Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

TUCUMAN: un volcán en acecho
La crisis tucumana angustia a todos los sectores. Los más afectados parecen dispuestos a emprender el camino del éxodo. La Iglesia mientras tanto se esfuerza por aplicar fielmente las normas dictadas por el Concilio

Tucumán no es un polvorín. Es un pueblo que corre el riesgo de desaparecer. Por eso, el pasado es mucho más fuerte que la presente necesidad de trasformaciones, vagamente esbozadas. El cúmulo de sacrificios que dichas modificaciones deparan, sólo parecen avecinar —al menos por ahora— el fantasma de la miseria. La antigua capital del comercio, la industria y la cultura del norte argentino, el viejo blasón tucumano, acaso podría llegar a ser una nostalgia. "Encima que el diablo sale todos los días a echarnos calor con un fuelle, no tenemos trabajo", satirizan los más cáusticos.
El cierre de ocho ingenios, más un noveno en trance de extinguirse, de los veintisiete que había en la provincia, generó una situación realmente crítica. Y una polémica infinita acerca de cuántos son
exactamente los tucumanos que han quedado sin trabajo. Mientras el gobierno provincial sostiene que los desocupados no pasan de seis o siete mil, la FOTIA (Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera) multiplica esa cifra por diez. Muy pocos ponen en duda que la cifra real baje de los cincuenta mil.
Emprender el éxodo o resignarse al hambre constituye la única alternativa inmediata para miles de familias tucumanas.
Pero al mismo tiempo, son también pocos los que dudan de que a Tucumán hay que sacarla del monocultivo, de la esclavitud del azúcar. Las disidencias en este punto giran en torno de los medios a emplear para lograr eso. La euforia de la explotación cañera en la década del 50 y la más cercana, la de los años 63 al 65, dieron por tierra con la posibilidad de abordar racionalmente la diversificación de los cultivos. Un proceso para el cual la diminuta provincia parece excepcionalmente bien dotada.
"Lo que ocurre aquí es que los propietarios de los ingenios no tienen visión empresaria", se quejó la semana pasada un funcionario provincial. La misma falta de visión es la que fustigó, ante SIETE DIAS, Gaspar Lasalle, el tormentoso líder de la Unión Cañeros Independientes (UCIT): "Los industriales que especulan con beneficiarse a costa de la miseria, no se dan cuenta que están propiciando su propio hara-kiri".
Es que las vetustas factorías azucareras de Tucumán, tienen en los ingenios salteños —equipados con los adelantos de la técnica moderna— una competencia que puede ser ruinosa. De ahí que la política de los grandes industriales tienda primordialmente a la eliminación de la competencia interna que ejercían los numerosos minifundios, para concentrar la producción en pocas manos. "Esto es la trustificación de la industria azucarera en combinación con los monopolios salteños", coinciden los empresarios de la UCIT y de la Federación Económica de Tucumán. Sea exacta o no dicha apreciación, lo cierto es que el Operativo Tucumán ha causado la eliminación de 9.800 familias productoras de caña.
Pero ¿existe, en verdad, la crisis tucumana? El ritmo febril de la ciudad capital, la multitud agolpada todas las noches en el "área del dólar" (la zona del casino y de los restaurantes y boites elegantes), los estilizados chalets que bordean la avenida Mate de Luna en el confortable barrio de Yerba Buena, parecen descartar cualquier asomo de crisis.
Sin embargo, con ese mismo aspecto apacible y despreocupado, Tucumán ha servido en los últimos años como rasero del éxito o el fracaso de las políticas ensayadas desde la Casa Rosada. Ayudó, también, para que Arturo Illia fuera desalojado de ese recinto. Ahora, todos los sectores, desde la vapuleada FOTIA hasta los cautos funcionarios del gobierno provincial, coinciden con dispares fundamentos en que "1968 es un año definitivo. O salimos adelante o sucumbimos".

LOS INUNDADOS. — Mientras tanto, los que sucumben se acercan todos los días al rancho que hace las veces de parroquia en el barrio Jardín, un suburbio de la vieja capital. Allí el padre Ramón Villalobos tiene instalado desde hace tiempo un armario atestado
con paquetes de arroz, harina y café para la procesión de necesitados que viene a pedirle desde dinero para comprar placas radiográficas hasta cualquier cosa "con tal de ir tirando". No puede extrañar, entonces, que el fornido Villalobos sea otro de los cabecillas de la "rebelión de los curas" que estalló el 7 de enero en la provincia.
"Pero rebelión contra quién, ¡Tata Dios!", exclama el sacerdote juntando las manos. Se trata solamente de cumplir con la letra de las Sagradas Escrituras. La Iglesia debe ocuparse del hombre. Pero en el caso de los pobres, su obligación es doble: debe ocuparse de él en cuanto hombre, pero más aún si ese hombre es pobre. Y no es la caridad rotariana, de quienes se compadecen de los necesitados sin dejar de 'tinquearse el pupo' (sobarse el ombligo), sino la más auténtica caridad cristiana."
Unas horas antes, desde su oficina del segundo piso en el edificio de FOTIA, el líder Atilio Santillán había apuntado a SIETE DIAS: "Hoy, en Tucumán, cualquiera puede ser cabecilla. Basta con pararse en un banquito que lo eleve treinta centímetros por encima de las cabezas de los demás y tener pulmones fuertes para hacerse oír".
Es exactamente lo que ha resuelto hacer la mayoría de los ochenta sacerdotes que componen el clero provincial. El propio Villalobos congrega a sus fieles junto a la parroquia, justo enfrente de la sede del Regimiento 19 de Infantería, para censurar la política "libreempresista" del gobierno. "¿No es acaso lo que nos han enseñado Fray Luis Beltrán, el Deán Funes o Fray Mamerto Esquiú? Acerca de ellos, la corona española también decía que con sus actitudes atentaban contra el orden constituido", ejemplifica el sacerdote, mientras concluye la merienda frugal que todos los días le ofrece alguno de sus vecinos.
En realidad, la mentalidad de "laissez faire" con que las autoridades parecen haber encarado la trasformación de Tucumán resulta el aspecto más criticado por casi todos los sectores. Una idea generalizada es que si se hubieran instalado fuentes de trabajo que absorbieran la ingente mano de obra desocupada antes de disponer el cierre de ingenios, la situación habría variado sustancialmente.
El otro flanco para esa crítica es la aparente ausencia de un plan orgánico y racional que encauce dicho proceso. "Aquí se ha improvisado todo, sin consultar a nadie", protestan los entendidos.
Paralelamente, esta compleja realidad dio pie para que se abriera otro proceso no menos importante: el quehacer político ha dejado de girar alrededor de las tradicionales estructuras partidarias para trasladarse resueltamente hacia los ejes más vitales de la comunidad: Iglesia, empresarios, sindicatos. Un proceso que ya ha comenzado a insinuarse en todo el país, pero que en Tucumán asume verdaderas características de trampolín piloto.

LAS RAZONES OFICIALES. — Es uno de los fenómenos que más parecen preocupar al gobierno provincial: "Ese proceso está siendo claramente instrumentado por determinados sectores", advierte el porteño Gastón Juan Lacaze, ministro de Gobierno. "Lo lamentable es que haya sacerdotes que se presten a ello —prosigue—. Aunque aclaro que me parece lógico que se preocupen por la situación económica de sus fieles. Lo que no puede ser es que se presten a depredaciones y desórdenes. Hay sacerdotes que se dedican a excitar los espíritus. Por otra parte, resulta muy fácil hablar de lo que debe hacer el gobierno sin estar en él. Nosotros hacemos lo humanamente posible. Se debe comprender que la trasformación tucumana no puede resolverse de golpe. Pero algo ha cambiado ya. Aquí no hay más disturbios ni tomas de fábricas. Hemos cambiado la imagen de Tucumán; logrado el orden, vendrán los capitales a radicarse en la provincia. Ahora, en cuanto a la situación social, nosotros no podemos impedir que las empresas despidan a parte del personal, cuando se ven necesitados de hacerlo para reducir
costos, si pagan las indemnizaciones correspondientes. Tenemos que atravesar 1968, que es un año decisivo. Después Tucumán va a levantar cabeza", se entusiasma el ministro.
Por ahora, el gobierno del general Fernando Aliaga García trata de reunir la suma de 700 millones de pesos para organizar un fondo de desempleo que saldrá de un impuesto del tres por ciento sobre todos los sueldos y un aumento de un peso sobre los seis que ya pesan como gabela sobre el azúcar. Es lo que el gobernador vino a gestionar a Buenos Aires la semana pasada.
Es, de paso, lo que le permite a Santillán agudizar su crítica: "El hecho de que Aliaga García tenga que ir a Buenos Aires a gestionar eso, es prueba fehaciente de la razón que asiste al pueblo tucumano. Indica el fracaso absoluto del llamado Operativo Tucumano".
"Nuestro plan —explica el coordinador nacional del Operativo, ingeniero Roberto Álvarez— tiene una primera etapa de creación de fuentes de trabajo, y una segunda de d¡versificación agrícola e industrialización. La primera se cumplió en un ochenta por ciento, empleando de siete a ocho mil personas en obras públicas."
Sin embargo, los tucumanos no comparten ese optimismo. En el clausurado ingenio Mercedes, unos kilómetros al sur de la capital tucumana, Severo Ramírez, antiguo operario de la fábrica, hace saber a SIETE DIAS: "Este ingenio se cerró de gusto, no más. Sólo porque se le ha bajado la gana al dueño. Ahora, fíjese, tenemos que ir a cavar zanjas para Obras Sanitarias. Nos dan un jornal de 577 pesos, de los cuales nos descuentan 100 por gastos de traslado. Encima tenemos que comer afuera. ¿Qué nos queda? Y las fábricas que están instalando... es para que trabajen sólo unos pocos. Y mujeres para peor".
Efectivamente, el Operativo ha tendido a la radicación de industrias en la provincia. Una hilandería, una deshidratados de papas, industrias del plástico y otras. Pero por sus propias características —altamente tecnificadas— no alcanzan para absorber el desbordante aumento de mano de obra desocupada. De ahí que los dirigentes de la Federación Económica local reclamen como solución de emergencia un dispositivo inmediato de grandes, obras públicas: la realización de los complejos hidroeléctricos de Medina, en el río Clavillo, y La Angostura, en Tafí del Valle, entre otras.
"En cambio —asegura José Chebaia, presidente de la Federación— las medidas del gobierno nacional no apuntan a resolver la crisis de fondo de la economía tucumana." Horas después, el miércoles pasado por la tarde, la FET daba a conocer una extensa carta abierta dirigida al gobernador, que alertaba: "Se acentúa la incertidumbre y las tensiones sociales en Tucumán trócanse en angustia colectiva". Paradójicamente, el comunicado coincidía con el que la Secretaría de Industria daba a conocer desde Buenos Aires, donde se explicitaban nuevas facilidades para quienes radiquen industrias en la castigada provincia.
A los empresarios locales, el anuncio no pareció entusiasmarles. "Se centraliza todo desde Buenos Aires. No hay federalismo económico. Y el federalismo político es un mito", protestó Chebaia. En realidad, los tucumanos se niegan a que los gobiernen "desde afuera". "Ahora nos han puesto de arzobispo a un cordobés. Lo único que falta es que nos nombren de gobernador al intendente de Calamuchita", protestan los disconformes.

SIN DETONANCIAS. — A todo esto, la difícil situación aparenta no encaminarse hacia extremos explosivos. Las propias organizaciones sindicales —que eventual mente podrían desatar el colapso— padecen los embates de una crisis que amenaza desbordar a sus líderes.
La semana pasada, Atilio Santillán, en el plenario del congreso de delegados regionales de la FOTIA, debió soportar uno de los desplantes más duros de su carrera, ensordecido por las vociferaciones que clamaban por su renuncia.
Desde que fue creada la Federación de Obreros del Surco, una entidad que la FOTIA tacha de "fantasma", por su escasa representatividad, las diferencias entre los trabajadores del campo y los de las fábricas, agudizó la crisis del sindicato más poderoso de Tucumán. A ello se suma ahora las diferencias de situación entre los que debieron sufrir los cierres de ingenios y quienes continúan trabajando normalmente. El gobierno, por su parte, ha resuelto terminar con el convenio especial que amparaba a los trabajadores de la industria azucarera, haciendo tornar a los obreros del surco a las estipulaciones del Estatuto del Peón, Una forma de legalizar algo que, en la práctica, las empresas ya venían realizando.
Ello incrementó las disensiones internas. Y el cuadro de participacionistas y antiparticipacionistas que divide al sindicalismo argentino, registró en Tucumán un fenómeno curioso: Santillán fue atacado tanto por quienes desean una actitud menos agresiva por parte de la FOTIA, como por quienes reclaman medidas de lucha más decididas y violentas. Santillán logró capear, en parte, la crisis al conseguir que el consejo directivo de la FOTIA presentara su renuncia en pleno. Los congresales, luego de algunos cabildeo, no tuvieron más remedio que rechazarlas.
Una escaramuza similar se libraba, al mismo tiempo, en los conciliábulos tendientes a normalizar la CGT regional. Mientras el participacionismo, capitaneado por el gremio de la construcción, pugnaba por eliminar a la FOTIA del posible secretariado, ésta organizaba a sus sindicatos acólitos —que parecen sumar mayoría— para elevar al peronista Benito Romano, ex diputado nacional, al cargo de secretario general de la regional. Previendo que ello pudiera ocurrir en la reunión que el viernes pasado debía elegir a las nuevas autoridades, un prudente llamado desde la sede central de la CGT, en Buenos Aires, consumado en la tarde del jueves, trataba de posponer cualquier decisión.
"Ahí está Tucumán, la raíz de nuestros males y nuestra razón de ser", se burlan a veces, los que pasean por el cerro San Javier. A principios de este siglo, Medinas, un pueblo del sur, inició su decadencia hasta desaparecer casi por completo. Eran los dolores del crecimiento. Ahora, los tucumanos no quieren que la historia se repita.
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Dos curas en acción
Menos de cinco kilómetros son suficientes para llegar a la parroquia del ingenio San Pablo. Allí, a la vera de la ruta 39, amparada por palmeras y un eucaliptos, se alza la piedra del último escándalo tucumano. Pero el contraste más curioso, de los tantos que agobian a esta provincia, es el nombre con que los pobladores han ungido a los protagonistas de esos episodios el sacerdote Raúl Sánchez y el vicario capitular Segundo Víctor Gómez Aragón: "Ese es el Cristo nuestro".
Seguramente, el relato que ambos proporcionaron en una larga conversación con SIETE DIAS, sea la descripción más apasionante de cuanto ha ocurrido en Tucumán en las últimas semanas. Y algo más: el despunte minucioso de la Iglesia postconciliar en la Argentina.
-"¡Uh! Este asunto ya está pasado de moda, chango. Hemos hablado demasiado; ahora es cuestión de actuar."

Raúl Sánchez tiene veintisiete años y un arsenal de ideas que él se encarga de trasmitir con gestos y risas estentóreas. Es hijo de los cañaverales y hace cinco años que se graduó en el Seminario de Córdoba para pasar al puesto de teniente cura en una zona borrascosa, el ingenio San Pablo, uno de los más importantes de la provincia. Su función allí es la de asistir al cura párroco Pedro Würschmidt (Birsmit, para los tucumanos), a quien muchos comprovincianos hacían el nuevo arzobispo.
-Es pueril creer que lo sucedido aquí —nuestra participación en los problemas de la gente que trabaja en el ingenio— fue casual o repentina. Los vínculos que nos atan con esto que está queriendo ser una comunidad y todavía no lo es, son muy fuertes y vienen de lejos. Nuestra parroquia ha construido y organizado una escuela primaria, una secundaria y un instituto de enseñanza técnica. Además, tenemos tres turnos de campamentos de verano para los hijos de los obreros y colonos de este ingenio. En estas condiciones, cuando la gente viene a plantearnos sus problemas, cosa que por otra parte es muy natural, ¿qué debemos hacer? ¿Cómo se asume el mensaje de Cristo, que se inmoló por nosotros? ¿Dándoles la espalda?

El cura Sánchez alisa sus cabellos oscuros y comienza el relato de cómo a esa gente no se le dio la espalda.
-En septiembre del año pasado, ya se veía venir lo que ocurrió ahora: 97 obreros cesantes y 81 con ocupación temporaria, que es más o menos lo mismo porque la que la empresa les dice: "Ustedes siguen manteniendo con nosotros la misma relación de "dependencia, quédense tranquilos". Pero la realidad es que esa gente sólo cobrará sueldo durante tres meses al año y no gozará de ningún beneficio social. Por eso, previendo lo que iba a ocurrir, le hicimos llegar a la empresa un proyecto por el cual se aseguraba trabajo para todos, que es lo más importante, y se mejoraba, inclusive, el sistema de producción, haciéndolo más racional. Tuvimos varias reuniones con el presidente del directorio, Miguel Alfredo Nougués, para explicarle las reformas que proponíamos. La respuesta inmediata fue: "¿Cuánto cuesta eso?". Lo primero de todo es la plata, después piensan en los hombres. No nos escucharon.
Es muy fácil entender, entonces, que la situación aquí no la hemos creado nosotros. Y para demostrarle a Nougués que no hablábamos de vicio, en diciembre tomamos al azar cinco sobres de obreros del surco, con el pago de una quincena. Había mil quinientos pesos en cada uno. Le llevamos los cinco sobres a Nougués, para saber qué opinaba él de eso.

¿Y qué respuesta obtuvieron?
-Prometió hacerse cargo del asunto; dijo que vería, que haría consultas, etcétera. Pero finalmente no sólo no hizo nada, sino que empeoró la situación con el despido de unos doscientos obreros. Frente a todo eso, no nos podemos mantener indiferentes.

Pero se aduce también que lo hecho por usted extralimita el papel que le corresponde a la Iglesia.
-Nuestra misión, como sacerdotes, no es otra que luchar para que el hombre recupere su dignidad perdida. Eso no significa que prediquemos que los trabajadores se enfrenten con los empresarios o con el gobierno. Pero un obrero del surco, que lo único que tiene son sus manos, es tan digno de respeto y tan merecedor de la dignidad humana como un empresario que tiene plata.

Abordando el problema más espinoso, o sea la función que
debe cumplir la Iglesia en este tiempo, el cura Sánchez expresó:
-Se dice que la Iglesia debe limitarse a las cuestiones sobrenaturales, a las cosas del espíritu. Eso implica, precisamente, su presencia y su compromiso con los hombres. Nosotros tratamos con hombres, no con ángeles; vivimos en la Tierra, no en el Cielo, y para construir el Cielo tenemos que empezar por resolver los problemas concretos que hay aquí, en la Tierra. De lo contrarío sería una Iglesia indiferente, alejada de lo humano, y entonces tendrían razón en llamarle el opio de los pueblos. La Iglesia no es opio, es redención, y eso no es otra cosa que el compromiso con los hombres. Es lo que enseñan todos los documentos del Concilio y las últimas encíclicas papales. Si eso lo hubiera escrito yo, me hubieran tachado de comunista.

El cura Raúl Sánchez se ríe de su broma, y luego insiste, casi desafiante: "Los periódicos y las revistas han dicho que somos sólo dieciséis los curas rebeldes de Tucumán. Eso es falso. Somos muchos más".

¿UN NUEVO HELDER CAMARA?
Hay tres cosas capaces de entusiasmar a Segundo Víctor Gómez Aragón: haber sido elegido para ocupar interinamente el arzobispado de la provincia (por votación unánime del Cabildo Eclesiástico); que sus párrocos le hayan hecho saber que "usted hizo lo que la jerarquía de nuestra Iglesia no se ha atrevido a plantear nunca con tanta valentía", y haber afirmado en la sonada carta al gobernador que "un pueblo que no grita su esclavitud es un pueblo sin destino y sin futuro", convalidando la actitud asumida por el cura Sánchez, luego de los episodios del ingenio San Pablo. Ahora, las adhesiones de numerosos sacerdotes y de algunos obispos, como monseñor Devoto, obispo de Goya, no paran de llegar diariamente a la vieja casona del Obispado de Tucumán.
En una entrevista con SIETE DIAS, este vicario robusto y sesentón, de piel cetrina como sus comprovincianos, a quienes acaso comprenda más porque sus padres también fueron trabajadores, explica las razones que lo llevaron a asumir una actitud tan poco frecuente.
-Lo único que he hecho —dice — es aplicar los documentos de la Iglesia y los preceptos más elementales del Evangelio. Lo que ocurre es que esos documentos son generales, universales, y cuando se los declama así, en general, todo el mundo está de acuerdo. Pero cuando se trata de aplicarlos a la realidad, llaman la atención y se los califica con epítetos como subversión o perturbación.

Se dice que usted y los sacerdotes que lo secundan están haciendo propaganda con la Carta de los Obispos del Tercer Mundo.
-No es exacto, lo que sí estamos haciendo es distribuirla en todas las parroquias de la Arquidiócesis de Tucumán, para conocer la opinión de los sacerdotes, y después determinar si la firmamos todos o no. Porque esa Carta no puede ser solamente compartida por un grupo.

¿Esto significa una nueva actitud de la Iglesia argentina?
-Claro que lo es. Es el deseo de aplicar conscientemente los documentos de la Iglesia. Además, yo había empezado a notar un llamativo alejamiento del pueblo respecto de su Iglesia y eso se debe a una cierta actitud de indiferencia, o falsa prescindencia, que actualmente la Iglesia no puede tener. Cuando la gente se aleja de la Iglesia es porque ella no le brinda lo que debe, y es sabido que los hombres acuden a Dios para que los ayude a resolver los problemas que los demás hombres no quieren o no pueden resolver.

El grupo de sacerdotes cuestiona la acción empresaria. ¿Harán lo mismo en relación al gobierno?
-No podemos dejar de hacerlo. Habrá que saber si lo que le interesa al gobierno es sólo poner orden o impulsar el desarrollo de la provincia. Y en esto yo no tengo miedo a "quemarme", como dicen por ahí. Porque mi única aspiración es cumplir fielmente el mandato de los documentos conciliares y del Evangelio. Es decir, el mandato que nos legó Cristo y que algunos a veces olvidan o no cumplen.

Con respecto al conflicto de Tucumán, monseñor Gómez Aragón no deja de ser menos explícito y rotundo.
-El problema consiste en que el gobierno nacional no ha tenido visión para diversificar la economía de la provincia. Se han cerrado ingenios antes de abrir fuentes de trabajo que absorban la mano de obra desocupada que, le aseguro, va mucho más allá de esa cifra del dos por ciento que ha dado el gobierno. Nosotros vamos a hacer un estudio para determinar fehacientemente la cifra, cosa que tuvo que hacer en su momento el gobierno, en virtud de un plan orgánico, racional. Pero se ha obrado al revés, creando una situación crítica.

¿Cómo reacciona la Iglesia ante la situación tucumana?
-Nosotros tratamos de contribuir en lo que podemos, a través de Fraterna Ayuda Cristiana, aportando ropas, alimentos, medicamentos. Al mismo tiempo impulsamos la creación de pequeñas fuentes de trabajo. Pero todo eso no es nada más que paliativos. No es la solución integral del problema.

¿Qué opinión le merece el nuevo arzobispo de Tucumán, monseñor Blas Victorio Conrero?
-Casi no lo conozco, de modo que no puedo decirle qué piensa, ni qué va a hacer. Sólo lo he visto una vez, de pasada en el Seminario de Córdoba, donde estuvimos tomando mate y hablando un rato.

Pero se dice que a los tucumanos les molesta el nombramiento de autoridades que no sean de la provincia, y monseñor Conrero es cordobés...
-Sí, es cierto; a los tucumanos no les gusta que les nombren autoridades de "afuera". A mí, en cambio, no me inquieta en absoluto, además estaba seguro de que sería así. No sé si a los tucumanos no nos tienen confianza. Tal vez sea por eso que dijo el gobernador, cuando se apresuró en llamarnos perturbadores. Lo cierto es que el clero de Tucumán tiene una gran sensibilidad y preocupación por los problemas de la provincia y de su gente.

De todos modos, la actitud que asumiera el vicario capitular levantó una polvareda de críticas, a las que el mismo protagonista responde:
-Ya suman un montón los sacerdotes de todo el país que han dado una buena tunda a esos que escribieron largos editoriales contra la actitud que yo asumí, respondiéndoles como corresponde.

¿Usted se considera el Helder Cámara de la Argentina?
-¿Helder Cámara?... No. Yo no soy obispo, sino un simple tapa agujeros. Lo de Tucumán no podía dejarlo pasar de ningún modo. Se trata de la conmiseración que cualquier simple cristiano debe tener con sus semejantes.

Más allá de la conmiseración, ¿existe alguna solución para la situación tucumana?
-Los que pueden resolver la crisis son los empresarios, los capitalistas, el gobierno, que sabrán en conciencia qué están dispuestos a hacer. Nosotros no incitamos a nadie contra nadie. Pero, los responsables, si son cristianos, sabrán cómo obrar cristianamente. Lo único que he hecho es llamarlos a la reflexión.

(nota de Mágicas Ruinas: acerca de Raúl Sánchez leer la carta que está en este enlace: https://piensachile.com/2012/12/17/carta-de-un-cura-torturado-a-un-cura-torturado)

Revista Siete Días Ilustrados
20.08.1968

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