con un hilo de voz, le rogó: "Por favor, ¿podría utilizar su bañera?". El interpelado accedió, claro, y algunos segundos más tarde la espléndida desnudez de la muchacha se sumergía en la espuma del tinajón (foto de arriba). Era todo lo que necesitaba el conde Krollok (un Drácula hippie, de perversas inclinaciones) para saltar desde la claraboya, hincar sus dientes en el cuello de Sharon, y convertirla al vampirismo. Esa escena —una de las cúspides del film de Polanski La danza de los vampiros— no se limitaba a demostrar el tempestuoso talento del director; además, era todo un símbolo sobre la flamante pareja. Porque Sharon y Román inauguraron en ese minuto una couple salvaje y natural, un binomio avasallador que desafiaría a los monstruos del mundillo cinematográfico; aunque, a veces, deba sufrir sus dentelladas.
Decenas de comentaristas se empeñaron desde entonces en acumular banalidades sobre los herejes; era una forma como cualquiera de negar a la Tate el derecho a ser ella misma; imaginándola mero subproducto polanskiano. Algo de cierto hay en esa suposición; pero hace tres semanas, mientras participaba del Festival de Cine de Río de Janeiro, el creador de El bebé de Rosemary sorprendió a los cronistas con una confesión memorable: "Sí, resulta bastante tentador definir a Sharon como 'el bebé de Román' —susurró—; pero cuidado: no olviden la influencia que en el film ejercía el extraño niño sobre su madre. No vaya a ocurrir que mi esposa logre, un día de estos, trasformarme de demonio en ángel..." Era una humorada y, por eso mismo, digna de ser tenida en cuenta.

LA REBELION DEL ARMA SECRETA
Ella parece muy capaz de cumplir esa hazaña. Al menos, consiguió engañar durante largos años a los magnates de la industria fílmica. Desde un principio Sharon fue para ellos sólo "la nueva Marilyn Monroe", una bomba secreta destinada a reverdecer el mito de las grandes vedettes.
Todavía no había rodado El signo del diablo, junto a David Niven y Kim Novak, o No hagan olas (donde seducía a Tony Curtis), o el previsible Valle de las muñecas, cuando el productor Samuel Goldwyn, arbiter de la Metro Goldwyn Mayer, anunciaba a sus colaboradores: "Estoy poniendo a punto una estrella más seductora que Brigitte Bardot y Jean Harlow".
Como en los mejores cuentos de hadas, la joven ya se las había ingeniado para nacer en Dallas (Texas) en 1943, y ser hija de un oficial del Servicio Secreto del ejército estadounidense. Trasladado a Verana, Italia, en 1959, y después a Los Ángeles, el agente secreto cumplió concienzudamente sus funciones, y todavía le sobró tiempo para vetar la naciente vocación de S. T.: "Un director de la Twentieth Century Fox, aconsejado por el joven actor Richard Beymer, quiso contratarme en Verana cuando yo tenía diecisiete años, pero mi padre se enfureció —recordó hace poco la actriz—; por una ironía de la suerte, fue ese mismo director quien me contrató en Los Ángeles, al cumplir mi mayoría de edad, en 1962".
Lo que sucedió después fue el opulento, imperturbable trabajo de ablande desplegado por Hollywood cada vez que se empeña en fabricar una luminaria. Polanski era todavía un promisorio cortometrajista que trabajaba silenciosamente en Polonia, su país, y ya mister Goldwyn se deshacía para pulir a su futura star. "Me pagaban cifras fabulosas ... para no filmar ni un centímetro de celuloide —se indigna ella a la distancia—; por siete años, de 1963 a 1970, yo debía estar sujeta a la tiranía de esos ancianos mediocres, convencidos de que para hacer delirar al público lo ideal es una rubia de labios húmedos, senos potentes y cerebro de gallina".
Para lograrlo la atiborraron de clases de dicción, baile clásico y hasta dietética; mientras unos expertos la desnudaban, otros le enseñaban a proyectar hacia afuera el labio inferior y —sobre todo— la inundaban de prohibiciones; prohibido salir de casa por la noche, prohibido dejarse fotografiar o ir al cine; el público no debía verla hasta que no "estuviera lista". Esos tres años de instrucción ultra secreta costaron a M. G. M. un millón de dólares.
Pero, aunque el contrato la aferra a la Metro hasta 1970 (La danza de los vampiros se filmó al amparo de este sello) la candidata a "diosa del sexo" iba a dar muy pronto un brinco liberador. Exactamente, en el momento en que escuchó una conversación telefónica que auguraba su destino: "Ya está casi lista —decía en el teléfono su productor—; sólo le faltan dos centímetros de cadera, y rehacerle algunos dientes. Después de eso, podrá funcionar a las mil maravillas para papeles de prostituta". La muchacha, horrorizada, decidió "mandar todo al diablo". No lo hizo, pero sí algo parecido: dio vía libre a su propia personalidad, se enredó en los vapores de azufre de ese demonio capaz de producir obras maestras como El bebé..., El cuchillo bajo el agua y Repulsión.

EL ANGEL VIENE MARCHANDO
"El sexo es algo diáfano, encantador. La relación sexual llegará a ser algo tan natural como lavarse las manos. Yo no tendría inconveniente en realizar el acto amoroso frente a las cámaras, si se lo viera con un sentido de belleza y sin propósitos sensacionalistas". La revelación, confiada por Sharon al periodista James Harwod, del The Observer, a principios de este mes y durante una entrevista concedida en el departamento neoyorquino de los Polanski, prueba la perfecta compenetración de ideas de "la pareja satánica".
Sin embargo, ella protesta: "No soy un demonio; sólo un ángel liberado: un cuerpo desnudo es tan perfecto como el arcángel Gabriel". Su famoso marido escancia el tercer whisky y sonríe: "¡A mí tenía que ocurrirme esto! Vamos, baby, ya sabes qué les pasa a los ángeles cuando quieren gustar las delicias terrenales. ¿La verdad? —añade con tono juguetón—: ella todavía está vengándose porque la mandé de vuelta a su casa, cuando los ensayos de La danza ...".
Se refería al cáustico match verbal entablado por los todavía aspirantes a demonios, durante el rodaje en Londres del penúltimo film de Polanski. Sharon había sido convocada por el productor Martin Ransohoff y estaba maquillándose en los camarines, pese a que aún no se había resuelto quién animaría el principal personaje femenino del film. R. P. la vio y estalló: "En mi obra soy yo quien decide, y nadie más. Aquí no
estamos en Hollywood. Si dentro de una hora Sharon Tate no abandona los estudios, entonces me iré yo, y se quedarán sin Danza!". La inculpada acató la orden, pero alcanzó a bramar: "Usted tal vez sea un genio, pero yo soy mucho más que una cara bonita. A mí no me desprecia ni siquiera Román Polanski ...".
Tenía razón; dos horas después, el director la mandó a llamar: "Decidí que sería la protagonista del film, y —de paso— mi esposa". El matrimonio sólo habría de consumarse en enero de 1968, pero se cumplió con precisión matemática y con una escenografía por demás excéntrica: los novios vistieron al estilo hippie, y recibieron a sus admiradores en los lujosos salones del Play boy Club, rodeados por un cortejo de muchachas en bikini.

"ROMAN ME ENSEÑO A RESPIRAR"
Hoy los llaman "el casal Polanski", "el matrimonio Drácula"; forman un dúo envidiado y vituperado por cualquier motivo. "Deshacer esta pareja —reconocen sin embargo sus más agrios críticos— sería tan difícil como mover de su sitio a los acantilados de Dover". Hoy no resultaría posible vender en el mercado el producto Tate, con las frases publicitarias de 1964: "Cuando me preguntan por qué hago cine, me sorprendo; ¿a qué muchacha de mi edad no le gusta sentirse admirada, retratada, vivir las diferentes vidas de sus personajes y alcanzar el rango de starlette?". Aunque no pudo evitar que se la conociera como "la estrellita del millón de dólares" —clara alusión a la cifra invertida por la Metro en sus encantos—, a partir de su encuentro con Polanski se afirmó en lo que ella llama "mi batalla por la personalidad". Y que ahora, a los 25 años, sólo parece depararle éxitos.
El cineasta libraba paralelamente su guerrilla con el productor Ransohoff, quien con dedo dictatorial cortó veinte minutos de La danza y dispuso el nuevo doblaje de varias voces, incluida la del propio director-actor: "Resultó un engendro, intenté por todos los medios que se retirara mi nombre de los letreros; pero todo fue en vano", memora Román. Sí consiguió, en cambio, hacerse respetar por todo el equipo. "Tenían dudas de mí, a causa de mis escasos 34 años, los cabellos que me cubren las orejas y mi nariz claramente emparentada con la de Pinocho. Yo me ocupé enseguida de ponerlos en su lugar". Así lo hizo, hace tiempo, con una directora de montaje, quien durante un rodaje en Ámsterdam, le discutía sus enfoques con este argumento: "Tengo 40 años en el oficio; por favor, déjeme trabajar...". El director la fulminó: "Yo tengo 29 años, me llamo Román Polanski y hay mucha gente que me conoce en el mundo entero. ¡La señora va a hacer lo que le estoy ordenando!".
Este obseso sexual que no precisa psicoanalistas para ser equilibrado —según se define él mismo— se complace en señalar su aporte a la emancipación de Sharon: "Ella se resistía a la estupidez de los productores; pero necesitaba ayuda. Yo le aconsejé que rompiera esa cortina de celofán en que la habían envuelto, que se echara a respirar hondo". Esos ejercicios respiratorios podían costar a la muchacha muchos miles de dólares, pero le permitieron una notoriedad que no se basa en medidas antropométricas. Por lo pronto, debió aventar viejos tabúes para afrontar con eficacia las escenas que, en La danza, la obligaban a despojarse de sus ropas. Roman le inculcó: "No te preocupes por mostrar tu cuerpo; debes aprender a desnudarte con serenidad y —ya que eres bellísima— con orgullo". No fueron los únicos prejuicios arrojados por la ventana: "Era muy tímida, sólo pensaba en mis deberes hacia los otros; por ejemplo, hacia el clan familiar —desliza Sharon con inocencia de madona medieval—; Román me enseñó que el único deber es el contraído con uno mismo; a hacer lo que se desea y, sobre todo, gozar de la vida. Y estamos dispuestos a hacerlo, aunque haya que repartir trompis a derecha e izquierda".

LA COMPINCHE DE LUZBEL
Es lo que sucedió a principios de este año. cuando se hallaban ante la puerta de un cine parisiense con la intención de ver Playtime, de Jacques Tati. Tres revoltosos comenzaron a burlarse de la pareja, soliviantados por la drástica minifalda que lucía Sharon. Ante una alusión demasiado subida de tono, Roman aplicó un golpe al líder de los provocadores; éste le respondió de igual forma, auxiliado por un anillo de diamante. Aunque sangrando, Polanski no desistió del espectáculo, pero después de la sesión debió aceptar tres puntadas en el hospital Marmottan de París. "Cuando uno es fiel a su personalidad, se reciben golpes mucho peores que el de un anillo de diamante", comentó con indeclinable sonrisa.
Más graves, aún, son los ataques a su romance con la ahora desprejuiciada Sharon. Hasta el día de su casamiento, era seguro que cualquier reportaje albergaría insinuaciones a la convivencia "irregular" de la pareja, a los tres años de informal vida en común. Pero, así como aprendió a enfrentar a quienes intentaban meta-morfosearla en la diosa del sexo, Sharon sabe hoy cómo pulverizar la maledicencia: "Simplemente, respondo lo que pienso, sin morderme la lengua".
Tanta liberalidad arrastra su contrapartida: Román es aún hoy el encargado de elegir los vestidos y hasta las bikinis y minifaldas que usará su mujer; le prohibió fumar, porque "el tabaco daña la dentadura". Le prohibió usar ropa interior, "que marca la piel y atenta contra la naturalidad del movimiento". Sin embargo, este tirano liberador, este Drácula anárquico que no vacila en disfrutar de todos los placeres del orden instituido, está descubriendo por su parte la encantadora dependencia que le impuso el téte á - Tate con Sharon: "Ella está limando mis colmillos, y de continuar así concluirá por cortar mi rabo diabólico. No me avergüenza confesar que la necesito para crear, y para ser Román Polanski". Ella, rubio invento de los mediocres jerarcas de Hollywood, demostró ser digna compañera de Luzbel.
Revista Siete Días Ilustrados
12.05.1969

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Sharon Tate
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