FIN DEL SIGLO
-INTERRUMPIMOS LA HISTORIA. -EN 1968 ESTAMOS EN EL MISMO UMBRAL -ABANDONAR EL ESTADO PASTORIL UNICO.
Termina bien su nota este brillante periodista e historiador que es JORGE LOZANO: "Lo de siempre, en la Argentina pastoril". Esto era 1902. En 1968, queremos salir de ese estado que habíamos elegido entonces como modo de vida. Por eso hemos decidido interrumpir aquí LA HISTORIA DEL SIGLO, porque justamente estamos casi en el mismo punto. EXTRA intentó revisar una etapa crucial de la vida argentina; la del despegue. Quisiéramos ahora, como corolario, que miles de cartas cayeran sobre la revista para recolectar los juicios que supimos merecer con este intento revisionista.

Una historia sórdida, que no había dejado bien parada a ninguna de las partes en litigio, llegaba a su fin. Argentina y Chile habían agotado sus reservas y comprometido sus riquezas en la ridícula carrera armamentista; los pueblos soportaban el tremendo peso de los cañones.
Cándidamente, ambos gobiernos analizaron los motivos de la reyerta por los lindes; los diplomáticos argentinos y chilenos memoraron las batallas verbales sostenidas durante dos décadas, pero, objetivamente, sólo un punto de la cuestión quedaba fuera de toda duda: los únicos que habían obtenido pingües beneficios del conflicto eran los banqueros británicos y los fabricantes de armamentos.
Ya para los primeros días de junio la pendencia con Chile había dejado de ser noticia. Los diarios tornaron entonces a resaltar la deplorable situación social, en tanto los compiladores de estadísticas advertían al gobierno sobre el creciente costo de la vida, los bajos salarios y la desocupación; pero lo que los compiladores olvidaban registrar era la nómina de los favoritos del régimen, esos magnates que acumulaban tierras y dinero mientras la pobreza se extendía por todo el país.
Desde principios de año, huelga tras huelga, muchas de ellas largas y sangrientas, perturbaban el orden oligárquico. En la capital, el 5 de enero, habíase resuelto el paro de los mecánicos y carpinteros; tres días después todos los obreros santafesinos decretaban la huelga general "por la intransigencia de los capitalistas para aumentar los salarios"; el 26, en Coronel Pringles y Bahía Blanca registrábanse batallas campales entre trabajadores ferroviarios y fuerzas de seguridad, choques que produjeron muchas víctimas.
En aquella zona del sudeste bonaerense había miles de inmigrantes italianos trabajando a órdenes de contratistas del ferrocarril, era una inmensa masa de hombres sin tierras, sin herramientas y sin viviendas que estaba sometida a los caprichos de los mandones y cantineros, sin poseer nada más que su capacidad para el trabajo duro y la resignación para vivir en el reino de la miseria. La revuelta obrera perduró, pero finalmente fue aplastada por el ejército mercenario.
Entretanto, los administradores del régimen manteníanse impávidos: los cánones de la eficiencia exigían dureza de corazón, negocios provechosos y fraude electoral. El domingo 9 de marzo hubo "elecciones" en la capital y en la provincia de Buenos Aires, y como de costumbre los caudillejos 'trabajaron a conciencia"; es decir, que los resultados conformaron al presidente.
Los cómputos de la "elección" de diputados nacionales en las 22 parroquias porteñas fueron los siguientes: Acuerdistas: señor Julián Martínez 11.559 votos, general Alberto Capdevila 11.480, general Benjamín Victorica 10.940. doctor Pedro Luro 10.872, doctor Juan Romero 10.474, señor Pedro Cernadas 10.188 doctor Belisario Roldán (hijo) 9.120. doctor Emilio Gouchón 8.405, doctor Adolfo Orma 7.193, doctor Antonio Martínez Rufino 7.071 y doctor Juan Argerich 6.888. Demócratas: doctor Roque Sáenz Peña 6.070 votos. Socialistas: doctor Nicolás Repetto 204 votos y doctor Juan B. Justo 203. La "elección" bonaerense consagró gobernador al ambicioso Marcelino Ugarte, y los maestros del fraude lo agasajaron con una comida en el "Círculo de Armas".
En la capital, "el acto eleccionario resultó una enternecedora farsa" Un extraño personaje, el italiano Ganghi, había cumplido una vez más con la misión de comprar miles de libretas cívicas; un mendocino sensual, Benito Villanueva, había captado "conciencias" a buen precio, "sus" candidatos ya eran diputados y él podía seguir gozando en su palacio y en sus estancias; seguía siendo el arquetipo del roquismo; corruptor, galanteador y criador de bovinos.
Los populistas y los ácratas trataron de entorpecer los comicios en algunas parroquias, pero la policía y las pandillas de maleantes contratadas por el oficialismo aplastaron los intentos. En una de las muchas refriegas callejeras, el mulato Nazario Miguens asesinó a puñaladas al comisario Carlos Pina. La policía arguyó "que Pina había impedido que el irresponsable Miguens votara dos veces por los socialistas", pero otros testimonios aseguraron que el comisario golpeó duramente al negro para que desistiera de votar, castigo que enfureció al homicida.
A decir verdad, en una época en que los oligarcas apelaban a la violencia como procedimiento normal para afirmar su reinado económico, no podía esperarse que el pueblo se resignara a recibir golpes sin intentar la réplica. Así, una semana después de las "votaciones", estallaron violentos conflictos en todo el país.
El 18 de marzo, en Bahía Blanca, miles de estibadores hambrientos decretaron la huelga e invadieron la ciudad. Durante una semana, policías, marineros y soldados combatieron con los huelguistas ante el pánico de la población, en tanto los dirigentes socialistas trataban de lograr mejores salarios y condiciones de trabajo para sus prosélitos.
Hacia fines de marzo la violencia menguó en Bahía Blanca, pero el estado de huelga se mantuvo vigente a raíz de la terca postura de los patrones, quienes amenazaron a los dirigentes obreros con la incorporación masiva de rompehuelgas menesterosos y también con la represión militar. Finalmente, el 2 de abril, las autoridades provinciales y militares, a instancia del gobierno central, persuadieron a los patrones para que aumentaran en 30 centavos los jornales diarios de los estibadores. La comisión obrera levantó el paro y aceptó con reservas el aumento, pero ese mismo día decretábase en la capital la gran huelga de cocheros.

LA DULCE ARGENTINA AL BORDE DEL CAOS
En los medios 'aristocráticos" de Buenos Aires surgían interrogantes: ¿Encontrábase la linda y dulce Argentina al borde de la guerra social? ¿Sucumbiría el orden progresista" ante el furor
obrero?
La esencia misma de la sociedad argentina había sido remodelada en la transformación económica producida durante el roquismo; la escena rural tendía a transformarse en urbana; las dos terceras partes del pueblo eran inquilinos; el gobierno garantizaba a los capitalistas el máximo de beneficios posibles contra el mínimo riesgo; los precios aumentaban verticalmente sin que las autoridades tomaran medidas de ninguna clase, mientras que los salarios quedaban día a día rezagados y ni siquiera llegaban a alcanzar el nivel de los artículos de primera necesidad.
Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y todas las demás poblaciones donde se desarrollaban actividades manufactureras o de servicios se convirtieron en centros de intensa agitación. Oscuros filósofos de todas las escuelas estaban en la tarea de instruir a los testarudos operarios indiferentes a las utopías, sólo preocupados por los hechos palpables: menos horas de trabajo, mejores salarios.
Junto a esos líderes obreros, y también como ellos y todos los trabajadores frente al espectro del hambre, estaban unos hombres duros y sensibles a la vez que habían emigrado de Italia, España, Bélgica y Alemania perseguidos por la policía: el abogado belga Raimundo Wilmart, ex delegado de Marx y de Engels ante el Congreso de La Haya; el doctor Salvador Ingenieros, ex miembro de la Internacional Italiana y padre del brillante José; el doctor Serafín Álvarez, fogoso socialista español; el tribuno italiano Pietro Gori; Antonio Pellicer Paraire, el infatigable periodista de "La Protesta Humana , y muchos más.
De las contiendas en la capital y en el interior surgían a la consideración dé los obreros líderes de gran carácter y de notable talento para la lucha, pero las masas todavía mostrábanse renuentes a someterse al control de las asociaciones disciplinadas. Por tal motivo, los políticos extremistas los librepensadores y otras fuerzas corrosivas disputábanse desordenadamente las simpatías del pueblo trabajador, con lo que se favorecían los planes de la oligarquía y los de las camarillas de políticos venales. Es más, los dirigentes habían logrado organizar uniones adheridas a la Federación Obrera Argentina, pero, hasta entonces, raras veces esas uniones habían conseguido imponer su autoridad en el mercado de los salarios.
Entre el 14 y el 20 de abril reunióse en la capital el congreso de la Federación Obrera Argentina (FOA). Los congresales evaluaron la situación socio-económica del país; mantuvieron largas y penosas tratativas tendientes a programar la acción futura; debieron soportar a los agentes del gobierno que provocaron decenas de reyertas, pero finalmente suscribieron una resolución anodina. Decía:
1º Todos los trabajadores, sin distinción de color, creencia y nacionalidad son nuestros hermanos.
2º Las sociedades católicas de obreros deben ser combatidas por las sociedades gremiales y por todos los obreros, por ser de resultados perniciosos para la clase trabajadora
Aún así, la acción de la FOA actuó como fuerza impelente. Con celeridad verdaderamente mágica estallaron huelgas y tumultos a todo lo largo y lo ancho del país, y los observadores moderados reconocieron que el gobierno estaba desconcertado y que si deseaba mantener el orden tendría que apelar a la legislación represiva proyectada por Miguel Cané en 1899, o bien a la que el Poder Ejecutivo había remitido a la consideración del Congreso el 28 de julio de 1900.
Ambos proyectos contemplaban la expulsión de los extranjeros que atentaran contra el orden y las leyes del país, pero Roca, siguiendo los consejos de González, consideró que el alboroto obrero aún no ponía en peligro la estabilidad del sistema. Si bien el presidente no desconocía la realidad, pensaba que al pueblo era preciso ocultársela mediante la puesta en escena de parodias legislativas, como por ejemplo la discusión de la ley de divorcio.
La polémica en torno al divorcio ( "Caras y Caretas" la denominó el "trust" de la lata) comenzó el 5 de mayo y terminó el 13 de setiembre. Durante esos cuatro meses el gobierno logró en parte su objetivo: la mitad de los legisladores lanzaron encendidas proclamas en favor de la ruptura del vínculo conyugal; la otra mitad replicó con vehemencia; laicos y curas sostuvieron violentos incidentes dialécticos, y los socialistas, con el impetuoso Alfredo Palacios a la cabeza, recorrieron una y cien veces la avenida de Mayo. Finalmente, en la sesión del 13 de setiembre, el proyecto divorcista fue rechazado por 50 votos contra 48 Caras y Caretas dijo:
"Por fin votó la Cámara de Diputados la discutida ley de divorcio que dio ocasión a los espíritus batalladores de 1a cámara joven para lucir los recursos de su dialéctica. El debate llegó a su fin completamente agotado, lanzando los últimos chispazos los diputados doctor Juan Argerich y doctor Juan Balestra, ex ministro de Instrucción Pública y Justicia. La ley fue rechazada, notándose entre los antidivorcistas a todos los militares que tienen un asiento en el recinto. El resultado no era el esperado, pues los divorcistas contaban con una mayoría asegurada, pero algo así como la influenza (referíase a la peste de gripe que azotaba a Buenos Aires) parece que raleó sus filas en el momento decisivo. Se contaban los votos que faltaban y parecía increíble a muchos que una enfermedad súbita impidiera el acceso al Congreso en momento tan solemne. La ley de Olivera no ha pasado este año, pero el autor del proyecto la renovará el entrante, tratando de que se vote cuando reine una temperatura menos enfermiza."
Cuando la controversia por el divorcio había alcanzado su climax, todo Buenos Aires se conmovió con un casamiento al estilo marroquí. La novia se llamaba Sol y el novio León. Ambos eran judíos y la ceremonia se realizó el 20 de agosto en el templo de la calle Venezuela 694; era el primero en su tipo que tenía lugar en Sudamérica, A las 9 de la mañana, el novio Negó al templo y fue encerrado en un cuarto. Media hora después llegó la novia y fue presentada a los familiares de León y a los invitados; luego recorrió con túnica pieza por pieza, y a las 11 entró en la que estaba su novio.
Sol le ofreció su pie derecho: León se lo pisó, y después los dos quedaron encerrados en el cuarto hasta el día siguiente. Los invitados comieron y bebieron a más no poder. A las 9 de la mañana del 21 de agosto las puertas del cuarto nupcial se abrieron y Sol dijo: "Sí, quiero a León".
Roca, pues, había ganado cuatro meses; restaban otros veinte para que expirara su mandato. Cansado y escéptico vivía sin urgencias; había servido a la oligarquía y conservaba una leve esperanza: pasar a la historia montado en un caballo de bronce. Nada más le importaba.

LA UTOPIA
Don Benito Villanueva no pretendía estatuas pero le importaban otras cosas: las mujeres de Buenos Aires, de París o de Hong Kong, los novillos de raza y los "business" con sus admirados caballeros británicos.
A mediados de mayo, don Benito recibió una buena noticia: con motivo de la coronación del rey Eduardo VII, la embajada británica y el frigorífico "The River Píate Fresh Meat Co. Ltd.", de Campana, pedían novillos de su estancia "El Dorado" para ser faenados y enviados a Londres para el banquete real.
Villanueva vendió 24 novillos a un promedio de 220 pesos cada uno, de los cuales el frigorífico obtuvo un rendimiento del 62,8 por ciento de carne que, conservada por el sistema del "chilled beef", partió para Londres en el carguero "Clyde". El 2 de junio, don Benito festejó la transacción con un festín, al que asistió lo más selecto del gran mundo porteño.
Conforme se multiplicaban los negocios de los hombres del régimen, aumentaban las revueltas obreras. En julio fueron a la huelga los estibadores de Zárate, los aparadores de calzado de la capital, los mosaiquistas y los tabaqueros; seguían en conflicto los cocheros y protestaban acremente los panaderos y los portuarios.
En julio creció aún más la tensión. Enardecidas por la tozuda postura patronal y por las tundas de la policía, legiones de huelguistas y de desocupados ganaron las calles céntricas y comenzaron a depredar.
Desatada la violencia no extrañó que se consumaran crímenes por venganzas, como el perpetrado en la panadería "La Nueva", de la calle Castro Barros, donde una turba transtornada último a palos al patrón Vicente Riera y al operario Rafael Pando. Roca reunió al gabinete y ordenó nuevas medidas de represión.
En cumplimiento de la orden presidencial y so pretexto de investigar, las muertes de Riera y Pando, 35 policías a las órdenes del juez Navarro allanaron la sede central de la Federación Obrera Argentina y, tras castigar a los dirigentes y poner todo patas arriba, lleváronse documentos, manifiestos y varias escopetas y trabucos naranjeros.
La ocupación del local de la FOA despertó una tempestuosa reacción gremial. Los portuarios, panaderos, tabaqueros, maquinistas, repartidores, mosaiquistas, textiles, carpinteros y cocheros decretaron la huelga por tiempo indeterminado, a la vez que sus delegados suscribían un manifiesto claramente subversivo que tuvo la adhesión de los Centros Socialistas y de las uniones de la FOA.
Además, y para mayor complicación, la policía castigó con largos y penosos plantones a los líderes de la FOA apresados en el local allanado, y también —según lo denunciaron Dickman, Repetto y Palacios en un formidable acto realizado en Constitución— en las comisarías habíase torturado a los obreros detenidos con "toda clase de instrumentos infernales".
Ya a fines de julio la clase dirigente estaba francamente desorientada. Pellegrini protestaba vigorosamente por la actitud pasiva de Roca, y en todos los rincones aristocráticos encendíase la llamarada del furor contra los menesterosos.
Los hombres moderados, empero, comprendían que la clase dirigente estaba ciega y que los partidos políticos no representaban a nadie. Quizá en un intento desesperado para capear el temporal, algunos personajes del régimen decidieron fundar una nueva agrupación que, bajo la presidencia de Emilio Mitre y José León Suárez, surgió a la consideración pública en la noche del 26 de julio en el salón Operario Italiano". Entre otros, encontrábanse los siguientes fundadores: José Evaristo Uriburu, Guillermo Udaondo, Leopoldo Basavilbaso, Tomás R. Cullen, Daniel J. Donovan, Santiago O'Farrel, Lisandro de la Torre, Eleodoro Lobos, general Joaquín Biejobueno, Miguel Tedín, Nicolás Mihanovich (hijo), Camilo Aldao, Julio Pueyrredón y Carlos Lix Klett.
Sin embargo, a juicio de la mayoría del pueblo, las cosas no estaban para remiendos. En Buenos Aires faltaba el pan, prácticamente no había transporte y las mujeres no salían a la calle por temor a los tumultos.
El 9 de agosto, luego de una reunión en la Casa del Pueblo, los peones de panaderías presentaron un petitorio ante la patronal para levantar la huelga. Básicamente, en el memorial exigían integrar las sociedades para compartir las ganancias y la reincorporación de los despedidos. Por lógica, la respuesta de los patrones fue negativa, y en son de desafío pidieron permiso a la policía para trabajar armados.
Entre el 10 y el 22 de agosto viviéronse momentos tensos. A la luz del día miles de obreros desfilaban por las calles vociferando contra el gobierno, los capitalistas y los curas, y por las noches escuchábanse tiroteos por todas partes.
Algunos decían que los desocupados asaltaban las panaderías y los almacenes; otros afirmaban que los ladrones aprovechaban las aguas revueltas del río, pero lo cierto era que la policía trabajaba sin descanso y que en los calabozos ya no cabía un alfiler.
Al decir de "Caras y Caretas", la atorrantocracia aumentaba semana a semana: centenares de desocupados acampaban en los bajos del Riachuelo, a orillas del Maldonado y en la costa del Plata; cocinaban guisos sobre el pastito y comían lengua de vaca y mastuerzo.

LA LEY DE RESIDENCIA
Pero no todos los argentinos estaban angustiados por la crítica situación. No menos de cien porteños distinguidos pasaban los últimos días del verano europeo en la exclusiva playa de Ostende; Eduardo Wilde y su mujer alternaban con el gran visir y el sha de Persia, en tanto que otro grupo, en Cronstadt, divertíase con la zarina y el zar Nicolás II.
En cierta medida, también existía o parecía existir despreocupación en las altas esferas gubernamentales. El 22 de setiembre se anunció oficialmente el viaje del vicepresidente Quirno Costa a Europa, y cuatro días después los jerarcas del P.A.N. —con Roca a la cabeza— lo despidieron en un esplendente banquete que se sirvió en el salón alto de la biblioteca del Senado.
En esa comida, no obstante, surgió el tema de la revuelta social, Los compinches de Roca intentaron un acercamiento entre éste y Pellegrini para tratar la espinosa cuestión y encontrar una salida decorosa, pero ni el presidente ni su ex consejero y amigo dieron el brazo a torcer: la famosa marcha atrás de Roca en el asunto de la consolidación de la deuda externa perturbaba todavía a la "gran muñeca . Aún así, los observadores afirmaron que Roca había confesado que pensaba como Pellegrini, o sea que estaba decidido a "dar palos ' si los obreros persistían en sus planes subversivos,
Los disturbios aumentaron en octubre y el presidente cumplió con su promesa: ordenó más palos. En Zárate, Campana y Bahía Blanca produjéronse sangrientos choques entre huelguistas y gendarmes; en Barracas, tras una gigantesca manifestación, la policía mató a tiros a tres obreros y detuvo a otros cien.
Finalmente, cuando ya las manifestaciones y los desórdenes llegaban a los mismos umbrales de la Casa Rosada, Roca encomendó a Joaquín V. González que remitiera al Congreso un proyecto de ley semejante al de Cané para la eventual deportación de los extranjeros revoltosos. El régimen estaba asustado.
En la tarde del 22 de noviembre el proyecto fue presentado al Senado y, luego de tratarse rápidamente. fue aprobado sobre tablas ante la presencia de los ministros González (Interior), Marco Avellaneda (Hacienda) y Luis M, Drago (Relaciones Exteriores). Quedaba de tal manera sancionada la ley número 4144 de Residencia de Extranjeros, cuyo articulado expresaba:
Artículo 1º: El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de la Nación a todo extranjero que haya sido condenado o sea perseguido por los tribunales extranjeros, por crímenes o delitos comunes.
Articulo 2º: El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público.
Artículo 3º: El Poder Ejecutivo podrá impedir la entrada al territorio de la República de todo extranjero cuyos antecedentes autoricen a incluirlo entre aquellos a que se refieren los dos artículos anteriores.
Artículo 4º: El extranjero contra quien se haya decretado la expulsión tendrá tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarco.
Artículo 5º: Comuníquese al Poder Ejecutivo.
Sólo dos senadores impugnaron la ley: Mantilla y Pellegrini. Mantilla arguyó que con la nueva legislación vulnerábanse expresas normas constitucionales. "El mismo Cané —dijo— había advertido que la medida suponía decretar el estado de sitio."
Pellegrini, que se había retirado del recinto para no votar el proyecto expresó en la sesión siguiente:
"Creía que era una imprudencia y un error votarla en los momentos actuales, porque vendría a complicarse esa sanción legislativa con un estado social y económico especial, extraordinario, a arraigar en el concepto público la idea de que esta ley es una ley hostil al elemento obrero, al elemento trabajador, al elemento extranjero, que ha sido la base de nuestro engrandecimiento material y que está amparado y protegido por nuestra carta fundamental"
Los senadores fieles a Roca no tenían argumentos desde la perspectiva liberal; era evidente que se había producido una grieta en el monumental edificio soñado por Alberdi y Sarmiento.
El 23 de noviembre se acentuó la represión. En la Boca, donde se habían reunido cuatro mil huelguistas, dos batallones de soldados y tres escuadrones de policías produjeron un verdadero desastre. La batalla duró tres horas y cuando la estrategia militar venció a la resistencia obrera pudo establecerse que habían perecido a sablazos seis trabajadores, mientras otros veinte presentaban heridas de consideración.
La policía detuvo a ochenta "cabecillas" y, tras llevarlos detenidos al pontón "La Paz", Roca ordenó la deportación. El 30 de noviembre zarpó para España el vapor "Reina Cristina". A su bordo iban veinte agitadores; entre ellos J. Cambá. B. García, M. Lagos, R. Palau, Teodoro Lopano, Luis Saporitro, Juan Fanfani, César Luchini y Amadeo lori. Cuando se soltaron las amarras lori gritó: "¡Muera Roca! ¡Viva el socialismo!".
Todos ellos habían llegado para ganarse el pan, regresaban hambrientos y derrotados. Entretanto, en los campos de la pampa húmeda hacía tres meses que no llovía, Los curas y los labriegos pedían agua al cielo. Lo de siempre, en la Argentina pastoril.
CITAS:
-Caras y Caretas - Nº 180 - 15 de marzo de 1902.
-La Prensa - Abril 21 de 1902.
-Caras y Caretas - Nº 192 - 30 de agosto de 1902.
-La Prensa - 23 de noviembre de 1902.

Revista Extra
06/1968

 

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