Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Nacen los gigantes
historia de una pasión argentina
La primera victoria de Alumni contra Sudáfrica: 1 a 0. Peleas entre "Colorados Unidos" y "Barracas al Sud". Racing y su primer capital: 19,95 pesos. Cuando River era de Boca. Los 298 goles de Arsenio Erico

Una tía cariñosa, varios empleados de la tienda "A la Ciudad de Londres", un sello con faltas de ortografía, un cura sin prejuicios, la vidriera de una imprenta de la calle Almirante Brown y un banco legendario de la plaza Solís, dieron por resultado —en los primeros años del siglo XX— la constelación más gloriosa del fútbol argentino: el Racing Club, Independiente, Huracán, San Lorenzo, River Plate y Boca Juniors. Por ese entonces un solo nombre permanecía indiscutido: Alumni. Roca (el primer presidente que presenció un partido de fútbol) apenas puede contener a un místico caudillo, que conspira en las sombras de su casa de la calle Brasil. Su nombre está ya en la boca de todos los payadores: Hipólito Yrigoyen. Buenos Aires es una ciudad de 800.000 almas y 82.540 casas. Pero se manda a construir una avenida "a lo París" y un subterráneo que desarrolla una velocidad de vértigo: 45 kilómetros por hora. En esta ciudad contradictoria, pacífica y singularmente
hermosa, el fútbol va dejando de ser "cosa de ingleses locos". Y algún apellido imprevistamente vascuence se filtra' en las británicas filas de Alumni: José Buruca Laforia, un ilustre antecesor de los Tesorieri y los Carrizo; que afirmaba modestamente: "Yo no tengo méritos . . . Alumni juega sin arquero".
La pasión ya está desatada: un día de 1905 —cuando nacen Boca y Newell's Old Boys de Rosario— dos muchachos se presentan ante el director de "La Prensa" para hacer —gratis— las crónicas futbolísticas: son Juan Fitz Simón y Eduardo Farrell, pioneros de una profesión en la que descollarían nombres como Borocotó, Fioravanti, Frascara, Selza Lozano, Diego Lucero, Horacio Aiello, los Sojit y muchísimos más. El fútbol gana el corazón de las provincias: en 1904 se disputa el primer interprovincial. Salta le gana a Jujuy por 6 a 0. Un año después los argentinos sufren uno de sus primeros reveses futbolísticos. Llega el Nothingham Forest, que en cinco partidos conquista 40 goles. Alumni, el crédito porteño, pierde 6 a 0.
En 1906, un año ensombrecido por notables desapariciones (mueren Uriburu, Quintana, Pellegrini y Bernardo de Irigoyen), los hinchas estallan en una gran alegría: Alumni consigue la primera victoria internacional. Le gana al Sudáfrica por 1 a 0, con un gol que lanzó el nombre de Alfredo Brown a una imperecedera popularidad. (La alegría se justifica porque el Sudáfrica, en su primer partido, había ganado a un combinado de Universitarios por la bonita cifra de 14 a 0.) No es raro que los primitivos estadios congreguen públicos de 10.000 y 15.000 personas. La pasión ya balbucea en criollo.

LA TIA DE LA ACADEMIA
Elisa Tutor, tía cariñosa, no sospechó jamás que un regalo suyo la convertiría en una involuntaria inspiradora del Racing Club, un equipo que 67 años más tarde conquistaría la Copa del Mundo. Esa calurosa tarde de 1900 la sorprendió en Mc Hardy, comprando una pelota inglesa: un regalo para sus sobrinitos José, Julio y Evaristo Paz. Sobre el fangoso baldío que era en ese entonces la avenida Pavón, los alegres sobrinos desperdigaron las primeras patadas. Un mirón, que se llamaba Perico Werner y sabía más que los Paz, propuso hacer un club. Total, ya tenían la pelota. Faltaba el nombre: "Football Club Barracas al Sur". No duró mucho: una desinteligencia entre Werner y Evaristo Paz produjo el primer cisma: surgieron los "Colorados Unidos", comandados por Paz, que se llevó la única pelota y con ella, 50 de los 57 socios. Pero en Avellaneda los cismas no eran duraderos: una tarde de 1903, el 25 de marzo, en la esquina de las calles Palá y Maipú, al abrigo de la estación Barracas Iglesia, los Colorados se unieron con los de Barracas. No sólo se borraron los enojos sino también los dos nombres anteriores. Germán Vidaillac propuso uno que había leído en una revista francesa: Racing. Capital: 19,95 pesos. Paz, en tren de despilfarro propone gastarlos en un paseo por el Delta, para festejar la unión. Todos se enfurecen: hay que comprar una pelota nueva, camisetas, un sello... Paz, al no prosperar su moción, se aleja definitivamente. Hoy, 64 años después, en sus juveniles 83, Evaristo Paz (contador público, "todavía hago changas") dijo a SIETE DIAS: "Me felicito de que no me hayan hecho caso. Si hubieran gastado la plata en el paseo, Racing no sería lo que es". A principios de 1903, la planilla de gastos de la futura academia, consignaba que se habían invertido 8,50 en una pelota, 6,90 en un block y sello, 0,50 en un reglamento y 14,70 en 21 camisetas (a 0,70 cada una).
Poco después inician una de las más sensacionales carreras que registra la historia del fútbol: en 1905 se inscriben en la Asociación, en segunda de ascenso. En dos oportunidades están a punto de ascender a primera, pero River primero y Boca después frustran sus aspiraciones. Recién en 1910 —año del centenario— ascienden al círculo privilegiado, donde realizarán una hazaña no igualada en el fútbol mundial: ganan todos los campeonatos desde 1913 a 1919 inclusive. Quedan, de ese entonces, unos nombres definitivamente incorporados a la gloria futbolística: Arduino, Muttoni, Ochoa, Olazar, Betular, Ohaco, Marcovecchio, Hospital y Perinetti. (Esa hazaña de Racing sólo fue igualada por un club de Hungría, el MTK, que ganó seis campeonatos consecutivos desde 1920 a 1925.)
Había ídolos inamovibles: uno de ellos era Ochoa, "Ochoíta", como lo llamaba cariñosamente la afición. Un hombre al que Gardel, en un encuentro entre Capital y Provincia, le pidió por favor que jugara. (Ochoa, tras una copiosa comida, había dejado su puesto de insider derecho a cargo de otro compañero.) Gardel imploró: "Pero viejo, si vine a verte a vos. Andá ... ¡Jugame un ratito!". Ochoa accedió y jugó el primer tiempo, al cabo del cual se retiró junto con el Zorzal. Ya eran sin discusión los maestros: los "académicos" de toda una generación del fútbol argentino.
Contaba a propósito el distinguido catedrático José A. Oria que una noche caminaba por el Parque de los Patricios con su colega, el doctor Carlos Ibarguren. Se sentaron en un banco, hablando de historia y literatura. De pronto, un guardián los increpa: ¿No saben que a esta hora no se puede estar en el parque? Ibarguren, fastidiado, dice: Oiga... ¿Qué forma es ésa de dirigirse a las académicos? El guardián, que sin duda interpretó que ambos eran de Racing y él —obviamente— de Huracán, replicó desdeñosamente: "Piantá, académico". Así de persistente y entrador es el vocabulario del fútbol.
Natalio Perinetti —ídolo de esos años gloriosos— sintetizó ante SIETE DIAS lo que va de ayer a hoy: "Antes era la época del capitán. Ahora, la del director técnico. Pero el DT es un mito. Se pasa del fútbol creador al automatizado. Pero el fútbol no es una universidad: cuando yo quería algo de Ochoíta sólo hacía falta un cabezazo. Y él comprendía". A los 65 años, jubilado, con 40 de empleado (cuando jugaba en primera ganaba 15 centavos la hora en el Ferrocarril Sud), Perinetti piensa que hay figuras que no se podrán reemplazar: "Ni Chaplin ni Dempsey, ni Ochoíta y Ohaco". Hay también cosas que no volverán a ocurrir: como la suspensión de ese partido entre Racing y Gimnasia, debido a que la cancha estaba cubierta por ... ¡30 centímetros de nieve! Fue un día de 1918, el mismo que don Agustín Bardi inmortalizó con un tango único: "¡Qué noche!".

CUANDO RIVER ERA DE BOCA
Fue el 25 de mayo de 1901, contra la vidriera de la imprenta que don Francisco Gentile tenía al 900 de la avenida Brown. Se proponen varios nombres: Bernardino Messina (que 35 años después sería el arquitecto constructor del Monumental) sugiere "Juventud Boquense". Carlos Atelo, "La Rosales", una corbeta que se hundió en misteriosas circunstancias: se salvaron todos los oficiales y se ahogaron todos los marineros); Pedro Ratto quería que se llamara "Forward" y Pedro Martínez "River Plate", inspirado sin duda en las etiquetas británicas de consignación de los cajones que decoraban la ribera del Riachuelo.
Los futuros millonarios (el apodo surgió en la década del 30, cuando pagaron por Carl¡tos Peucelle la astronómica suma de 10.000 pesos) jugaban con camiseta blanca, seguramente de frisa, y de uso privado. En 1905 Enrique Salvarezza la cruzó con una banda roja y anota a River en la Asociación. En 1908 juega con Racing dos veces, disputando el ascenso a primera: le gana 2 a 1 (partido que se anula) y por fin 7 a 1. En su primera temporada se coloca segundo, detrás de Alumni, Pero tendría que esperar hasta 1920 para cosechar el primer campeonato. Tras infinitas mudanzas y desalojos (algunos por razones meteorológicas como el de ese 13 de marzo de 1913 en que un ciclón se llevó las magras instalaciones de la Darsena), aterrizan en el estadio de Avenida Alvear y Tagle, donde residirían hasta la construcción del Monumental de Nuñez. Curiosamente, la historia del River amateur no es tan brillante como la que jalonó su historial profesional, cimentado por aquella máquina accionada por Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau o por glorias aisladas y legendarias: Bernabé Ferreyra, el hombre que rompía travesaños y que conquistó 201 golazos en nueve años; unánimemente conocido como "La Fiera de Rufino", su singular buen humor le permitía chistes como éste. Hace años, jugando un partido de veteranos en la cancha de Vélez, un hincha le gritó: Fiera... ¿con quién jugás?. Bernabé, con una triste sonrisa, murmuró: Con la salud, viejo. Con la salud ...
Eran los años cándidos del amateurismo. Donde pasaban cosas únicas y se hacían transacciones increíbles: Huracán compró un jugador de Almafuerte pagando ... 300 chapas de zinc, que dormían soñolientas en el inventario y en los galpones. Era en 1928. Tiempos en que un fullback de Dock Sud, en una furibunda gresca con los jugadores de Independiente, derribó siete colegas de otras tantas trompadas. No era para menos: el back se llamaba Alberto Lovell. Tiempos inverosímiles: la Federación sanciona al jugador Luis A. Cóppolo (dos años sin actuar) por haber jugado "con nombre supuesto en el Club Tigre", al que castiga con la pérdida de los puntos de ese partido. ¿Podría imaginarse uno a Perfumo, Artime o Gatti jugando con nombre supuesto?

EL CICLON Y EL HURACAN
Estos ventosos representantes del fútbol criollo nacen con un año de diferencia y a algunas cuadras de distancia. En 1907, un grupo de purretes de Nueva Pompeya echa las bases del Globito en el domicilio de don Tomás Jeansalle. Con dos pesos (¡oh! las inquietudes burocráticas) van a encargar un sello, en una imprenta de avenida Sáenz y Esquiú. El imprentero, mirando un almanaque ilustrado con el globo de Newbery, "El Huracán", les brinda la idea definitiva, que prosperó tras otros bautismos inverosímiles, tales como Defensores de Villa Crespo, No se pierde o Esperanza. Al retirar el sello se advierte que Huracán estaba escrito sin hache, pero se lo llevaron igual. Cincuenta centavos de rebaja acallaron los escrúpulos ortográficos y en el campeonato de 1914 —que solo competía con la recién nacida primera guerra— los muchachos de Patricios jugaban en primera. Patricios delira: en los años 21, 22 y 25: "El Globito" obtiene el campeonato. En el 30 se consagra un goleador llamado Guillermo Stábile y una constelación de nombres gloriosos amarran al Globito a un firmamento de leyenda: Herminio Masantonio (el gran Masa), Alberti, Baldonedo, Ramón Vázquez.
En 1908, en circunstancias en que la incontrolada humanidad del jugador Juan Abondanza fue a chocar contra el nada futbolístico tranvía 27, que circulaba por la calle México, un testigo presencial del hecho, el cura saleciano Lorenzo Massa, echó las bases de San Lorenzo de Almagro, persuadiendo al equipo de "Los Forzosos" a que jugaran en un terreno lindero con su capilla. De esa imprevista colisión surgió el club San Lorenzo de Almagro que ascendería a primera el 1º de enero de 1915, cuando le gana a Honor y Patria por 3 a 0 en la cancha de Ferro. El 31 de julio de 1922, en un partido contra Estudiantes de La Plata, un violento encontronazo hace caer al jugador Jacobo Urso, con una costilla incrustada en un riñón. Seis días después, Urso se muere. Pero los amateurs tenían fibra: con la costilla rota, en medio de terribles dolores, Urso continuó el partido como si tal cosa. En los años 27 y 28 San Lorenzo consigue el campeonato, empinando los nombres de Carrícaberry, Fossa y Juan Maglio, gran goleador e hijo del ilustre "Pacho", un icono de la mitología tanguera. Un 30 de octubre, el R. P. Lorenzo Massa, tras un día de trabajo intenso (estudiando costumbres de indígenas y rogando por el éxito de sus muchachos) entrega su alma a Dios. Ese mismo día, San Lorenzo cae vencido por Huracán: 1 a 0.
Quedan para la próxima nota dos nacimientos históricos: el de Boca Juniors e Independiente (que no es de Avellaneda sino de San Telmo). Y las exclusivas declaraciones de los legendarios Ludovico Bidoglio, Juan Evaristo y Claudio Vacca, ese arquero increíble que ahora atiende una pacífica fiambraría de su propiedad, en la Boca.- Y de Pontoni y Boyé, el atómico, propietario ambos de una pizzería en la calle Ciudad de La Paz, donde naturalmente, se habla mucho de fútbol. Y de Miguel Rugilo, ese inolvidable León de Wembley, que persiste en sus grandes bigotes y su contagioso optimismo, aunque ahora vende equipos de refrigeración. Queda también una entrevista exclusiva con el que para muchos es el jugador más completo de todos los tiempos: un paraguayo que fue comprado por 2.500 pesos, invertidos por la Liga en medicamentos para mandar al frente, en la guerra con Bolivia. Es casi obvio decir que se trata de Arsenio Erico, el hombre que encabeza el ranking de goleadores de todos los tiempos.
Quedan, por fin, episodios del fútbol profesional, que se inicia el 31 de mayo de 1931, en un tembladeral de polémicas y diatribas. El amateurismo existente es falso. Ya desde 1912, en que surge una honda división, existe el llamado amateurismo marrón o profesionalismo clandestino: subrepticiamente, la paga se incluye dentro de cajas de fósforos o en los botines de los futbolistas. Todo un equipo consigue nombramientos en un municipio. El soborno, y el peculado ensombrecen una página que alguna vez supo de sacrificios nobles. A veces, pasaban cosas graciosas. En 1926, siendo presidente de Independiente don Pedro Canavery, los jugadores reclamaron una retribución de 10 pesos si ganaban el match. La directiva no aceptó y se arregló al final en dos pesos por gol. Ese día Independiente ganó 10 a 2. O sea que a los directivos les salió el tiro por la culata, como suelen decir los expertos en armas de fuego.
Desde que el delantero de Estudiantes de La Plata, Alberto Zozaya hizo el primer gol del profesionalismo, venciendo al legendario guardavalla Angel Bosio, cerca de 33.000 veces las gargantas se enronquecieron en el grito de ¡gol!, cuyos principales artífices se llamaron Arsenio Erico (298), Masantonio (253), Labruna (252), Pelegrina (223), Bernabé (201), Benítez Cáceres (192) y el Charro Moreno (184). Junto a ese grito de fiesta y de tragedia, de gloria y de fracaso, junto a los nombres próceras, otros anónimos y humildes jalonan la fiesta del domingo. Integran la iconografía menor, pero son fútbol. Algo así como la infraestructura de la cancha: venden caramelos "que apagan la sed", limones refrescantes, naranjas (que pueden usarse como proyectiles), café, el "turrón gigante a solo un peso", la revista con la clave, el juego de peines (que incluye, naturalmente, "el del profesional peluquero") y la añeja magia del "chewing gom". Ese que vende el muchacho de la tricota a cuadros, universal y definitivamente conocido como "Chuenga".
Revista Siete Días Ilustrados
02.01.1968

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