LOS FOCOS DE TENSION EN ASIA
GEOPOLITICA DE LA INCERTIDUMBRE

Parece exagerado suponer que el cese del fuego en el Sudeste asiático constituye la panacea contra la retahíla de conflictos que sacuden a veces sordamente, a todo el continente. Este análisis, apoyado en una perspectiva histórica, pretende anticipar qué puede ocurrir tras la paz en Vietnam, qué otras tormentas pueden desatarse

Asia
La euforia desatada en todo el mundo a raíz de las tratativas entre los beligerantes para poner fin a la guerra de Vietnam ha tapado, por su solo influjo emotivo, otra realidad más exacta: la paz en Vietnam no significa la paz en Asia. Magnificadas por la propaganda y la acción psicológica estadounidense —y, concretamente, por las necesidades electorales de la administración Nixon—, las consecuencias de un presunto cese de hostilidades en la península indochina han conformado una imagen engañosa: la de un nuevo orden idílico tras la retirada de las fuerzas del Pentágono en ese territorio, y la instauración de un paraíso terrenal a partir de la visita de Nixon a China Popular.
Sin embargo, las realidades geopolíticas, las ambiciones de predominio y las necesidades económicas de las potencias en juego plantean situaciones concretas mucho más allá de las declamaciones. Creer, por ejemplo, que los Estados Unidos se retirarán de Asia es ilusorio; es desconocer las más elementales tendencias que rigen esa nación. La marcha hacia el Oeste, a partir de las colonias atlánticas, señalaba claramente que la conquista del Far West no se detendría en la costa del Pacífico, sino que otra New Frontier aguardaba a los nuevos pioneros, cuyos lindes estaban no ya en California sino en China. El analista estadounidense Williams Appleman analizó este hecho y dedujo que a fines del siglo XIX "una cantidad mayor de norteamericanos empezaron a pensar en la guerra contra España más en términos de Filipinas que de la propia Cuba". No fue solamente Appleman quien destacó la importancia de los puestos claves del Océano Pacífico para la política exterior estadounidense: otros estadistas han hecho suya la tesis de la frontera —la marcha hacia el Oeste— para teorizar sobre el desarrollo y la constitución misma de la nación norteamericana; los avances de las líneas extremas que eran los Grandes Lagos, el Mississippi, el Missouri, no se detienen en la costa del Pacífico: del otro lado, Asia no constituía una visión lejana y esfumada, sino un objetivo del destino manifiesto-, algo que permitía sintetizar y formalizar las
exigencias específicas de hombres de negocios, trabajadores y agricultores, y consolidaba la teoría que afirmaba que el sistema norteamericano se estancaría si no se expandía hacia ultramar.
Es ocioso ahora discutir si la doctrina estadounidense precedió a las realidades, o si éstas se adelantaron a los realizadores. No sólo Haushofer, teórico alemán de la geopolítica, señaló la importancia del Pacífico y del escenario asiático ("la era del Pacífico será la sucesora de la vieja era del Atlántico, de la caduca del Mediterráneo y de la pequeña Europa"): algo antes, aunque sin tanto equipaje teórico, había coincidido abiertamente sobre la aurora de la era del Pacífico como campo para la expansión estadounidense. Alfred Thayer Maham, el teórico del poder naval estadounidense, sostuvo igualmente esa tesis, y elaboró lo que fue el dogma de la defensa del Pacífico: el triángulo formado por Hawaií, Alaska y Panamá; algo que la conquista de Filipinas trastrocó profundamente.
Pese a aparentes marchas y contramarchas coyunturales, puede detectarse una constante en ese sentido, que culminara con el mensaje presidencial de Nixon al Congreso, el 18 de febrero de 1970: "Continuamos comprometidos en Asia: somos una potencia del Pacífico".

LOS VOLCANES
A la luz de esos hechos, no cabe hablar de paz en Vietnam en términos de una retirada de USA, en tanto ello signifique un abandono de su constante geopolítica en Asia. Y no puede hablarse de paz por los innúmeros focos de conflicto que se desgranan del Indico al estrecho de Bering: frutos, algunos de ellos, de una geografía del absurdo, o resultados de acomodos bioterritoriales: una somera enunciación de las zonas candentes llevaría a reflexiones pesimistas. Aparte de la presencia estadounidense en el Pacífico —que ya hemos visto que obedece a una constante de siglo y medio—, el panorama debe incluir el conflicto chino-soviético, que no es una mera disputa ideológica sino una concreta cuestión de expansión, de reajuste de fronteras y de predominio asiático; la dilucidación definitiva de la escindencia indo-paquistaní; la reivindicación china sobre Formosa; la lucha entre China y la Unión Soviética por el predominio en el subcontinente índico; la tendencia natural de China a asegurarse sus marcas defensivas en el Sur (léase Indochina); la cuestión Cachemira; las tendencias centrípetas de algunas etnias indias; las reivindicaciones de Japón sobre la soberanía total sobre algunas islas en las cuales USA mantiene el derecho a instalar bases en casos de conflicto; y el caso de ambas Coreas, cuya unificación puede provenir tanto de la buena voluntad como de la boca de los fusiles. Son datos para el análisis, cuyo fondo se completa con ingredientes tan explosivos como las guerrillas, la presencia de la flota estadounidense en esa región, la paulatina penetración de las naves de guerra soviéticas en el Indico y el nuevo alcance de la cohetería nuclear china; un panorama que puede poner contento —y sumamente inquieto— a cualquier politicólogo.
Por eso, Vietnam no constituye, en realidad, más que un episodio en un contexto mucho más candente. Es cierto que Indochina juega un importante papel para China, más vital que para los Estados Unidos, ya que para Pekín, Indochina no es solamente una importante vía de comunicación con el exterior sino su última línea de defensa, su marca sureña. Un vistazo al mapa es revelador: la parte meridional de China e Indochina semeja a un embudo cuyo cono está en China, y cuyo desemboque está en Vietnam y Laos; una imagen reforzada por las realidades de la historia, puesto que conforma el tradicional camino del arroz de los emperadores chinos. Además, y por razones estrictamente geográficas, esa zona del sudeste de Asia es la única ventana abierta que tiene China hacia el mundo exterior.
Un encadenamiento de lógica geoestratégica nos deriva a este razonamiento: el entorno geográfico inmediato de China, el sudeste asiático, tiene, en estos momentos, un punto clave: los estrechos malasios, que conforman la puerta marítima de China con los países africanos y asiáticos del mal llamado Tercer Mundo, que cumple un relevante papel en la actual política exterior de Pekín. Un poco más allá, el océano Indico es el camino obligado para cualquier intercambio con Europa, no sólo entre ésta y China, sino entre aquélla y Japón. Dominar esa zona —o asegurarse, por lo menos, una amplia libertad de comunicación permanente— constituye un imperativo estratégico. En otras palabras: imperativo estratégico, cuando compiten varias potencias, quiere decir conflictos.
De cualquier manera, una paz en Vietnam puede significar el comienzo de una sorda guerra entre Hanoi y Pekín: el movimiento que fuera liderado por Ho Chi Minh se postulaba no sólo como norvietnamita, sino como encuadre revolucionario contra el sistema colonial de la federación administrativa francesa (Camboya, Laos y las zonas vietnamitas de Tonkín, Annan y Cochinchina). Las negociaciones, tras la derrota francesa, crearon otras realidades: ambas Vietnam, Laos y Camboya. Pese a ello, la lucha contra las fuerzas expedicionarias estadounidenses provocaron, nuevamente, el fenómeno de vietnamizar a esos pueblos.
Si Hanoi gana la guerra, no sería aventurado suponer una no muy lejana reunificación de Indochina, la erección de una potencia mediana y su trasformación en una marca natural de contención para China; el orgullo nacional vietnamita ha buscado un delicado equilibrio entre Moscú y Pekín, y reafirma en todo momento su afán de independencia. Puede suponerse con bastante fundamento que Vietnam luchará, al igual que ahora contra los estadounidenses, contra todo avance excesivo de China. Tal vez sea ésta una de las consideraciones básicas que tendrán en cuenta los estrategos de Washington para retirarse de Vietnam.

LA ESCALADA
Sin embargo, no es esa última consideración la que movería la retirada de USA del escenario vietnamita; se torna factible por otras razones menos desinteresadas: la base natural de sus intereses está en Filipinas, elección ya alabada por el teórico bélico inglés Basil Liddel Hart como lógica y consecuente. El estadounidense Ronald Steel destaca la importancia de las Filipinas para la instalación asiática de USA en su conocido libro Pax Americana. Debido a que la antigua posesión española no estaba aún madura para la independencia, Estados Unidos se quedó con ella "con la finalidad de administrarla", un laudable propósito que tropezó con la oposición de los filipinos: tras el Ingreso del almirante Dewey en la bahía de Manila hubo que doblegar una Insurrección de los pobladores que duró desde 1889 hasta 1902, y que requirió la presencia de 70 mil soldados yanquis.
Ese fue el verdadero bautismo de fuego de los Estados Unidos, como potencia asiática. Obedeciendo a la ley de Ratzel (geopolítico de la escuela alemana), que establece que las anexiones de territorio son causa de nuevas amalgamas —o, como decía un irrespetuoso, "el apetito viene comiendo"—, los Estados Unidos adquirieron nuevos compromisos militares que los condujeron hasta las puertas de China. Y el ciclo continuó con lógica implacable: para defender sus conquistas, necesitó una escuadra poderosa; para aprovisionarla se hizo necesario contar con bases en lugares estratégicos en el Pacífico, como Guam y Hawaii; para asegurar a su flota, finalmente, se hizo necesario que ninguna otra armada dominara en el Pacífico. ¿Qué pasará cuando China desarrolle su flota, o cuando la URSS pueda usar el Indico como trampolín?
Con todo, el detonante más dramático puede estar situado en algún punto de los 7.000 kilómetros de la frontera chino-soviética. La historia, en esto, también es fuente de preocupaciones: no sólo el Tibet y otras zonas del Himalaya (actualmente bajo dominio indio), sino lo que es ahora el Asia Central Soviética pertenecían, hasta el siglo XVIII, al Reino Medio. Las principales ciudades de Siberia Oriental, como Nikolaevsk, Komsomolsk, Vladivostok, Blagoveshchensk y Khabarovsk, están ubicadas en territorios que los zares adquirieron, con métodos no muy morigerados, a los chinos. Pero el imperialismo de Rusia soviética no fue menos constante que el zarista: en 1921 Moscú se adueñó —por supuesto que por la fuerza—- de la provincia china de Tannu Tuva; en 1924, Mongolia Exterior pasó a integrar la órbita soviética. Manchuria, arrancada a los japoneses por los rusos tras la Segunda Guerra Mundial, fue restituida a China recién en 1946, tras ser sometida a un despojo y un saqueo total y sistemático. Sinkiang, con extraordinarios depósitos de oro y uranio, fue "administrada" por los soviéticos desde 1934 hasta 1949. Todos esos territorios son, de alguna manera —aunque sea en el plano potencial de la doctrina futura— reclamados por el gobierno chino.
La rivalidad entre los dos colosos, tras ser inevitable, adquiere formas peculiares —no se sabe si denominarla "guerra fría"—, en la cual ambos enemigos desenvuelven contra sí una guerra subversiva e ideológica. Parece sumamente fácil a los chinos soliviantar a los pueblos del Turquestán o la Siberia, hostiles a Moscú. Insurrecciones organizadas por los chinos en regiones de difícil acceso para los soviéticos en Asia Central y Oriental podrían cristalizarse en operaciones de guerrillas inextinguibles. Focos guerrilleros podrían obligar a los soviéticos a desplegar ingentes cantidades de tropas para controlar, con relativa eficacia, los enormes espacios vacíos de Siberia y la extensa frontera con China.
Eso enfrentaría a la URSS con algunos hechos significativos. En primer lugar, y por primera vez en su historia, se enfrentará con un enemigo muy inferior tecnológicamente, pero muy superior numéricamente, en una proporción de 4 por 1; paradójicamente, idéntica relación ofreció la URSS a sus enemigos desde la invasión napoleónica. Luego está el problema de la inconquistabilidad china: cabe preguntarse cómo se ocupa y domina un país que puede armar, aunque sea con armas livianas, a 125 millones de hombres aptos para el combate. Y, finalmente, todo el aprovisionamiento soviético a sus territorios orientales descansa en una delgada vena: el ferrocarril transiberiano, una ruta vulnerable que es la pesadilla de los planificadores soviéticos. Pero la realidad es que el transiberiano corre paralelo al río Amur, en las inmediatas cercanías de la frontera china; una desventaja intranquilizadora.
Finalmente, existe un hecho al que no se adjudicó la importancia adecuada. Ilusionada por la presencia de Nixon en Pekín, la prensa mundial no ha caído en la relativa intrascendencia de ese acercamiento. Tal vez para los analistas futuros lo realmente importante haya sido la visita y el tratado que suscribieron, tras el despliegue nixoniano, el premier japonés con la plana mayor china. Suele decirse —y no es inexacto— que el mercado natural (y la ocasión de incrementar ventas) de Japón está en China. Se omite decir que, simultáneamente, Japón también será "vendedor" de alta y sofisticada tecnología, que es lo que realmente quiere comprar China. En ese sentido, la próxima década puede alterar las predicciones de los futurólogos: nadie sabe qué pasará cuando después de haberse enriquecido traficando heladeras o cámaras fotográficas, los industriales nipones comiencen a proveer a Mao de computadoras, centrales atómicas o sistemas electrónicos de avanzada.
Mario Massouh Elmir
Revista Siete Días Ilustrados
11/12/1972

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