Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Arte
Seis que eran siete y que ahora son tres
Cuando, dentro de unos días, el nombre del Grupo del Sur ocupe una vez más las carteleras de exposiciones de arte en Buenos Aires, se advertirá que sus miembros se han reducido a tres (o cuatro, si se incluye a Jorge Pérez Román, radicado desde hace tiempo en París). Curiosamente, los tres que perduran son los mismos que, hace cerca de dos décadas, en 1945, formaron el núcleo inicial del grupo: los pintores Carlos Cañás y Aníbal Carreño, y el escultor Leo Vinci. La amistad que entonces trenzaron, al ingresar en la Escuela de Bellas Artes, ha resistido no sólo al tiempo sino a otro corrosivo no menos eficaz: el éxito.
Cañás (36 años, casado, dos hijos), Carreño (34 años, casado, un hijo) y Vinci (33 años, casado dos hijos) no ocultan cierta melancolía al referirse a los ausentes. Tampoco la oculta el vasto taller que ocupan en la calle Salmún Feijóo, en Barracas, que en su recinto central, de 27 metros de fondo por 8 de ancho ("parece la parte posterior de un escenario", se comentó una vez), albergó hasta hace poco el trajinar de seis hombres. René Morón, Ezequiel Linares y Mario Loza son los que faltan. Cañás, portavoz del grupo, explica: "El primero en irse fue Morón, por razones personales; después, Linares, a quien le ofrecieron una cátedra en Tucumán; por fin, Loza, de quien nos separaron otras cuestiones."
En 1959, el Grupo del Sur apareció en la plástica argentina como una entidad orgánica, sólidamente estructurada. El entonces director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Rafael Squirru, dio el nombre a los seis muchachos que se afanaban en una fábrica abandonada de Barracas, y los presentó en Peuser. André Malraux visitó la exposición y declaró: "A partir de hoy, sé que la pintura argentina existe." Era algo más que un elogio de impacto internacional: era la partida de nacimiento de la actitud de seis artistas argentinos ante problemas comunes. Así, pudo declararse también que en un país de individualistas era posible la labor sostenida de un equipo.
"El equipo no ha muerto, puesto que nosotros estamos aquí", subraya Vinci, afirmando la persistencia de los tres compañeros iniciales. Su afirmación es válida, y no inhibe otra que le es paralela: Cañás, Carreño y Vinci aparecerán transformados en su próxima presentación, maduros, aplomados, en busca de otras formas expresivas. Si Cañás insiste en sus misteriosos paisajes pampeanos, en sus series de médiums alucinadas, es para declarar: "Lo que hago ahora es más abstracto y más telúrico, al mismo tiempo." Si Vinci reitera sus formas favoritas, puede decir, sin embargo: "El tema es el mismo, la unidad hombre-mujer, vista ahora con ojos expresionistas; antes era más conceptual, ahora trato de romper la forma y ver la figura desde adentro."
Carreño, en cambio, ha abandonado su preferida "imagen geológica" (así la define él mismo), que durante años puso en sus telas un inquietante acento oriental. Parte ahora de imágenes de pájaros destrozados, que se retuercen en ámbitos recorridos por fogonazos cromáticos. "Sé que mi punto de partida es literario, siempre, pero no retórico." Los tres artistas se declaran fervorosamente figurativos ("a nuestra manera") y sin urgencias derivadas de alguna moda: "Queremos crecer con naturalidad, orgánicamente, aunque parezcamos lentos."
Hace ocho años que el Grupo del Sur se instaló en este taller. Hasta ahora lo alquilaba; Cañás y Vinci han decidido comprarlo por un millón y medio de pesos. "Al comienzo ocupábamos una casita en Mataderos, a cuatro cuadras de la Capital Federal, cerca de General Paz y Avenida del Trabajo"; la misma casa donde hoy vive Carreño. Quince alumnos acuden a la antigua fábrica de la calle Salmún Feijóo; sus aportes contribuyen a las finanzas del grupo, mientras Cañás y Vinci ejercen también cátedras en las escuelas de Bellas Artes, y Carreño es dibujante para las publicaciones de la editorial Jackson. "Nuestros precios oscilan entre 25 mil y 80 mil pesos, incluyendo las esculturas de Vinci, que son de dimensiones medianas." Pero la pieza clave de la muestra que se abrirá dentro de una semana en Riobóo-Nueva, parece ser un biombo de cuatro hojas, pintado por Cañás y Carreño, sobre dos de cuyas hojas se incrustarán sendas placas de bronce labradas por Vinci. "Por el biombo pediremos arriba de cien mil pesos", comentan; y lo contemplan con la certeza de que, más allá del valor material, es la evidencia tangible de una vinculación en la cual el afecto ha podido sobrepasar toda otra medida de valoración.
8 de de septiembre de 1964
PRIMERA PLANA

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