Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Pergamino, provincia de Buenos Aires
La vuelta de Rosas y otras sublevaciones
Una ciudad que se enorgullece de ser cuna del maíz se ha convertido en un sorprendente foco político. su principal animador, el intendente, admira métodos y estilos del Restaurador

Los salivazos sobre bustos de Sarmiento son un lugar común de la política argentina. Que se perpetren en Pergamino —una comarca habitualmente ajena a esas explosiones— constituye una novedad. Pero no la única. Porque esa semiciudad, emporio maicero del norte de la provincia de Buenos Aires, ha venido trasformándose paulatinamente en un foco político inquietante desde que la gobierna un fervoroso rosista y flamígero cruzado antiliberal. Ya el país se sorprendió, el año pasado, con los sucesos de Cipolletti, ciudad que por obra de su intendente trepó a las primeras páginas de los diarios. Pergamino aún no ha conquistado ese galardón; sus avatares tal vez no sobrepasen los límites de la cosa pueblerina. Pero una sucesión de hechos ocurridos en los últimos tiempos, semejantes a los de un relato de pago chico, acaso preanuncien la inminente metamorfosis de esa comunidad cuasi pastoril: no sería la primera vez que las zonas más insospechadas del interior se cuelen sin previo aviso en el panorama político nacional.
Todo empezó con habladurías, naturalmente. Cuando fue designado, en mayo de 1967, el intendente Alberto F. de Nápoli (48, seis hijos), generó en su torno un rosario de comentarios: hacía dos décadas que no vivía en Pergamino y se presumía que era un fanático nacionalista. Pero en noviembre último esas sospechas se convirtieron en detonante realidad. El 8 de ese mes el impulsivo De Nápoli organizó un festival denominado "Pergamino honra a la Tradición", que no tuvo ningún empacho en hacer presidir por la gigantesca figura de un mazorquero de utilería. Además, un lote juvenil, presuntamente venido de Junín, se hizo presente en la algarada portando un busto de Rosas ofrendado por el intendente; los muchachos —entre los cuales algunos observaron la presencia de dos hijos de De Nápoli— ensuciaron el marmóreo rostro de Sarmiento erigido en la plaza 25 de Mayo y prorrumpieron en aplausos cuando el doctor Manuel de Anchorena, jefe de la Comisión Pro Repatriación de los Restos de Rosas, exclamó desde la tribuna del festival que no había ido a "hablar de gauchos" sino a hacer la apología del Restaurador de las Leyes.
El episodio motivó el retiro de buena parte de la audiencia y dio lugar a sulfúricos comentarios de la prensa local. Una revista, sobre todo, Pergamino entre 15 días, ofuscó de tal modo a De Nápoli que en una tensa reunión del Consejo de Promoción de la Comunidad presentó su renuncia. Claro que se trataba de una maniobra: el Consejo está integrado por adictos a De Nápoli y por instituciones que reiteradamente han recibido el auxilio de las arcas municipales. No extrañó, por eso, que junto con el rechazo de la renuncia del intendente, la reunión aprobara una clamorosa adhesión a la política vecinalista de la Comuna.
Es que, en efecto, De Nápoli se granjeó fama de tenaz diligenciador de los problemas de la ciudad, y de auxiliar permanentemente a las entidades barriales. Con los dirigentes "fomentistas" de los barrios creó en su torno una fuerte entourage que lo respalda y secunda. Orador habilidoso, institucionalizó el participacionismo en Pergamino tal vez como ninguno de sus pares de otras comarcas, promoviendo a las juntas vecinales y a los "dirigentes naturales" —como él los llama— surgidos de éstas. Otra arista de su fama está constituida por la administración de la Comuna. Pese a haber racionalizado e! personal y ajustado todos los cuadros, aumentó substancialmente la recaudación y devolvió sumas considerables en concepto de préstamos y subsidios. Método: su trabajo personal sin descanso ni horario.

LOS DIAS CALIENTES
Con todo, el carácter temperamental del alcalde hizo que se mezclara en problemas que lo enfrentaron con varios sectores de la ciudad. Hizo intervenir la Cooperativa Eléctrica sólo porque los dirigentes de la misma se negaron —afirmose— a integrar el Consejo de la Comunidad; a diez meses de producida la intervención, no pudo probar ninguno de los cargos que sirvieron de pretexto al decretazo. Pese a ser un católico militante, uno solo de los curas párrocos locales cultiva su amistad; el resto milita en los sectores posconciliares, aceptando los vientos renovadores que sacuden a la Iglesia.
Pero el alcalde no se pierde en la verborragia. En los cenáculos pergaminenses se afirma que para dar mejor cumplimiento a sus ideas se ha vinculado a sectas de ultraderecha y que, inclusive, recurrió a grupos de choque de ese origen para obstruir un acto estudiantil realizado el 18 de septiembre pasado. El propio intendente, el 30 de mayo último, apareció en la plaza principal imprecando a una manifestación favorable al paro general realizado ese día. Tal política, claro, lo llevó a enfrentarse con la Coordinadora Intersindical de la ciudad —que milita en la oposición— coaccionando —sostiénese— a algunos gremios, como Luz y Fuerza y vendedores de diarios. A los afiliados de este último gremio los amenazó con rodearlos de "paradas" paralelas a las ya existentes, hasta que consiguió escindir a la organización y volcar a su favor a una parte de la misma.
De todas formas, las tensiones se pusieron al rojo vivo recién cuando la Intendencia decidió rematar un extenso predio (2.739 metros cuadrados) ubicado en pleno centro y conocido como ex Mercado Modelo. Allí, en un vetusto edificio, se alojaba una veintena de comerciantes, quienes junto a otros vecinos tradicionalistas se opusieron al remate formando un movimiento de resistencia gráficamente denominado 90, es decir "no-venta". Las autoridades contraatacaron manifestando que el remate del predio era necesario para terminar con la rémora y cubrir la falta de fondos de la Comuna para construir nuevos edificios en ese terreno; además, argumentaron que debía confiarse en la empresa privada, ya que ésta iba a invertir una suma cercana a los mil millones de pesos viejos; esta suma crearía fuentes de trabajo y trasformaría el centro comercial de la ciudad. Pero De Nápoli enarboló también otras razones más seductoras: con los fondos provenientes del remate prometió construir un complejo turístico-deportivo, una nueva estación terminal de ómnibus y un moderno corralón municipal.
Los conmilitones del 90, entre ellos Pura Alonso de Illia —viuda del ex intendente radical Ernesto Illia, hermano de Arturo—, replicaron que no debía enajenarse bajo martillo el más valioso bien municipal; que no existían estudios técnicos que avalaran las obras públicas proyectadas; que era factible encarar otros métodos aparte del remate y que éste debía suspenderse por 120 días hasta que los urbanistas esbozaran un plan regulador que ordenara científicamente el crecimiento de la ciudad. En veinte días, los no-ventistas lograron la adhesión de 2.939 vecinos, quienes en siete solicitadas aparecidas en la prensa local arremetieron contra el intendente. En un vasto operativo, las paredes de la ciudad fueron cubiertas con una sola inscripción, 90, mientras que grupos de ingenieros, abogados, ruralistas, agrónomos y comerciantes se pronunciaban en favor del plan regulador y en contra de la venta. El aguijoneado De Nápoli se vio forzado a aclarar posiciones, parapetándose en una encuesta anterior, organizada por la Comuna, que había arrojado 1.445 votos en favor del remate, contra menos de 50 en contra; al mismo tiempo obtuvo el apoyo del gobernador.

ENTRE SIRIOS Y TROYANOS
Mientras tanto, arreciaba la campaña de ambos bandos. Jóvenes "denapolistas" protagonizaron un intenso pugilato contra sus adversarios frente a un local céntrico habilitado por la oposición; poco después, estalló un petardo en el domicilio de un dirigente sindical y ese mismo día, a la madrugada, enfervorizados noventistas desencadenaron un escándalo en la casa del intendente.
A esta altura, todo podía suceder. Voceros tremendistas pronosticaban el estallido de cruentos combates callejeros y auguraban hasta el secuestro de los martilleros y la "toma" de la Municipalidad. Nada de eso ocurrió. Tres días antes de la subasta, los opositores lograron encarar directamente al gobernador Llorente, quien terminó de desilusionarlos al ratificar su confianza en De Nápoli. El triunfo de la Municipalidad ya era seguro: la viuda de Illía lo reconoció tácitamente al dejar el local que ocupaba en el disputado predio, pretextando que "la especulación no podrá valerse de mi lucha para comprar por menos lo que vale mucho más".
En realidad, los precios obtenidos en el remate también implicaron un triunfo para el intendente. Custodiada por pelotones policiales provistos de gases lacrimógenos, perros y armas largas, la subasta se desarrolló en un clima de tensa expectativa. El tránsito había sido cortado en todo el perímetro adyacente, una medida innecesaria si se tiene en cuenta que, finalmente, ningún disturbio empañó la venta. Los asustados martilleros —cuyos domicilios habían sido celosamente protegidos por fuerzas policiales durante las jornadas anteriores— restablecieron su equilibrio nervioso cuando consiguieron rematar el fundo en la suma de 102.612.450 pesos viejos. De Nápoli había previsto 100 millones. Pero lo sorprendente fue que ningún inversor foráneo a la ciudad se apersonó en el momento de bajar el martillo. Ocho de los diez lotes en que se dividió el terreno fueron adquiridos por la comunidad sirio-libanesa de Pergamino, propietaria de la industria de confección, el más importante complejo fabril del lugar.
De ahí que horas más tarde, en los corrillos se murmurara que "los árabes habían salvado el prestigio del mazorquero De Nápoli". Muchos recordaron que en 1906, durante un remate similar, 17 vecinos adquirieron el mismo predio en la suma de 102.000 pesos. Más de sesenta años después, los nuevos compra dores oblaron la misma suma, 102, sólo que en millones, y en medio de una tormenta política que no tiene parangón en la historia de Pergamino.
Revista Siete Días Ilustrados
9/2/1970
 

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