EL PRIMER GOLPE DE LANUSSE
Hace exactamente veinte años, la audacia de un joven alumno de la Escuela de Guerra le adjudicaría uno de los papeles principales en la asonada contra Perón que acaudilló el general Benjamín Menéndez. Fue el primero de una larga serie de movimientos militares dónde Alejandro Agustín Lanusse iba a comprometer su sable. El último, deponiendo a Roberto Levingston, en marzo de este año, dejaría en sus manos la Presidencia de la Nación.
Entre ambos jalones: noviembre del 55 (tuvo participación activa por Aramburu, contra Lonardi); agosto del 62 (por Guido, contra Federico Toranzo Montero); abril del 63 (por los Azules, toma Punta Indio en defensa de López Aufranc); junio del 66 (como Subjefe del Estado Mayor, su apoyo a la Revolución Argentina lo lleva al Comando del III Cuerpo); junio del 70 (siendo Comandante en Jefe, exige la renuncia de Juan Carlos Onganía). Sesenta días insumió al redactor Pedro Olgo Ochoa reportear protagonistas, chequear fuentes y ordenar notas para urdir una fiel evocación de aquellas jornadas conspirativas de 1951. He aquí su documento.

El 30 de julio de 1951, sobre el filo de la medianoche, un auto negro, modelo 47, se detenía frente a una confortable mansión, ubicada en Martínez, provincia de Buenos Aires. Hacía mucho frío: tres grados. Sus dos ocupantes, cubiertos por midisobretodos, descienden, con discreción. Eran el general (r) Benjamín Menéndez —Expedicionario al Desierto— y el capitán Julio Alsogaray, ambos de caballería. "¡Bienvenidos!" Los saluda el dueño de casa, Gastón Lacaze, un conspicuo abogado y militante conservador. Al besamanos, se suman los dirigentes políticos: Reynaldo Pastor, Eduardo Paz y Felipe Yofre; Horacio Thedy, Américo Ghioldi; Silvano Santander y Mauricio Yadarola (de Unidad Radical) y el intransigente Arturo Frondizi.
"Soy nacionalista, no nazionalista. Si he sido y sigo siendo simpatizante de Alemania es porque admiro la técnica militar prusiana. Reconozco su capacidad y dignidad. Ahora estoy en la línea del nacionalismo argentino y a su entero servicio", arengó Menéndez. Sus conmilitones, asintieron. " ¡Señores! —prosiguió, luego de una breve pausa—, existe la posibilidad de que reúna los elementos necesarios para realizar un movimiento armado destinado a derribar esta tiranía. Si la Revolución triunfa, mi propósito es organizar un Gobierno de coalición, donde estén representadas las fuerzas políticas. Requeriré un plan revolucionario de gran brevedad para restablecer el orden y llamar a elecciones. Deseo saber si podría contar con el apoyo de la opinión pública a través de las agrupaciones que ustedes representan."
Fue unánime la aquiescencia de sus contertulios. Era necesaria la aclaración. Porque si bien un grupo de políticos —Pastor, Yofre, Paz, Yadarola— habían propuesto a Menéndez la jefatura del movimiento, al ensancharse el círculo conspirativo otros caudillos expresaron sus reservas con respecto a este militar. "Por ese motivo, el doctor Yofre, yo y demás dirigentes demócratas —testimonia el Embajador Reynaldo Pastor, 73— conversamos con el general Menéndez y le sugerimos la conveniencia de que se efectuara una entrevista con los líderes principales de partidos opositores, a fin de aclarar dudas. Entendíamos, además, que era conveniente el respaldo orgánico de los partidos a un operativo revolucionario que, hasta el momento, sólo contaba con la adhesión de las figuras políticas en forma individual".
"En conocimiento de que los ferroviarios preparaban una huelga revolucionaria para el de agosto, pregunté a Menéndez —recuerda hoy, Américo Ghioldi, 72— si seria posible hacer coincidir el paro con una acción militar. El general me contestó que no. porque en el campo militar las cosas no habían avanzado lo suficiente para ese propósito. Con este juicio —agrega— dediqué el 31 de julio a persuadir a dirigentes gremiales y políticos, algunos como Francisco Pérez Leirós y el doctor Emilio Carreira, con el objeto de evitar un acto de protesta falto de eco o consecuencias inmediatas. Como las órdenes ya habían sido impartidas, fue imposible eludir la huelga. Fíjese que el Gobierno de la dictadura no contaba con apoyo entre la clase trabajadora", minimiza. "Asimismo, expresé que desde hace un tiempo estaba trabajando con los generales Eduardo Lonardi y Ossorio Arana e insistí en la necesidad de sumar fuerzas. Después, no volví a ver más a Menéndez. Pues yo estaba prófugo, desde enero, y debía moverme con mucha cautela."
No cabe duda de que a muchos políticos, entre ellos los nombrados, le disgustaba la dinámica gubernamental. Argüían que la conducción peronista era despótica y que por ese camino el país iba a la ruina. Para salvarlo, se movilizan quienes están en la oposición. "Cuando se pensó que no había otra alternativa para derribar al
régimen de la dictadura, que recurrir a una revolución armada, pensamos que debíamos seleccionar al jefe", explicó Pastor a primera plana. Tenía razón. Hacerlo por el método de una auténtica democracia hubiese resultado utópico.
Para el 11 de noviembre estaban previstos los comicios presidenciales. El rumor —una especialidad argentina— aseguraba que la esposa de Perón integraría en segundo término la fórmula oficialista. El 22 de agosto, la especie cobraba realidad. En el Cabildo Abierto del Justicialismo, convocado por la Confederación General del' Trabajo, Eva Perón fue proclamada candidata a la Vicepresidencia de la Nación. Esa noche, Evita pidió a la multitud reunida a lo largo y ancho de la Avenida 9 de Julio: "No me obliguen a hacer lo que no quiero". Días después declinó, oficialmente, la candidatura. De esta suerte, el doctor Hortensio Quijano volvió a acompañar a su marido (Nota MR: textual en la revista) en una segunda elección presidencial. Escrutada la decisión popular, éstos fueron los resultados: la fórmula Perón-Quijano obtuvo 4.745.168 votos, contra 2.415.750 de los candidatos del radicalismo: Ricardo Balbín-Arturo Frondizi. Las mujeres participaron entonces por primera vez de una justa electoral argentina.
Pastor asegura que, contrariamente a lo que se ha dicho, no los animaba sino el propósito de terminar con la corrupción existente. "Eso lo hacíamos en nombre de los demócratas —agrega—. Tan es así que al general Menéndez le advertimos que no participaríamos en cargo alguno de Gobierno que surgiera. Esta aclaración obedecía al deseo de que, una vez triunfante el golpe, al rechazar cualquier designación no se supusiera que abandonábamos la lucha", enaltece.
Idéntica postura asumieron Santander y Thedy. Por último habló Frondizi. "Fue lacónico, pero elocuente", memorizan los conclavistas. "El doctor Frondizi expresó al jefe militar su solidaridad con la revolución. Indicó que gustosamente contribuiría a la formación de un Gobierno revolucionario con hombres de otros partidos" (Ghioldi). Todos quedaron encantados con la posición del líder radical. "El más decidido en su respuesta fue el doctor Frondizi, quien explicó claramente su adhesión a las intenciones revolucionarias del general Menéndez. Mi partido —aseguró enfático— apoya la revolución sin ninguna condición" (Pastor). No obstante, fracasado el golpe, Frondizi negó en el Congreso haber participado.

TRAMA MILITAR
La idea de voltearlo a Perón hacía un año que rondaba el espíritu del
general Menéndez, fragotero consuetudinario pero un hombre decididamente honesto, cualidad reconocida hasta por sus ocasionales adversarios. El bloque principal de sus epígonos había sido integrado con los alumnos —sobre todo mayores y capitanes— de la Escuela Superior de Guerra, máxima usina subversiva. Entre otros, su hijo Rómulo, Alejandro Agustín Lanusse, Julio Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante, los hermanos Arturo y Franklin Rawson, Alcides López Aufranc, Armando Repetto, Manuel R. Reimúndez, Agustín de Elía. "No nos parecía bien el rumbo que había tomado el Gobierno —contó a primera plana Julio Alsogaray, 56—. Específicamente, en lo político social, que en nosotros era lo más perceptible. Soy sincero y no puedo decir lo mismo en lo económico, porque, claro, nuestros conocimientos no eran tan profundos para juzgar la situación en esa área. Sin embargo, el
clima sociopolítico se tornaba cada vez más asfixiante y creímos un deber empuñar las armas para concluir con un inminente caos. Si bien nosotros pretendíamos un general en actividad, la jefatura de Menéndez, un militar que gozaba de prestigio, no nos disgustó. Y como éramos compañeros de su hijo Rómulo, se facilitó el acercamiento."
Por otro lado, también andaba moviéndose, pero con un exclusivo y reducido grupo de caballería, quien fuera el más fugaz de los Presidentes argentinos: el general Arturo Rawson —padre de los capitanes Arturo y Franklin—, renunciante a las 48 horas de asumir el mando. Fue en la revolución del 4 de junio de 1943, cuya jefatura ejerció y depuso al Presidente Ramón S. Castillo. En 1941 sostuvo con el general Menéndez un fragoroso duelo a filo, contrafilo y punta, en el que ambos resultaron con numerosas heridas. Al transcurrir los días, el grupo con que Rawson pensaba hacer la competencia a su enemigo de una década atrás se disolvió. Sus integrantes pasaron a engrosar otras filas subversivas.
A estos dos complots se sumaba el que lideraba Eduardo Lonardi, soldado pundonoroso y en cierta medida carismático. Lo secundaban oficiales de alta graduación, en especial profesores de la Escuela Superior de Guerra. Entre otros, el general Eneas Colombo (a la sazón, director del establecimiento) y Juan Carlos Lorio y los coroneles Bernardino Labayrú y Salinas, quienes integraban el Estado Mayor en conspiración. "Tuve conocimiento de que el general Lonardi desbordaba sus conversaciones de ética profesional en la jurisdicción del Primer Ejército (Rosario) y que dialogaba con el cuadro de oficiales sobre temas políticos —ha recordado el ex Ministro de Ejército, Franklin Lucero, 73—. Según mi franco modo de proceder, un día lo cité al despacho del Ministerio y le informé de todo cuanto conocía sobre sus actividades. Con la misma franqueza, él me hizo presente su disconformidad con la futura candidatura que se comentaba de la señora de Perón para el cargo de Vicepresidente de la Nación. Le respondí que el Ejército no debía inmiscuirse en ningún problema político, de cualquier naturaleza que fuere. Y que, como amigo, le aseguraba que la señora de Perón rechazaría tan alta distinción. Además, recordamos los gratos momentos de mutuo apoyo en la vida profesional; su regreso de Chile, situación difícil de su carrera, en que fui de los pocos que se jugaron por él y, sobre todo, nuestra recíproca colaboración en los Estados Unidos".
"No pensé, pues, que perdería la colaboración del camarada y amigo —prosigue Lucero—. Imprevistamente recibí su solicitud de relevo y retiro, con apreciaciones sobre una de las órdenes pilares de la disciplina —la número 4 intitulada "El prestigio de la unidad"— y por la que él me había felicitado cuando la pusimos en práctica. En resguardo de la disciplina, que está por sobre otra consideración, le impuse una sanción y di curso a su retiro. Desde esa emergencia se enroló al bando de los conspiradores contra el Gobierno del general Perón, pero no solapada, sino decidida y abiertamente".
El cordón umbilical entre los conspiradores y la Marina se hace por medio del contraalmirante Carlos Garzoni y el capitán de navío —aviador naval— Vicente M. Baroja, quien comandaba la Fuerza Aeronaval del Plata (Punta Indio). Cuando en julio de 1951 lo entrevista el brigadier Guillermo Zinny, en nombre de Menéndez, Baroja declina la invitación por encontrarse ligado al grupo de Lonardi.
La Aeronáutica, que se plegó casi en su totalidad, a comienzos de 1951 se enhebró al hilo conspirativo a través del brigadier Zinny, Jefe de la Primera Región. "Fui contacto por mi amigo, el vicecomodoro Anacleto Llosa, y por Federico Mendoza, que era prácticamente el secretario de Menéndez —en Córdoba, donde reside, dio su testimonio a primera plana, el brigadier Zinny—. Allí comencé a desplegar mi actividad. Como hasta el año anterior había comandado la Cuarta Brigada Aérea —sita en Cuyo—, me resultó fácil tomar contactos con esa unidad. Fue por intermedio del vicecomodoro Jorge Rojas Silveyra (actual Embajador en España), encargado de levantar la Base para el inicio de la lucha contra Perón. A raíz del traslado del brigadier Samuel Guaycochea, de Córdoba a Buenos Aires, lo interesé de inmediato. Aceptó sin vacilar. Y como Guaycochea era más antiguo que yo, asumió la representación de la Aeronáutica. Juntos comenzamos a hablar con Menéndez".
A pesar de la cautela en que se desplazaban los cruzados, a mediados de agosto, la atmósfera subversiva ya había sido captada por los olfatos gubernamentales. El coronel Enrique Lugand, Director de la Escuela "General Lemos" de Campo de Mayo, por nota oficial del 14 de setiembre, comunica que el general Giovannoni "había pretendido en una visita que le hizo en su domicilio comprometerlo con su unidad, en un movimiento que debía estallar en el mes de noviembre". En la misma época, el teniente coronel Raúl Darío Carenzo, jefe del Regimiento de Tariques (C.8), informó también oficialmente, que le constaba que los oficiales de la Escuela de Equitación y la Escuela de Caballería incitaban a sus camaradas a plegarse a cierto complot. Además, se conocen otros detalles similares en el Regimiento de Artillería de Liniers y en las Escuelas de Guerra y Técnica. El Ministro del arma, general Lucero, ordena la instrucción de un sumario, a cargo del general Tessier.
Las investigaciones, en efecto, evidencian la existencia de un brote revolucionario, que abarca a hombres de las tres armas. "Ante los hechos concretos y sin ocultar nada a los comandos, los reuní en el Ministerio, donde les comuniqué las novedades y previne especialmente a los directores de la Escuela de Guerra, general Colombo; de la Escuela Técnica, general Streich; de Caballería, coronel Devrient; de Equitación, coronel Moyano, y al jefe del Regimiento 1 de Artillería Motorizado, teniente coronel Turconi. Todos respondieron con terminante afirmación de seguridad y lealtad que conformó ampliamente mis sentimientos de soldado. Pero los hechos posteriores demostraron otra realidad" (general F. Lucero).
La desconfianza cundió en Aeronáutica. Su Ministro, brigadier César R. Ojeda, ordenó, en los primeros días de setiembre, privar de armamentos a todos los aviones militares, desarmar las bombas y controlar el parque aéreo. Esta situación, sin embargo, no se evidenciaba en la Marina. La aviación naval continuaba contando con un bien abastecido parque y no existían controles muy rígidos. Requerido por primera plana para dar su testimonió, el brigadier Ojeda se negó, amable, pero firmemente.
A principios de setiembre, se cree en la necesidad de unificar los dos movimientos que se gestan en forma paralela. No es recomendable, desde el punto de vista táctico-militar, una revolución bicéfala. En todo caso —como ocurrió en la de 1955, donde nacionalistas y liberales dirimen sus diferencias el 13 de noviembre—, una vez caído Perón disputarán el Gobierno. Menudean, entonces, los contactos de ambas partes. El problema gira en torno de Menéndez, hombre que es mirado con recelo de ambos lados. El ala nacionalista —sector Lonardi— desconfía de su liberalismo. Curioso. Mientras que integrantes de su propio staff —liberales, salvo algunas excepciones— guardan reservas por sus antecedentes nacionalistas. (Un ejemplo: el 7 de setiembre de 1941, a raíz de una declaración de Federico Pinedo, Menéndez —estaba en actividad— desaprobó las mismas mediante una carta abierta.)
Lonardi y Menéndez se entrevistan en dos oportunidades. Lo hacen a bordo de un coche, a oscuras, en los bosques de Palermo. En la primera, Lonardi concurre acompañado de Labayrú; Menéndez, de Alsogaray. En el segundo encuentro, Lonardi va con Lorio. Sin embargo, las cuestiones que los separan no han podido ser superadas: ambos, como es de suponer, pretendían la jefatura. Menéndez arguye que él tiene "el respaldo de todos los políticos". Y si fracasa "no será ésta la única revolución". Pero ocurre que Lonardi cuenta con el grueso del ejército (son hombres suyos: el general Corti y el coronel Arturo Ossorio Arana, que comandan el Cuerpo III, de Córdoba) y la Marina —Aviación Naval y efectivos de la Escuela de Mecánica de la Armada—, cuya pretensión está plenamente justificada. Luego del último cónclave, aseguran que Lorio sentenció: "Menéndez, en el Gobierno, sería peor que Perón...".
El propio jefe revolucionario del 51 ha recordado ante primera plana algunas de sus disputas con Lonardi. Menéndez no quería reformar la Constitución durante el Gobierno de facto; aspiraba a perfeccionar las medidas del peronismo en el área de la justicia social; se hallaba urgido por la creencia de que el golpe debía preceder a las elecciones presidenciales. "Después de estas reuniones no llegamos a un acuerdo. Lonardi me preguntó si podríamos seguir hablando. Sí, le contesté, mientras yo no complete los elementos necesarios para actuar, porque en cuanto los tenga, pienso salir sin pérdida de tiempo." Requerido por primera plana, el general Labayrú se excusó categóricamente: "A mí me interesa el futuro, no el pasado".
Los lonardistas, según Menéndez, insistieron en reunirse de nuevo. Accedía siempre y cuando fuera en lugar cerrado, donde pudieran discutir libremente. Fijaron la fecha: 22 de setiembre. El día antes, Zinny le comunica a Menéndez que "Lonardi había desistido de encabezar el grupo que lideraba". Llosa entrevista a Lonardi de parte de Menéndez y le solicita que lo acompañe, que tendrá el lugar correspondiente a su elevada jerarquía. Lonardi le contesta deseándole éxito, pero "caballerescamente no me parece correcto dejar mi grupo para incorporarme a otro".
Este relato no coincide con el de Ghioldi: "El lunes antes —24—, en un departamento de la calle Pozos entre Chile y México, un grupo de civiles nos reunimos con Lonardi. Este nos aseguró que la revolución estaba por largarse, porque contaba ya con fuerzas como para afrontar cualquier dificultad, Aunque se reservó la fecha de salida. Durante la reunión se designaron dos personas para entrevistar a Menéndez —como último intento— a fin de que sumara sus fuerzas al movimiento. Yo no tuve más oportunidades de conversar con los emisarios y conocer el resultado de las gestiones", concluye. "Vea, sobre esto —dice Pastor— no quiero hablar. Dejemos las cosas como están."
Quien estuvo ligado íntimamente a Lonardi es el coronel Juan Francisco Tito Guevara. En Argentina y su sombra comenta el episodio: "Al enterarse de que Menéndez había decidido iniciar un movimiento revolucionario, aquella madrugada del 28 de setiembre, él general Lonardi decidió intentar lanzar en su apoyo los que estaban con él comprometidos, para evitar que esta acción parcial desembocara en un fracaso pernicioso para todos. A tal efecto —continúa Guevara— envió a su yerno, el doctor José Alberto Deheza, para que entrevistara, en la Escuela Superior de Guerra, a los miembros de su Estado Mayor y les trasmitiera su orden de poner en acción a las unidades comprometidas, en apoyo del general Menéndez. Las autoridades de la Escuela se negaron a recibir a Deheza y con ello cerraron toda posibilidad de cooperación en el esfuerzo."
Primera plana entrevistó en su estudio de la calle Montevideo al doctor José A. Deheza. Este es su relato: "Serían las 21.30 del jueves 27, cuando el doctor Llosa, que era Juez de Crimen y hermano del vicecomodoro, se apersonó en la casa de mi suegro, el general Lonardi. Habló con su cuñado, Manuel Villada Achával. Le manifestó que era enviado de Menéndez, quien le hada saber que en la madrugada salía y lo invitaba a participar juntos. No hubo otro diálogo y Llosa se retiró. El tema de la cena, como es de imaginar, se centró en eso. Mi suegro no creyó que el general iba a dar el golpe. Pensó que se trataba de una acción psicológica para forzar situaciones. Es que Menéndez carecía de fuerzas para tamaña aventura. Así las cosas, nos retiramos a descansar. Al otro día —alrededor de las 9, cuando comenzó a rodar la noticia que Menéndez se había levantado—, Lonardi me envió a la Escuela Superior de Guerra, a fin de que entrevistase al general Eneas Colombo y el Estado Mayor. En la guardia no me dejan pasar «porque hay acuartelamiento». Ante mi insistencia, el oficial, me dijo: «Anote el mensaje en este libro que se lo pasaremos al Director». Por supuesto que no acepté. A unos veinte metros de la guardia, veía, con cierta desesperación, cómo Lorio y Labayrú se paseaban, nerviosos y con las manos en los bolsillos".
"La orden a su Estado Mayor era que debían trasladarse a Campo de Mayo y soliviantar las unidades comprometidas —continúa Deheza—. De este modo, aunque no compartía la decisión de Menéndez, me sumaba a su esfuerzo. Pero la cosa resultó estéril ante la imposibilidad de comunicarme con Colombo. Mi suegro, por su parte, pensaba trasladarse a la Escuela de Mecánica de la Armada, con cuyo director, el almirante Carlos Garzoni —y la unidad a su mando— tomarían la Casa de Gobierno." Zinny asegura que le pidieron a Menéndez aplazar la fecha porque la situación se tornaba peligrosa, pero él contestó que "no se podía seguir dando vueltas y que había que largarse de una vez". Con este proceder coincide Deheza, quien sostiene que el EM de Lonardi venía postergando desde dos meses atrás el estallido. Aunque la fecha ya estaba fijada: el martes 2 de octubre.

ESTALLA EL GOLPE
—¡Hola! ¿Cómo le va, Tanco? Habla. Lucero.
—¡Buenos días, mi general! Muy bien. ¿Y usted?
—¿Cómo están las cosas por ahí? El día parece lindo, pero no olvide tomar las precauciones por si llueve.
—No creo que llueva. Al contrario. ¡Hoy, mi general, será un día peronista!
—Esperemos que así lo sea. ¡Hasta luego, Tanco!
—¡Igualmente, mi general!
Son las seis de la mañana del 28 de setiembre. El racconto telefónico enhebraba al Ministro de Ejército, general Franklin Lucero, y al coronel Raúl Dermirio Tanco, Director de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, de Campo de Mayo. Horas después —a las 11—, el Presidente Juan Domingo Perón depositaría en manos de Tanco una bandera donada a dicho Instituto por la "Fundación Eva Perón". El Ministro, como corresponde, velaba por la circunspección del acto. En seguida se agregaban a Lucero —que estaba acompañado de su ayudante, mayor Virgilio Pércaz—, el Subsecretario, general Esteban Vacca, y los secretarios ayudantes, coronel José Embrioni, teniente coronel José Manuel Díaz y mayor José García Althabe. Comenzaba sin novedad una nueva jornada.
Es un decir. Porque a las 7.25 se registró este otro nervioso diálogo por teléfono entre el Director del Liceo Militar General San Martín, coronel Dalmiro Videla Balaguer, y el general Vacca.
—Mi general: acaba de presentarse el coronel Esteban Font [jefe de la plana mayor de la Dirección General de Institutos Militares] para manifestarme que al llegar a la Puerta Nº 8 no le fue permitida la entrada al acantonamiento [Campo de Mayo] y que un capitán intentó detenerlo por orden del general Benjamín Menéndez, quien, al parecer, junto con el general Arturo Rawson, se encontrarían en la Escuela de Caballería, que supongo está sublevada. El capitán anónimo no era otro que Alejandro Agustín Lanusse, considerado entonces un ferviente nacionalista.
En realidad, todo había comenzado el día anterior. Al anochecer del 27, Menéndez y su EM —brigadier Samuel Guaycochea, coroneles Carlos Bussetti (jefe de operaciones) y Rodolfo Larcher, mayor Manuel Reimundes, los capitanes Julio Alsogaray y su hijo, Rómulo —se trasladan a una quinta de Morón, propiedad de Rafael Ayerza. El Plan de Operaciones es el siguiente: la fuerza de tierra, una vez tomado Campo de Mayo, se reúne en la base aérea de El Palomar. Toda la aviación debía concentrarse en Punta Indio, donde tenían un formidable apoyo logístico. Y desde ahí, desplegar la acción indicada. El mayor Agustín Pío de Elía debe sublevar al Destacamento de Exploración con asiento en La Tablada; tomar la base aérea de Morón y hacer entrega de la misma al comodoro Sangiácomo, para que pudieran aterrizar los aviones Gloster de Tandil. En un punto entre La Tablada y San Justo se concentrarían las tropas de Menéndez y de de Elía. Tomarían por la avenida Juan B. Alberdi, luego por Rivadavia y, desde ésta, triunfantes, hasta la Casa de Gobierno.
A las cinco, Menéndez abandonó la quinta de Morón. Cuarenta y cinco minutos más tarde, entra a Campo de Mayo por la Puerta Nº 8, que minutos antes había sido ocupada por el capitán Alejandro A. Lanusse, al mando de efectivos de la Escuela de Equitación. Se dirige a la Escuela de Caballería, donde el capitán Víctor Salas le presenta la unidad armada. Arenga a la tropa y le anuncia que ha estallado un movimiento para derrocar la tiranía. Desde allí, se desplaza al Regimiento de Tanques C. 8. Eran las siete y en ese momento se iniciaba el abastecimiento de los vehículos. Algo anda mal. La demora permite alertar a algunos oficiales adictos al Gobierno. Llega en ese momento el jefe de la unidad. Los capitanes Rómulo Menéndez, Arturo y Franklin Rawson lo conminan para que se entregue. Como respuesta dispara su pistola. Se generaliza un tiroteo. Las escaramuzas dejan un saldo de un muerto: el cabo mayor Miguel A. Fariña, quien al caer grita: ¡No se entreguen muchachos! ¡Viva Perón! Y un herido, el capitán Menéndez: una bala le traspasó el tobillo. La situación, confusa, tiende a agravarse. Los leales se han reorganizado y jaquean a los rebeldes, quienes enfilan hacia El Palomar con un magro botín: tres tanques, pero bien artillados. Salen por la Puerta 8 y se dirigen, hacia El Palomar. La unidad de Caballería debía apoyar la salida, pero la confusión reinante en el C. 8 sembró incertidumbres y sólo alrededor de 200 soldados montados y varios semiorugas se pliegan. A las 9.30, esta anémica fuerza recala en El Palomar. Se intuía el fracaso. Es que el movimiento debía ser precedido por una operación sorpresa . .. Mientras tanto, los aviones de esta base habían sembrado el cielo de Buenos Aires con casi medio millón de papelitos que contenían la proclama revolucionaria. Felipe Yofre era el autor. Y se imprimieron esa madrugada en la imprenta de Araujo Hermanos —Hipólito Yrigoyen 1964.
Menéndez se reúne con Guaycochea en El Palomar. Deciden ver —como tabla de salvación— al director del Colegio Militar, general Ladvocat. "¡No más revoluciones, general!", es la respuesta que obtienen ante un pedido de adhesión. Tiempo después, los nombrados y Zinny han coincidido que con la negativa de Ladvocat —sospechosamente, leal; al otro día fue relevado— "se perdió la revolución". Era su deber haberlos detenido. No lo hizo. De regreso, se lanzan hacia el punto en que debían encontrarse con de Elía, quien ya había tomado la Base de Morón, luego de un fragoroso tiroteo. Pero al ver que los correos —Larcher y Alsogaray— no funcionaban y ante la ausencia de aviones, resuelven entregarse al Comandante en Jefe del Ejército, general Ángel Solari. Este llegó al Colegio Militar alrededor de las 11.30 y comenzó la tarea de rendición. Menéndez, luego de analizar la situación, también reconoce su derrota. Comunica a la oficialidad el fracaso del movimiento y la deja en libertad de acción. Encamina la tropa hacia El Palomar. Acompañado de Bussetti y Llosa, Menéndez se presenta detenido a Ladvocat. Guaycochea, mientras tanto, con el resto de la aviación de esta base, han volado a Punta Indio. Zinny recuerda el momento de partir. "Yo me quería entregar al frente de la base. Fue cuando Guaycochea me dijo: «Vos estás loco...». Lo gracioso ocurrió cuando el oficial que había exigido la rendición, me espetó: «¿Paro qué se va a quedar?». Y me ayudó a subir al avión. Los cañones del Colegio Militar estaban enfilados hacia la base. Pero despegaron por la parte de atrás."
Punta Indio, a las 16, presentaba el siguiente cuadro: 80 aviones concentrados, pertenecientes a la propia base, los de El Palomar y los cazas y bombarderos llegados desde Mendoza, horas antes, al mando del comodoro Jorge Rojas Silveyra y comandante Albornoz. Tanta potencia de fuego resultaba inútil frente al fracaso del movimiento. Para colmo, los poderosos Avro Lincoln de Villa Reynolds (Mercedes, San Luis) se dirigían a Buenos Aires. Habían superado los desperfectos ocasionados por oficiales rebeldes, la noche anterior. El comandante de la fuerza del aire, brigadier Guaycochea, reunió a los oficiales y anunció que quedaban en libertad de acción: "Aquellos que lo deseen, podrían exilarse o permanecer en el país. Personalmente cargaré con todas las responsabilidades y abandonaré el país". Efectivizó lo dicho en compañía de 44 oficiales, en tres máquinas de la Fuerza Aérea. Igual temperamento asumió el capitán de navío Vicente M. Baroja.
"A las 16 nos encontrábamos alistados en la pista para despegar. Nuestro propósito era darle muerte al tirano en su propia guarida: la Casa de Gobierno. Sin embargo, un momento antes de que despegáramos, el jefe aeronáutico de la revolución, brigadier Guaycochea, nos reunió para informarnos que el movimiento había finalizado. El movimiento fue sumamente aleccionador para el país y las Fuerzas Armadas. Habíamos confiado en derrocar al tirano con pequeñas acciones, sin derramamientos de sangre. La lección fue que era preciso llegar al derramamiento de sangre para voltearlo." (Almirante Baroja, La Prensa, 29 de setiembre de 1961.)

LEALTAD Y MEDALLAS
Para juzgar a los sediciosos, ese mismo día se constituye el Consejo de las Fuerzas Armadas, que preside el general Francisco Reynolds. Una semana después —el 4 de octubre—, aparecen los primeros fallos: 15 años de reclusión a Menéndez; 6 años a Larcher, de Elía, Armando Repetto y Julio Alsogaray; tres a Reimundes, Rómulo Menéndez. Prisión preventiva a Lanusse, Gustavo Martínez Zuviría, Salas, Costa Paz, etc. (fallo definitivo: 4 años). Un año a Luis Premoli, Ricardo Etcheverry Boneo, Rojas Silveyra y otros. Semana más tarde son trasladados a la colonia penal de Rawson (Chubut).
El 17 de octubre, en la Plaza San Martín, ante una multitud delirante, Gobierno y CGT exaltan la lealtad de quienes aplastaron la sedición. "Cuando tiene la voluntad y está decidido a hacerla respetar —truena Perón—, el pueblo goza de una soberanía efectiva que no puede ser doblegada..." Más vehemente, el secretario cegetista, José Espejo, enjuicia: "La antipatria se ha levantado contra los poderes constituidos . . ." Luego, en sendos homenajes, cuelgan la medalla peronista en las solapas de los leales: el general Solari, Tanco. . . Entre quienes reciben dos distintivos se hallan el coronel Dalmiro Videla Balaguer y el capitán Hugo Miori Pereyra. "O témpora, o mores".
PEDRO OLGO OCHOA
Revista Primera Plana
28/09/1971


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