El canto baluba se deslizó sobre la tez helada del
glaciar Castaño Overa, un filo encaramado hacia
las cumbres de hielo del volcán apagado. Luego un
desprendimiento de hielo estalló mil metros más
abajo, una habitualidad que el cerro ensaya en los
veranos para llenar de estridencias sus 7
ventisqueros. La cálida melodía africana fue
entonada por medio centenar de chicos y jóvenes
del CAB (Club Andino Bariloche) un atardecer del
mes pasado a 2.200 metros de altura y sobre los
glaciares del Tronador, un imponente cerro que
refulge a 95 kilómetros de San Carlos de
Bariloche, Río Negro. Sucedió en la jornada
inaugural del flamante refugio de alta montaña
Otto Meiling, un acontecimiento que reclutó cerca
de un centenar de concurrentes, arremolinados
cerca del bastión de cemento recién erigido.
Allí Vicente Ojeda (38, presidente del CAB) memoró
la historia del cerro, la epopeya de los
escaladores que pretendieron hollar la cumbre por
primera vez y todo su heroico y trágico
anecdotario. Aunque sus predilecciones se
concentraron en el deporte del esquí (tres títulos
nacionales y dos sudamericanos), Ojeda capitanea
los fervores del CAB dirigidos a sustentar una
infraestructura de albergues para apoyo de los
montañistas. Obviamente, elogió la labor turística
rionegrina que con magro presupuesto financia la
erección de tres refugios, incluido el flamante
bunker de hormigón que ahora ostenta el cerro
Tronador. Trece millones de pesos viejos
provenientes de las arcas provinciales son —con
todo— insuficientes para tamaña obra si se piensa
en la inaccesibilidad de los emplazamientos, los
acarreos de materiales que suponen esas obras y el
simple costo de los materiales.
LOS HOMBROS
ANCHOS. Claro que en manos de expertos las
finanzas pueden alargarse como en una maravilla:
Manolo Puente (36), un infatigable hombre del CAB,
conoce los secretos de las construcciones de
altura (un año atrás culminó el refugio Italia).
Para posibilitar la obra debió construir 27
puentes por el sendero que supera los cursos de
agua. A través de ellos llevó una hormigonera
primitiva que hizo accionar con un pequeño motor
de explosión. También empinó por esa picada un
diminuto tractor Fiat. Hasta entonces se habían
acarreado 30 toneladas de cemento portland, ripio,
maderas y chapas metálicas en lomo de caballos.
Otros 3.500 kilogramos de carga conocieron las
gélidas alturas después de mecerse, durante 15
empinados kilómetros, a las espaldas de Manolo y
sus 7 ayudantes. Este esfuerzo permitió construir
un verdadero bastión de 2 plantas. Hermético y
revestido de chapas metálicas, puede dar albergue
a 90 excursionistas que pueden gozar, desde el
amplio comedor, una magnífica vista de las cumbres
próximas (3.540 metros) atrapadas desde un
ventanal panorámico de 3 metros de ancho. Los
dormitorios de la planta alta tienen también
excelentes vistas hacia los glaciares, y a ellos
se podrá acceder después de una ducha de las
pródigas instalaciones sanitarias. "Lo terminamos
en 250 días de buen tiempo, repartidos entre
varios otoños y veranos" admitió Manolo. Los
que el 25 de febrero pasado asistieron a la
inauguración debieron caminar los 15 kilómetros de
picada desde Pampa Linda, una planicie donde
pastan melancólicos vacunos y donde los viajeros
surten sus alforjas de queso y leche fresca. Se
dejan las turbias aguas del río Manso y tras
cruzar el puente que supera el cauce del arroyo
Castaño Overa, el bosque de lengas y coihues
oferta sombra para las primeras fatigas. La
humedad se complica allí para esconder tardíos
frutillares y avivar el perfume de los canelos.
Claro que esos placeres para el caminante culminan
cuando el sendero se trasforma en un permanente
zig-zag; el bosque pierde su imponencia y cuando
se alcanza el filo termina por achaparrarse. Allí
los últimos vestigios vegetales son el ñire, una
suerte de ramada que puede crepitar generosa en
los fogones de descanso. Luego el filo prosigue en
una sucesión de piedras volcánicas.
RENUNCIOS. Claro que a las fatigas que supone
andar el sendero no accedió el teniente coronel
Horacio Seno Díaz (42), hasta entonces Secretario
de Difusión y Turismo de Río Negro (renunció dos
semanas después de la ascensión). Llegó a la
ceremonia montado en un tobiano frisón de andar
cansino con el que logró superar tanta distancia,
seguido de cerca por una agraciada correntina
elegida entre un séquito de secretarias. Su
presencia alborozó a las autoridades del CAB, algo
—después de todo— inédito en este tipo de
ceremonias. Es que en esta ocasión hasta el
general Roberto Vicente Requeijo estaba invitado:
se excusó para poder acompañar al presidente
Levingston en su vacancia en la zona (ver número
201). A la hora de los discursos, Seno Díaz
—encaramado sobre unas piedras— aprovechó para
legar la obra a las generaciones venideras, y dejó
entrever su paternidad en el programa de
construcción de refugios. En realidad el esfuerzo
y proyectos provienen desde la administración
Lanari, cuando Elio Mario Tirabasso, hombre de
Bariloche y director provincial de turismo,
pergeñó con gente del CAB un ambicioso plan de
albergues montañeses. De alguna manera son
muchos los que tuvieron que ver con la obra, y la
fraternidad que surgió a esas altitudes los
confundió en un estremecimiento: el nombre dado al
refugio es un justo y desusado homenaje en vida a
un pionero e infatigable montañista. Estaba allí,
enjuto y silencioso.
PIONERO BAVARO. A
fines de la década del 20, un joven ansioso y
desgarbado pidió informes en una agencia de viajes
para retornar a Alemania, su país. Había trabajado
en el gremio de la construcción y Buenos Aires
llegó a aburrirlo. Quedó deslumbrado por un afiche
de los lagos sureños. El embrujo bastó para que
Otto Meiling (69) se encaminara hacia Bariloche,
un lugar que eligió para quedarse. Allí erigió la
primera agencia de turismo y escribió la primera
guía que informó a los viajeros. Propició las
primeras experiencias de esquí, y en los campos de
Hövecamps del cerro Otto abrió la primera cancha
de esquí, inauguró una escuela de ese deporte y
fue el primer profesor de la zona. En 1931, con
los señores Knapp, Frey y Neumayer, fundó el CAB y
es el único sobreviviente de los fundadores. Creó
la Comisión de Auxilio y actualmente instruye a
las huestes infantiles de su club. Guía
profesional y enamorado del Tronador, resignó a
Germán Claussen el privilegio de la primera
ascensión cuando Clausen, en ascensión solitaria,
debió pasearse con un impermeable durante toda una
noche sobre la cumbre, para no congelarse. No
pasó mucho tiempo, para que Meiling repitiera la
hazaña. Luego fue un hábito, casi un vicio. No
hubo año en que esos glaciares eternos no dejaran
de sentir sus pasos. Allí resonaron también los
del guía suizo Alex Hemmi, otro enamorado del
lugar que terminó —minado por el alcohol— por
emigrar a su tierra natal. Dos escaladores
italianos (1934) y otros dos eslovenos (1966)
sucumbieron en los hielos eternos. Wenceslao
Clere, un catalán gigantesco y valiente cayó al
abismo. Muchos otros se salvaron prodigiosamente.
Antes que todas las evocaciones de 35 años de
ascensiones en el lugar comenzaran a apretujarse,
los chicos asistentes dieron un hurra por Meiling.
El viejo guía apenas pudo balbucear un ronco
agradecimiento. Revista Panorama 23.03.1971
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