Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

BALBIN Y ALFONSIN, DESPUES DE LA BATALLA, SE DAN LA MANO.
NI VENCEDORES NI VENCIDOS
LA ELECCION INTERNA MAS REÑIDA DE LA HISTORIA DEL RADICALISMO PROCLAMO CANDIDATO A PRESIDENTE A RICARDO BALBIN. CON SU RIVAL, RAUL ALFONSIN, QUE CONTROLA AHORA LA MITAD DEL PARTIDO, SE DIERON LA MANO SELLANDO LA UNIDAD PARTIDARIA.

Entonces, a las 21,05 de la noche del lunes, hubo un momento de silencio sólo quebrado por el ruido de los ventiladores y el resoplar de los que aguantaban el aire caluroso y húmedo en los estrechos pasillos de la casa. Un hombre apareció corriendo por las escaleras: "Ya viene, ya viene", gritaba casi descompuesto. La gente inició un movimiento oscilante sobre sí misma, atropellándose unos a otros. Algunos intentaron corear el "Balbín, Balbín", que no había cesado en toda la tarde. Pero cuando el ascensor llegó al cuarto piso, esas voces fueron destrozadas, copadas, olvidadas, dominadas por un "Radicales, radicales", que hizo temblar las viejas paredes de la casona de la calle Tucumán. Alguno intentó entonar la marcha partidaria. Raúl Alfonsín caminaba sonriendo por el largo pasillo que conducía a las oficinas del Comité Nacional. Y varias decenas de personas se seguían amontonando en un baño turco que a pocos importaba. La marcha de Alfonsín se hizo lenta, difícil. Allí estaban los balbinistas de ayer abrazándolo y palmeándolo, reconociendo en su gesto al antiguo camarada que fue rival y que puso en peligro el prestigio interno del viejo caudillo radical. Alfonsín sonreía, nervioso. Ricardo Balbín permitió que las puertas de su oficina se abriesen de par en par. También sonreía él, que no había dormido la noche anterior preocupado por el éxodo de votos a las filas del alfonsinismo en distritos clave de la política radical. Finalmente, ambos se vieron. Fue quizá un momento difícil. Alfonsín con la mano tendida caminando hacia Balbín; éste con su mano tendida, desdibujaba la sonrisa por la emoción. Y se dieron la mano y no pudieron decir una palabra porque los correligionarios y los periodistas los habían apretado en un círculo de acero y los primeros cantaban su "Radicales, radicales", a voz en cuello y los segundos intentaban un abrazo de ambos líderes que no pudo concretarse. "Un abrazo, don Ricardo", pedía un colega. Y don Ricardo, el vencedor de un comicio que siguió todo el país, contestaba molesto: "Déjese de esas cosas, hombre; déjese de esas cosas". Y Alfonsín sonreía y no hacía nada porque no había nada que hacer. Pocas horas antes había reconocido su derrota y había dicho del ejemplo democrático para el país, y pocas horas antes Balbín había reconocido su victoria y había dicho del ejemplo democrático para el país. Ya todo estaba dicho, claro. Pero cedieron y se dieron la mano. "¿Usted cree que no quiero darle la mano a Alfonsín?, decía Balbín, Podría quedarme así toda la noche". Y sostenía la mano de Alfonsín en la suya sin soltarla. Hasta que el calor se hizo insoportable y las sonrisas ya eran estereotipos para la historia menuda del radicalismo, y Balbín y Alfonsín se comprometían a luchar juntos por el viejo partido de Alem e Yrigoyen, con sonrisa en los ojos pero con algo de recelo en e| alma, porque no puede ser de otra manera cuando dos hombres han peleado entre sí duramente y ninguno sabe hasta qué punto la victoria o la derrota pueden ser síntomas de lo contrario.
Es simple. En la madrugada de ese lunes sonámbulo radical, Ricardo Balbín se paseaba por los salones de su casa platense y ante la euforia de sus partidarios él era el único no sonriente. Y sigue siendo simple, como la novela de una vida dedicada a una sola causa. Hace veinte años Balbín era proclamado candidato del radicalismo casi por unanimidad, con Arturo Frondizi como compañero de fórmula. Perdió frente a Perón. Y seis años después era proclamado para luchar contra Frondizi y perdía contra Frondizi, pero previamente había tenido que medirse en comicios internos contra Zavala Ortiz, que le disputaba el liderazgo radical. Y cinco años después, cuando había logrado nuevamente la unanimidad partidaria, cuando dominaba todos los resortes partidarios, él mismo se apartaba para dejar paso a Arturo Illia en un comicio que se presentaba imposible de ganar y que se ganó. Y ahora sí había llegado la hora de la tercera oportunidad y era él quien timoneaba como siempre su vieja agrupación —la más vieja de América Latina—, pero debía medirse con un jovencito salido de sus propias filas, con un jovencito Alfonsín salido de un pequeño pueblo bonaerense. Y la cosa parecía fácil y los cañones estaban preparados, pero la pólvora o estaba un poco mojada o había esperado mucho tiempo, porque esa madrugada del lunes platense Balbín no sonreía entre los suyos y era que de Chascomús habían salido aires renovadores y esos aires amenazaban la cúspide radical y se extendían por todo el país dejando sellada una victoria balbinista. Y desde esa madrugada del lunes el viejo y lúcido caudillo tenía un fantasma personal, Raúl Alfonsín, disputándole las masas radicales.
"La tercera será la vencida". Fue antes del abrazo y del saludo, antes de la recauchutada unidad radical. Y lo dijo Alfonsín en una conferencia de prensa a la que citó para reconocer su derrota. Se refería a las posibilidades de Ricardo Balbín en la próxima elección nacional de marzo de 1973. Y cuando lo dijo, Alfonsín volvía a ponerse a la sombra del viejo tronco radical para la lucha por una Presidencia a la que esta vez no pudo ni siquiera optar. Pero ya estaba apoyando a su rival de un día anterior, ya estaba en el camino de los próximos cuatro años cuando, seguramente, se habrá convertido en el delfín indiscutible del hombre que hace veinte años conduce al radicalismo. No hubo amargura en su voz. "¿Usted está satisfecho con los resultados?", le preguntaron. "Yo estoy satisfecho, pero no mucho, porque nosotros pensábamos ganar". Pero puede estarlo. Nunca antes se había disputado una elección radical tan palmo a palmo, tan metro a metro. La Capital Federal, con sus viejos caudillos de comité, otorgó un triunfo a la maquinaria partidaria, en tanto el interior se sacudía y las grandes provincias —Santa Fe y Córdoba— otorgaban su triunfo al alfonsinismo. La clave era la provincia de Buenos Aires, viejo bastión de Ricardo Balbín, la niña de sus ojos en la que. apenas en mayo, cuando las elecciones -para e| Comité Nacional, había triunfado por más de diez mil votos, casi fácilmente. Y esta vez los cómputos llegaban lentamente. Tres Arroyos para Alfonsín; San Martín para Alfonsín. Familiares y amigos seguían paso a paso con las radios el comicio en la casa de la platense calle 49. Sólo Balbín se paseaba nervioso.
Una hora antes de cerrarse el comicio había confesado a GENTE que "debemos ganar por unos ochenta mil votos, con 20.000 a 40.000 de ventaja en la Capital". Las diferencias luego se hicieron mínimas. El comando alfonsinista lanzaba su triunfo en Buenos Aires y en La Plata se cotejaban resultados y unos a otros se miraban a las caras preocupados. "¿Qué pasa con Bahía?, ¡Qué barbaridad Azul!". Y ante un comentario, Ricardo Balbín, que con una mueca amarga señala: "Esos son los caudillos de siempre; tienen fichas, pero no tienen votos".
Y a las ocho de la tarde del lunes caluroso, Balbín que llega al primer piso de la Casa Radical franqueado por cartelones que muestran a Hipólito Yrigoyen como "el líder indiscutible". No había conferencia de prensa. Era sólo una reunión de correligionarios íntimos. Pero allí estaba toda la prensa esperando la palabra del elegido candidato. "Yo he pagado un precio político por la reunión que mantuve con el señor Perón". El se refería a la deserción previsible de muchos radicales que no aceptarían nunca el extender su mano al peronismo. Pocos minutos antes Alfonsín había señalado que el diálogo Perón-Balbín había perjudicado al alfonsinismo porque "ha puesto a Ricardo Balbín durante la última semana antes del comicio en las primeras planas de la prensa otorgándole más imagen que a mi". ¿Usted fue invitado a conversar con Perón? "No señor, yo no fui invitado".
En la Casa Radical no se sabía bien a qué hora llegaría Alfonsín a abrazar a su rival. Pero se sabía que ambos comandos estaban
en tratativas, seguramente para que el encuentro se produjese casi íntimamente con el recogimiento necesario para que ambos conversasen de sus cosas y de su futuro sin espectadores. Hay un problema de pudor. Del pudor de Alfonsín, que debe penetrar en los estrechos pasillos ahogados de calor y humedad para reconocer que su esfuerzo fue inútil, y el pudor de Balbín, que no quiere perder a su rival, que debe retenerlo porque ha caído derrotado derrotándolo. Las frases deben cuidarse, medirse las palabras. Pero la gente se amontona, se arremolina. Llegan Anselmo Marini y el capitán Molinari; llegan viejos caudillos de parroquia pertenecientes a las fuerzas rabanalistas o de Sancerni Giménez; llegan familiares y algunos cronistas se sientan ante las máquinas del Comité Nacional a adelantar sus crónicas para los matutinos. Las ventanas permanecen abiertas, pero cerradas a cal y canto la puerta de las oficinas del presidente del Comité Nacional. Cerradas a cal y canto. A cal y canto y nervios y resignación a la publicidad de un acto que debería ser intimo, Balbín no se ríe. Balbín anda por los pasillos con el rostro serio, las manos entrelazadas a la espalda. El sabe que es el candidato; sabe incluso que contará con toda la fuerza del alfonsinismo en su campaña. Pero sabe también que aquélla es mucha fuerza, que el partido que durante veinte años gobernó desde la cúspide se ha dividido irremediablemente por los aires de Chascomús y que de ahora en más lo que era fantasma alfonsinista se ha convertido en fuerza de carne y hueso, a la que habrá que consultar siempre para cualquier decisión partidaria. Ya no está solo en la cúspide radical. El hombre joven de Chascomús se ha colado por los viejos muros de la Casa Radical para opinar, sugerir, decidir. El joven hombre de Chascomús ha impuesto sus gobernadores en Santa Fe, en Córdoba, en Salta, en Formosa, en Chubut, quizás en Misiones que no votó, y ha adelantado sus peones peligrosamente hacia las fortificaciones dominadas por sus rivales. Serán uno solo, claro está, en el momento de marzo cuando los radicales tendrán que competir con el resto de las fuerzas políticas. Pero Balbín sabe —porque sabe mucho todo hombre que ha sido protagonista de treinta años de historia argentina— que la decisión partidaria ha comenzado a compartirse.
Por eso cuando Raúl Alfonsín avanzaba por el calor de los pasillos no lo hacía como un derrotado. Por eso cuando Ricardo Balbín extendió su mano lo hacía a un igual. "La democracia radical ha demostrado al país el camino de la democracia nacional". Ambos estuvieron de acuerdo en la misma frase, en las mismas intenciones. Quizás para señalar, al fin y al cabo ambos líderes caminan por la realidad, que es mejor un partido unido que dos partidos achicados en sus posibilidades nacionales. "Estaría toda la noche dándole la mano", dijo Balbín. Eran las 21.20 horas de un lunes húmedo. Sin duda alguna |o decía con honestidad. Porque si hay algo que Balbín no puede permitirse tras el comicio interno del domingo es alejar de su lado a aquel a quien derrotó en las urnas pero no en el futuro.

LUIS MAS
Fotos: ALDO ALESSANDRINI JUAN MESTICHELLI

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba