Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Marilina Ross
la piba que llegó a ser actriz
Es María Celina Parrondo, 24 años, "La Nena", el rostro que semanalmente impacta a un millón de teleespectadores con su sinceridad y sus mohines. Le cuesta confesar que, para ella, no existe la felicidad. Cree, en cambio, en algunos momentos felices.

Siempre que iba para el Canal, en una esquina que no recuerdo cuál es, había un negocio extraño, una clínica de muñecas. En sus vidrieras, apenas una que otra nostálgica muñeca. El otro día volví a pasar, y el negocio no está más. Sentí algo así como si. . . (¡La pucha, cómo me gustaría saber expresarme!) ¿Es que ya no hay muñecas para arreglar? Ahora los juguetes son de plástico, y cuando se rompen hay que tirarlos".
Cuesta descubrir detrás de estas palabras a Marilina Ross o María Celina Parrondo. Algunos insisten en que todavía no ha crecido, que sigue siendo una nena. Otros, que ni siquiera es actriz. Pero a los 24 años, un millón de televidentes la sigue en cada emisión de "La Nena"; algunos más la escuchan cantar los temas de María Elena Walsh en el programa "Viendo a Biondi"; otras 4.000 personas se asombran semanalmente con su actuación teatral en el Ateneo. Discutida o no, pocos dudan ya de que es el rostro más impactante de los últimos años, y que detrás del rostro hay también una actriz.
Pocos datos bastan para definirla: cree en la sinceridad, en todo lo
que es auténtico, en el valor de no mentir y de no mentirse. "Nunca dije una mentira, ni siquiera cuando sacaba una nota baja en el colegio; tampoco me quedé jamás con el vuelto de los mandados." Le cuesta confesar que, para ella, la felicidad no existe: "Creo, en cambio, en los momentos felices".
¿A qué teme Marilina? "A lo desconocido, a lo incontrolable. Por ejemplo, si una tira una pelota a un lugar determinado, está bien. Pero si la calle está inclinada, la pelota va a cualquier parte; puede golpear a un pibe o romper un vidrio. A eso que no se puede controlar le tengo miedo." No niega que el temor sea un problema de inseguridad: "Nunca estoy segura de lo que digo ni de lo que hago". Por eso de la gente le interesa sólo la verdad, cómo es realmente, sin disfraces ni hipocresías. Lo mismo exige para ella; "mostrarme con todos los defectos y virtudes que escondo sin saberlo".
Le hubiera gustado ser psicoanalista para ayudar a los demás, "pero no por un mero acto de bondad, sino para enseñarles a pensar. Eso me permitiría conocer lo que asoma en profundidad, detrás de lo que está a flor de piel. En fin: quiero conocer a los demás en su totalidad..."
—¿Y su totalidad, cuándo comenzó?
—Me acuerdo del frío en Liniers, donde pasé mi infancia. Me parece que el invierno era mucho más frío que ahora. Pero hace unos días iba en el auto con mi esposo —Emilio Alfaro— cuando, al pasar frente al teatro Colón, la radio anunció la temperatura: 4 grados bajo cero. En las escalinatas del teatro había una persona durmiendo. No era una figura definida, sino una especie de bulto, sin pies ni manos. Claro, nosotros teníamos calefacción, pero me jorobó pensar que hay gente que sufre el frío.

LA GRAN AVENTURA
El despertar de la vocación teatral fue, como sucede siempre en estos casos, obra de la casualidad. María Celina, su mamá y una amiguita fueron al teatro a ver "La violetera". Al regresar a casa, sucedió lo previsto: "Mi amigo y yo nos descalzamos, nos despeinamos, arrugamos nuestros delantalcitos y emprendimos la aventura. Nos costó un poco trepar las rejas de la casa vecina, pero cortamos todas las flores que pudimos, y salimos a venderlas. Claro; nos perdimos". El suceso provocó una revolución en el barrio; el carnicero salió a buscarlas con su chatita, otro vecino con una motoneta, hasta que lograron encontrar a las improvisadas violeteras.
—¿Fue el comienzo de su vocación teatral?
—Y. . . más o menos. Quien en verdad la descubrió fue el pintor Sanguinetti. Vivía a la vuelta de casa, y con otras pibas íbamos a visitarlo. Tenía armado en el patio un pequeño teatro de títeres, y nosotras declamábamos e improvisábamos bailes. Un día tuvo la feliz idea de decir, refiriéndose a mí: Esta chica tiene pasta de actriz.
La madre de Marilina no desaprobaba estos primeros pasos. Y así fue como la nena ingresó al teatro infantil Labardén. "Fue una época muy linda, cargada de anécdotas. En cuarto año tuve que hacer un número de baile clásico. Cuando salí al escenario, descubrí a papá en primera fila y le grité ¡Chau, papi! A pesar de lo desfachatada que era, salí del curso del Labardén siendo la mejor". Tenía entonces 15 años y el porvenir lo veía muy lejano, casi inalcanzable. No obstante, se negó a seguir los estudios secundarios. "Aprendí máquina e inglés —recuerda ahora—; no por el título, sino para poder rebuscármelas el día de mañana..."
A los diecisiete años tomó una decisión trascendental: se fue de su casa... pero acompañada de la mamá: "La arrastré conmigo al centro, y la coartada era buena. Estaba trabajando ya en "Lucy Crown", junto a Luisa Vehil, y era muy incómodo volver siempre de madrugada a mi casa de Liniers". Poco después firmó su primer contrato en TV, para el ciclo titulado "Juego de adultos". Le pagaban por él 2.500 pesos mensuales. ..
—Y ahora que tiene 24 años, ¿quién es usted, Marilina?
—Alguien que recién ahora comienza a realizarse como actriz. Que
está encontrando lo que quería, lo que está a su alcance y no lo imposible: trabajar en teatro con quienes se siente identificada, en televisión porque le gusta y lo hace con alegría.
También entre sus alegrías incluye la relación con su marido, Emilio Alfaro, y entre las postergadas sus deseos de tener un hijo, "pero tenerlo no es como comprarse un par de zapatos. Se necesitan personas adultas para asumir semejante responsabilidad, y todavía no me siento capaz". No cree que sea el mismo miedo a lo desconocido confesado antes: "Es, más bien, un problema de lucidez. Darnos cuenta ahora de lo que nuestros hijos querrán después; nosotros jugábamos con muñecas, ellos lo harán con robots. Esa es la medida del compromiso que se va teniendo con el mundo futuro".
La señora de Alfaro ya no juega a las muñecas: las cambió por el truco y el ajedrez. También juega a ser una señora en el buen sentido de la palabra. "Cocinar no me gusta y mi meta no es ser una buena ama de casa". En el ambiente artístico se la conoce como una persona humilde; ¿es eso cierto? "Creo que sí, porque nací en un hogar humilde. En la clase baja, la gente tiene menos plata y se ajusta más a la realidad. Pienso que, en realidad, no me gusta nada la gente que no es humilde". Lo demuestra cuando confiesa que todas las mañanas lo primero que le martilla en la cabeza, apenas se levanta, es la palabra responsabilidad. "Eso también es crecer, pero me cuesta".
—¿Por qué le preocupa tanto ser grande?
—Cuando una persona grande habla seriamente sobre un tema, se le exige más que cuando opina una nena. Yo estoy dejando de ser esa nena, para ingresar al mundo de los adultos. ¿Qué es un adulto? Para mí es alguien que puede pensar con objetividad.
En su casi cuarto de siglo confiesa haber vivido muchos momentos felices: "Quizá uno de los más felices fue el día que compuse mi primera canción, porque para mí cantar es muy importante. Es algo que siento auténticamente. No me engaño: sé que no tengo una gran voz, y cuando la grabé me dio mucho miedo. Claro que si yo hubiera sido cantante y no actriz, mi primara frase sobre el escenario hubiese sido el momento más feliz de mi vida".
—¿Cuáles son las razones de su éxito actual?
—¿Éxito? Algunos dicen que lo que yo tengo en realidad es mucho ángel, pero éxito. . . Me parece que cuando una piensa que ya llegó, está perdida.
—Si hoy entrara a una juguetería, ¿qué le gustaría poder comprar?
La actriz que quiere dejar de ser nena para siempre, piensa un poco, y contesta con cierta nostalgia: "Como el osito Osías que canta María Elena Walsh en su canción, quisiera entrar en una juguetería y comprar un poco de conversación para cuando esté sólita..."
Revista Siete Días Ilustrados
5/9/1967

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba