Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

NACIONALISMO: LA IMPORTANCIA DE LAS MINORIAS
Disperso entre el gobierno y diversas facciones de la oposición y
aún carente de una doctrina unánime que lo trasforme en movimiento político, el nacionalismo parece haber penetrado como idea en vastos sectores del país

Siempre que nos preguntan cuántos somos, contestamos lo mismo: tenemos más de 23 afiliados..." Hace unos días, el martillero Augusto Moscoso, jefe de la G. R. N. (Guardia Restauradora Nacionalista), apelaba así a la socarronería para eludir la pregunta de SIETE DIAS. No obstante, la salida de Moscoso tiene alcances más sutiles: inveteradamente, los grupos nacionalistas se enorgullecían de constituir minorías o cenáculos ¡lustrados. Hoy, en cambio, pueden ufanarse de algo más: de modo inorgánico y aún desordenado, el nacionalismo es algo tan difundido como lo han sido siempre las grandes banderías. Actualmente hay nacionalistas en el gobierno y en la oposición. Y hasta en partidos de diverso color político existen facciones o tendencias nacionalistas. Resulta evidente, entonces, que la idea ha trascendido los añejos círculos solitarios o aristocratizantes, para convertirse en lo contrario: un mito de masas.
En ello parece radicar, precisamente, el gran triunfo del nacionalismo desde el surgimiento detonante de la "primera generación" en 1928 (Ernesto Palacio, Julio y Rodolfo Irazusta), a la fecha.
Es lo que indica uno de los exponentes más lúcidos de la "vieja guardia", Marcelo Sánchez Sorondo: "En tanto revolución cultural, el nacionalismo ha triunfado en nuestro país." Con bastante unanimidad, los diversos grupos nacionalistas entienden por "revolución cultural" la vigencia del revisionismo histórico, los valores religiosos, la obra de España en América, vale decir, lo que denominan como "las esencias fundacionales de la nacionalidad". De modo más general, lo que concita tal unanimidad es un furibundo antiliberalismo al que lejos de computar como un "anti", asumen como formulación positiva. Desde este enfoque, el poder liberal al que llaman "régimen" desvirtuó aquellas esencias últimas elaborando una suerte de dogma "que hasta la aparición del nacionalismo nadie ponía en duda", acotan los diversos círculos.
Al parecer, las unanimidades no van más allá de estas formulaciones generales. Las distintas tendencias y grupos reivindican para sí "la verdadera condición de nacionalistas", denigrando, por lo general, a todas las otras. Los más intelectualizados, por su parte, hablan de los "suburbios" del nacionalismo cuando se refieren a las sectas diversas que en la mayoría de los casos no son otra cosa que grupos paramilitares.
Pero, ¿qué es lo que ha trasformado al nacionalismo en un fenómeno de masas? Aquí las respuestas se dividen. Para algunos fue el peronismo quien produjo esa trasformación. Otros, como Sánchez Sorondo, opinan que la preocupación popular del nacionalismo es anterior a Perón. "La enorme difusión que alcanzó el diario El Pampero entre los años 1940 al 43 y las multitudes que concentraba la Alianza Libertadora Nacionalista, de aquel entonces, en las manifestaciones del 1º de mayo, así lo demuestra", apunta el conocido ensayista.
Sin embargo, la aceptación del "número multitudinario" como participador de la política parece un hecho nuevo en el ámbito nacionalista. Veinticuatro años atrás, la revista "Nuestro Tiempo" publicaba un artículo cuyo autor, el presbítero Julio Menvielle, escribía: "El sentido exacto de estos fenómenos de las reacciones de la muchedumbre es importantísimo para que los que tienen en sus manos el poder político o pueden influir sobre él o pueden orientar la opinión, no se dejen seducir por el mito del número que conducirá a desastrosos errores".
Aún hoy, en algunos cenáculos ultramontanos, el fenómeno de la masticación de la política es computado como un acecho. El padre Menvielle, por ejemplo, permanece parapetado tras las mismas ideas de 1944: "Actualmente el nacionalismo verdadero no tiene expresión sino en individualidades aisladas que no aceptan la. calificación de 'lo nacional' para hacer una política de 'zurda nacional' que maneja lo popular y nacional. Así como el Ateneo de la República —falso nacionalismo— es utilizado por el gobierno y por el Poder Judío Mundial para cubrir una política antipopular de entrega, así se prepara otro nacionalismo falso —el popular— que será manejado por la izquierda nacional", vaticinó a SIETE DIAS desde su residencia en el viejo convento de la esquina de Independencia y Lima.

LAS BIFURCACIONES
Lo cierto es que la vieja ciudadela nacionalista se halla dispersa en una multitud de fragmentos. Quizá por no haber asumido nunca la forma de un movimiento o partido político, se fueron creando condiciones propicias para ese fenómeno de dispersión.
Con todo, tres corrientes fundamentales aparecen como las bifurcaciones más significativas del tronco común. Son las que encabezan, respectivamente, Mario Amadeo, Juan Carlos Goyeneche y Marcelo Sánchez Sorondo.
El primero, actual embajador en Brasil y ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno del general Lonardi, muestra de alguna manera, a través de su propia trayectoria, un tipo de adecuación para armonizar al nacionalismo con las nuevas realidades. Cuando fracasa el gobierno del general Lonardi, muchas de cuyas primeras figuras fueron bombardeadas desde un primer momento, por el ala liberal, con la acusación de fascismo y nazismo, se produce la tercera frustración nacionalista. En 1930 y luego en el 43 había ocurrido algo similar: las cofradías nacionalistas preparan o participan entusiastamente de un levantamiento cívico-militar a través del cual suponen que se les abre la toma definitiva del poder, para caer luego en las redes que hábilmente terminan por tenderles los liberales. El caso de Amadeo es demostrativo de una primera toma de conciencia sobre la necesidad de una revisión de los viejos esquemas. En "Ayer, Hoy, Mañana", un ensayo que aparece en 1957, Mario Amadeo explícita sus revisiones: la idea de "libertad" reemplaza a la de "autoridad". Pero primordialmente: "Ningún régimen podrá sostenerse ni ninguna ideología afirmarse si no logra interesar al pueblo".
Ello le cuesta el estigma de "liberal", que le endilgan sus viejos acólitos, que se acrecienta luego de su estrecha vinculación con la experiencia frondicista. Si bien la formación del Ateneo de la República parece un retorno a la anterior militancia conspiradora, la vinculación de ese cenáculo con el actual gobierno sigue acarreando a sus integrantes aquel estigma fulminante. "El Ateneo busca sincerarse con la realidad nacional, no sucumbir por sectarismo. No hay que olvidar que éste es un país condicionado por el liberalismo y no se puede barrer todo de golpe", admiten hoy sus ideólogos.
Juan Carlos Goyeneche, en cambio, desde la logia Verbo encarna probablemente el intento más obcecado de mantener intacta la vieja mística nacionalista: un recinto exclusivo en donde la política se concibe antes como una pasión estética, como un refinamiento aristocrático que como Una actividad humana.
Es Sánchez Sorondo quien con mayor precisión esclarece las pautas evolutivas: "El nacionalismo de los primeros tiempos era mucho más abstracto, mucho más romántico. Representaba una visión clásica, doctrinaria, de la política. A partir de 1955, con Azul y Blanco, el nacionalismo toma conciencia de los problemas concretos del país y se vuelve más empírico. Acepta el juego democrático y no hace cuestiones de dogma en un terreno que es puramente instrumental. Hoy, por ejemplo, ante la crisis del marxismo contemporáneo, se invita a las izquierdas a asimilar las esencias nacionales y a plegarse lisa y llanamente al movimiento nacional".
El resto de los grupos, de escasa gravitación intelectual, proviene en su mayor parte de las sucesivas escisiones que acosan a "Tacuara" a partir de 1960. De allí van surgiendo la G. R. N., el M. N. A. (Movimiento Nueva Argentina) comandado por Dardo Cabo, el M. N. R. T. (Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara) que encabeza Alfredo Ossorio y otros grupos menores (Errecalte Pueyrredón, Joe Baxter, etcétera).
Históricamente, sin embargo, el camino más decidido hacia lo popular es emprendido por FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) en 1935. Allí, sobre el rescate del nacionalismo irigoyenista convergen radicales como Arturo Jauretche y nacionalistas de la "primera generación" como Ernesto Palacio, cuya acción los vincula luego con el peronismo. De ahí que el historiador José María Rosa sostenga que "Perón fue un gobierno de masas que adivinó una idea nacional". Es que el peronismo asume una tonalidad definitivamente antiliberal sólo a partir de 1955, Juego de la Revolución Libertadora.

LAS DEFINICIONES
Pero, ¿qué es finalmente el nacionalismo? Para Alfredo Ossorio (MNRT), "desgraciadamente el nacionalismo como tal no existe en nuestro país. Los únicos con un verdadero sentimiento nacionalista somos nosotros: los demás fueron absorbidos por los esquemas liberales". Para rescatar lo que su movimiento entiende por nacionalismo, Ossorio asegura que ello se dará a través de una síntesis que tratan de forjar entre lo tradicional y lo revolucionario. "Lo tradicional, porque respetamos esa gran experiencia histórica que fue el gobierno de Rosas, y lo revolucionario porque estamos fuera de las divisiones ficticias como derecha, centro o izquierda, inventadas por el liberalismo. Nuestra organización está fuera de ese juego Somos nacionalistas que adoptamos como experiencia válida en lo internacional el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano". Ossorio y sus acólitos, que resolvieron cambiar el nombre de su movimiento por el de "Equipo de Estudios Nacional Comunitario", ("para no tener problemas de nomenclatura con el gobierno de Onganía"), sostienen que "dentro de cinco años tomamos el poder".
La GRN propone a su vez, por boca de Moscoso, que "los movimientos nacionalistas argentinos fueron, en sus comienzos, un simple trasplante del liberalismo francés. El nacionalismo no es un sentimiento —explica—, es un pensamiento que se expresa políticamente". Luego de especificar que "no somos un grupo de choque como algunos pretenden hacernos aparecer", Moscoso aduce que "Onganía no es nacionalista. Si lo fuera hubiera roto con los lazos que nos atan al extranjero. No es que estemos en contra del capital foráneo, pero aceptarlo debe ser un acto de soberanía, no de vasallaje". Darío Jackson, secretario gremial del grupo, luego de definir al movimiento como "occidental y cristiano", advierte que el objetivo perseguidores la formación de un estado nacional-sindicalista con participación de todos los sectores sociales "incluidos la Iglesia y el Ejército, naturalmente. Aunque como grupo político el nacionalismo es una minoría, ideológicamente representa a la mayoría del pueblo", concluye Jackson.
Para Guillermo Patricio Kelly, en cambio, "el nacionalismo es el pueblo en marcha hacia su liberación nacional y social. La interpretación nacionalista —se queja— está bastardeada por el grupito intelectual enmarcado en las minorías selectas, al estilo de Sánchez Sorondo, y por la colección bastante estúpida del extremismo derechista representado por la GRN, Tacuara, el MNA y demás grupitos exaltadores de un sectarismo que no tiene nada que ver con la unidad nacional".
En un plano de mayor enjundia intelectual, José María Rosa dictamina que "los valores sociales: religión, nacionalidad, etc., maduran de las clases bajas hacia arriba. En la época de Rosas nuestro país era una nacionalidad. Esto se acaba en la segunda mitad del siglo XIX, cuando empieza a gobernar la oligarquía con mentalidad colonial. El nacionalismo —agrega— es un sentimiento de nación, no una ideología. Actualmente se advierte un crecimiento notable de la mentalidad nacionalista en el pueblo, mientras que las diversas tendencias sólo representan grupitos de amigos, alejados del pueblo. Lo que deberá ocurrir, inevitablemente, es el advenimiento de un caudillo que sepa encamar el sentimiento nacionalista de las masas. Cándido López me gusta, porque La Nación y La Prensa, tribunas liberales, lo atacan".
Lo que de algún modo unanimiza este mosaico notable es la opinión aproximadamente común con que enjuician al equipo político del gobierno: "Desde que aceptaron el plan económico, han traicionado al nacionalismo". Pero lo que también los aproxima en una aspiración común, es la idea de rescatar la revolución a través de algunos de sus más empinados exponentes.
"Que no se equivoque Onganía —apeló Sánchez Sorondo en reciente conferencia—, si aspira a ser de veras gobierno, no le queda otro camino que pronunciarse por la revolución nacional. En tal caso, tiene que producir un vuelco de ciento ochenta grados en la orientación y en el manejo de la economía".
Revista Siete Días Ilustrados
6/2/1968

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