Una historia sórdida,
que no había dejado bien parada a ninguna de las
partes en litigio, llegaba a su fin. Argentina y
Chile habían agotado sus reservas y comprometido
sus riquezas en la ridícula carrera armamentista;
los pueblos soportaban el tremendo peso de los
cañones.
Cándidamente, ambos
gobiernos analizaron los motivos de la reyerta por
los lindes; los diplomáticos argentinos y chilenos
memoraron las batallas verbales sostenidas durante
dos décadas, pero, objetivamente, sólo un punto de
la cuestión quedaba fuera de toda duda: los únicos
que habían obtenido pingües beneficios del
conflicto eran los banqueros británicos y los
fabricantes de armamentos.
Ya para los primeros
días de junio la pendencia con Chile había dejado
de ser noticia. Los diarios tornaron entonces a
resaltar la deplorable situación social, en tanto
los compiladores de estadísticas advertían al
gobierno sobre el creciente costo de la vida, los
bajos salarios y la desocupación; pero lo que los
compiladores olvidaban registrar era la nómina de
los favoritos del régimen, esos magnates que
acumulaban tierras y dinero mientras la pobreza se
extendía por todo el país.
Desde principios de
año, huelga tras huelga, muchas de ellas largas y
sangrientas, perturbaban el orden oligárquico. En
la capital, el 5 de enero, habíase resuelto el
paro de los mecánicos y carpinteros; tres días
después todos los obreros santafesinos decretaban
la huelga general "por la intransigencia de los
capitalistas para aumentar los salarios"; el 26,
en Coronel Pringles y Bahía Blanca registrábanse
batallas campales entre trabajadores ferroviarios
y fuerzas de seguridad, choques que produjeron
muchas víctimas.
En aquella zona del
sudeste bonaerense había miles de inmigrantes
italianos trabajando a órdenes de contratistas del
ferrocarril, era una inmensa masa de hombres sin
tierras, sin herramientas y sin viviendas que
estaba sometida a los caprichos de los mandones y
cantineros, sin poseer nada más que su capacidad
para el trabajo duro y la resignación para vivir
en el reino de la miseria. La revuelta obrera
perduró, pero finalmente fue aplastada por el
ejército mercenario.
Entretanto, los
administradores del régimen manteníanse impávidos:
los cánones de la eficiencia exigían dureza de
corazón, negocios provechosos y fraude electoral.
El domingo 9 de marzo hubo "elecciones" en la
capital y en la provincia de Buenos Aires, y como
de costumbre los caudillejos 'trabajaron a
conciencia"; es decir, que los resultados
conformaron al presidente.
Los cómputos de la
"elección" de diputados nacionales en las 22
parroquias porteñas fueron los siguientes:
Acuerdistas: señor Julián Martínez 11.559 votos,
general Alberto Capdevila 11.480, general Benjamín
Victorica 10.940. doctor Pedro Luro 10.872, doctor
Juan Romero 10.474, señor Pedro Cernadas 10.188
doctor Belisario Roldán (hijo) 9.120. doctor
Emilio Gouchón 8.405, doctor Adolfo Orma 7.193,
doctor Antonio Martínez Rufino 7.071 y doctor Juan
Argerich 6.888. Demócratas: doctor Roque Sáenz
Peña 6.070 votos. Socialistas: doctor Nicolás
Repetto 204 votos y doctor Juan B. Justo 203. La
"elección" bonaerense consagró gobernador al
ambicioso Marcelino Ugarte, y los maestros del
fraude lo agasajaron con una comida en el "Círculo
de Armas".
En la capital, "el
acto eleccionario resultó una enternecedora farsa"
Un extraño personaje, el italiano Ganghi, había
cumplido una vez más con la misión de comprar
miles de libretas cívicas; un mendocino sensual,
Benito Villanueva, había captado "conciencias" a
buen precio, "sus" candidatos ya eran diputados y
él podía seguir gozando en su palacio y en sus
estancias; seguía siendo el arquetipo del
roquismo; corruptor, galanteador y criador de
bovinos.
Los populistas y los
ácratas trataron de entorpecer los comicios en
algunas parroquias, pero la policía y las
pandillas de maleantes contratadas por el
oficialismo aplastaron los intentos. En una de las
muchas refriegas callejeras, el mulato Nazario
Miguens asesinó a puñaladas al comisario Carlos
Pina. La policía arguyó "que Pina había impedido
que el irresponsable Miguens votara dos veces por
los socialistas", pero otros testimonios
aseguraron que el comisario golpeó duramente al
negro para que desistiera de votar, castigo que
enfureció al homicida.
A decir verdad, en una
época en que los oligarcas apelaban a la violencia
como procedimiento normal para afirmar su reinado
económico, no podía esperarse que el pueblo se
resignara a recibir golpes sin intentar la
réplica. Así, una semana después de las
"votaciones", estallaron violentos conflictos en
todo el país.
El 18 de marzo, en
Bahía Blanca, miles de estibadores hambrientos
decretaron la huelga e invadieron la ciudad.
Durante una semana, policías, marineros y soldados
combatieron con los huelguistas ante el pánico de
la población, en tanto los dirigentes socialistas
trataban de lograr mejores salarios y condiciones
de trabajo para sus prosélitos.
Hacia fines de marzo
la violencia menguó en Bahía Blanca, pero el
estado de huelga se mantuvo vigente a raíz de la
terca postura de los patrones, quienes amenazaron
a los dirigentes obreros con la incorporación
masiva de rompehuelgas menesterosos y también con
la represión militar. Finalmente, el 2 de abril,
las autoridades provinciales y militares, a
instancia del gobierno central, persuadieron a los
patrones para que aumentaran en 30 centavos los
jornales diarios de los estibadores. La comisión
obrera levantó el paro y aceptó con reservas el
aumento, pero ese mismo día decretábase en la
capital la gran huelga de cocheros.
LA DULCE ARGENTINA AL
BORDE DEL CAOS
En los medios
'aristocráticos" de Buenos Aires surgían
interrogantes: ¿Encontrábase la linda y dulce
Argentina al borde de la guerra social?
¿Sucumbiría el orden progresista" ante el furor
obrero?
La esencia misma de la
sociedad argentina había sido remodelada en la
transformación económica producida durante el
roquismo; la escena rural tendía a transformarse
en urbana; las dos terceras partes del pueblo eran
inquilinos; el gobierno garantizaba a los
capitalistas el máximo de beneficios posibles
contra el mínimo riesgo; los precios aumentaban
verticalmente sin que las autoridades tomaran
medidas de ninguna clase, mientras que los
salarios quedaban día a día rezagados y ni
siquiera llegaban a alcanzar el nivel de los
artículos de primera necesidad.
Buenos Aires, Rosario,
Santa Fe y todas las demás poblaciones donde se
desarrollaban actividades manufactureras o de
servicios se convirtieron en centros de intensa
agitación. Oscuros filósofos de todas las escuelas
estaban en la tarea de instruir a los testarudos
operarios indiferentes a las utopías, sólo
preocupados por los hechos palpables: menos horas
de trabajo, mejores salarios.
Junto a esos líderes
obreros, y también como ellos y todos los
trabajadores frente al espectro del hambre,
estaban unos hombres duros y sensibles a la vez
que habían emigrado de Italia, España, Bélgica y
Alemania perseguidos por la policía: el abogado
belga Raimundo Wilmart, ex delegado de Marx y de
Engels ante el Congreso de La Haya; el doctor
Salvador Ingenieros, ex miembro de la
Internacional Italiana y padre del brillante José;
el doctor Serafín Álvarez, fogoso socialista
español; el tribuno italiano Pietro Gori; Antonio
Pellicer Paraire, el infatigable periodista de "La
Protesta Humana , y muchos más.
De las contiendas en
la capital y en el interior surgían a la
consideración dé los obreros líderes de gran
carácter y de notable talento para la lucha, pero
las masas todavía mostrábanse renuentes a
someterse al control de las asociaciones
disciplinadas. Por tal motivo, los políticos
extremistas los librepensadores y otras fuerzas
corrosivas disputábanse desordenadamente las
simpatías del pueblo trabajador, con lo que se
favorecían los planes de la oligarquía y los de
las camarillas de políticos venales. Es más, los
dirigentes habían logrado organizar uniones
adheridas a la Federación Obrera Argentina, pero,
hasta entonces, raras veces esas uniones habían
conseguido imponer su autoridad en el mercado de
los salarios.
Entre el 14 y el 20 de
abril reunióse en la capital el congreso de la
Federación Obrera Argentina (FOA). Los congresales
evaluaron la situación socio-económica del país;
mantuvieron largas y penosas tratativas tendientes
a programar la acción futura; debieron soportar a
los agentes del gobierno que provocaron decenas de
reyertas, pero finalmente suscribieron una
resolución anodina. Decía:
1º Todos los
trabajadores, sin distinción de color, creencia y
nacionalidad son nuestros hermanos.
2º Las sociedades
católicas de obreros deben ser combatidas por las
sociedades gremiales y por todos los obreros, por
ser de resultados perniciosos para la clase
trabajadora
Aún así, la acción de
la FOA actuó como fuerza impelente. Con celeridad
verdaderamente mágica estallaron huelgas y
tumultos a todo lo largo y lo ancho del país, y
los observadores moderados reconocieron que el
gobierno estaba desconcertado y que si deseaba
mantener el orden tendría que apelar a la
legislación represiva proyectada por Miguel Cané
en 1899, o bien a la que el Poder Ejecutivo había
remitido a la consideración del Congreso el 28 de
julio de 1900.
Ambos proyectos
contemplaban la expulsión de los extranjeros que
atentaran contra el orden y las leyes del país,
pero Roca, siguiendo los consejos de González,
consideró que el alboroto obrero aún no ponía en
peligro la estabilidad del sistema. Si bien el
presidente no desconocía la realidad, pensaba que
al pueblo era preciso ocultársela mediante la
puesta en escena de parodias legislativas, como
por ejemplo la discusión de la ley de divorcio.
La polémica en torno
al divorcio ( "Caras y Caretas" la denominó el
"trust" de la lata) comenzó el 5 de mayo y terminó
el 13 de setiembre. Durante esos cuatro meses el
gobierno logró en parte su objetivo: la mitad de
los legisladores lanzaron encendidas proclamas en
favor de la ruptura del vínculo conyugal; la otra
mitad replicó con vehemencia; laicos y curas
sostuvieron violentos incidentes dialécticos, y
los socialistas, con el impetuoso Alfredo Palacios
a la cabeza, recorrieron una y cien veces la
avenida de Mayo. Finalmente, en la sesión del 13
de setiembre, el proyecto divorcista fue rechazado
por 50 votos contra 48 Caras y Caretas dijo:
"Por fin votó la
Cámara de Diputados la discutida ley de divorcio
que dio ocasión a los espíritus batalladores de 1a
cámara joven para lucir los recursos de su
dialéctica. El debate llegó a su fin completamente
agotado, lanzando los últimos chispazos los
diputados doctor Juan Argerich y doctor Juan
Balestra, ex ministro de Instrucción Pública y
Justicia. La ley fue rechazada, notándose entre
los antidivorcistas a todos los militares que
tienen un asiento en el recinto. El resultado no
era el esperado, pues los divorcistas contaban con
una mayoría asegurada, pero algo así como la
influenza (referíase a la peste de gripe que
azotaba a Buenos Aires) parece que raleó sus filas
en el momento decisivo. Se contaban los votos que
faltaban y parecía increíble a muchos que una
enfermedad súbita impidiera el acceso al Congreso
en momento tan solemne. La ley de Olivera no ha
pasado este año, pero el autor del proyecto la
renovará el entrante, tratando de que se vote
cuando reine una temperatura menos enfermiza."
Cuando la controversia
por el divorcio había alcanzado su climax, todo
Buenos Aires se conmovió con un casamiento al
estilo marroquí. La novia se llamaba Sol y el
novio León. Ambos eran judíos y la ceremonia se
realizó el 20 de agosto en el templo de la calle
Venezuela 694; era el primero en su tipo que tenía
lugar en Sudamérica, A las 9 de la mañana, el
novio Negó al templo y fue encerrado en un cuarto.
Media hora después llegó la novia y fue presentada
a los familiares de León y a los invitados; luego
recorrió con túnica pieza por pieza, y a las 11
entró en la que estaba su novio.
Sol le ofreció su pie
derecho: León se lo pisó, y después los dos
quedaron encerrados en el cuarto hasta el día
siguiente. Los invitados comieron y bebieron a más
no poder. A las 9 de la mañana del 21 de agosto
las puertas del cuarto nupcial se abrieron y Sol
dijo: "Sí, quiero a León".
Roca, pues, había
ganado cuatro meses; restaban otros veinte para
que expirara su mandato. Cansado y escéptico vivía
sin urgencias; había servido a la oligarquía y
conservaba una leve esperanza: pasar a la historia
montado en un caballo de bronce. Nada más le
importaba.
LA UTOPIA
Don Benito Villanueva
no pretendía estatuas pero le importaban otras
cosas: las mujeres de Buenos Aires, de París o de
Hong Kong, los novillos de raza y los "business"
con sus admirados caballeros británicos.
A mediados de mayo,
don Benito recibió una buena noticia: con motivo
de la coronación del rey Eduardo VII, la embajada
británica y el frigorífico "The River Píate Fresh
Meat Co. Ltd.", de Campana, pedían novillos de su
estancia "El Dorado" para ser faenados y enviados
a Londres para el banquete real.
Villanueva vendió 24
novillos a un promedio de 220 pesos cada uno, de
los cuales el frigorífico obtuvo un rendimiento
del 62,8 por ciento de carne que, conservada por
el sistema del "chilled beef", partió para Londres
en el carguero "Clyde". El 2 de junio, don Benito
festejó la transacción con un festín, al que
asistió lo más selecto del gran mundo porteño.
Conforme se
multiplicaban los negocios de los hombres del
régimen, aumentaban las revueltas obreras. En
julio fueron a la huelga los estibadores de
Zárate, los aparadores de calzado de la capital,
los mosaiquistas y los tabaqueros; seguían en
conflicto los cocheros y protestaban acremente los
panaderos y los portuarios.
En julio creció aún
más la tensión. Enardecidas por la tozuda postura
patronal y por las tundas de la policía, legiones
de huelguistas y de desocupados ganaron las calles
céntricas y comenzaron a depredar.
Desatada la violencia
no extrañó que se consumaran crímenes por
venganzas, como el perpetrado en la panadería "La
Nueva", de la calle Castro Barros, donde una turba
transtornada último a palos al patrón Vicente
Riera y al operario Rafael Pando. Roca reunió al
gabinete y ordenó nuevas medidas de represión.
En cumplimiento de la
orden presidencial y so pretexto de investigar,
las muertes de Riera y Pando, 35 policías a las
órdenes del juez Navarro allanaron la sede central
de la Federación Obrera Argentina y, tras castigar
a los dirigentes y poner todo patas arriba,
lleváronse documentos, manifiestos y varias
escopetas y trabucos naranjeros.
La ocupación del local
de la FOA despertó una tempestuosa reacción
gremial. Los portuarios, panaderos, tabaqueros,
maquinistas, repartidores, mosaiquistas, textiles,
carpinteros y cocheros decretaron la huelga por
tiempo indeterminado, a la vez que sus delegados
suscribían un manifiesto claramente subversivo que
tuvo la adhesión de los Centros Socialistas y de
las uniones de la FOA.
Además, y para mayor
complicación, la policía castigó con largos y
penosos plantones a los líderes de la FOA
apresados en el local allanado, y también —según
lo denunciaron Dickman, Repetto y Palacios en un
formidable acto realizado en Constitución— en las
comisarías habíase torturado a los obreros
detenidos con "toda clase de instrumentos
infernales".
Ya a fines de julio la
clase dirigente estaba francamente desorientada.
Pellegrini protestaba vigorosamente por la actitud
pasiva de Roca, y en todos los rincones
aristocráticos encendíase la llamarada del furor
contra los menesterosos.
Los hombres moderados,
empero, comprendían que la clase dirigente estaba
ciega y que los partidos políticos no
representaban a nadie. Quizá en un intento
desesperado para capear el temporal, algunos
personajes del régimen decidieron fundar una nueva
agrupación que, bajo la presidencia de Emilio
Mitre y José León Suárez, surgió a la
consideración pública en la noche del 26 de julio
en el salón Operario Italiano". Entre otros,
encontrábanse los siguientes fundadores: José
Evaristo Uriburu, Guillermo Udaondo, Leopoldo
Basavilbaso, Tomás R. Cullen, Daniel J. Donovan,
Santiago O'Farrel, Lisandro de la Torre, Eleodoro
Lobos, general Joaquín Biejobueno, Miguel Tedín,
Nicolás Mihanovich (hijo), Camilo Aldao, Julio
Pueyrredón y Carlos Lix Klett.
Sin embargo, a juicio
de la mayoría del pueblo, las cosas no estaban
para remiendos. En Buenos Aires faltaba el pan,
prácticamente no había transporte y las mujeres no
salían a la calle por temor a los tumultos.
El 9 de agosto, luego
de una reunión en la Casa del Pueblo, los peones
de panaderías presentaron un petitorio ante la
patronal para levantar la huelga. Básicamente, en
el memorial exigían integrar las sociedades para
compartir las ganancias y la reincorporación de
los despedidos. Por lógica, la respuesta de los
patrones fue negativa, y en son de desafío
pidieron permiso a la policía para trabajar
armados.
Entre el 10 y el 22 de
agosto viviéronse momentos tensos. A la luz del
día miles de obreros desfilaban por las calles
vociferando contra el gobierno, los capitalistas y
los curas, y por las noches escuchábanse tiroteos
por todas partes.
Algunos decían que los
desocupados asaltaban las panaderías y los
almacenes; otros afirmaban que los ladrones
aprovechaban las aguas revueltas del río, pero lo
cierto era que la policía trabajaba sin descanso y
que en los calabozos ya no cabía un alfiler.
Al decir de "Caras y
Caretas", la atorrantocracia aumentaba semana a
semana: centenares de desocupados acampaban en los
bajos del Riachuelo, a orillas del Maldonado y en
la costa del Plata; cocinaban guisos sobre el
pastito y comían lengua de vaca y mastuerzo.
LA LEY DE RESIDENCIA
Pero no todos los
argentinos estaban angustiados por la crítica
situación. No menos de cien porteños distinguidos
pasaban los últimos días del verano europeo en la
exclusiva playa de Ostende; Eduardo Wilde y su
mujer alternaban con el gran visir y el sha de
Persia, en tanto que otro grupo, en Cronstadt,
divertíase con la zarina y el zar Nicolás II.
En cierta medida,
también existía o parecía existir despreocupación
en las altas esferas gubernamentales. El 22 de
setiembre se anunció oficialmente el viaje del
vicepresidente Quirno Costa a Europa, y cuatro
días después los jerarcas del P.A.N. —con Roca a
la cabeza— lo despidieron en un esplendente
banquete que se sirvió en el salón alto de la
biblioteca del Senado.
En esa comida, no
obstante, surgió el tema de la revuelta social,
Los compinches de Roca intentaron un acercamiento
entre éste y Pellegrini para tratar la espinosa
cuestión y encontrar una salida decorosa, pero ni
el presidente ni su ex consejero y amigo dieron el
brazo a torcer: la famosa marcha atrás de Roca en
el asunto de la consolidación de la deuda externa
perturbaba todavía a la "gran muñeca . Aún así,
los observadores afirmaron que Roca había
confesado que pensaba como Pellegrini, o sea que
estaba decidido a "dar palos ' si los obreros
persistían en sus planes subversivos,
Los disturbios
aumentaron en octubre y el presidente cumplió con
su promesa: ordenó más palos. En Zárate, Campana y
Bahía Blanca produjéronse sangrientos choques
entre huelguistas y gendarmes; en Barracas, tras
una gigantesca manifestación, la policía mató a
tiros a tres obreros y detuvo a otros cien.
Finalmente, cuando ya
las manifestaciones y los desórdenes llegaban a
los mismos umbrales de la Casa Rosada, Roca
encomendó a Joaquín V. González que remitiera al
Congreso un proyecto de ley semejante al de Cané
para la eventual deportación de los extranjeros
revoltosos. El régimen estaba asustado.
En la tarde del 22 de
noviembre el proyecto fue presentado al Senado y,
luego de tratarse rápidamente. fue aprobado sobre
tablas ante la presencia de los ministros González
(Interior), Marco Avellaneda (Hacienda) y Luis M,
Drago (Relaciones Exteriores). Quedaba de tal
manera sancionada la ley número 4144 de Residencia
de Extranjeros, cuyo articulado expresaba:
Artículo 1º: El Poder
Ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio
de la Nación a todo extranjero que haya sido
condenado o sea perseguido por los tribunales
extranjeros, por crímenes o delitos comunes.
Articulo 2º: El Poder
Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo
extranjero cuya conducta comprometa la seguridad
nacional o perturbe el orden público.
Artículo 3º: El Poder
Ejecutivo podrá impedir la entrada al territorio
de la República de todo extranjero cuyos
antecedentes autoricen a incluirlo entre aquellos
a que se refieren los dos artículos anteriores.
Artículo 4º: El
extranjero contra quien se haya decretado la
expulsión tendrá tres días para salir del país,
pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de
seguridad pública, ordenar su detención hasta el
momento del embarco.
Artículo 5º:
Comuníquese al Poder Ejecutivo.
Sólo dos senadores
impugnaron la ley: Mantilla y Pellegrini. Mantilla
arguyó que con la nueva legislación vulnerábanse
expresas normas constitucionales. "El mismo Cané
—dijo— había advertido que la medida suponía
decretar el estado de sitio."
Pellegrini, que se
había retirado del recinto para no votar el
proyecto expresó en la sesión siguiente:
"Creía que era una
imprudencia y un error votarla en los momentos
actuales, porque vendría a complicarse esa sanción
legislativa con un estado social y económico
especial, extraordinario, a arraigar en el
concepto público la idea de que esta ley es una
ley hostil al elemento obrero, al elemento
trabajador, al elemento extranjero, que ha sido la
base de nuestro engrandecimiento material y que
está amparado y protegido por nuestra carta
fundamental"
Los senadores fieles a
Roca no tenían argumentos desde la perspectiva
liberal; era evidente que se había producido una
grieta en el monumental edificio soñado por
Alberdi y Sarmiento.
El 23 de noviembre se
acentuó la represión. En la Boca, donde se habían
reunido cuatro mil huelguistas, dos batallones de
soldados y tres escuadrones de policías produjeron
un verdadero desastre. La batalla duró tres horas
y cuando la estrategia militar venció a la
resistencia obrera pudo establecerse que habían
perecido a sablazos seis trabajadores, mientras
otros veinte presentaban heridas de consideración.
La policía detuvo a
ochenta "cabecillas" y, tras llevarlos detenidos
al pontón "La Paz", Roca ordenó la deportación. El
30 de noviembre zarpó para España el vapor "Reina
Cristina". A su bordo iban veinte agitadores;
entre ellos J. Cambá. B. García, M. Lagos, R.
Palau, Teodoro Lopano, Luis Saporitro, Juan
Fanfani, César Luchini y Amadeo lori. Cuando se
soltaron las amarras lori gritó: "¡Muera Roca!
¡Viva el socialismo!".
Todos ellos habían
llegado para ganarse el pan, regresaban
hambrientos y derrotados. Entretanto, en los
campos de la pampa húmeda hacía tres meses que no
llovía, Los curas y los labriegos pedían agua al
cielo. Lo de siempre, en la Argentina pastoril.
CITAS:
-Caras y Caretas - Nº
180 - 15 de marzo de 1902.
-La Prensa - Abril 21
de 1902.
-Caras y Caretas - Nº
192 - 30 de agosto de 1902.
-La Prensa - 23 de
noviembre de 1902.
Revista Extra
06/1968
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