Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Una nueva etapa con menos temores
Una frase del discurso pronunciado por el presidente Arturo Illia el pasado martes 7, en la comida de camaradería de las Fuerzas Armadas, fue al día siguiente subrayada por la mayoría de los observadores: "De esta manera —dijo el presidente—, desaparecerá definitivamente del país toda clase de sospecha"
Reimplantar la costumbre de la comida anual de camaradería de las Fuerzas Armadas en vísperas del 9 de julio —una costumbre que sufrió muchos altibajos durante los últimos años— tuvo, para el actual gobierno, un sentido político que civiles y militares, en el más alto nivel, se apresuraron a conjeturar.

Lápiz rojo y azul
Un grupo de inteligentes oficiales en actividad analizó, al día siguiente, los textos de los discursos del presidente y del ministro de Defensa, Leopoldo Suárez: si se estudian los párrafos que ellos subrayaron con trazos rojos y azules, es posible obtener un esquema de la línea de pensamiento que predominó en esos sectores:
"El pueblo argentino —dijo Leopoldo Suárez— tiene sed de paz y tranquilidad; no quiere vivir la zozobra de un clima artificialmente cargado de nerviosismo enfermizo. El ministro, sin embargo, al revés de lo que suelen hacer los voceros de los gobiernos, no echó toda la culpa a los opositores. "Un clima —admitió— se crea naturalmente como consecuencia de una situación imperante, pero también se infla y se deforma."
Si se empalma —tal como al día siguiente de los discursos hicieron muchos lectores civiles y militares— el párrafo precedente con otro posterior, se obtendrá una idea bastante clara de cuáles son las reservas y cuáles las esperanzas que el ministro de Defensa tiene con respecto al gobierno del cual forma parte. Ese párrafo posterior decía: "El gobierno necesita libertad de acción, tranquilidad y tiempo para desarrollar planes coherentes que permitan resolver los problemas económicos y sociales. La prescindencia de las Fuerzas Armadas en el quehacer político, su dedicación en el logro de sus objetivos profesionales, han apartado definitivamente de la mente de quienes tienen la difícil responsabilidad de dirigir los destinos de la Nación el amago de la intervención militar en la conducción política del país."

Una puerta cerrada
Para nadie se ocultó que el verdadero sentido de las palabras de Leopoldo Suárez, en muchos aspectos un vocero intuitivo de lo que piensan, aunque no lo digan, la mayoría de los altos jefes militares, podía ser resumido en tres puntos básicos:
* Se reconoce que las múltiples dificultades económicas y sociales acumuladas en los últimos años, sumadas a incoherencias internas y vacilaciones de este gobierno, están retardando mucho las medidas que podrían aliviar la tensión en el país.
* Se hace constar que esa "situación imperante", de todos modos, es inflada por la oposición, por la impaciencia, por la exasperación de millones de hombres y mujeres que durante muchos años han sido defraudados muchas veces.
* Tácitamente, se reconoce entonces todo derecho a crítica por parte de la oposición; pero se señala que —y los jefes militares avalaron con su presencia las palabras del ministro—, con igual rigor, está cerrada la vía de la conspiración.
Después, en su discurso, en tono menos estricto y más coloquial, el presidente Illia retomó la misma línea de pensamiento. Su discurso, en realidad, fue una apelación menos formal, pero no menos franca. "Este gobierno —dijo— no tiene ni reconoce enemigos. Si alguien, por cualquiera de los medios idóneos que le proporcionan la ley y las instituciones, quiere traer al gobierno de la Nación una colaboración concreta, objetiva y clara sobre cómo puede ayudarnos a dirigir el país, yo le digo que será bien venido. Pero será inútil que se busque el camino del atajo, que se trate de que el país marche hacia atrás. Porque, señores, tengan la seguridad de que estamos decididos a no declinar en ningún sentido —y así lo digo con toda sencillez— esta responsabilidad que ustedes mismos colaboraron a brindarnos en los últimos comicios. Señores: brindo muy sinceramente."

El futuro
A un año de las elecciones de las cuales surgió Arturo Illia con el respaldo de la primera minoría, su gobierno parecía, en la pasada semana, dispuesto a iniciar una etapa que —por encima o por debajo de los errores de la administración— conduzca al país, con cierta serenidad, a las elecciones parlamentarias de marzo próximo. Como punto de partida, el gobierno exhibe la solidez de su frente militar, que podría sintetizarse en la frase de un alto jefe: "Discrepancias, sí; conspiración, no."
Los observadores, los empresarios, los líderes sindicales, el hombre de la calle se preguntan ahora cuál es la estructura de soluciones mínimas que el gobierno, resguardado sobre esa respetuosa plataforma militar, se propone ofrecer.
La semana pasada estuvo repleta de versiones sobre el éxito o el fracaso de la misión Elizalde-Carranza, sobre los anunciados y desmentidos planes de devaluación ¿monetaria, sobre la ampliación o restricción del libre juego político para las próximas elecciones parlamentarias, sobre la crisis institucional en Jujuy. En cambio, durante toda la semana no se volvió a hablar de golpes de Estado.

UCRP
A veces, no conviene respetar las urnas
El sector illiísta del gobierno sufrió en la pasada semana un inesperado revés cuando los amigos del intendente de Buenos Aires, Francisco Rabanal, lograron copar la dirección del partido oficialista en la Capital.
La crisis que estalló en torno del reparto de cargos en la mesa directiva de la UCRP metropolitana es el primer conflicto de importancia que soporta el partido oficial desde que llegó al poder. Los observadores creían ver en esa crisis, además, un considerable fracaso táctico de los esfuerzos del presidente Illia por atemperar el impacto de las pujas de comité en su administración.
Como se sabe, en las últimas elecciones internas del oficialismo en la Capital (31 de mayo) triunfó por simple mayoría el sector unionista que dirige Julián Sancerni Jiménez, un caudillo cauteloso y fogueado. Tal como ha sucedido casi siempre que en el distrito de la Capital Federal rigió el sistema de autonomía municipal, Sancerni Jiménez tenía —desde las bambalinas radicales— buena parte del poder real en el distrito hasta la pasada semana.
Luego del triunfo previsible de los unionistas en los comicios internos, el presidente Illia y su ministro del Interior, Juan Palmero, se disponían a avanzar varios pasos más en un operativo cauteloso, pero persistente, que desde octubre pasado se ensaya desde la Casa Rosada: consolidar una entente con el fuerte sector unionista de la Capital para impedir que el gobierno de la ciudad pase, como otros sectores de la administración, a ser campo de expansiones para los dirigentes del sector balbinista que impera en la UCRP
En tal sentido, las argumentaciones de los asesores personales del Presidente eran sencillas y directas: "Pocas cosas tienen mayor influencia psicológica sobre el electorado de Buenos Aires que los desarreglos, las arbitrariedades o las irregularidades en el gobierno comunal. En Buenos Aires vive o trabaja casi la mitad del electorado nacional; para esos millones de personas, una vereda rota, una calle sucia, un inspector municipal que pide soborno o un caudillo de comité que reparte nombramientos es más grave que una desacertada medida cambiaría. Es en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires donde una administración puede desprestigiarse más." Obviamente, el Presidente, puesto a elegir, confiaba más en los viejos y duchos unionistas de Sancerni Jiménez que en los voraces amigos de Ricardo Balbín.
El actual intendente, Francisco Rabanal, dueño de un sector propio llamado "populista" dentro de la UCRP, era en la Capital —donde Balbín carece de huestes propias— el aliado nato del presidente de la UCRP; pero como Rabanal estaba casi reducido a reinar sin gobernar (ver PRIMERA PLANA, Nº 85), el plan de Arturo Illia incluía la idea de formalizar cada vez más esa situación, dando progresivamente más poder en el municipio a los unionistas, y eliminando uno a uno a los hombres de Balbín y de Rabanal.
Sin sobresaltos, el Presidente de la Nación y su ministro del Interior llegaron a los comicios internos; tal como estaba previsto, triunfó Sancerni Jiménez: obtuvo 35 representantes en la convención metropolitana (cuerpo del cual surgen las autoridades del partido en el distrito) contra 32 que obedecían a Rabanal. Había, además, 13 convencionales independientes que respondían a la orientación del doctor Juan José Trilla, un joven médico que ocupa la dirección de Acción Social de la Municipalidad. Aunque la posición de Trilla era ambigua (fue nombrado por Rabanal, pero concedió muchos puestos en su jurisdicción a recomendados de Sancerni Jiménez), en la Casa Rosada nadie dio indicios de sospechar la verdad hasta que fue demasiado tarde.
Aparentemente, el plan de copamiento había sido cuidadosamente planificado por Rabanal y Balbín. Algunos doloridos amigos del presidente Illia sospechan ahora que, inclusive, el hecho de que Trilla distribuyera con generosidad puestos entre los hombres de Sancerni Jiménez era parte de la conjura. Casi hasta el momento de reunirse a deliberar la flamante convención metropolitana de la UCRP, muchos asesores del presidente Illia creían candorosamente que sería respetada la mayoría simple (35 a 32) obtenida por los unionistas y que se les concedería a ellos primacía en la integración de la mesa directiva, tal como hicieron en el colegio electoral de la Nación, no hace muchos meses, todos los partidos políticos de la Argentina, cuando cedieron la presidencia de la República a Arturo Illia, candidato de la primera minoría.
Pero tan pronto como la convención metropolitana de la UCRP se dispuso a deliberar, fue evidente que los unionistas habían caído en una trampa: los independientes de Juan José Trilla eran sólo una versión disimulada de los intransigentes de Rabanal y de Balbín, y estaban dispuestos a votar en favor de quienes habían sido derrotados en las urnas. Tras algunas confidenciales consultas con el ministerio del Interior, los unionistas optaron por no concurrir a la convención: de ese modo se reservaban el derecho a impugnar lo que resolviera el cuerpo esa noche. Luego que fracasó un pedido de postergación de las deliberaciones ensayado por los diputados nacionales Raúl Zarriello y Manuel Belnicoff, los pocos convencionales unionistas presentes dejaron la Casa Radical con el pretexto de asistir al velatorio del diputado Julio P. Longhi, muerto horas antes.
Los populistas y los "independientes" permanecieron inconmoviblemente en sus puestos. Con su presencia, los "independientes" dieron a los rabanalistas quórum suficiente para seguir deliberando; pero, ya sin los unionistas, no era necesario que se comprometieran hasta el punto de votar por los candidatos de Rabanal. Unos cuantos de ellos se abstuvieron y otros dieron sus votos a candidatos simbólicos.
Al día siguiente, Sancerni Jiménez inició su contraofensiva, aunque era evidente que había perdido los primeros y decisivos rounds. Los unionistas resolvieron desconocer a las autoridades surgidas de la convención y gestionar la intervención al distrito: si Ricardo Balbín, como presidente de la UCRP en el orden nacional, se ve obligado a intervenir el distrito Capital, es posible que tenga que optar por nombrar interventor a Emilio Ibarra, (actual presidente de Lotería Nacional y Casinos), uno de los pocos dirigentes respetados por todos los sectores de la UCRP de Buenos Aires. Sancerni no olvida que Ibarra fue, en todo momento, un buen amigo suyo, y es claro que entre dos males prefiere el menor.
El argumento que utiliza Sancerni Jiménez para impugnar a la convención donde fue desposeído de su triunfo electoral es bastante significativo: según sostienen los unionistas, por lo menos catorce de los convencionales que votaron por Rabanal son, ya, empleados públicos, inhabilitados por la Carta Orgánica de la UCRP para ejercer funciones electivas dentro del partido.
PRIMEBA PLANA
14 de Julio de 1964

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