Dio ciertas
respuestas, se reservó otras y —esencialmente—
rompió un silencio tenazmente mantenido a lo largo
de su asilo (desde el 30 de abril de 1969). Lo
hizo así:
"No sé si me darán el
salvoconducto (para México); eso está en la cabeza
del general Ovando. Y cuando me lo den, tampoco sé
cuánto duraré vivo en México. La CIA tiene muchas
maneras de hacer que la gente desaparezca, y yo,
no les convengo vivo a los norteamericanos." De
esto, Arguedas algo debe saber. En 1968 se
convirtió —durante días— en noticia mundial al
asilarse en Chile y revelar que quien le había
enviado a Fidel Castro una fotocopia del Diario
del Che era él. De Chile viajó a Europa y a los
Estados Unidos bajo custodia de los hombres de la
CIA. Volvió a Bolivia. Donde reconoció pertenecer
a los elencos de la CIA. Sobre el tema, dio
detalles.
Arguedas practicó una
deslumbrante carrera política —de suboficial
mecánico en motores de la Fuerza Aérea a ministro
en 2 años—, pero ese fulgor no oculta sus
flagrantes contradicciones. Como hombre de
confianza de Barrientos, fue implacable
perseguidor de guerrilleros rurales y urbanos y
jerarca de los torturadores que —entre junio y
octubre de 1967— desbarataron la red urbana del
Ejército Nacional de Liberación dirigido por el
Che. Simultáneamente —y desde su ingreso al
gobierno boliviano— mantenía viejas relaciones con
el partido Comunista local. Al mismo tiempo,
estableció contacto con quienes ese partido había
abandonado y enviaba el Diario del Che a Cuba.
Seguía, en el ínterin, siendo agente de la CIA.
Panorama: —¿Por qué se
decidió a hablar, usted que nunca aceptó
entrevistas desde que se asiló?
Arguedas: —A lo mejor,
porque estoy haciendo mi testamento.
El hombre —fornido, de
rostro irónico y ojos entrecerrados— sonríe. Hay
penumbras en la sala de la embajada. Llegan,
apagados, ecos de música folklórica.
El doble juego
Otra de las leyendas
que se formó posteriormente fue la de que yo era
muy amigo de Barrientos. La verdad no era así. En
la Fuerza Aérea yo era un comunista conocido;
usted puede preguntarle a cualquiera de los
comandantes. Ellos sabían que yo era izquierdista
(sic).
Indagación: en 1954,
Jorge Kolle Cueto —dirigente del partido Comunista
boliviano— presenta para su afiliación al partido
a un joven y desconocido suboficial mecánico de la
Fuerza Aérea: Antonio Arguedas. Recibe Inscripción
en la célula Norte del P.C., participa de
pintadas, hace pegatinas. Su actividad política
creció con sus ascensos: subteniente destinado a
radio-operador con destino en Trasportes Aéreos
Militares (donde conoció a Barrientos, con quien
empezó a volar), abogado en 1963 y capitán en ese
entonces. Se dice ahora, en medios del P.C., que
en los últimos tiempos del gobierno MNR del Mono
Paz Estenssoro (1964) insistía en la acción armada
para la toma del poder. Mario Monje y Jorge Kolle
empezaron a llamarlo "El Loco". "El Loco",
mientras tanto, trasportaba secretamente en sus
vuelos el diario del partido, Unidad, para
distribuirlo en las aldeas del Sudeste y dirigía
una célula comunista dentro de la Fuerza.
Con Barrientos de
vice-presidente (gobierno Paz), el sorpresivo
Arguedas llega a diputado por el MNR. Con el golpe
de Barrientos, a ministro.
P.: —Se ha dicho que
lo aparentemente inexplicable de su regreso a
Bolivia y del sobreseimiento de su proceso se
debió a que su amistad con Barrientos involucraba
el conocimiento de muchos secretos de éste en
materia de negociados.
(Explicación: después
de asilarse en Chile y viajar por Europa y los
Estados Unidos, Arguedas regresa a La Paz, es
procesado y sobreseído, vive reposadamente en
casa. Indiferencia: a pesar de haber sido
traicionado por Arguedas, el propio Barrientos lo
protege. Versión: Barrientos protege a Argedas a
la fuerza: el último tendría detalles de cómo el
primero acumuló una fortuna de 200 millones de
dólares desde 1964. Nueva versión: en abril de
1969, Barrientos muere en helicóptero y 24 horas
después, Arguedas se desliza en la embajada
mexicana con su libreta de tapas negras, una bolsa
de viaje llena de tapes grabados y una lista de
direcciones extranjeras en clave, la de amigos
que, en el exterior, guardan su seguro de vida: la
documentación probatoria de la actividad de la CIA
en Bolivia y los países limítrofes, la nómina
—eventualmente copiosa— de funcionarios,
gobernantes y militares que integran los cuadros
al servicio del espionaje norteamericano).
A.: —Yo vine a Bolivia
e hice la denuncia (de las actividades de la CIA).
Todos se sintieron profundamente desconcertados;
no esperaban eso. Entonces me tuvieron encerrado
en un calabozo unos 60 días. Barrientos nunca me
vio. No querían el proceso público, a través del
Congreso. Desde la celda, le hice una nota a mi
esposa (yo sabía que me leían la correspondencia)
diciéndole que lo lamentable era que iba a llegar
un momento en que nadie iba a parar las
cuestiones; que yo iba a denunciar los negociados
y que tenía gran cantidad de grabaciones y
documentos en el exterior, donde iban a quedar
arruinados estos señores del gobierno. Y que el
plazo era de 60 días. Barrientos se asustó y a los
59 días me hizo largar.
P.: Se ha dicho que su
vinculación con la CIA obedeció en parte a una
decisión del partido Comunista de instrumentarlo
para interiorizarse del funcionamiento de la CIA
en Bolivia.
A.: —No. Vea: en
realidad, yo ayudé (al P.C.); tuve buenos
contactos con el partido (comunista) toda mi vida.
Pero llegó un momento en que por razones de tipo
personal, un poco por espíritu de aventura, decidí
ayudarlo a Barrientos. Yo sabía que Barrientos
tenía algunas ambiciones. Un día, jugando al
ajedrez, me pidió mi opinión sobre algunos
problemas políticos y yo se la expresé. Después de
un tiempo, Barrientos me pidió que lo ayudara.
Entonces me dije: bien, lo ayudo a Barrientos en
la conspiración. Finalmente ganamos.
Las fallas del juego
Curiosa situación,
entonces, la de Arguedas: ex militante del partido
Comunista y ministro del Interior de Barrientos, a
cargo de la sangrienta represión a una izquierda
que no excluía sus contactos con ella. Versión: en
época represiva, el ministro Arguedas detiene su
automóvil en una calle para avisarle a una amiga:
"Dile a tu hermana que se esconda, está en una
lista de la policía". En 1967, Arguedas colocó en
su ministerio a un miembro de la juventud
comunista boliviana —a pedido del partido— y el
hecho tuvo inesperadas consecuencias para él.
P.: —¿Quién lo
denunció como remitente del Diario del Che a
Castro?
A.: Por una rara
casualidad fue el hombre que estaba anotado en
primer lugar en la libreta del comandante Guevara:
el señor Ricardo Neiva Torrico. Yo lo creía un
izquierdista, habíamos charlado... Neiva fue
militante de la juventud comunista. Vino y lo
nombré jefe de Servicios Técnicos del Ministerio;
era un amigo y siempre me habló bien de la
revolución.
P.; —¿Y él dedujo que
usted había entregado el Diario?
A.: —No dedujo: yo le
conté. Un día charlamos y me dijo: "¿Qué te parece
lo que hizo Fidel al publicar el Diario?". "Muy
bien", le dije. Y me dice: "El único que ha podido
enviarlo eres tú". "Sí —le dije—. Yo lo mandé".
"Te felicito, hermano —me dice—. Eres un
revolucionario". Y nos despedimos como grandes
amigos. Pero vino a los dos días y me dijo:
"Tienes que darme 25.000 dólares, porque si no, yo
aviso que tú has enviado el Diario. Entonces me
sentí tan molesto. "Haz lo que quieras —le dije—.
No me interesa este
cargo infame. Anda y
cuéntaselo a Barrientos". Lo eché de mi oficina,
pero a los diez minutos reaccioné y vi que había
cometido un error. Llamé al teléfono de la CIA
preguntando si él estaba y me contestaron que sí y
que había charlado con Murray (Hugh, ejecutivo de
CIA en La Paz, encargado de controlar
personalmente al ministro del Interior). Ya había
hecho la delación. Después llamé al jefe de la CIA
y Neiva había estado con el jefe de la CIA, Llamé
al despacho de Barrientos, y me dijeron que estaba
conferenciando con el presidente en ese momento.
Me fui a casa, le dije a mi esposa que tenía un
problema político, que me iba del país y que
cuidara a los niños, porque posiblemente yo no
volvía nunca más.
Argedas también contó
a Panorama cómo fue reclutado para la CIA: en un
primer momento, fue subsecretario de Gobierno,
pero a los 40 días —por presión de servicios de
inteligencia— Barrientos lo invitaba a renunciar.
Entonces:
A.: —Un día me
encontré con el coronel Fox (Edward, coronel, alto
jefe de la CIA). Le dije que la presión de ellos
me había sacado del Ministerio. Fox me dijo: "Yo
lo puedo relacionar con un señor que le arregle el
problema, porque si no, usted está muerto
políticamente". Me puso en contacto con Nicolás
Leondiris (norteamericano de origen chileno) y con
el jefe de la CIA en Bolivia, Lawrence Sternfield.
Fue interrogado (en
Lima) y hubo consultas con Washington.
A.: —La respuesta de
Washington fue que, de acuerdo a los tests y a sus
análisis, se me invitara a que yo dirigiera un
partido de izquierda. Que era el mejor servicio
que yo podía prestar. Me plantearon volver a
Bolivia y que tendría un presupuesto mensual de
10.000 dólares, inicialmente, para fundar un
partido de izquierda, "peleándome" con ellos. Dije
que no quería hacer ese papel, que lo único que
aceptaba era volver al Ministerio de Gobierno y al
Servicio de Inteligencia, a trabajar con éste.
Cedieron.
Este es el hombre, La
otra cara: "Durante cinco meses Arguedas estuvo
arriesgando su vida", dijo en un discurso Fidel
Castro. ¿Quién es Arguedas, realmente? ¿Qué fue?
¿Agente doble de la guerrilla? ¿Agente doble de la
CIA? ¿Hasta dónde puede creerse en su sinceridad,
en las versiones minuciosas, abrumadas de datos y
de nombres que proporciona?
P.: —¿Cómo sacó de
Bolivia el Diario del Che?
A.: —Me reservo la
respuesta, por ahora.
P.; —Si llega a viajar
a México y atenían allí contra su vida, ¿a quién
lo atribuiría: a la CIA o al gobierno boliviano?
A.: —A la CIA. Por
mucho que apareciera responsable el gobierno
boliviano, yo sé hasta qué punto llega el poder de
los gobiernos en América latina.
Revista Panorama
20.01.1970
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