Buenos Aires inundado por un escándalo que tiene bastantes dosis de inocencia: ¿mito o fraude?
¿ ARTE VIVO O ARTE DE VIVOS?

Buenos Aires se ha enloquecido", clamó una señora en el hall del Museo Di Tella, en plena calle Florida, mientras nerviosa e incoherentemente mascullaba: "Tienen que venir los bomberos y prender fuego a todo esto".
Mucha gente que había hecho hasta tres horas de interminable cola para ver La Menesunda. o más bien, para recorrer una especie de tren fantasma inundado de túneles, escaleras, olor a creosota y cámaras heladas, opinaba igual que la señora vociferante. Otros emergían del "túnel" plenos de desconsuelo. O alegres y a los abrazos. Todos salían confundidos. Un pensamiento casi idéntico y simplísimo los obsesionaba: "Hemos venido a un museo. En un museo se exponen obras de arte". Lo que hemos visto debe — o debería— ser arte".
Los pensamientos simples son los más difíciles de contestar, sobre todo cuando están apoyados en innumerables hechos. ¿Acaso Marta Minujín, creadora con el pintor Rubén Santantonin de La Menesunda, no había ganado el año anterior la importantísima suma del premio Di Tella con una insondable estructura de colchones que fueron reproducidos a todo color en revistas de todo el mundo?
Por otra parte, mucha de esa misma gente había concurrido dos semanas antes, atraída por la palabra espectáculo, a ver los "microsucesos" que, también escandalosa y disparatadamente, producían un grupo de pintores y un músico en "La Recova", un teatrín del bajo. Uno de esos pintores, Juan Stoppani, acaba de ganar el primer premio de la muy seria asociación Ver y Estimar.

Naranjas y cubos de caldo
En el "microsuceso", todo se desarrollaba sobre el fondo de una cinta grabada por el músico Miguel Ángel Rondano y los espectadores, apenas cubiertos por magras cortinitas de plástico, escuchaban jingles y trataban de ver bailar a la erótica Marilú Marini, mientras eran invadidos por cruces cubiertas de materiales de tocador, verduras, cubos de caldo, zapallitos rellenos y miles de naranjas que ocupaban el pequeño cuarto nacía el final del show.
Para sus autores, "hartos de colgar cosas en las paredes, humildes y concretos", el "micro-suceso" es una manera de hacer participar al público de un asombro siempre renovado, de un verdadero acto de creación".

¿Lo dirá en serio?
Para la desmelenada Marta Minujín, su "Menesunda" es todavía más seria. "La historia de La Menesunda —confiesa con desparpajo— es mucho más trascendental que los líos de Santo Domingo". Inclusive trató de hacer imprimir en los talleres de un vespertino grandes "tabloids" dedicados a sus túneles en donde, en un pequeño rincón, con letra aún más pequeña, se reprodujeran las noticias que "sacuden al mundo".
Ante estas declaraciones, un borbotón de preguntas nos nacen a todos: ¿Lo dirá en serio? ¿No tratará de escandalizar un poco más? ¿No será lo que habla una continuación de un espectáculo en donde una pareja —él con el torso desnudo, ella en camisón— duerme en una gran cama camera ante el azoramiento del público que desfila por su lado?
Una rápida encuesta entre los asistentes reveló a ATLANTIDA que el 70 por ciento de las personas se sienten incomodadas por las dudosas respuestas que precisamente provocan esos interrogantes.
"Si creen en lo que hacen —contestó un director de cine— están locos y tal vez está todo bien, pero si no creen, nos están metiendo el perro".

"Las cosas que odiamos"
Un análisis un poco más profundo nos puede hacer descubrir, sin embargo, algunos elementos comunes en los dos espectáculos que tal vez podrían abrir un camino a la comprensión.
En ambos, la publicidad, las luces, la televisión, son expuestos descarnadamente. "Nos burlamos de las cosas que odiamos", declararon sin estar juntos, en dos entrevistas distintas, Carlos Squirru (Microsucesos) y Marta Minujín (Menesunda). La técnica y los avisos parecen ser objetos principales de ese odio, convertido en diversión. En los microsucesos la angustia aparecía en los anuncios que aturdían constantemente a los presentes. En La Menesunda, muchas mujeres han sufrido verdaderos ataques de histeria cuando, luego de ver reflejadas sus propias imágenes en tres televisores, soportado luces de neón de todos los colores prendiéndose y apagándose, desembocan en un cuarto negro provisto de un enorme disco telefónico. De allí sólo se puede salir apoyando la mano en el número justo. Durante el encierro se escuchan los insistentes "pip-pip-pip" de la hora telefónica, muy amplificados. Estos elementos nos dan una de las claves: un rechazo a lo cotidiano, al mundo "de todos los días", al lugar común.

Erotismo y la muerte
Otro de los detalles que unen a los dos show es el erotismo.
La cama en La Menesunda. En el otro escenas de amor entre
una bailarina y un muñeco, y una oveja que seduce a una pastora. Todo sin muchas vueltas.
Faltaría agregar un viejo tema más a los dos mencionados: la muerte.
Sexo, fatiga de todos los días, y muerte. Tres elementos de cualquier drama, de cualquier comedia. Aunque los autores de los disparates nieguen que haya alguna razón en lo que hacen y jueguen a la espontaneidad, allí están los tres dolorosos puntos, disfrazados, distorsionados, enmascarados. Ocultos detrás de un placer en rebelarse y en "ser distintos". Porque las escenas de lechos y seducciones (sobre todo la de La Menesunda) huele más a desafío que a goce: algo así como "vamos a jugar con lo prohibido".

En Francia hace 30 años
Lo temible de todo esto es pensar que no es del todo nuevo, no es del todo rebelde: hace 30 años en Francia florecieron con el dadaísmo y el surrealismo miles de espectáculos similares. Hace 30 años eran una quiebra contra una sociedad y un arte tremendamente aherrojados por las convenciones. Ahora ya no. Las prevenciones del público desaparecen. Y lo demuestra el hecho de que — protestando o no— más de cinco mil oficinistas desfilaron por La Menesunda y se enfrentaron con el "arte nuevo". Arte que no parece serlo tanto, pero que en el fondo, mientras no problematice demasiado, continuará divirtiendo a los jóvenes y aterrorizando un poquito a las personas mayores.
Revista Atlántida
08/1965


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