Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

ASIA: LA HOGUERA
Cuba, Corea y Vietnam, tres pequeñas naciones en pie de guerra, hicieron resquebrajar la semana pasada las tambaleantes bases de la coexistencia soviético-norteamericana. Detrás de la amenazante hoguera bélica aguarda la obsesionante pesadilla del género humano: el hongo atómico

Tres pequeños países, dos de ellos divididos en una mitad prooccidental y otra mitad comunista, concitaron la semana pasada la angustiada atención mundial. Cuba, Corea y Vietnam jaquearon —de modo diferente y con muy distinta intensidad— las tambaleantes premisas sobre las que a duras penas se sostiene la coexistencia pacífica entre los EE. UU. y la URSS. El movimiento fue lo suficientemente intenso como para arrancar a China de sus problemas internos, lo que agregó leña a la hoguera. Como detrás de todo eso aguarda la pesadilla del hongo atómico, es comprensible que el mundo fijara sus ojos en los tres "puntos calientes".
En realidad, la crisis cubana ya se ha "enfriado" totalmente, y mucha de la trascendencia que la mayoría de los observadores occidentales le asignó reposa en el misterio, la mala interpretación de los pocos datos filtrados y la ansiedad que el barbado Fidel despierta en muchos gobiernos de las tres Américas. Es cierto que había datos económicos, como el estrictísimo racionamiento de petróleo instaurado en la isla, que hacían pensar en presiones soviéticas (fuentes de combustible) sobre el régimen cubano a fin de amenguar el papel político de Castro. Se comparaba la situación con la ruptura entre China y la URSS, sin recordar que quien rompió primero fue el régimen de Mao, y no el cada día más acomodaticio régimen de Moscú.
Se olvidaba que la independencia de Castro, que lo lleva a tomar posiciones críticas a veces muy punzantes frente a la URSS, ni pone en discusión el liderazgo del comunismo a nivel mundial —tal como lo plantea China— ni toma partido entre Moscú y Pekín. Sólo intenta afianzar su papel "distinto". Después de la larga reunión del partido comunista cubano, sólo queda en claro la derrota de la fracción "prosoviética" y el fortalecimiento interno de Fidel, amalgamado ideológicamente con su hermano Raúl y de ningún modo discordante con el presidente Dorticós. Que la URSS se sienta molesta y por momentos irritada con el heterodoxo Fidel, es plausible y ello puede traducirse en un retaceo del apoyo económico, aunque no del suministro de armas que sigue-siendo gratuito.
La solución de Fidel es simple: ampliar sus lazos comerciales con naciones de Occidente que discrepan con los EE.UU., como Francia, o que simplemente amparan la ventajosa "libertad de comercio", como Gran Bretaña y Canadá. Internamente, Castro ha apostado todas sus cartas sobre la juventud cubana, que piensa fortificar ideológicamente en una militancia constante. Dejó salir del país a un grupo de estadounidenses que retenía como represalia, pero junto con ese gesto conciliador insiste en el "guevarismo", es decir en la salida insurreccional para América latina. En cuanto al "socialismo cubano", significa replantearlo todo "a partir de Lenin". No se sabe hasta dónde y hasta cuándo llevará adelante Fidel "su" camino, pero "el fin de la aventura", que se ha pronosticado ya tantas veces, no parece cercano: los EE.UU. tienen demasiados dolores de cabeza en Asia, y la URSS, que no pudo impedir la disidencia rumana ni el cambio de jefes checoslovacos, no comprometerá su debilitado prestigio internacional "ahogando" totalmente a Castro.

EL POLVORIN COREANO
Estados Unidos puede neutralizar el castrismo fuera de Cuba adiestrando rangers y apoyando los gobiernos fuertes de América latina. La afrenta que significó la captura del navío espía "Pueblo" por los norcoreanos es de más difícil solución. El régimen comunista de Pyonyang (que en 1961 firmó un tratado de asistencia "total" y mutua con la URSS e inmediatamente otro tratado igual con China) mantiene su independencia de Moscú y de Pekín por medio de un delicado equilibrio que no oculta sus preferencias por una línea insurreccional concreta. Mientras Washington recurría al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que implicaba "enfriar" el problema en las largas tratativas de la diplomacia, Pyongyang echaba más leña al fuego afirmando que juzgará como criminales a los marinos estadounidenses del "Pueblo", y Seúl hacía bulliciosas demostraciones belicistas reclamando del poderoso líder de Occidente una acción militar vasta y drástica contra Norcorea, dispuesta a invadir el Sur como ya ocurriera en 1950. A Seúl las amplias medidas bélicas "preventivas" tomadas por Washington no le satisfacen, pues imagina, no sin razón, que todo ese despliegue irá a parar a Survietnam, donde la situación es dramática.
La voluntad de Washington de solucionar diplomáticamente el problema del "Pueblo" es evidente; abrir un "segundo frente" requeriría movilizar un millón de reservistas, según un cálculo del Pentágono. Pero igualmente evidente es la voluntad de la URSS de dejar a los EE.UU. que se entiendan como puedan con Pyongyang, mientras acumula fuerzas bélicas en el Extremo Oriente "por lo que pudiera ocurrir". . . China roja ha hecho explosivas declaraciones antiestadounidenses y ha prometido asistencia militar a Pyongyang, aunque el régimen surcoreano confía más en sus fuerzas y en la crítica situación bélica de Vietnam que en las potencias comunistas más rápidas para hablar que para actuar.
A LBJ la perspectiva de un "segundo frente" le parece electoralmente nefasta, pero no puede dejar de sentir las presiones que le llegan de todas partes, desde el Pentágono y muchos senadores hasta un importante sector de la ciudadanía. Las voces que reclaman moderación, apuntando al serio compromiso que los EE.UU. enfrentan en Vietnam, son pocas, y cada vez tienen menos resonancia. Ocurre que la indignación, el pundonor mal entendido y el pánico son consejeros negativos pero efectivos en la opinión pública. Los EE.UU. se sienten heridos en carne propia y el belicismo crece, avivado por las llamas del ataque Vietcong que estalló en todo Survietnam.

LA SORPRESA VIETCONG
Hace un mes, el general Westmoreland afirmaba que los vietcongs estaban agotados y que sólo los sostenía el apoyo norvietnamita. La línea Mc Namara, prolongada a Laos, un acercamiento con el príncipe neutralista que gobierna Camboya y el firme apoyo de los dirigentes de Thailandia ralearían la llegada de los refuerzos norvietnamitas, dejaría a los vietcongs librados a sí mismos y la victoria estadounidense sería segura. Las cosas no anduvieron como se pensaba: el régimen de Souvanna Phouma, en Laos, aunque prooccidental, no quiere saber nada del "muro de Mc Namara"; Camboya quiere mantenerse tan alejada e independiente de China como de los EE.UU. Finalmente, la semana pasada, una gigantesca ofensiva vietcong se desencadenó prácticamente en todo Survietnam: el mando militar estadounidense tuvo que reconocer que la minoría de las fuerzas era norvietnamita, mientras que la mayoría de los guerrilleros eran campesinos survietnamitas lanzados a invadir las ciudades.
Ocurrieron cosas increíbles, inimaginables: durante seis horas, la embajada estadounidense de Saigón, construida hace poco con un costo de 2.600.000 dólares y dotada de modernísimos elementos para volverla "inexpugnable", estuvo en manos de un puñado de guerrilleros suicidas. Varias ciudades y estaciones radiales fueron tomadas por los vietcongs, que en la ciudad imperial de Hue formaron gobierno y elevaron su pabellón, contando con la ayuda de la población civil. En Cholón, barrio saigonés, los vietcongs también levantaron su pabellón y opusieron una resistencia que diarios europeos compararon con un "pequeño Stalingrado". Saigón, reducto del gobierno survietnamés y del anticomunismo militante, se había vuelto zona de guerra caliente; entre tanto, en la hondonada de Khe-sanh, los "marines" estaban pasando malos momentos dentro del cerco norvietnamita. La insurrección se propalaba mientras Washington vivía horas de angustia, al comprender que le era necesario un esfuerzo bélico muy superior al imaginado para acabar la interminable guerra en Vietnam. . .
Al cierre de esta edición, la palabra más repetida en los comunicados del Pentágono era confusión: se había esperado una acometida vietcong generalizada, pero no de esa envergadura, ni tan bien sincronizada y tan eficaz. Había que replantear toda la estrategia de la guerra de Vietnam, prácticamente a partir de cero. La opción acariciada por el Pentágono era reemplazar la guerra de posición y de bases inexpugnables —que no habían sido tales. ..— por una guerra de unidades móviles, hel¡trasportadas, que pudieran recorrer rápidamente todo el país y concentrarse en las zonas arduas para desconcentrarse con velocidad y atacar los nuevos focos que pudieran surgir. Pero estrategas occidentales no estadounidenses consideran que esa guerra móvil es imposible para la estructura bélica creada por el Pentágono. Sobre todo porque implicaría dejar de lado la pacificación de las zonas conquistadas, que requiere radicación de tropas y elementos.

UNA EXPLICACION Y UN ENIGMA
Sólo se puede comprender la gigantesca ofensiva vietcong y sus éxitos inesperados si se analiza el informe de Edward Kennedy, el estudioso, modesto y serio hermano menor del presidente difunto, que acaba de visitar Vietnam. Explica Ted Kennedy: "El gobierno survietnamita está infestado de corrupción. La policía acepta coimas. Funcionarios llevan a cabo operaciones de mercado negro. Puestos gubernamentales son comprados por gentes que quieren salvar sus inversiones. Hay altos oficiales que usan camiones militares para trasportar arroz donado por los Estados Unidos y venderlo a los vietcongs. Se pidió al gobierno survietnamés una lista de personas calificadas para estudiar en universidades de los EE.UU.: la lista estaba formada predominantemente por parientes de altos funcionarios". En cuanto a la situación de los dos millones de refugiados que tuvieron que retirarse de las zonas de "free killing" (matanza libre), dice Kennedy: "Sólo un puñado de ellos reconoce que tuvieron que dejar sus hogares por culpa de los vietcongs; la mayoría culpa a los Estados Unidos. El gobierno que sostenemos no muestra indicios de obtener duradera confianza entre las gentes de su propio pueblo".
Todo se vuelve así muy claro: un gobierno de base demasiado estrecha, corrupción, desconfianza creciente y creciente fracaso de la pacificación, con un progresivo distanciamiento entre los extranjeros que quieren liberar el país y los nativos que no entienden y se limitan a sufrir... y odiar. Así se comprenden los éxitos vietcongs, por efímeros que puedan ser. No sólo la estrategia bélica, sino también y sobre todo la estrategia política de los Estados Unidos debiera ser revisada.
Pero eso no es posible: ni LBJ ni el Pentágono pueden dar marcha atrás. Ni tampoco lo aceptan. Para LBJ sería un fracaso que repercutiría en las próximas elecciones; para el Pentágono cualquier solución que no sea incrementar el esfuerzo bélico sosteniendo al binomio Thieu-Ky sería entregar el Asia al comunismo. Semejante óptica es compartida por muchos ciudadanos estadounidenses: los reveses sufridos son para ellos un Pearl Harbor. Además, hace ya demasiado tiempo que conservadores y liberales bien intencionados han educado a la opinión pública en la idea de que los EE. UU. tienen que ser campeones de la democracia por todo el mundo y a cualquier precio, aun el de la sangre vertida tan a raudales como los dólares que esa sangre cuesta. Los observadores europeos que creen en una vía pacífica como resultado de negociaciones subsiguientes a la demostración de fuerza hecha por el vietcong yerran por no comprender la psicología estadounidense.
Revista Siete Días Ilustrados
6/2/1968

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