Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Sandrini: el que hizo reír y llorar a 3 generaciones
Dentro de un mes Felipe se acabará para siempre. Fue durante 25 años el único anti-héroe de los argentinos: un muchacho bueno y algo torpe que devoró artísticamente a Luis Sandrini, quien revela aspectos inéditos de su vida.

A Felipe le queda un mes de vida: el 29 de setiembre tartamudeará por última vez frente a los micrófonos de radio El Mundo. Allí donde empezó —hace 25 años— dialogando con un locutor, ex-cantante de la Santa Paula Serenadas:  Juan Carlos Thorry. Y Luis Sandrini quedará por fin libre de Felipe: el muchacho bueno, algo atolondrado, que no termina de sorprenderse nunca y que naufraga en una ciudad cada vez más inhóspita y hostil. Tal vez sea un acto de justicia: Felipe, el anti-héroe, no puede competir con James Bond y los superhombres, "Felipe es único —dice Luis Sandrini—. Fíjese que le muestran un diálogo de Hamlet y se entusiasma. Es sensacional, dice. ¿Quién lo escribió? Un tal Shakespeare, le contestan. Pues verá, dice Felipe. Yo quiero conocerlo. Pero Felipe, Shakespeare murió. Y claro. . . Con este tiempo no hay quien resista".
Y Sandrini se ríe, candorosamente, casi como lo haría Felipe. Estamos en el café de Eduardo Rudy, al lado del Canal 13, donde ensaya un ciclo de teatro. Y el chiste de Felipe viene al caso porque está lloviendo. Con el clima a favor, los recuerdos le afloran fácil a Sandrini: "Le voy a decir una cosa. Felipe no es tartamudo. Es un nervioso bárbaro. Su incultura le impide encontrar las palabras justas. En realidad Felipe existió: cuando yo vivía en La Paternal, a dos cuadras de la cancha de Argentinos Juniors, conocí a un hincha que era tal cual. Un muchacho de barrio, vivo pero no pillo, que se aviva a golpes".
Un muchacho así fue Luis Santiago Sandrini. Nació en una casa de la calle Yerbal, por el barrio de Caballito, un 22 de febrero. "Ponga del año tal, que queda gracioso", dice imprevistamente, con un buen humor que no alcanza a disfrazar una imperceptible coquetería. De todas maneras no es un secreto que orilleo los 60 años. Lo que es menos público es que su vocación artística cumplió (holgadamente el medio siglo: "Comencé a representar en la escuela, en las fiestitas. Como era hijo de actor, me daban los principales papeles. San Martín, Belgrano, que sé yo..."
Falta todavía mucho para Corrientes y la noche. Ni se le pasaba por la cabeza que llegaría a ser uno de los ídolos más destacados de los argentinos. Era un chico que se criaba sin juguetes: "El único que tuve fue uno que me hizo mi viejo. Una rueda, de esas que se hacían correr con un alambre". Eran los tiempos en que vivía en San Pedro, adonde Sandrini padre llegó en gira con la compañía de Camila Quiroga. Y casi sin darse cuenta, se quedaron 15 años, los suficientes para que lo traspasara el candoroso provincianismo que volcó en Felipe. En San Pedro se le alargan los pantalones y las ambiciones: Luis Sandrini, flamante maestro normal, ingresa en el afiebrado mundo de los teatros vocacionales: "Yo estaba engrupido de que era un gran actor. Figúrese: representaba a los clásicos. Hoy Hamlet. Mañana Ibsen."
Pero un día, la suficiencia se le desmorona. Está en Buenos Aires y debe enfrentar su primer trabajo profesional, por el que cobraría 60 pesos. Es el papel del vigilante en el Juan Moreira, que se representa en el circo de Ricardo Rinaldi. "Ahí me di cuenta que no sabía nada de nada." Y Sandrini, el presuntuoso que representaba los clásicos griegos, se transforma en el payaso y luego en el tony del circo Rinaldi. (Fue todo un ascenso. Cobraba 300 pesos mensuales.) Era una verdadera fortuna para el año 1928.
Y Sandrini, por su parte, inicia el trabajo profesional. "En esos tiempos, en todos los barrios había un teatro —rememora—. Yo trabajé en el Boedo, en el Colonial de Avellaneda, en el Pueyrredón de Flores. Allí conozco a actores que serán después grandes figuras: los Sicarelli, Paoli, Charmiello".
En el centro, sobre la Corrientes aún angosta, triunfaban Muiño y Alippi. Y es éste precisamente el que descubre a Sandrini. Le dan el papel de Eusebio en una obra que constituirá la revelación profesional del novel actor de San Pedro: "Los tres berretines". Bate el inusitado record de las 1000 representaciones: "Eso era trabajar... Se hacían tres representaciones diarias y siete (!!) los domingos. Me hice famoso pero quedé afónico y con una dispepsia terrible de tanto chupar naranjas".
Y así también llega el cine ("Buscaban a ese flaco y alto que trabaja en "Los tres berretines"). Y filma la primera película hablada argentina: "Tango", que reúne a Tita Merello, Pepe Arias, Azucena Maizani y Libertad Lamarque. Eusebio prefigura al actor de "Tango" y también al futuro Felipe, un personaje que a menudo se confunde con su creador. Sin embargo, Sandrini lo niega: "No es que yo desprecie a Felipe.
Pero, además, soy muchas otras cosas. La gente lo recuerda porque hace 25 años que lo conoce. También dicen que yo soy un sensiblero, que exploto los sentimientos de las madres. ¿Sabe por qué? Porque se acuerdan de "Cuando los duendes cazan perdices", que estuvo cinco años en cartel".
Habla serio y casi enojado. Pero no es la única contradicción. Su hermosa casa en Martínez está llena de libros dedicados a la mecánica y a la física. Allí también tiene un verdadero taller que le permite construir una hermosa mesa de jardín, juegos para las hijas (Malvina y Sandra) y un complejo sillón de living ("Lo hice mientras esperaba la llegada de Sandra. Fumaba menos y hacía algo útil"). Y el hombre que hace reír y llorar, es también un hábil empresario más. Y que dice que su película preferida es "Chafalonía", donde se perdieron cinco millones de pesos. Y que es más fácil hacer llorar que reír.
Y que bruscamente, abandona la entrevista y un centenar de compromisos, para acompañar a su madre que está enferma: "Tiene 82 años, ¿sabe? Qué doña Rosa ésta. . .!"
Y uno apenas lo ve, porque descubre que los ojos están nublados.
Revista Siete Días Ilustrados
29.08.1967

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