Por ahora, los
trotskistas creen tener razones para confiar en
que el uso alternado de argumentos legales y de
agitación gremial puede suplir —o completar— la
actividad guerrillera. Una amplia gama de idiotas
útiles ubicados principalmente en posiciones
importantes del partido Blanco de los Trabajadores
parecían alentar esas esperanzas.
Una investigación
llevada a cabo en Jujuy por redactores de PRIMERA
PLANA con respecto a los principales dirigentes
del partido Blanco de los Trabajadores, interesado
en promover la intervención a la provincia,
permitió llegar a una conclusión más o menos
previsible: no todos los jefes de esa agrupación
simpatizan con tendencias marxistas-leninistas,
pero el juego político se da en tales términos que
se ven obligados a una alianza de hecho con
castristas partidarios de una línea
insurreccional.
Hasta ahora, tanto el
gobierno nacional como las autoridades militares
de la zona han comprendido la necesidad de
respaldar a las autoridades provinciales como
único medio para evitar una situación explosiva.
Pero la ofensiva contra el gobernador Guzmán
amenaza tomar nuevamente fuerza en virtud de
situaciones de hecho provocadas por agitadores.
Horacio Guzmán ya fue
gobernador de Jujuy entre 1958 y 1962. Pertenece
al radicalismo intransigente y goza de
predicamento entre sectores populares de la
provincia por el plan de obras públicas realizado
durante su mandato y las medidas concretas que
adoptó para aliviar la situación de los más
necesitados. Si los trotskistas consiguen hacer a
un lado a Guzmán, es evidente que ninguna de las
fuerzas políticas no peronistas de la provincia
podrá controlar la tensa situación social: el
peronismo de Jujuy, embarcado directa e
indirectamente en el juego insurreccional, no
tendría en ese caso más que esperar el nuevo
llamado a elecciones: sin proscripciones, puede
vencer a una intervención radical del Pueblo (la
UCRP obtuvo en los últimos comicios apenas cinco
mil votos) mucho más fácilmente que al astuto
caudillo Horacio Guzmán; con proscripciones, el
clima entre los peronistas así marginados del
proceso político, derivará fácilmente hacia una
acción insurreccional.
En una zona fronteriza
(Jujuy limita con Bolivia), donde el contrabando
de armas y de hombres es difícilmente controlable,
donde una accidentada orografía facilita la acción
de las guerrillas, las consecuencias son
previsibles: con el apoyo de la población, Jujuy
puede así convertirse en base inicial de
operaciones para una guerra revolucionaria en gran
escala.
Después del 7 de
julio, el partido Blanco de los Trabajadores hizo
todo lo posible para evitar que Horacio Guzmán
asumiera la primera magistratura de la provincia.
Pese a que el candidato de la UCRI había ganado
ampliamente, tanto en las urnas como en el Colegio
Electoral, los blancos intentaron desconocer el
resultado de los comicios apoyándose en la mayoría
que habían conquistado en la Cámara de Diputados
de la provincia.
La Constitución de
Jujuy establece que la Legislatura es juez de las
elecciones para gobernador y vicegobernador y que
los mandatarios electos deben asumir sus cargos
ante el citado órgano parlamentario. La UCRI
entendió, sin embargo, que esa disposición
constitucional corresponde al sistema electoral
directo que rige en Jujuy: habiéndose, en esta
ocasión, utilizado el sistema indirecto con
carácter excepcional, el Colegio de Electores
resulta tan soberano como la Legislatura.
Guzmán no pudo jurar
en la Legislatura: lo hizo directamente en la Casa
de Gobierno, ante la presencia de los jefes
militares, el obispo, la Policía y el Poder
Judicial. Los diputados blancos consideraron
ilegítima esa asunción del poder, basándose sobre
cuestiones de procedimiento, y formaron un
"gobierno paralelo", puramente simbólico, que se
desintegró al poco tiempo. El 23 de octubre de
1963 el Poder Ejecutivo Nacional reconoció al
gobierno de Horacio Guzmán y anunció que Jujuy no
sería intervenida.
Lo curioso es que
—pese a algunas formas inusuales empleadas por
Guzmán para asumir el poder— los más serios
errores de procedimiento correspondieron
precisamente a los blancos. Los peronistas
jujeños, que tienen mayoría en la Legislatura
(pero no pudieron presentar candidatos a electores
de gobernador) cuentan con 18 diputados; la UCR
Intransigente con 6; los radicales del Pueblo con
2; los conservadores con 2; los demócratas
cristianos con 1 y, además, hay 1 diputado
independiente que fue elegido originariamente por
UDELPA y luego separado del partido. Es decir, que
el partido blanco tiene 18 legisladores y las
otras fuerzas políticas cuentan con 12.
Según el artículo 46
de la Constitución de Jujuy, la Legislatura puede
pronunciarse contra el fallo del Tribunal
Electoral solamente con dos tercios de votos (es
decir, 20). Como los blancos tienen sólo 18,
intentan reemplazar a tres diputados de otros
partidos por legisladores propios: se apoyan en la
existencia de suplentes. El pretexto es que el
legislador de UDELPA fue expulsado por su
agrupación y que dos diputados de la UCRI son
profesores de la Escuela de Policía de la
provincia y la Constitución establece que todo
cargo público no docente es incompatible con las
funciones de legislador.
Para eso, resolvieron:
1) que ser profesor de la Escuela de Policía no es
un puesto docente; y, 2) que no tiene ningún valor
la renuncia que presentaron antes de hacerse cargo
de sus bancas. Los observadores jujeños coinciden
en que los pretextos jurídicos buscados para
lograr la intervención de la provincia
difícilmente podían ser más endebles.
Ahora se asegura que
el partido Blanco de los Trabajadores utilizará
otra táctica: disturbios el 1º de mayo y agitación
social en Mina Aguilar, una de las más importantes
del mundo en lo que respecta a producción de plomo
y cinc. El senador nacional Guillermo Snopek,
dirigente del partido Blanco, es el asesor letrado
del sindicato. Otros líderes blancos de la
provincia, como el explosivo Hugo Genaro Brizuela
(apoderado del partido, francamente castrista) y
el senador nacional Ricardo Ovando
(filoizquiérdista, simpatizante de Fidel Castro,
conectado a los "lechinistas" bolivianos) confían
en que no' tropezarán con inconvenientes para
arrastrar al peronismo jujeño a posiciones de
fuerza.
Los blancos tienen
también su plan de repuesto, ideado por Snopek:
designar a un radical del Pueblo (posiblemente
Humberto Antonio López) como vicepresidente 1º de
la Legislatura, con el compromiso de que, en el
caso de juicio político al gobernador o anulación
legislativa de las elecciones, ocupe interinamente
la primera magistratura de la provincia.
La tesis va destinada
a conseguir, de esa manera, los votos que faltan a
los blancos para impulsar una de esas variantes en
la Legislatura local. Los radicales del Pueblo
estarían dispuestos a rechazar tan tentadora
perspectiva: su solidaridad con el gobierno
nacional, al que no quieren crear complicaciones,
parece más fuerte —por ahora— que las ambiciones
lugareñas.
Dirigentes peronistas
de la zona, como José Humberto Martiarena,
mantienen una posición ambigua frente a la
ofensiva trotskista: sin adherir aparentemente a
las tendencias insurreccionales, se creen
obligados a contribuir a fomentar un clima de
agitación política por solidaridad con un
movimiento ("Tres Banderas", aliado del Partido
Blanco) demasiado comprometido en una guerra a
muerte contra el gobernador.
Algunos dirigentes
peronistas de la provincia tratan, con éxito
variable, de resistir la provocación: José Nasif,
Antonio Bernacchi, Víctor Gómez. Los radicales del
Pueblo parecen, por ahora, no entrar en el juego
trotskista, pese a que serían los beneficiarios
inmediatos de una intervención federal. El
gobierno nacional, sin embargo, es el que deberá
resolver en definitiva.
PRIMERA PLANA
21 de abril de 1964
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