El 30 de julio de 1951, sobre el filo de la
medianoche, un auto negro, modelo 47, se detenía
frente a una confortable mansión, ubicada en
Martínez, provincia de Buenos Aires. Hacía mucho
frío: tres grados. Sus dos ocupantes, cubiertos
por midisobretodos, descienden, con discreción.
Eran el general (r) Benjamín Menéndez
—Expedicionario al Desierto— y el capitán Julio
Alsogaray, ambos de caballería. "¡Bienvenidos!"
Los saluda el dueño de casa, Gastón Lacaze, un
conspicuo abogado y militante conservador. Al
besamanos, se suman los dirigentes políticos:
Reynaldo Pastor, Eduardo Paz y Felipe Yofre;
Horacio Thedy, Américo Ghioldi; Silvano Santander
y Mauricio Yadarola (de Unidad Radical) y el
intransigente Arturo Frondizi. "Soy
nacionalista, no nazionalista. Si he sido y sigo
siendo simpatizante de Alemania es porque admiro
la técnica militar prusiana. Reconozco su
capacidad y dignidad. Ahora estoy en la línea del
nacionalismo argentino y a su entero servicio",
arengó Menéndez. Sus conmilitones, asintieron. "
¡Señores! —prosiguió, luego de una breve pausa—,
existe la posibilidad de que reúna los elementos
necesarios para realizar un movimiento armado
destinado a derribar esta tiranía. Si la
Revolución triunfa, mi propósito es organizar un
Gobierno de coalición, donde estén representadas
las fuerzas políticas. Requeriré un plan
revolucionario de gran brevedad para restablecer
el orden y llamar a elecciones. Deseo saber si
podría contar con el apoyo de la opinión pública a
través de las agrupaciones que ustedes
representan." Fue unánime la aquiescencia de
sus contertulios. Era necesaria la aclaración.
Porque si bien un grupo de políticos —Pastor,
Yofre, Paz, Yadarola— habían propuesto a Menéndez
la jefatura del movimiento, al ensancharse el
círculo conspirativo otros caudillos expresaron
sus reservas con respecto a este militar. "Por ese
motivo, el doctor Yofre, yo y demás dirigentes
demócratas —testimonia el Embajador Reynaldo
Pastor, 73— conversamos con el general Menéndez y
le sugerimos la conveniencia de que se efectuara
una entrevista con los líderes principales de
partidos opositores, a fin de aclarar dudas.
Entendíamos, además, que era conveniente el
respaldo orgánico de los partidos a un operativo
revolucionario que, hasta el momento, sólo contaba
con la adhesión de las figuras políticas en forma
individual". "En conocimiento de que los
ferroviarios preparaban una huelga revolucionaria
para el de agosto, pregunté a Menéndez —recuerda
hoy, Américo Ghioldi, 72— si seria posible hacer
coincidir el paro con una acción militar. El
general me contestó que no. porque en el campo
militar las cosas no habían avanzado lo suficiente
para ese propósito. Con este juicio —agrega—
dediqué el 31 de julio a persuadir a dirigentes
gremiales y políticos, algunos como Francisco
Pérez Leirós y el doctor Emilio Carreira, con el
objeto de evitar un acto de protesta falto de eco
o consecuencias inmediatas. Como las órdenes ya
habían sido impartidas, fue imposible eludir la
huelga. Fíjese que el Gobierno de la dictadura no
contaba con apoyo entre la clase trabajadora",
minimiza. "Asimismo, expresé que desde hace un
tiempo estaba trabajando con los generales Eduardo
Lonardi y Ossorio Arana e insistí en la necesidad
de sumar fuerzas. Después, no volví a ver más a
Menéndez. Pues yo estaba prófugo, desde enero, y
debía moverme con mucha cautela." No cabe duda
de que a muchos políticos, entre ellos los
nombrados, le disgustaba la dinámica
gubernamental. Argüían que la conducción peronista
era despótica y que por ese camino el país iba a
la ruina. Para salvarlo, se movilizan quienes
están en la oposición. "Cuando se pensó que no
había otra alternativa para derribar al régimen
de la dictadura, que recurrir a una revolución
armada, pensamos que debíamos seleccionar al
jefe", explicó Pastor a primera plana. Tenía
razón. Hacerlo por el método de una auténtica
democracia hubiese resultado utópico. Para el
11 de noviembre estaban previstos los comicios
presidenciales. El rumor —una especialidad
argentina— aseguraba que la esposa de Perón
integraría en segundo término la fórmula
oficialista. El 22 de agosto, la especie cobraba
realidad. En el Cabildo Abierto del Justicialismo,
convocado por la Confederación General del'
Trabajo, Eva Perón fue proclamada candidata a la
Vicepresidencia de la Nación. Esa noche, Evita
pidió a la multitud reunida a lo largo y ancho de
la Avenida 9 de Julio: "No me obliguen a hacer lo
que no quiero". Días después declinó,
oficialmente, la candidatura. De esta suerte, el
doctor Hortensio Quijano volvió a acompañar a su
marido (Nota MR: textual en la revista) en una
segunda elección presidencial. Escrutada la
decisión popular, éstos fueron los resultados: la
fórmula Perón-Quijano obtuvo 4.745.168 votos,
contra 2.415.750 de los candidatos del
radicalismo: Ricardo Balbín-Arturo Frondizi. Las
mujeres participaron entonces por primera vez de
una justa electoral argentina. Pastor asegura
que, contrariamente a lo que se ha dicho, no los
animaba sino el propósito de terminar con la
corrupción existente. "Eso lo hacíamos en nombre
de los demócratas —agrega—. Tan es así que al
general Menéndez le advertimos que no
participaríamos en cargo alguno de Gobierno que
surgiera. Esta aclaración obedecía al deseo de
que, una vez triunfante el golpe, al rechazar
cualquier designación no se supusiera que
abandonábamos la lucha", enaltece. Idéntica
postura asumieron Santander y Thedy. Por último
habló Frondizi. "Fue lacónico, pero elocuente",
memorizan los conclavistas. "El doctor Frondizi
expresó al jefe militar su solidaridad con la
revolución. Indicó que gustosamente contribuiría a
la formación de un Gobierno revolucionario con
hombres de otros partidos" (Ghioldi). Todos
quedaron encantados con la posición del líder
radical. "El más decidido en su respuesta fue el
doctor Frondizi, quien explicó claramente su
adhesión a las intenciones revolucionarias del
general Menéndez. Mi partido —aseguró enfático—
apoya la revolución sin ninguna condición"
(Pastor). No obstante, fracasado el golpe,
Frondizi negó en el Congreso haber participado.
TRAMA MILITAR La idea de voltearlo a Perón
hacía un año que rondaba el espíritu del
general Menéndez, fragotero consuetudinario pero
un hombre decididamente honesto, cualidad
reconocida hasta por sus ocasionales adversarios.
El bloque principal de sus epígonos había sido
integrado con los alumnos —sobre todo mayores y
capitanes— de la Escuela Superior de Guerra,
máxima usina subversiva. Entre otros, su hijo
Rómulo, Alejandro Agustín Lanusse, Julio
Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante, los
hermanos Arturo y Franklin Rawson, Alcides López
Aufranc, Armando Repetto, Manuel R. Reimúndez,
Agustín de Elía. "No nos parecía bien el rumbo que
había tomado el Gobierno —contó a primera plana
Julio Alsogaray, 56—. Específicamente, en lo
político social, que en nosotros era lo más
perceptible. Soy sincero y no puedo decir lo mismo
en lo económico, porque, claro, nuestros
conocimientos no eran tan profundos para juzgar la
situación en esa área. Sin embargo, el clima
sociopolítico se tornaba cada vez más asfixiante y
creímos un deber empuñar las armas para concluir
con un inminente caos. Si bien nosotros
pretendíamos un general en actividad, la jefatura
de Menéndez, un militar que gozaba de prestigio,
no nos disgustó. Y como éramos compañeros de su
hijo Rómulo, se facilitó el acercamiento." Por
otro lado, también andaba moviéndose, pero con un
exclusivo y reducido grupo de caballería, quien
fuera el más fugaz de los Presidentes argentinos:
el general Arturo Rawson —padre de los capitanes
Arturo y Franklin—, renunciante a las 48 horas de
asumir el mando. Fue en la revolución del 4 de
junio de 1943, cuya jefatura ejerció y depuso al
Presidente Ramón S. Castillo. En 1941 sostuvo con
el general Menéndez un fragoroso duelo a filo,
contrafilo y punta, en el que ambos resultaron con
numerosas heridas. Al transcurrir los días, el
grupo con que Rawson pensaba hacer la competencia
a su enemigo de una década atrás se disolvió. Sus
integrantes pasaron a engrosar otras filas
subversivas. A estos dos complots se sumaba el
que lideraba Eduardo Lonardi, soldado pundonoroso
y en cierta medida carismático. Lo secundaban
oficiales de alta graduación, en especial
profesores de la Escuela Superior de Guerra. Entre
otros, el general Eneas Colombo (a la sazón,
director del establecimiento) y Juan Carlos Lorio
y los coroneles Bernardino Labayrú y Salinas,
quienes integraban el Estado Mayor en
conspiración. "Tuve conocimiento de que el general
Lonardi desbordaba sus conversaciones de ética
profesional en la jurisdicción del Primer Ejército
(Rosario) y que dialogaba con el cuadro de
oficiales sobre temas políticos —ha recordado el
ex Ministro de Ejército, Franklin Lucero, 73—.
Según mi franco modo de proceder, un día lo cité
al despacho del Ministerio y le informé de todo
cuanto conocía sobre sus actividades. Con la misma
franqueza, él me hizo presente su disconformidad
con la futura candidatura que se comentaba de la
señora de Perón para el cargo de Vicepresidente de
la Nación. Le respondí que el Ejército no debía
inmiscuirse en ningún problema político, de
cualquier naturaleza que fuere. Y que, como amigo,
le aseguraba que la señora de Perón rechazaría tan
alta distinción. Además, recordamos los gratos
momentos de mutuo apoyo en la vida profesional; su
regreso de Chile, situación difícil de su carrera,
en que fui de los pocos que se jugaron por él y,
sobre todo, nuestra recíproca colaboración en los
Estados Unidos". "No pensé, pues, que perdería
la colaboración del camarada y amigo —prosigue
Lucero—. Imprevistamente recibí su solicitud de
relevo y retiro, con apreciaciones sobre una de
las órdenes pilares de la disciplina —la número 4
intitulada "El prestigio de la unidad"— y por la
que él me había felicitado cuando la pusimos en
práctica. En resguardo de la disciplina, que está
por sobre otra consideración, le impuse una
sanción y di curso a su retiro. Desde esa
emergencia se enroló al bando de los conspiradores
contra el Gobierno del general Perón, pero no
solapada, sino decidida y abiertamente". El
cordón umbilical entre los conspiradores y la
Marina se hace por medio del contraalmirante
Carlos Garzoni y el capitán de navío —aviador
naval— Vicente M. Baroja, quien comandaba la
Fuerza Aeronaval del Plata (Punta Indio). Cuando
en julio de 1951 lo entrevista el brigadier
Guillermo Zinny, en nombre de Menéndez, Baroja
declina la invitación por encontrarse ligado al
grupo de Lonardi. La Aeronáutica, que se plegó
casi en su totalidad, a comienzos de 1951 se
enhebró al hilo conspirativo a través del
brigadier Zinny, Jefe de la Primera Región. "Fui
contacto por mi amigo, el vicecomodoro Anacleto
Llosa, y por Federico Mendoza, que era
prácticamente el secretario de Menéndez —en
Córdoba, donde reside, dio su testimonio a primera
plana, el brigadier Zinny—. Allí comencé a
desplegar mi actividad. Como hasta el año anterior
había comandado la Cuarta Brigada Aérea —sita en
Cuyo—, me resultó fácil tomar contactos con esa
unidad. Fue por intermedio del vicecomodoro Jorge
Rojas Silveyra (actual Embajador en España),
encargado de levantar la Base para el inicio de la
lucha contra Perón. A raíz del traslado del
brigadier Samuel Guaycochea, de Córdoba a Buenos
Aires, lo interesé de inmediato. Aceptó sin
vacilar. Y como Guaycochea era más antiguo que yo,
asumió la representación de la Aeronáutica. Juntos
comenzamos a hablar con Menéndez". A pesar de
la cautela en que se desplazaban los cruzados, a
mediados de agosto, la atmósfera subversiva ya
había sido captada por los olfatos
gubernamentales. El coronel Enrique Lugand,
Director de la Escuela "General Lemos" de Campo de
Mayo, por nota oficial del 14 de setiembre,
comunica que el general Giovannoni "había
pretendido en una visita que le hizo en su
domicilio comprometerlo con su unidad, en un
movimiento que debía estallar en el mes de
noviembre". En la misma época, el teniente coronel
Raúl Darío Carenzo, jefe del Regimiento de
Tariques (C.8), informó también oficialmente, que
le constaba que los oficiales de la Escuela de
Equitación y la Escuela de Caballería incitaban a
sus camaradas a plegarse a cierto complot. Además,
se conocen otros detalles similares en el
Regimiento de Artillería de Liniers y en las
Escuelas de Guerra y Técnica. El Ministro del
arma, general Lucero, ordena la instrucción de un
sumario, a cargo del general Tessier. Las
investigaciones, en efecto, evidencian la
existencia de un brote revolucionario, que abarca
a hombres de las tres armas. "Ante los hechos
concretos y sin ocultar nada a los comandos, los
reuní en el Ministerio, donde les comuniqué las
novedades y previne especialmente a los directores
de la Escuela de Guerra, general Colombo; de la
Escuela Técnica, general Streich; de Caballería,
coronel Devrient; de Equitación, coronel Moyano, y
al jefe del Regimiento 1 de Artillería Motorizado,
teniente coronel Turconi. Todos respondieron con
terminante afirmación de seguridad y lealtad que
conformó ampliamente mis sentimientos de soldado.
Pero los hechos posteriores demostraron otra
realidad" (general F. Lucero). La desconfianza
cundió en Aeronáutica. Su Ministro, brigadier
César R. Ojeda, ordenó, en los primeros días de
setiembre, privar de armamentos a todos los
aviones militares, desarmar las bombas y controlar
el parque aéreo. Esta situación, sin embargo, no
se evidenciaba en la Marina. La aviación naval
continuaba contando con un bien abastecido parque
y no existían controles muy rígidos. Requerido por
primera plana para dar su testimonió, el brigadier
Ojeda se negó, amable, pero firmemente. A
principios de setiembre, se cree en la necesidad
de unificar los dos movimientos que se gestan en
forma paralela. No es recomendable, desde el punto
de vista táctico-militar, una revolución bicéfala.
En todo caso —como ocurrió en la de 1955, donde
nacionalistas y liberales dirimen sus diferencias
el 13 de noviembre—, una vez caído Perón
disputarán el Gobierno. Menudean, entonces, los
contactos de ambas partes. El problema gira en
torno de Menéndez, hombre que es mirado con recelo
de ambos lados. El ala nacionalista —sector
Lonardi— desconfía de su liberalismo. Curioso.
Mientras que integrantes de su propio staff
—liberales, salvo algunas excepciones— guardan
reservas por sus antecedentes nacionalistas. (Un
ejemplo: el 7 de setiembre de 1941, a raíz de una
declaración de Federico Pinedo, Menéndez —estaba
en actividad— desaprobó las mismas mediante una
carta abierta.) Lonardi y Menéndez se
entrevistan en dos oportunidades. Lo hacen a bordo
de un coche, a oscuras, en los bosques de Palermo.
En la primera, Lonardi concurre acompañado de
Labayrú; Menéndez, de Alsogaray. En el segundo
encuentro, Lonardi va con Lorio. Sin embargo, las
cuestiones que los separan no han podido ser
superadas: ambos, como es de suponer, pretendían
la jefatura. Menéndez arguye que él tiene "el
respaldo de todos los políticos". Y si fracasa "no
será ésta la única revolución". Pero ocurre que
Lonardi cuenta con el grueso del ejército (son
hombres suyos: el general Corti y el coronel
Arturo Ossorio Arana, que comandan el Cuerpo III,
de Córdoba) y la Marina —Aviación Naval y
efectivos de la Escuela de Mecánica de la Armada—,
cuya pretensión está plenamente justificada. Luego
del último cónclave, aseguran que Lorio sentenció:
"Menéndez, en el Gobierno, sería peor que
Perón...". El propio jefe revolucionario del 51
ha recordado ante primera plana algunas de sus
disputas con Lonardi. Menéndez no quería reformar
la Constitución durante el Gobierno de facto;
aspiraba a perfeccionar las medidas del peronismo
en el área de la justicia social; se hallaba
urgido por la creencia de que el golpe debía
preceder a las elecciones presidenciales. "Después
de estas reuniones no llegamos a un acuerdo.
Lonardi me preguntó si podríamos seguir hablando.
Sí, le contesté, mientras yo no complete los
elementos necesarios para actuar, porque en cuanto
los tenga, pienso salir sin pérdida de tiempo."
Requerido por primera plana, el general Labayrú se
excusó categóricamente: "A mí me interesa el
futuro, no el pasado". Los lonardistas, según
Menéndez, insistieron en reunirse de nuevo.
Accedía siempre y cuando fuera en lugar cerrado,
donde pudieran discutir libremente. Fijaron la
fecha: 22 de setiembre. El día antes, Zinny le
comunica a Menéndez que "Lonardi había desistido
de encabezar el grupo que lideraba". Llosa
entrevista a Lonardi de parte de Menéndez y le
solicita que lo acompañe, que tendrá el lugar
correspondiente a su elevada jerarquía. Lonardi le
contesta deseándole éxito, pero "caballerescamente
no me parece correcto dejar mi grupo para
incorporarme a otro". Este relato no coincide
con el de Ghioldi: "El lunes antes —24—, en un
departamento de la calle Pozos entre Chile y
México, un grupo de civiles nos reunimos con
Lonardi. Este nos aseguró que la revolución estaba
por largarse, porque contaba ya con fuerzas como
para afrontar cualquier dificultad, Aunque se
reservó la fecha de salida. Durante la reunión se
designaron dos personas para entrevistar a
Menéndez —como último intento— a fin de que sumara
sus fuerzas al movimiento. Yo no tuve más
oportunidades de conversar con los emisarios y
conocer el resultado de las gestiones", concluye.
"Vea, sobre esto —dice Pastor— no quiero hablar.
Dejemos las cosas como están." Quien estuvo
ligado íntimamente a Lonardi es el coronel Juan
Francisco Tito Guevara. En Argentina y su sombra
comenta el episodio: "Al enterarse de que Menéndez
había decidido iniciar un movimiento
revolucionario, aquella madrugada del 28 de
setiembre, él general Lonardi decidió intentar
lanzar en su apoyo los que estaban con él
comprometidos, para evitar que esta acción parcial
desembocara en un fracaso pernicioso para todos. A
tal efecto —continúa Guevara— envió a su yerno, el
doctor José Alberto Deheza, para que entrevistara,
en la Escuela Superior de Guerra, a los miembros
de su Estado Mayor y les trasmitiera su orden de
poner en acción a las unidades comprometidas, en
apoyo del general Menéndez. Las autoridades de la
Escuela se negaron a recibir a Deheza y con ello
cerraron toda posibilidad de cooperación en el
esfuerzo." Primera plana entrevistó en su
estudio de la calle Montevideo al doctor José A.
Deheza. Este es su relato: "Serían las 21.30 del
jueves 27, cuando el doctor Llosa, que era Juez de
Crimen y hermano del vicecomodoro, se apersonó en
la casa de mi suegro, el general Lonardi. Habló
con su cuñado, Manuel Villada Achával. Le
manifestó que era enviado de Menéndez, quien le
hada saber que en la madrugada salía y lo invitaba
a participar juntos. No hubo otro diálogo y Llosa
se retiró. El tema de la cena, como es de
imaginar, se centró en eso. Mi suegro no creyó
que el general iba a dar el golpe. Pensó que se
trataba de una acción psicológica para forzar
situaciones. Es que Menéndez carecía de fuerzas
para tamaña aventura. Así las cosas, nos retiramos
a descansar. Al otro día —alrededor de las 9,
cuando comenzó a rodar la noticia que Menéndez se
había levantado—, Lonardi me envió a la Escuela
Superior de Guerra, a fin de que entrevistase al
general Eneas Colombo y el Estado Mayor. En la
guardia no me dejan pasar «porque hay
acuartelamiento». Ante mi insistencia, el oficial,
me dijo: «Anote el mensaje en este libro que se lo
pasaremos al Director». Por supuesto que no
acepté. A unos veinte metros de la guardia, veía,
con cierta desesperación, cómo Lorio y Labayrú se
paseaban, nerviosos y con las manos en los
bolsillos". "La orden a su Estado Mayor era que
debían trasladarse a Campo de Mayo y soliviantar
las unidades comprometidas —continúa Deheza—. De
este modo, aunque no compartía la decisión de
Menéndez, me sumaba a su esfuerzo. Pero la cosa
resultó estéril ante la imposibilidad de
comunicarme con Colombo. Mi suegro, por su parte,
pensaba trasladarse a la Escuela de Mecánica de la
Armada, con cuyo director, el almirante Carlos
Garzoni —y la unidad a su mando— tomarían la Casa
de Gobierno." Zinny asegura que le pidieron a
Menéndez aplazar la fecha porque la situación se
tornaba peligrosa, pero él contestó que "no se
podía seguir dando vueltas y que había que
largarse de una vez". Con este proceder coincide
Deheza, quien sostiene que el EM de Lonardi venía
postergando desde dos meses atrás el estallido.
Aunque la fecha ya estaba fijada: el martes 2 de
octubre.
ESTALLA EL GOLPE —¡Hola! ¿Cómo
le va, Tanco? Habla. Lucero. —¡Buenos días, mi
general! Muy bien. ¿Y usted? —¿Cómo están las
cosas por ahí? El día parece lindo, pero no olvide
tomar las precauciones por si llueve. —No creo
que llueva. Al contrario. ¡Hoy, mi general, será
un día peronista! —Esperemos que así lo sea.
¡Hasta luego, Tanco! —¡Igualmente, mi general!
Son las seis de la mañana del 28 de setiembre. El
racconto telefónico enhebraba al Ministro de
Ejército, general Franklin Lucero, y al coronel
Raúl Dermirio Tanco, Director de la Escuela de
Suboficiales Sargento Cabral, de Campo de Mayo.
Horas después —a las 11—, el Presidente Juan
Domingo Perón depositaría en manos de Tanco una
bandera donada a dicho Instituto por la "Fundación
Eva Perón". El Ministro, como corresponde, velaba
por la circunspección del acto. En seguida se
agregaban a Lucero —que estaba acompañado de su
ayudante, mayor Virgilio Pércaz—, el
Subsecretario, general Esteban Vacca, y los
secretarios ayudantes, coronel José Embrioni,
teniente coronel José Manuel Díaz y mayor José
García Althabe. Comenzaba sin novedad una nueva
jornada. Es un decir. Porque a las 7.25 se
registró este otro nervioso diálogo por teléfono
entre el Director del Liceo Militar General San
Martín, coronel Dalmiro Videla Balaguer, y el
general Vacca. —Mi general: acaba de
presentarse el coronel Esteban Font [jefe de la
plana mayor de la Dirección General de Institutos
Militares] para manifestarme que al llegar a la
Puerta Nº 8 no le fue permitida la entrada al
acantonamiento [Campo de Mayo] y que un capitán
intentó detenerlo por orden del general Benjamín
Menéndez, quien, al parecer, junto con el general
Arturo Rawson, se encontrarían en la Escuela de
Caballería, que supongo está sublevada. El capitán
anónimo no era otro que Alejandro Agustín Lanusse,
considerado entonces un ferviente nacionalista.
En realidad, todo había comenzado el día anterior.
Al anochecer del 27, Menéndez y su EM —brigadier
Samuel Guaycochea, coroneles Carlos Bussetti (jefe
de operaciones) y Rodolfo Larcher, mayor Manuel
Reimundes, los capitanes Julio Alsogaray y su
hijo, Rómulo —se trasladan a una quinta de Morón,
propiedad de Rafael Ayerza. El Plan de Operaciones
es el siguiente: la fuerza de tierra, una vez
tomado Campo de Mayo, se reúne en la base aérea de
El Palomar. Toda la aviación debía concentrarse en
Punta Indio, donde tenían un formidable apoyo
logístico. Y desde ahí, desplegar la acción
indicada. El mayor Agustín Pío de Elía debe
sublevar al Destacamento de Exploración con
asiento en La Tablada; tomar la base aérea de
Morón y hacer entrega de la misma al comodoro Sangiácomo, para que pudieran aterrizar los
aviones Gloster de Tandil. En un punto entre La
Tablada y San Justo se concentrarían las tropas de
Menéndez y de de Elía. Tomarían por la avenida
Juan B. Alberdi, luego por Rivadavia y, desde
ésta, triunfantes, hasta la Casa de Gobierno. A
las cinco, Menéndez abandonó la quinta de Morón.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, entra a Campo
de Mayo por la Puerta Nº 8, que minutos antes
había sido ocupada por el capitán Alejandro A.
Lanusse, al mando de efectivos de la Escuela de
Equitación. Se dirige a la Escuela de Caballería,
donde el capitán Víctor Salas le presenta la
unidad armada. Arenga a la tropa y le anuncia que
ha estallado un movimiento para derrocar la
tiranía. Desde allí, se desplaza al Regimiento de
Tanques C. 8. Eran las siete y en ese momento se
iniciaba el abastecimiento de los vehículos. Algo
anda mal. La demora permite alertar a algunos
oficiales adictos al Gobierno. Llega en ese
momento el jefe de la unidad. Los capitanes Rómulo
Menéndez, Arturo y Franklin Rawson lo conminan
para que se entregue. Como respuesta dispara su
pistola. Se generaliza un tiroteo. Las escaramuzas
dejan un saldo de un muerto: el cabo mayor Miguel
A. Fariña, quien al caer grita: ¡No se entreguen
muchachos! ¡Viva Perón! Y un herido, el capitán
Menéndez: una bala le traspasó el tobillo. La
situación, confusa, tiende a agravarse. Los leales
se han reorganizado y jaquean a los rebeldes,
quienes enfilan hacia El Palomar con un magro
botín: tres tanques, pero bien artillados. Salen
por la Puerta 8 y se dirigen, hacia El Palomar. La
unidad de Caballería debía apoyar la salida, pero
la confusión reinante en el C. 8 sembró
incertidumbres y sólo alrededor de 200 soldados
montados y varios semiorugas se pliegan. A las
9.30, esta anémica fuerza recala en El Palomar. Se
intuía el fracaso. Es que el movimiento debía ser
precedido por una operación sorpresa . .. Mientras
tanto, los aviones de esta base habían sembrado el
cielo de Buenos Aires con casi medio millón de
papelitos que contenían la proclama
revolucionaria. Felipe Yofre era el autor. Y se
imprimieron esa madrugada en la imprenta de Araujo
Hermanos —Hipólito Yrigoyen 1964. Menéndez se
reúne con Guaycochea en El Palomar. Deciden ver
—como tabla de salvación— al director del Colegio
Militar, general Ladvocat. "¡No más revoluciones,
general!", es la respuesta que obtienen ante un
pedido de adhesión. Tiempo después, los nombrados
y Zinny han coincidido que con la negativa de
Ladvocat —sospechosamente, leal; al otro día fue
relevado— "se perdió la revolución". Era su deber
haberlos detenido. No lo hizo. De regreso, se
lanzan hacia el punto en que debían encontrarse
con de Elía, quien ya había tomado la Base de
Morón, luego de un fragoroso tiroteo. Pero al ver
que los correos —Larcher y Alsogaray— no
funcionaban y ante la ausencia de aviones,
resuelven entregarse al Comandante en Jefe del
Ejército, general Ángel Solari. Este llegó al
Colegio Militar alrededor de las 11.30 y comenzó
la tarea de rendición. Menéndez, luego de analizar
la situación, también reconoce su derrota.
Comunica a la oficialidad el fracaso del
movimiento y la deja en libertad de acción.
Encamina la tropa hacia El Palomar. Acompañado de
Bussetti y Llosa, Menéndez se presenta detenido a
Ladvocat. Guaycochea, mientras tanto, con el resto
de la aviación de esta base, han volado a Punta
Indio. Zinny recuerda el momento de partir. "Yo me
quería entregar al frente de la base. Fue cuando
Guaycochea me dijo: «Vos estás loco...». Lo
gracioso ocurrió cuando el oficial que había
exigido la rendición, me espetó: «¿Paro qué se va
a quedar?». Y me ayudó a subir al avión. Los
cañones del Colegio Militar estaban enfilados
hacia la base. Pero despegaron por la parte de
atrás." Punta Indio, a las 16, presentaba el
siguiente cuadro: 80 aviones concentrados,
pertenecientes a la propia base, los de El Palomar
y los cazas y bombarderos llegados desde Mendoza,
horas antes, al mando del comodoro Jorge Rojas
Silveyra y comandante Albornoz. Tanta potencia de
fuego resultaba inútil frente al fracaso del
movimiento. Para colmo, los poderosos Avro Lincoln
de Villa Reynolds (Mercedes, San Luis) se dirigían
a Buenos Aires. Habían superado los desperfectos
ocasionados por oficiales rebeldes, la noche
anterior. El comandante de la fuerza del aire,
brigadier Guaycochea, reunió a los oficiales y
anunció que quedaban en libertad de acción:
"Aquellos que lo deseen, podrían exilarse o
permanecer en el país. Personalmente cargaré con
todas las responsabilidades y abandonaré el país".
Efectivizó lo dicho en compañía de 44 oficiales,
en tres máquinas de la Fuerza Aérea. Igual
temperamento asumió el capitán de navío Vicente M.
Baroja. "A las 16 nos encontrábamos alistados
en la pista para despegar. Nuestro propósito era
darle muerte al tirano en su propia guarida: la
Casa de Gobierno. Sin embargo, un momento antes de
que despegáramos, el jefe aeronáutico de la
revolución, brigadier Guaycochea, nos reunió para
informarnos que el movimiento había finalizado. El
movimiento fue sumamente aleccionador para el país
y las Fuerzas Armadas. Habíamos confiado en
derrocar al tirano con pequeñas acciones, sin
derramamientos de sangre. La lección fue que era
preciso llegar al derramamiento de sangre para
voltearlo." (Almirante Baroja, La Prensa, 29 de
setiembre de 1961.)
LEALTAD Y MEDALLAS
Para juzgar a los sediciosos, ese mismo día se
constituye el Consejo de las Fuerzas Armadas, que
preside el general Francisco Reynolds. Una semana
después —el 4 de octubre—, aparecen los primeros
fallos: 15 años de reclusión a Menéndez; 6 años a
Larcher, de Elía, Armando Repetto y Julio
Alsogaray; tres a Reimundes, Rómulo Menéndez.
Prisión preventiva a Lanusse, Gustavo Martínez
Zuviría, Salas, Costa Paz, etc. (fallo definitivo:
4 años). Un año a Luis Premoli, Ricardo Etcheverry
Boneo, Rojas Silveyra y otros. Semana más tarde
son trasladados a la colonia penal de Rawson
(Chubut). El 17 de octubre, en la Plaza San
Martín, ante una multitud delirante, Gobierno y
CGT exaltan la lealtad de quienes aplastaron la
sedición. "Cuando tiene la voluntad y está
decidido a hacerla respetar —truena Perón—, el
pueblo goza de una soberanía efectiva que no puede
ser doblegada..." Más vehemente, el secretario
cegetista, José Espejo, enjuicia: "La antipatria
se ha levantado contra los poderes constituidos .
. ." Luego, en sendos homenajes, cuelgan la
medalla peronista en las solapas de los leales: el
general Solari, Tanco. . . Entre quienes reciben
dos distintivos se hallan el coronel Dalmiro
Videla Balaguer y el capitán Hugo Miori Pereyra.
"O témpora, o mores". PEDRO OLGO OCHOA
Revista Primera Plana 28/09/1971
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