Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Comunicaciones por satélite
Una antena en el cosmos
Ubicado a 36.000 kilómetros sobre el océano Atlántico -entre América del sur y África-, el INTELSAT III conectará a la Argentina con el resto del mundo en escasas fracciones de segundo

Cuando hace 445 años Juan Sebastián El Cano llegaba exhausto, con 18 sobrevivientes, al puerto de Sanlúcar de Barrameda, España, ese acontecimiento sólo fue presenciado por unas decenas de pescadores. La nave "Victoria'' completaba entonces la primera vuelta al globo terráqueo, iniciada 3 años antes por Magallanes, con 239 tripulantes. En 1970, en cambio, los televidentes argentinos y otros dos mil millones de personas en todo el planeta podrán ver desde sus propias casas la trasmisión en vivo del primer descenso de un hombre en la Luna. "El ojo de Dios", que imaginaban los antiguos, empalidecerá ante una hazaña electrónica que ya ha dado excelentes frutos: el sistema mundial de comunicaciones por satélites.
"Colgados" a 36.000 kilómetros de la superficie terrestre, estos centros cósmicos de comunicaciones que pesan unos 30 kilos, se desplazan a una velocidad de 11.040 kilómetros por hora, justo la necesaria para cumplir en 24 horas un giro completo en torno a la Tierra, lo mismo que tarda Buenos Aires o cualquier otro lugar. De esa manera el artefacto se mantiene siempre en el mismo punto del cielo, con respecto al observador de tierra.

¿INTENTO. INOPORTUNO?
Si todo marcha como está previsto, en mayo de 1969 la Argentina se incorporará plenamente al sistema que ya integran Inglaterra, Francia, Italia, Alemania Occidental, Canadá, Estados Unidos, Hawaii, Japón, Formosa y Australia; nómina a la que se sumarán, para entonces, Panamá, Chile, México, Brasil y Perú. Unos meses antes estará terminada en el sur de la provincia de Buenos Aires —a 15 kilómetros de Balcarce y 48 de Mar del Plata— la estación receptora y trasmisora que empezó a construir hace algunas semanas el Conzorzio Per Sistema de Telecomunicazione Via Satelite, de Italia. La planta ocupará 110 hectáreas de una hondonada protegida por dos barreras naturales, las sierras del Volcán y de La Vigilancia, y demandará la inversión de siete millones de dólares. Podrá mantener enfocado al satélite con vientos de hasta 120 kilómetros por hora y soportar ráfagas de hasta 190 kilómetros por hora, sin dejar de captar y emitir señales telefónicas, telegráficas, televisivas, de télex y de facsímil.
Pero lo que demandará más tiempo será la puesta en marcha del Centro de Conmutación telefónico-télex internacional a construirse en Cangallo y Talcahuano, en Buenos Aires. El total del complejo de comunicaciones funcionará a cargo de un centenar de técnicos y empleados (35 en la estación y 70 en el centro).
El satélite con el que operará la Argentina durante los primeros cinco años, el INTELSAT III, será puesto en órbita entre agosto y septiembre próximos sobre la zona ecuatorial del Océano Atlántico, a mitad de camino entre Sudamérica y África. Con el actual sistema (radio de onda corta) hay alrededor de 22 canales, mientras que las comunicaciones vía satélite contarán con 68 canales en 1969 y 132 cinco años después. La capacidad final del sistema —en su primera etapa— será de 300 canales telefónicos y uno de TV para color y blanco y negro.
Entre las muchas ventajas que brinda el nuevo sistema, la fundamental es que elude las interferencias generadas por el hombre y las perturbaciones atmosféricas, asegurando un servicio ininterrumpido al margen de las condiciones de propagación determinadas por la actividad solar. El cable coaxil, único recurso libre de tales inconvenientes y capaz de ofrecer una alta calidad de comunicación, es muy costoso y cuantitativamente limitado (el más moderno soporta 1.200 canales simultáneos, contra 6.000 que albergará el satélite a lanzarse en 1970). Además, la nitidez de cualquier señal depende de las repeticiones que deban efectuarse en la línea. En el sistema convencional es necesario colocar un equipo repetidor cada 50 kilómetros si la red es terrestre y cada 30 si el cable es submarino. Teniendo en cuenta que la distancia abarcada por un satélite es de 17.000 kilómetros en su faja media (Este-Oeste), se requerirían para suplantarlo 340 repetidoras en el primer caso y 566 en el segundo, una multiplicación de esfuerzos engorrosa y prescindible.
Serán necesarios mil millones de dólares (la setenta ava parte del presupuesto militar norteamericano) para instalar un sistema mundial de tres satélites sincrónicos con capacidad para mil canales cada uno. Hasta las comunicaciones internas de cada país podrán ser mejoradas con los satélites llamados "domésticos", portadores de dispositivos que les permiten concentrar su potencia sobre una región determinada.

BASTA DE INTERFERENCIAS
Con un déficit actual de 700.000 aparatos telefónicos que crece en 40.000 unidades anuales (se instalan 20.000 y el crecimiento vegetativo es de 60.000), el intento de la Argentina de sumarse a la red de comunicaciones por satélites fue juzgado como inoportuno por los críticos severos. Los más escépticos lo calificaron de "juguete caro" y recordaron que, cada vez que llueve, vastas zonas de la capital argentina quedan prácticamente incomunicadas. "Llamar a reparaciones —llegó a decir un semanario de Buenos Aires— es como pedir comunicación con un mausoleo de la Recoleta".
Por otra parte, la sombra del control monopolista de las comunicaciones argentinas asomó a través de la enconada polémica que originó, a nivel oficial, el problema del carácter estatal o privado de la empresa que operará el sistema. El asunto sigue a estudio del presidente Onganía, que deberá decidir entre las dos alternativas.
Es evidente que el sistema acarreará perjuicios a los países de Europa Occidental, que tienen un eficiente sistema convencional de comunicaciones internas y se benefician en gran parte con la explotación de las redes internacionales que serán definitivamente desplazadas por la irrupción de los satélites. Inglaterra, por ejemplo, perderá unos 200 millones de libras anuales cuando el sistema esté en pleno funcionamiento.
El 4 de octubre de 1957, el primer Sputnik soviético conmovió al mundo con sólo circunvalarlo, pero prácticamente no se creía en la utilidad comercial y cultural de la experiencia. Dentro de poco, la trasmisión instantánea por satélites de un trasplante de corazón en Sudáfrica o de la superación de un record mundial de atletismo, revelará también a los argentinos que ya no hay distancias para la imagen.
Revista Siete Días Ilustrados
26.03.1968

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