Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Uviedo... Uviedo... no, no me suena
(si lee esta nota le va a sonar?
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Juan Carlos Uviedo

Se encontró con GENTE a las diez y medía de la noche, en el bar Augustus, de la calle Florida. Venía con una camisa de corderoy azul, un pantalón a rayas, una poderosa melena negra. Pero esta es la forma de presentarlo o describirlo —a él como a cualquier otro— que más odia: la que se refiere a los clisés de las apariencias.
Juan Carlos Uviedo acababa de salir del Instituto Torcuato Di Tella y volvería a él una vez terminados los once cigarrillos y los cuatro café de la entrevista. Detrás del gran hall de entrada, en una salita llena de butacas, y en ocasiones propicias también de público, dirigía apasionadamente los ensayos de los tres únicos actores que protagonizarían su primer estreno de importancia en Buenos Aires: "Los esperapalomas", escrita o, mejor dicho, ideada por él mismo a los 16 años. "Te aseguro que está muy cambiada con respecto a su concepción original", advierte Uviedo. Y, en seguida, la teorización: "Lo peor que puede hacer un director de teatro es respetar a lo que se llama autor. Yo director empiezo por no respetarme como autor. Es por eso que está cambiada".
Por el contrario de lo que puede imaginarse, el estreno de "Los esperapalomas" no significa para Uviedo un lanzamiento artístico, una prueba para la calidad de su capacidad creadora. Significa un momento decisivo, una incursión temeraria en el público argentino —el que le es más cercano, más propio— luego de haber conquistado algunos de los más difíciles públicos europeos. Santafesino desde hace 24 años, pésimo alumno de la escuelita de la localidad residencial de San Carlos Centro ("Aún se me escapan horrores ortográficos"), único hermano de cuatro hermanas, explorador de las posibilidades radioteatrales a los 14 años, frustrado aspirante a médico en la Universidad de Córdoba, adolescente de poemas y fantasías. Juan Carlos regresa lentamente a la que asomó como primera vocación: el teatro. Mientras tanto: "Hago cosas horrendas para ganarme la vida, como, por ejemplo, escribir fotonovelas". En 1964 va al Paraguay y pasa allí seis meses, trabajando siempre en radioteatro. "Vuelvo a Santa Fe y, por fin, puedo comenzar a combatir el radioteatro comercial. Lo hago utilizando sus mismas armas, pero presentando obras realmente valiosas, en lugar de esas porquerías acostumbradas. Y tengo el honor de decir que desde entonces el radioteatro comercial terminó en la provincia."
Viene a Buenos Aires. Llega hasta Radio Municipal. "Quiero dirigir", le dijo a Roberto Ponte, y aún no se explica cómo Ponte le dio una oportunidad. Así, llegó a estrenar nada menos que "El Casamiento", de Witold Grombowicz. Pero Uviedo ya estaba cerca del salto. "Un elenco universitario de Córdoba, "El Juglar", estaba invitado a los festivales de Nancy y de Varsovia de 1966. Me pidieron mi primera obra, "Los esperapalomas", para representarla allá. Yo se las di y mandé copias a los festivales. Eso me salvó: finalmente se suspendió el viaje del elenco, pero desde Varsovia se interesaron por mi obrita y me pidieron los derechos. Al poco tiempo me invitaban a asistir al estreno en el Teatro "Lenin", de la Casa del Trabajo; luego al estreno de otra obrita mía, "Un juego en círculo para espera del guerrero", en la ciudad de Turín."
"Los esperapalomas" estuvo 10 meses en la cartelera polaca. No era un mal comienzo. Ya en Europa, con muchas más ideas que dinero, Uviedo no pierde oportunidades. Instala su base de operaciones en España y, desde allí, inicia sus contactos, a veces casuales, con el ambiente teatral europeo. Conoce a Tchirilov, discípulo del maestro ruso Stanislavsky, que le pide "De cómo mamá quedó sorda y comenzó la alegría" para estrenar en Belgrado. En París conoce a Grombowicz, que le da los derechos para que monte "El casamiento". "Pienso hacerlo en Madrid, y quizá con Alfredo Alcón", confiesa Uviedo. Mientras tanto, la actriz Irene Pappas le pide otra obra suya, "Señor Wilson, si no acierta revienta", para estrenar en su exclusivo y superexigente teatro de Atenas. "Pero una de las cosas más importantes creo que fue el conectarme con Ionesco. No te imaginás lo que fue para mí escucharle decir al viejo que ya no tenía más nada que decir en teatro y que pensaba dirigir cine. Le gustaron mis obras y piensa inaugurar la próxima temporada de su Théatre de la Huchette con «Antoineantoine»". Pero esto no es todo. Este año, el Royal Court, de Londres, presenta tres obras suyas: "La mariposa de los pechos caídos", "La grande mere la grande merde" y "Schiva parirá un milagro", explosiva creación que finaliza cuando Schiva echa sobre el público un líquido pegajoso, el milagro que acaba de dar a luz.
También se preparan en Europa ediciones de algunas otras de las veintidós obras que concibió hasta el momento. Uviedo insiste: "Y recomiendo a cualquier director que agarre una obra mía, que no la respete, que la cambie, que la recree, que para eso fue pensada. Que haga como yo cuando dirijo una obra de otro. Tenemos que terminar con el mito del autor teatral. El teatro no se escribe y luego se representa. El teatro se hace recreando constantemente. Si lo escribimos es para transmitir la idea original y nada más."
Con todo, este joven promotor de la ceremonia teatral con participación del público —como suele caracterizársela— no se queda en las tablas solamente. También actuó en el film "Sólo un triste muchacho", junto a Catherine Spaak y Nino Manfredi, y con Jean Seeberg y Pierre Brasseur en "Los pájaros van a morir al Perú", otro film que tampoco se ha estrenado en Buenos Aires y por el que ganó 3 millones y medio de pesos. En París tiene un contrato pendiente para filmar películas que aún no sabe sí podrá cumplir. La primera de ellas, bajo la dirección de Louis Malle, en la que sería protagonista junto con Annie Girardot y Jean Seeberg.
Lo increíble es que Juan Carlos Uviedo vino a la Argentina para pasar las fiestas con su familia. "Pensaba quedarme sólo 15 días". Aclara. Pero pasó por Buenos Aires, se encontró con gente y con proposiciones. "Y ahora, ya ves, van a hacer tres meses que estoy". Le preguntamos si sólo postergó el regreso a Europa o si piensa quedarse definitivamente en Buenos Aires. "Tengo muchas ganas de quedarme, te juro. Además, y a pesar de todo, se me hizo muy difícil reinstalarme aquí, y eso me da «bronca» y ganas de vencer. Yo siempre termino yendo en contra de lo que tratan de imponerme, aunque sea sutilmente."
La obra estrenada este lunes en el Di Tella refleja en parte ese sentimiento. Fue ensayada prácticamente en el tiempo record de quince días, trabajo agotador para Uviedo y también para los tres actores: Alberto Fernández de Rosa, Zulema Katz y Víctor Fassari. "Se pudo hacer porque nos llevamos y nos entendemos a las mil maravillas", dice Uviedo.
Los problemas se presentaron con el dinero que hacia falta. A pesar de ser solamente 100.000 pesos los imprescindibles para montar el espectáculo Uviedo tuvo que dormir más de una vez al aire libre para poder derivar lo que gastaba en el hotel hacía la financiación de la obra. Pero esas cosas no le preocupan. "Las plazas me encantan —comenta irónicamente—. Fijate que «Los esperapalomas» la pensé sentado en Plaza Congreso y comiendo medialunas (eso sí, las medialunas me enloquecen) y mirando los jubilados, mientras le daba migas a las palomas".
Uviedo no espera que a todos les guste su obra. "No es para la élite, pero es para gente franca. Hay otra gente, caballos con orejas abiertas que escuchan los gritos y se lo tragan y dan coces, pero el grito es nuestro. A esa gente puede que no le guste." Le preguntamos si teme la censura. "En este país no hay censura, pero hay algo tan peligroso y temible como la mordaza: montones de manos y dedos muy cerca de todas nuestras bocas."
Era muy tarde ya, hora de seguir ensayando y de esperar el lunes del estreno.
Revista Gente y la actualidad
07/03/1968

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