Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

CORDOBA: EL REGRESO DE LOS COMANDOS CIVILES
Una investigación realizada por SIETE DIAS en la ciudad mediterránea descubre -por primera vez- a los principales protagonistas de los grupos civiles revolucionarios que actuaron en las jornadas de septiembre de 1955. Después de quince años esas células persisten en la conspiración y -según sus propios testimonios- anticipan fusilamientos en sus próximas apariciones

En los primeros días de octubre, luego que una serie de atentados terroristas estremecieron a la capital cordobesa, SIETE DIAS dialogó con el doctor Pedro Edmundo Oviedo Jocou, ministro de Gobierno de la provincia. La finalidad de esa entrevista podría resumirse en una sola expectativa: descubrir a quiénes señalaba como responsables de los atentados el funcionario cordobés. La respuesta- de Oviedo Jocou fue rápida y terminante: "Detrás de esta campaña intimidatoria —acusó— no actúan extremistas de izquierda, sino de derecha. Un grupo tanto o más peligroso que los comunistas". Hipótesis que se contradice con una denuncia formulada poco después por el ministro del Interior, general Francisco Imaz, quien advirtió "sobre la existencia de un plan subversivo de carácter continental, regenteado desde Cuba". Ampliando los alcances de su teoría, Oviedo Jocou suministró a SIETE DIAS una información que bien podría calificarse de estremecedora "Actualmente, en Córdoba, se ocultan más de 500 comandos civiles de tendencia nacionalista, a quienes debe imputarse gran parte de lo acontecido el 29 y 30 de mayo de este año. Por su organización e ideología ultraderechista —vaticinó—, creo que la próxima vez que decidan actuar no se dedicarán a quemar negocios (como ocurrió en mayo) sino a linchar gente".
La terrorífica profecía del titular de la cartera de Gobierno orientó al corresponsal de SIETE DIAS en la ciudad mediterránea hacia un objetivo ubicuo y cercado por obstáculos: desentrañar el origen, trayectoria y vigencia actual de los grupos civiles armados que operan en esa provincia. A más de dos meses de iniciados los rastreos periodísticos, se publica a continuación el fruto de esa pesquisa: un inédito y revelador documento, urdido sobre uno de los fenómenos paramilitares más sorprendentes que registró el país en los últimos 20 años.

¿CUANDO NACIERON LOS COMANDOS?
La respuesta debe buscarse en los años previos a la revolución del 16 de septiembre de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón. La aparición de los comandos coincidió con el acrecentamiento de la oposición al régimen y se manifestó en el seno de tres organizaciones de ideologías disímiles y objetivos contrapuestos: la Federación Universitaria de Córdoba, el Radicalismo Popular Yrigoyenista y la Iglesia Católica.
La Federación (FUC) fue uno de los primeros y más aguerridos enemigos del gobierno justicialista. Ya en 1943 inició una huelga general por tiempo indeterminado, como respuesta a la intervención que sufrieron las universidades nacionales; poco después se solidarizó activamente con un importante núcleo de profesores que renunciaron a continuar dictando cátedras.
A pesar de ser la única regional de la Federación Universitaria Argentina que no acató el mandato (propalado poco antes que Perón asumiera la presidencia) de adherirse a la Unión Democrática, en 1946 enfrentó al peronismo (endilgando a las autoridades nacionales tendencias nazi-fascistas) con un nuevo movimiento de fuerza que se prolongó más de un año. Esta insistente oposición determinó que en 1947 la FUC comenzara a transitar el sendero de la clandestinidad; un destino que, paradójica mente, fortaleció sus cuadros y aportó mayor afluencia de militantes. Al iniciarse la década del 50, ningún acto público antigubernamental que pretendiera congregar masivamente al público podía encararse sin el apoyo estudiantil. Y esta certeza estimuló el acercamiento de numerosos políticos a los líderes universitarios.
A mediados de 1953, cuando la Junta Representativa de la FUC resolvió (por unanimidad) expulsar a los dirigentes, afiliados o simpatizantes del Partido Comunista, las dudas que urticaban a los grupos militares antiperonistas sobre la conveniencia de apelar al respaldo estudiantil se disiparon. Pero la actitud adoptada por la Junta Representativa no tenía implicancias macartistas; constituía una suerte de respuesta al mandato formulado dos días antes por el secretario general del PC, Vittorio Codovilla, quien instó a los estudiantes comunistas a renegar del movimiento reformista y adherir a la oficialista Confederación General Universitaria (CGU). A partir de ese instante la FUC —comandada por elementos anarquistas, socialistas, radicales y, en menor número, conservadores— se convirtió para los sectores opositores en "la organización democrática más importante de Córdoba". Un calificativo que anticipaba su decisiva participación en la revolución de 1955.
El médico Raúl Gaspar Audenino (41, siete hijos, líder indiscutido de la FUC en los últimos años del peronismo) reconstruyó ante SIETE DIAS la actuación de los comandos civiles universitarios de Córdoba en los sucesos que depusieron al régimen justicialista. "En aquellos años —recordó—, la inmensa mayoría del estudiantado militaba en la FUC y residía en el barrio Clínicas. Una vecindad que facilitaba las comunicaciones y nos permitía concentrarnos con velocidad inusitada. Si mal no recuerdo, contábamos con más de dos mil activistas (sumando estudiantes y adherentes). Durante diez años nuestra oposición al gobierno se centró en el ámbito universitario. Si bien conocíamos desde hacía bastante tiempo la existencia de grupos golpistas, recién a fines de 1953 dos oficiales de Aeronáutica nos pidieron una entrevista."
Según Audenino, los oficiales en cuestión ("el capitán Bianquini y el primer teniente Perrone") les informaron que un sector de las Fuerzas Armadas se estaba organizando "para derrocar a Perón, terminar con los vejámenes y torturas perpetrados en las cárceles, impedir la entrega del petróleo, restituir la autonomía universitaria, sanear la economía y, sin restar una sola de las conquistas obreras, darle al país una salida democrática". El capitán Bianquini también sugirió al doctor Audenino que se organizaran rápidamente para salir a combatir cuando llegara la hora. "En los meses previos a septiembre —precisó R. G. A.— estructuramos una organización semicelular, nada perfecta, pero que posibilitaba nuestra rápida comunicación. Cada célula estaba integrada por cinco compañeros y comandada por un jefe de grupo. Este último era el encargado de conectarse con los líderes. Hasta la hora en que estalló !a sublevación, nuestras relaciones con golpistas extrauniversitarios se limitaron a esos dos oficiales de Aeronáutica, a quienes sólo conocíamos cinco líderes. Hasta que estalló la revolución, repito, no mantuvimos contactos con miembros del Ejército, ni con los comandos radicales o clericales."
Como los comandos universitarios carecían de armas, Bianquini y Perrone les propusieron un plan: "Cuando ellos nos telefonearan — detalló Audenino— debíamos enviar a los grupos hacia lugares predeterminados, donde les suministrarían armas y les revelarían la misión que deberían cubrir durante los sucesos. En caso de fracasar el intento revolucionario —concluyó—, nuestros militantes debían replegarse hacia las sierras y desatar una guerra de guerrillas para eludir las drásticas represalias que, suponíamos, adoptaría el gobierno".
El Radicalismo Popular Yrigoyenista fue el segundo crisol en el que se forjaron los comandos civiles cordobeses. "Pero conviene dejar aclarado aspecto que suele distorsionar la realidad —se preocupó
ante SIETE DIAS Leandro Fernández, 36, casado, dirigente de la juventud radical de la provincia durante los sucesos de septiembre de 1955—. La Unión Cívica Radical, a pesar de haber sido la estructura partidista opositora más importante del país y de contar con copiosos antecedentes en el terreno revolucionario, no participó en la revolución que derrocó a Perón. La mayoría de los dirigentes de la UCR había adherido al plan de pacificación orquestado por el gobierno a mediados; de junio de 1955. Es más, luego que el gobierno cedió un espacio radial a Arturo Frondizi, los dirigentes radicales veían nuestras acciones con bastante desagrado."
Según conjetura Fernández, esa discrepancia interna decidió a un grupo de oficiales de Aeronáutica a parlamentar con los jóvenes rebeldes. "Recuerdo que en agosto de ese mismo año, los oficiales Bianquini, Perrone, Verga a, De la Vega, Suárez, los hermanos Guiglamondegui y el hijo del presidente del Comité Radical de Oliva solicitaron a los dirigentes de la juventud que nos organizáramos para la lucha." Sobre la base de los comités juveniles de la ciudad de Córdoba, el grupo estructuró su modelo de comando. Cada uno de ellos estaba compuesto por doce correligionarios y piloteado por un jefe de grupo, quien, a su vez, dependía de un jefe civil o militar. "La ausencia de dirigentes y la nebulosa doctrinal y programática del momento no impidieron que recatáramos a más de 200 hombres — se enorgulleció Fernández—. El plan que debíamos desplegar el 16 de septiembre era bastante simple a primera vista: fortalecernos en la Casa Radical (Vélez Sársfield y San Juan) para controlar desde allí el centro de Córdoba."
La Iglesia Católica, como institución, no participó activamente en la revolución de 1955. Sin embargo, la mayoría del clero y buena parte de las jerarquías eclesiásticas propiciaron la creación de comandos civiles. Una actitud que sobrevino al incendio de iglesias consumado el 16 de junio de ese mismo año. "Recuerdo perfectamente que, luego de ese atropello, se constituyeron rápidamente comandos defensivos para proteger los 15 templos con que contaba Córdoba —confió el sacerdote Quinto Carnelutti, 41, actual párroco de la iglesia cordobesa de El Pinar y activo militante del sector posconciliar de los Sacerdotes del Tercer Mundo—. Luego de una ceremonia realizada en el ex colegio San José (actual sede de la Universidad Católica), los comandos armados juraron ofrendar su vida si era necesario con tal de evitar cualquier tentativa de profanar las iglesias. No se trataba de los comandos civiles que luego se observaron en Córdoba — puntualizó—, sino de grupos de laicos cristianos que se propusieron defender a Dios. Conviene recalcar que se organizaron para defender y no para atacar, ya que muchos de los integrantes de esos comandos habían sido peronistas hasta poco tiempo antes."
Junto a los grupos defensivos católicos actuaron también varios sectores del conservadorismo clerical cordobés. Estos, desde su base de operaciones (el Club Social) y por relaciones familiares, se constituyeron en contactos obligados de los jefes militares de la insurrección. La mayoría de los integrantes de este núcleo (minúsculo numéricamente) correspondía ideológicamente al nacionalismo católico que acompañó a! peronismo hasta su ruptura de relaciones con la Iglesia. A pesar de que su participación en las acciones bélicas fue reducida, gravitó notablemente en las decisiones adoptadas por por militares rebeldes en las vísperas del 16 de septiembre.

LOS COMANDOS EN ACCION
En las primeras horas del 14 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi llegó a la ciudad de Córdoba. Lo aguardaban su cuñado, Clemente Villada Achával; el ingeniero Calixto de la Torre y los hermanos Jorge y Eduardo Novillo Saravia. Luego de reunirse con el general Dalmiro Videla Ba laguer, el comodoro Julio César Krausse y el teniente coronel Arturo Ossorio Arana, el jefe de la revolución trazó, en la tarde del 15 de septiembre, la estrategia del movimiento. Unos cuarenta oficiales y más de mil civiles respaldaban su acción.
Básicamente el plan de E. L. consistía en lograr la rebelión de las escuelas de Artillería, Tropas Aerotransportadas, Aviación y de Aspirantes a Suboficiales de Aviación. Mientras el Liceo Militar General Paz se encargaría de reforzar a la Escuela de Paracaidistas, el mayor Melitón Quijano Semino se apoderaría de los obuses para enfrentar a la Escuela de Infantería, en poder del coronel Guillermo Brizuela, leal al gobierno.
Pero eso no fue todo; otra de las medidas adoptadas por Lonardi antes de desatar las acciones fue el nombramiento de Edmundo Molina como jefe máximo de los comandos civiles. "Creo que Lonardi fundamentó su decisión en ciertos antecedentes que exhibía mi foja de servicios —explicó Molina, 47, seis hijos, urbanista y constructor, quien además se responsabilizaba de la custodia personal del jefe de la revolución—. El general ya me había encargado varias misiones importantes que ejecuté sin fallas; además, existían lazos familiares que respaldaban esa confianza."
Según E. M., durante el primer día de rebelión los comandos civiles contaban con unos mil hombres. "La mayoría estaba compuesta por estudiantes reformistas y, en proporciones menores, por radicales de base (los dirigentes, encabezados por Arturo Zanichelli y Arturo Illia, aparecieron tres días después) y católicos. El segundo día de lucha, nuestros cuadros armados sumaban más de cinco mil hombres, y poco antes de la claudicación de Perón, esa cifra desbordaba los diez mil."
Los planes fijados por Lonardi se cumplieron a la perfección. A partir de la una de la madrugada del 16, y con la activa participación de los comandos civiles, los rebeldes lograron la rendición de los infantes leales. Mientras el jefe de la revolución y su estado mayor consolidaban las posiciones ganadas, los comandos civiles conducidos por el general Videla Balaguer (ciertas interpretaciones aseguran que el nombramiento de Molina como jefe de los comandos tuvo una finalidad clave: evitar que Balaguer fuera desbordado por el ímpetu de los civiles armados) marcharon sobre la ciudad, tomando las emisoras radiales, las oficinas públicas y el cabildo, donde funcionaba la jefatura de policía.
Uno de los protagonistas de este asalto, que prefiere permanecer en el anonimato, describió a SIETE DIAS una de sus facetas culminantes. "Alrededor de las tres de la tarde, unos 500 civiles reformistas y radicales ocupamos la plaza situada frente a! Cabildo. Llevábamos un pequeño cañoncito capturado en la Escuela de Artillería, y lo orientamos hacia el frente del edificio. Luego de unos minutos de intenso tiroteo, los leales asomaron una bandera blanca: se rendían. Videla Balaguer avanzó unos pasos hacia el lugar y tuvo que retroceder vertiginosamente; los leales abrieron fuego sobre nosotros. Tres veces consecutivas nos trampearon de la misma manera. Finalmente decidimos apelar al cañoncito para disuadirlos a deponer las armas. Pero tropezamos con un problema bastante serio: nadie sabía utilizarlo. Tal era nuestra ignorancia artillera que el primer disparo pasó sobre el techo del Cabildo y se estrelló contra un tanque de agua instalado media cuadra más allá. Bajamos un poco la mira y el segundo disparo dio contra el techo del segundo piso. Bajamos un poco más la mira, y el tercero penetró en una de las ventanas desde donde nos disparaban. Eso parece que los asustó y se rindieron sin vueltas. Fue una suerte: sólo nos quedaba una bala de cañón."
La alegría que en estos momentos invadía a los comandos civiles debió contrastar notablemente con el pesimismo que asolaba a Ricardo Obregón Cano (52, cuatro hijos, odontólogo, último ministro de Gobierno peronista de la provincia de Córdoba). "Nos sorprendió bastante el apoyo militar que obtuvieron unos pocos civiles fragoteros (golpistas) —explicó a SIETE DIAS, hace 2 semanas—. Estábamos tan seguros del Ejército que cuando la noche del 15 de septiembre nos anunciaron el alzamiento casi creíamos que se trataba de una broma. Esa velada estaba escuchando el concierto de una recomendada del general Carlos Uriondo, actual gobernador de Santiago del Estero, cuando apareció el intendente Leonardo Obeid y nos dijo lo que ocurría."
La existencia de comandos civiles no sorprendió a Obregón Cano la noche del alzamiento. "Sabíamos que estaban operando desde hacía algún tiempo —confesó—. Claro que la quema de las iglesias fue un estandarte utilizado por el clero cordobés para fanatizar aun más a los incautos creyentes." Según estima R. O. C., los comandos civiles estaban integrados "en su casi totalidad" por elementos vinculados a la Iglesia Católica. "Los partidos opositores —supuso— no tuvieron nada que ver con esos episodios, y a los estudiantes les tocó jugar el rol de siempre: ser los primeros (y generalmente únicos) en jugarse para que otros recojan los frutos de su acción."
Cuando las tropas leales al gobierno se reagruparon en Alta Gracia, bajo el mando de los generales José E. Sosa Molina y Alberto Morello, los militares revolucionarios debieron cubrir ese flanco, encargando a los comandos civiles una misión bastante engorrosa: contrarrestar el avance de los regimientos 11 y 12 de Santa Fe y de la Agrupación Aérea Liviana, comandada por el general Miguel Iníguez. Las tropas ingresaron a la ciudad desde la estación del Ferrocarril Belgrano y cuando marchaban hacia el centro "tuvieron oportunidad de presenciar — según cronicó La Voz del Interior— el increíble arrojo puesto por los civiles cordobeses en defensa de su ciudad".
El mismo episodio fue relatado por el hijo de Lonardi en su libro Dios es justo: "La avanzada de estas tropas —detalla— llegó hasta el puente Centenario. Allí varios vehículos atravesados obstruían el paso y servían de parapeto a los civiles: que hacían fuego sobre los atacantes, luchando codo con codo. La denodada resistencia obligó a las tropas del general Iñíguez a replegarse nuevamente hacia la estación ferroviaria".

LOS CIVILES DESPUES DE LA VICTORIA
Luego del triunfo de la revolución, los roles protagónicos de los distintos sectores que componían las fuerzas civiles variaron sustancialmente. "Los estudiantes reformistas constituíamos el grupo (numéricamente) más importante y corrimos con la tarea más; difícil en la acción directa —recordó un ex comando civil que calló su nombre ante SIETE DIAS—. Todavía no habíamos regresado de los frentes de lucha cuando se integraron los elencos del nuevo gobierno. Una celeridad cuyos propósitos descubrimos al analizar la composición de esos elencos: casi todos los altos cargos habían sido copados por elementos de la Iglesia."
El primer enfrenta miento comandos-gobierno provisional se registró siete días después de iniciadas las acciones revolucionarias. En esa oportunidad se hizo público un decreto por el que se restituía la obligatoriedad de la enseñanza religiosa (anulada por el justicialismo a fines de 1954) en las escuelas del Estado. "La medida indignó a nuestra gente —volvió a encresparse Raúl Audenino—: apenas conocimos la novedad realizamos un planteo ante nuestros oficiales de contacto. Luego de escucharnos, el capitán Bianquini y el primer teniente Perrone se reunieron con camaradas de la oficialidad joven de Aeronáutica y se trasladaron en grupo hacia el Cabildo. Iban a exigirle a Lonardi que anulara el decreto." El jefe de la revolución, que estaba a punto de viajar a Buenos Aires para hacerse cargo de la presidencia, debió (por este planteo) atrasar un día su partida; es decir, hasta el sábado 24 de septiembre.
"En las últimas horas del viernes 23 —prosiguió Audenino—, Lonardi nos respondió textualmente: Muy bien, señores. Ustedes son los dueños de la revolución; la medida será anulada. Pero sepan también que, a partir del día de mañana, en que asumo la presidencia de la Nación, quien venga a hacerme un planteo de este tipo será pasado por las armas. Esta situación nos hizo comprender que habíamos hecho la revolución para que otros la usufructuaran con mentalidad reaccionaria."
Según los testimonios de Audenino, la ruptura definitiva entre los comandos universitarios y las nuevas autoridades nacionales se produjo el martes 27. Ese día, y luego de la designación del doctor Agustín Caeiro como rector de la universidad cordobesa, los líderes estudiantiles ordenaron tomar el edificio de la universidad. "Lástima que, para entonces, ya habíamos devuelto las armas", se amargó R. G. A.
La protesta de Audenino coincide con las críticas provenientes de la juventud radical cordobesa de tendencia popular yrigoyenista. "Nosotros también ofrendamos mártires a la revolución —advirtió a SIETE DIAS uno de sus líderes—; sin embargo, los dirigentes que el 16 nos acusaron de irresponsables por asumir la lucha fueron quienes recogieron los frutos de la victoria." Un punto de vista al que Leandro Fernández sumó esta confesión: "Pocas horas antes de iniciarse las acciones del 16, y mientras pretendíamos abrir las puertas de la Casa Radical de Córdoba para introducir armas, el doctor Eduardo Gamond (último presidente del Senado Nacional, en 1966) nos cerró el paso argumentando: No comprometan al partido. Una actitud que luego de asegurado el triunfo de la revolución, no le impidió autoproclamarse uno de los jefes civiles de la rebelión y firmar constancias a quienes participaron de la lucha. Así fue como nos marginaron —concluyó Fernández— y truncaron los objetivos del alzamiento. Claro que no todos los civiles sufrieron idéntica frustración: los comandos de defensa de las iglesias y los grupos conservadores de Córdoba (vinculados a la jerarquía eclesiástica) revivieron sus años de gloria. La Asociación de Mayo (fundada posteriormente por ex colaboradores peronistas) se constituyó en organismo precursor de lo que posteriormente se denominó gorilismo. En sus entrañas se gestaron profesionalmente los futuros coup d' état, a pesar de que sus miembros jamás participaron de las acciones directas".

LOS COMANDOS VUELVEN A LA LUCHA
Ocho años después de la caída de Perón, la ciudad de Córdoba volvió a ser epicentro de acciones armadas de las que participaron comandos civiles. Pero en las escaramuzas del 2 de abril de 1963 sólo el radicalismo de tendencia popular yrigoyenista volvió a empuñar las armas. Para reconstruir esos acontecimientos, SIETE DIAS entrevistó a uno de los más destacados jefes del único sector de los primitivos comandos que no perdió vigencia: Medardo Avila Vásquez (42, seis hijos, ex senador provincial, ex diputado electo por la Unión Cívica Radical del Pueblo, quien actualmente ejerce la docencia en un instituto privado y cursa el doctorado en Historia en la universidad cordobesa).
—¿Qué objetivo los impulsó a la lucha en abril de 1963?
—Luego de participar en varias intentonas militares fallidas (como la registrada en septiembre de 1962, durante la presidencia de Arturo Frondizi), tropezamos con la posibilidad de plantear una instancia revolucionaria; vale decir, despegar del simple nivel del golpe de Estado (que no pasa de ser un recambio) para encarar un planteo de totalidad, partiendo de la renovación fundamental de pautas estructurales.
—¿Por qué encararon ese "planteo de totalidad" enancándose en un
proceso castrense en lugar de consumarlo dentro de las estructuras políticas en las que militaban?
—En aquel momento (como en el que estamos viviendo), las organizaciones políticas no se planteaban el cambio radical de estructuras en forma revolucionaria. Todo lo contrario: distorsionando pecaminosamente la normalidad institucional, buscaban un status de mediocridad en el que les fuera permitido perdurar como seudos grupos de presión. ¿Qué salida electoral podía ofrecer un sistema urdido, precisamente, para convertir a las minorías en mayorías en el Congreso, y cuando, finalmente, el desiderátum quedaba en manos del ejército azul: socio y accionario de los monopolios internacionales que se habían apropiado de las fuentes energéticas del país y de los más importantes sectores de su industria pesada?
—¿Resultó fácil reclutar elementos civiles para llevar a cabo la conspiración?
—No del todo. Transitábamos los umbrales de una elección que constituiría gobierno, en todos los niveles institucionales del país, y los elementos dirigentes de los partidos políticos habían anotado sus nombres en las listas de postulantes a candidaturas. Trataban de no perder posibilidades frente a un inminente epílogo minoritario que acarrearía el nuevo negociado del ucrismo-solanismo con el peronismo. Sin ese estado de ánimo no podría explicarse que, mientras los radicales jóvenes nos jugáramos a tiros en Alta Córdoba, el presidente del Comité de Provincia (después presidente del bloque de diputados nacionales) y otros personajes que también ocuparon bancas nacionales frecuentaran la jefatura de Policía cordobesa portando listas delatoras, donde se identificaba a quienes partimos de la Casa Radical para armarnos en un cuartel. Por primera vez en muchos años conjugábamos una fuerza civil-militar que se proponía acabar violentamente con uno de los períodos más deleznables de la historia política argentina.
—Llegada la hora de la acción, ¿qué esquema organizativo exhibían esos comandos civiles?
—Cuando se propició la alternativa del 2 de abril no hubo mucho que inventar. Contábamos con un ponderable capital humano distribuido en todo el ámbito estratégico y conocíamos a la perfección el me-
dio en el que actuaríamos; una infraestructura que nos permitió montar una organización que se perfeccionaba día a día. Por si esto fuera poco, varios oficiales de las Fuerzas Armadas verificaron cada articulación del dispositivo y lo consolidaron, reajustando partes que no habían sido suficientemente cuidadas. Así logramos montar una red de unidades Estancas, provistas de claves y santo y seña móviles, en cuya trasmisión intervinieron insospechados elementos femeninos que en ningún caso fueron descubiertos.
—¿Todos los civiles pertenecían a la misma extracción política?
—La mayoría era radical. Junto a ellos actuó gente independiente y algunas células integradas exclusivamente por jóvenes peronistas, casi todos ferroviarios.
—¿Considera que los episodios del 2 de abril de 1963 redituaron beneficios al país?
—No me cabe la menor duda. Pero estos sucesos no fueron justamente valorados. En las revoluciones, como en las guerras !a historia 13 escriben los vencedoras. Nadie podría negar que las acciones del 2 de abril aniquilaron al Frente Nacional y Popular (encabezado por Vicente Solano Lima) y posibilitaron el triunfo posterior de la UCRP.

UN COMPAS DE ESPERA
Luego del golpe que sufrieron las fuerzas civiles rebeldes en 1963, algunos observadores pronosticaron que su corta vida ingresaba en un coma definitivo. Pero no fue así. "La derrota nos granjeó un período de confinamiento en la Cárcel Penitenciaria y en los presidios del sur —hilvanó ante SIETE DIAS Amado Jalil, 38, tres hijos, propietario del restaurante cordobés El Nacional, ex presidente de la juventud radical y ex secretario de gobierno del Comité de la Provincia de la UCRP—. Allí permanecimos hasta que la elección de Illia, en junio de ese mismo año, facilitó nuestra liberación. Poco tiempo después, casi todos los detenidos civiles conversamos con el presidente en La Falda; allí decidimos deponer las armas por considerarlo un hombre identificado con la política nacional que propugnábamos."
Según refirió Jalil, meses después el panorama volvió a ensombrecerse. "Ninguno de los comandos que actuamos el 2 de abril fue llamado para colaborar con el gobierno — se quejó—; además, a los compañeros militares dados de baja luego de aquellos episodios no se les cumplió la promesa de reincorporarlos." A esas críticas, A. J. agrega otras "de igual o mayor gravedad: en la faz económica, por ejemplo, las medidas no tendieron a la liberación, sino que se aferraron al Fondo Monetario Internacional, ofreciendo la pauta de que estábamos en presencia de una administración liberal más. Por eso el 28 de junio de 1966 sucedió lo que tenía que suceder".
Jalil aclaró que los comandos civiles no participaron de los acontecimientos que provocaron el derrumbe del gobierno Illia. "Nos limitamos a observar los hechos, con la pena que se experimenta al comprobar que se ha desaprovechado una nueva oportunidad —se preocupó—. Pero cuando en 1966 asumió el general Juan Carlos Onganía comenzamos a reunimos para reactivar nuestra organización celular a nivel provincial y nacional." Seis meses más tarde, Jalil y sus allegados tuvieron noticias de que en la localidad cordobesa de Nono se realizaría una reunión propiciada por el ex oficialismo radical. "Concurrimos a las sesiones —se entusiasmó—, pues considerábamos que el radicalismo se decidiría por la única posibilidad que le quedaba: la lucha. Pero las posiciones sustentadas en la reunión volvieron a decepcionarnos."

EL CORDOBAZO Y LA "REVOLUCION NACIONAL"
Los sucesos registrados en Córdoba durante los últimos días de mayo pasado abrieron un interrogante: ¿retornaban los comandos? Un enigma que comenzó a difundirse cuando, luego de la intervención del Ejército en la convulsionada ciudad, una fantasmal legión de francotiradores se parapetó en las azoteas, disparando sobre las tropas. Numerosos políticos y militares —y varias publicaciones periodísticas— barruntaron que los civiles en cuestión estaban íntimamente ligados a los comandos que operaron en 1955 y 1963. Para respaldar esa suposición advertían que las armas con las que se los pertrechó en aquellos años jamás fueron reintegradas a los cuarteles. Las declaraciones vertidas ante SIETE DIAS por el ministro de Gobierno cordobés ratifican esa interpretación de los hechos. Para plantear estas hipótesis a quienes siguen militando en las filas de los comandos civiles, SIETE DIAS reporteó a dos de los protagonistas de la toma de la emisora radial cordobesa LV3 (ocurrida el 2 de abril de 1963). Uno de ellos es Jalil; el otro, Mario Alberto Rosella (43, tres hijos), quien también coincide con Jalil en lo que a profesión se refiere: administra el restaurante El Federal, instalado en esa ciudad. Pero allí no acaban las coincidencias: Jalil y Rosella dialogaron con SIETE DIAS en representación del Movimiento de la Revolución Nacional, al que pertenecen.
—El ministro de Gobierno adjudica a los comandos civiles cierta responsabilidad en el cordobazo; sospecha que sus filas están pobladas por unos 500 militantes y que cuando vuelvan a actuar lo harán para linchar a la gente. ¿Están de acuerdo con el pronóstico?
ROSELLA: —La apreciación del ministro es, en parte, certera. Lo que él denomina "comandos civiles" no son otra cosa que todos los civiles que estamos peleando para restituir el país a su verdadero cauce y castigar a los culpables y traidores a la patria. Nosotros dialogamos constantemente con numerosos militares; lo seguiremos haciendo, pues no queremos otro enfrentamiento. Pero también les hemos establecido plazos. Estamos muy bien organizados y somos muchos. No 500, como estima el señor ministro, sino casi veinte millones. El señor ministro tampoco se equivoca cuando sospecha que la próxima vez no saldremos a quemar casas o negocios: ganaremos la calle para fusilar a los traidores.
—¿Tuvieron participación en el intento subversivo del 31 de julio pasado?
JALIL: —Conocemos a varios de los militares que protagonizaron la intentona, pero nos desligamos totalmente de ese procedimiento. Estamos convencidos de que para encarar una revolución triunfante es imprescindible contar con la participación de un gran número de amigos en las Fuerzas Armadas que piensen como nosotros. Además, un enfrentamiento entre civiles y militares es algo que, por el momento, no conviene estimular.
—Fuera del grupo que ustedes integran, ¿qué sectores participan de la llamada "Revolución Nacional"?
JALIL: —Actualmente, en algún lugar de Córdoba, se están realizando reuniones en las que participan gremialistas (pero gremialistas puros), representantes estudiantiles, pequeños comerciantes e industriales, delegados de sectores agrarios, grupos militares y miembros del clero adheridos al Movimiento del Tercer Mundo. Esas deliberaciones permitirán fijar las bases de lanzamiento de la Revolución Nacional.
—¿Quiénes integran los grupos militares?
ROSELLA: —Por razones obvias no podemos identificarlos, pero se
trata de oficiales con quienes actuamos en numerosas oportunidades y con los que coincidimos ideológicamente. Todos ellos pertenecen al Ejército y Aeronáutica y exhiben diversas jerarquías: hay varios mayores, algunos coroneles y la gran mayoría se compone de capitanes, tenientes y subtenientes; o sea, los que tienen el mando directo de las tropas. Nos confesaron que ya no toleran más que las huelgas declaradas en Córdoba los obliguen a sacar a sus esposas e hijos de los barrios militares para eludir las represalias de quienes los consideran ligados a la oligarquía.
—¿Mantienen relaciones con Raimundo Ongaro?
JALIL: —Hemos sostenido varias charlas con Ongaro y lo consideramos un hombre auténticamente puro, uno de los mejores sindicalistas que hayamos conocido hasta la fecha. Es más, cuando recientemente estuve detenido en la Cárcel de Encausados recibí dos o tres cartas suyas.

"SI QUIERES LA PAZ, PREPARA LA GUERRA"
El aforismo latino (Si vis pacem, para bellum) guarda íntima relación con las conclusiones que, sobre el historial de los comandos civiles cordobeses, el sociólogo José Delich (32, tres hijos, profesor de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas de Córdoba y autor del ensayo Tierra y conciencia campesina en Tucumán) elaboró para SIETE DIAS.
Según Delich, "en cualquier sistema social con leves fisuras en su nivel de integración aparecen grupos marginados que enfrentan globalmente al sistema, con distintos objetivos y resultados". J. D. sugiere recordar que en la Argentina, a partir de 1930, la marginalidad de los grandes sectores es una constante similar a los golpes de Estado que se sucedieron puntualmente.
"Esta aparente anomalía del sistema —teorizó— ha terminado por convertirse en algo normal, arrastrando hacia la normalidad otras anomalías. No es difícil, por ejemplo, realizar una vertiginosa carrera política trepando en el escalafón del prestigio con cada golpe de Estado. De esta manera se ha orquestado una auténtica élite de profesionales golpistas. Con el primer golpe Fulano conquista una subsecretaría; con el segundo, un ministerio; al tercero, sin duda, ocupa el sillón del gobernador. Generalmente, las personas que componen esta élite no acceden a sus filas por razones casuales, sino de parentesco."
El sociólogo Delich incluye dentro de este organigrama a los grupos de civiles armados que proliferaron en Córdoba durante los últimos veinte años. "Estos comandos, o gorilas, como se los designa por comodidad, no son más que terroristas liberales o, valga la paradoja, liberales terroristas. Su lema es la conspiración permanente; su misión, algo no muy reconfortante: sacudir el sistema para que otros recojan los frutos. Pienso que subsistirán hasta que el país no ingrese en una etapa definitiva de estabilidad política."
RAUL CUESTAS
Revista Siete Días Ilustrados
29-12-1969

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