Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

18 de marzo de 1965
primera caminata de un astronauta en el cosmos
Alexei Leonov vuelve sobre sus pasos

En estos días se cumplen siete años de la trascendental proeza espacial soviética: nadie mejor que su protagonista para memorar aquellos veinte minutos de paseo en plena ingravidez.

La hazaña está a punto de cumplir siete años: el 18 de marzo de 1965, por primera vez en la historia de la astronáutica, un hombre salió de una nave espacial y permaneció a lo largo de veinte minutos moviéndose en la nada, en el vacío del cosmos. Apenas habían transcurrido cuatro años desde el histórico día en que el pionero Yuri Gagarin surcara el espacio a bordo de una cosmonave soviética. De ahí en más, las experiencias se sucedieron a un ritmo vertiginoso hasta la concreción de la insólita "caminata": entonces, desde el interior del Voshkod-2, el comandante ruso Pavel Belyayev pudo contemplar a su compatriota Alexei Leonov mientras realizaba su extraordinario paseo cósmico. SIETE DIAS transcribe a continuación los pasajes más importantes de la narración que el mismo Leonov hiciera oportunamente para El Correo de la UNESCO. El relato del propio astronauta soviético, desprovisto de difíciles tecnicismos, constituye quizás el mejor homenaje a tan portentosa hazaña.
"Únicamente los inolvidables momentos de la partida, y el recuerdo de los largos meses de entrenamiento, me empujaron a creer en la realidad del cuadro que se abrió ante mi vista al ver cómo el Voshkod-2 planeaba por el espacio cósmico libre. La nave bogaba solemne, majestuosamente. Sus antenas, como bigotes de algún monstruo aéreo, palpaban el vacío del cosmos. Los tragaluces parecían enormes ojos que siguieran cada uno de mis movimientos. También me miraban los objetivos de las cámaras fotográficas y de televisión. Ante mí, todo se veía negro: un cielo oscuro y estrellas luminosas pero que no titilaban, sino que parecían estar inmovilizadas. Tampoco el sol tenía el aspecto que tiene visto desde la Tierra; alrededor suyo no había ninguna aureola, ninguna corona; parecía un enorme disco incandescente clavado en el terciopelo negro del cielo, y el cosmos mismo parecía a su vez un pozo sin fondo. El espacio ofrecía un aspecto que no será nunca visto desde la Tierra. Debajo de mí se movía, a su vez, nuestro planeta, de color azul celeste. Visto desde el cosmos no parecía redondo sino completamente chato, como un gigantesco mapa en relieve. Únicamente la curva del horizonte atestiguaba la redondez de la Tierra".
Claro que los vuelos poéticos no siempre van de la mano de los espaciales: llama la atención la insistencia con que Leonov lamenta no haber podido permanecer más tiempo contemplando semejante maravilla: "Dos minutos después de haber sido puesta en órbita la nave espacial empezamos a preparar mi salida al espacio. La responsabilidad de nuestra tarea y del vuelo no nos permitía perder tiempo en admirar las bellezas del paisaje: para ello habría que esperar hasta que nuestra misión quedara cumplida. Recuerdo que en la base terrestre, mientras nos preparábamos para este vuelo, probamos repetidas veces los controles de la escotilla hermética y los sistemas que regulan el estado corporal del hombre al salir al espacio. También ensayamos la salida y el retorno a la nave en condiciones que simulaban las que tendríamos que afrontar en la realidad. Así y todo, cuando nuestra nave describió su primera órbita, volvimos a ensayar la operación de cabo a rabo. Al encontrarse nuestra embarcación encima de la península de Kamchatka, el comandante Belyayev comenzó los preparativos para mi salida de la misma, ayudándome en primer lugar a cargarme a la espalda el saco que contenía mi reserva de oxígeno. Yo verifiqué por mi parte las conexiones entre ese saco y el traje espacial".
"Entonces Belyayev abrió la escotilla —prosigue Leonov—. Los dos ajustamos a mi escafandra la cuerda que debía mantenerse unida a la cosmonave y dentro de la cual se hallaba el cable telefónico que me permitiría comunicarme tanto con el comandante como con Tierra. Desprendí la correa que me sujetaba a mi asiento y entré flotando en la esclusa de aire. Hice un gesto con la mano al comandante, que cerró herméticamente la escotilla. Belyayev empezó a hacer salir aire de ésta para igualar su presión con la existente fuera de nuestra embarcación, cosa que sentí por la forma en que se iba inflando mi escafandra. De repente se abrió la puerta exterior de la esclusa. Un haz enceguecedor de luz solar invadió la pequeña cámara: era tan fuerte y tan brillante que parecía que afuera estuviera alguien soldando con un soplete de acetileno. Avancé hacia la salida y asomé un poco la cabeza. Estábamos encima del Mediterráneo. Quería salir de allí en seguida y mirar la Tierra desde el espacio, así como también a nuestra nave aérea, pero el comandante no me lo permitió. Había que' sujetarse al programa y hacerlo en el momento fijado de antemano, de modo que no tuve más remedio que someterme."
A medida que se aproximaba el momento de la salida al espacio, el relato de Leonov se vuelve cada vez más minucioso: uno de los poquísimos seres humanos que pueden acreditar semejante experiencia, el astronauta parece querer atesorar en su memoria hasta los más mínimos detalles: "Cuando estábamos justo encima de la ciudad de Simferopol, Belyayev me dio la orden de salir. Tanta era mi impaciencia que tomé demasiado impulso y salí de la nave como un corcho que arrancaran de una botella. Justo debajo mío se encontraba Kertch. Vi el mar Negro, la cuenca azul de la bahía cerca de Novosibirsk, las montañas del Cáucaso recubiertas de nubes. La visibilidad era magnífica. He volado mucho en aviones, más de 550 horas, pero debo decir que desde el espacio cósmico todo se ve mejor y más en relieve que desde un avión. Por ejemplo, vi claramente que en los alrededores de Sotchi, el famoso balneario ruso, hacía un día de sol radiante. De pronto me encontré en plena rotación y sin poder hacer nada por impedirlo. Sabía que iba a ser así por las prácticas que Belyayev y yo hiciéramos en el avión-laboratorio para perfeccionar la técnica de salida y reingreso a la nave en condiciones de ausencia de gravedad. Por eso no hice el más mínimo esfuerzo, limitándome a esperar que se debilitara la rotación por la torsión de la cuerda".
En efecto, la velocidad de giro fue decreciendo poco a poco. Todavía seguía girando alrededor de un eje imaginario, y podía haber detenido el movimiento agarrándome al cable, pero prefería seguir dando vueltas porque ello me permitía ver mucho mejor. Debajo mío flotaban las majestuosas cadenas verdes de montañas del Sur de nuestro país. Reconocí el Volga; luego vi los montes Urales y los dos poderosos ríos de Siberia, el Obi y el Yenisei... Mientras nos hallábamos todavía encima del Yenisei, el comandante me dio orden de volver a entrar en la nave. Me encontraba magníficamente, en el mejor de los ánimos, y no quería dejar el cosmos tan pronto. Por todo ello cobré impulso otra vez desde el borde de la escotilla, interesado como estaba en determinar qué es lo que lo hace girar a uno inmediatamente después de ese empujón inicial".
"Resultó que esa velocidad se debe a un desplazamiento insignificante en la dirección del empujón con relación al eje de la nave. Luego cumplí con la orden del comandante Belyayev y comencé a avanzar hacia ésta. En el camino, saqué la cámara fotográfica del soporte sobre el que descansaba, en la escotilla. Quería entrar sin más demora, pero la cosa no fue tan fácil como pensaba. El traje espacial inflado limitaba mi libertad de movimientos. Tuve que hacer serios esfuerzos físicos para entrar en la escotilla, pero no pasó mucho tiempo sin que me viera en la cabina de la nave, junto a mi amigo Pavei Belyayev. Había terminado la primera experiencia de la salida de un hombre al espacio cósmico desde una nave lanzada en la Tierra. En total, estuve veinte minutos fuera de la cabina. Al volver a entrar en ella, el Voshkod-2 estaba lejos del Mediterráneo; ahora nos estábamos aproximando al océano Pacífico."
Dos meses después de la hazaña, Leonov, junto a los científicos de su país, se encontraba ya en condiciones de extraer conclusiones de su viaje, fundamentales para el posterior desarrollo de la astronáutica: "Nuestro vuelo confirmó todas las hipótesis de los científicos: el hombre puede salir de la nave en que viaja al vacío del espacio, y no solamente salir sino trabajar en él eficazmente. Cierto es que para eso tiene que aprender a coordinar sus movimientos y prepararse para funcionar en condiciones nada habituales para quien ha vivido bajo las leyes de la atracción terrestre. Pero éste no es un problema complejo ni mucho menos. En mi opinión los científicos y los ingenieros pueden ponerse desde ahora a pensar seriamente en la unión de una o más naves, y en el montaje en órbita de aparatos cósmicos pesados para los vuelos hacia otros planetas, así como en la instalación de estaciones orbitales permanentes."
"¿Había sentido miedo? Me han preguntado repetidamente si a1 salir de la nave espacial sentí miedo, si había temido por mi vida. Y cada vez he tenido que responder sinceramente que no. Mientras describía una órbita alrededor de la Tierra, la escafandra era mi único medio de protección contra los rayos del sol, contra la radiación cósmica, los bruscos cambios de temperatura y otros fenómenos no menos peligrosos para el hombre. Pero yo tenía fe en la escafandra, así como La tenía en todos los aparatos instalados en nuestra nave. Una confianza que nació durante los largos meses de preparación que precedieron al vuelo. La escuela soviética de formación de cosmonautas se caracteriza por la participación directa de éstos en el perfeccionamiento, ajuste y ensayo de todos los nuevos equipos y sistemas oreados para que puedan llevar a cabo su misión. Para nosotros esos equipos y sistemas no tienen secretos; sabemos exactamente cómo van a funcionar en el espacio en cada situación que pueda presentarse... Me acompañaba también la reconfortante certeza de que, si algo no marchaba bien al salir al espacio, mi comandante, que al mismo tiempo es uno de mis mejores amigos, podría ayudarme y, en caso de necesidad, llegar a deshermetizar el navío, abandonarlo y, con ayuda de una cuerda extra, salir él también al espacio. ¿Era lógico en esas condiciones sentir miedo?"
"Con toda sinceridad, de haber abrigado la menor duda con respecto al resultado del vuelo, habría renunciado a mi misión antes de emprenderla. En el cosmódromo, al llegar de nuestro punto de aterrizaje, los periodistas me preguntaron: ¿Qué le gustó más, salir de la nave espacial o volver a ella? Les respondí que lo que mayor placer me había dado fue la salida al espacio, y no lo dije por jactarme."
Al comprensible entusiasmo de Leonov debe agregarse una satisfacción extra: "Al pesarnos después del vuelo cada uno de nosotros había perdido medio kilo, pero ni uno ni otro lo atribuimos al viaje espacial. Lo más probable es que se debiera al hecho de que antes del vuelo nos pesaron por la mañana, y al volver a hacerlo era de noche. En otras palabras, tuvimos un vuelo normal en todos los sentidos."
Revista Siete Días Ilustrados
13.03.1972

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba