Edit, que fué la
organizadora del batallón más hermoso de la última
guerra, sirvió con su inteligencia y su belleza a
los planes totalitarios de Adolfo Hitler, a quien
secundaba, como se sabe, en estas cosas del
servicio secreto el canciller Franz von Papen.
Este fué quien descubrió a la exquisita von Coler
entre un núcleo de maestras de danzas clásicas y
arte escénico. Von Papen, que ya había trabajado
para el kaiser y ahora organizaba las huestes
ocultas del führer, adiestró a su dama en los
trabajos de oculta invasión, sabotaje a larga
distancia, y sobre todo el buen empleo de la caída
de ojos y la elevación de piernas.
Con aquellos
conocimientos adquiridos y estos elementos
naturales la bella Edit se transformó en maestra
de espías. Entró a ocupar un puesto de profesora
de ''danzas" en la Universidad de Altona. Aquellas
niñas, pertenecientes todas al Bund Deutscher
Maedel, algo así como juventudes de niñas
hitleristas, formaban la selección más perfecta en
cuanto a hermosura se refiere. Las había morenas
irresistibles, rubias de corte hollywoodiano, con
piernas de Mistinguette, con ojos dominadores y
labios capaces de envenenar de amor al más tímido
de los oficiales enemigos. Altona contaba con este
núcleo seleccionado de "pocas, pero con mucho", y
sus clases, no muy numerosas, se dirigían a la
conformación de caracteres típicos para espías.
Así logró Edit von Coler formar el batallón de
castas Susanas destinadas a combatir con las armas
aún no superadas del amor fingido.
Sus alumnas llegaron a
realizar un día una operación fabulosa en Turquía.
Cuando aquella nación
parecía volcarse francamente hacia las
pretensiones norteamericanas, un núcleo de
aquellas bellezas, a las órdenes de Edit, llegó al
corazón de los turcos de las esferas oficiales, y
poco tardó Turquía en volcar sus intereses hacia
el nazismo. Juntamente con la presencia en Turquía
de las rubias excitantes, destrozando corazones
beduinos, se enfriaron las relaciones con Estados
Unidos, y este país suspendió en febrero de 1944
los envíos de acuerdo a su tratado de préstamo y
arriendo.
Sin embargo, pese a
ser maestra en la profesión de las rodillas
perfectas y visibles, la von Coler era un fracaso
en sus propios trabajos. Tenía un corazón
demasiado blando y se ponía de manteca cuando el
calor de los labios ajenos se mezclaba con los
suyos. Su pariente Heinrich Himmler era el
encargado de traerla a la realidad y salvarle la
vida. Claro que esto ocurría muy a menudo y el
propio von Papen se sintió defraudado por la
imperfección de su empleada y estuvo a punto de
retirarle la confianza, sobre todo en aquella
operación en la que Edit fué comisionada para
obtener un vuelco favorable a Alemania de parte de
las autoridades rumanas. Para ello no contó ella
con las ciento diez hermosas chicas salidas del
templo de Alcona. Prefirió en este caso trabajar
sola, y para ello "se enamoró" de Radú Djuvara,
ministro rumano en Alemania, que antes había
pertenecido a la embajada en Washington. Djuvara
se ocupó de que cuando Edit llegara a Bucarest se
le abrieran todas las puertas. Allí se dirigió
entonces, embarcada en un avión especial, entrando
en Rumania como enviada del poderoso diario
"Deutsche Allegemeine Zeitung", depositando su
belleza en una alcoba coqueta del Palace Hotel de
Bucarest, donde poco después fué visitada por el
multimillonario y buen mozo Vaida Tizca, que le
puso a sus órdenes un poderoso doce cilindros y su
amistad personal para acompañarle.
Ambos comenzaron a
transformar esa primera amistad en un último amor
para el joven multimillonario.
La verdadera intención
de Edit era atraer hacia sí nada menos que al rey
Carol. De la amistad de Tizca supo valerse para
llegar hasta él, y evitando las reacciones lógicas
de la señora Lupescu, verdadera soberana de
Rumania, alcanzó la posición deseada en favor de
su patria.
Carol había regresado
de Gran Bretaña decepcionado por la frialdad de
ese imperio en cuanto se refería al apoyo que de
los ingleses esperaba el pueblo rumano. Esa
situación fué bien aprovechada por la inteligente
von Coler, dedicándose íntegramente al rey
desencantado. Pero el joven multimillonario
comenzó a arder en celos, y una noche, en el
monono cuarto del Palace Hotel, pidió rendición de
cuentas a la bella Edit. Ella trató de explicar
que sólo trataba de sacar partido para un
interesante reportaje.
Tizca Vaida la había
descubierto, y esa noche el joven y acaudalado
rumano le enrostró su actitud mercenaria y le
prometió ahogarla entre sus dedos. "Tu trabajo
como corresponsal —le dijo— no exige que debas
desplazar a la señora Lupescu." Edit, realmente
enamorada, protestó amor eterno.
Al día siguiente fué
llamada a Berlín. Himmler, su pariente y jefe de
la Gestapo, le ordenó regresar de inmediato,
cuando ella no quería dejar al nuevo y bien
provisto enamorado. Pasaron unos días, que fueron
aprovechados por la profesora de danzas de Altona
para entregarse definitivamente a Tizca. Ante esa
actitud, Himmler le propuso un regreso menos
violento, prometiéndole que su amado sería
nombrado agregado a la embajada rumana en Berlín.
Encantado Tizca con su nombramiento, marchó tras
ella a la capital germana. Pero hubo un accidente
y su cuerpo apareció destrozado más allá de una
banquina, cerca de su poderoso doce cilindros, en
la carretera a Berlín. Por el mismo camino
marchaban a Bucarest las ciento diez alumnas de
Edit.
Poco faltaba para que
las fuerzas de Hitler pisaran las tierras galas
cuando Edit y un pelotón de sus hermosas espías
pusieron la miel de sus labios en las altas
esferas de la mutilada Francia. Su misión,
dificilísima por cierto, era destronar a la
hermosa Helena de Portes, a la sazón amante del
premier Paul Reynaud.
La ardua tarea no fué
posible de inmediato porque los franceses están
acostumbrados a las mujeres bonitas, y en este
caso el pelotón dé Edit debió demostrar realmente
su capacidad ante las perspectivas de fracaso. Así
fué que Edit trabó amistad con una francesita
maravillosa, llamada Corinne Luchaire, a la qué
ganó para la causa alemana.
Edit y Corinne se
unieron en una lucha que había de costarle a
Francia horas por demás amargas. Ambas iniciaron
un ataque contra Helena de Portes, que terminó con
otro accidente de automóvil, del que Reynaud salió
milagrosamente ileso, pero Helena terminó sus
días.
Cuando los tanques de
Rommel entraron en París, Edit ya había entregado
su corazón a otro hombre. Para entonces las ciento
diez cabezas doradas de Edit von Coler tenían un
precio. En dos listas figuraban aquellas que por
su valor o decisión merecían el premio del führer,
y aparte las que por error o por dinero entraron
en trato con el enemigo.
Corinne Luchaire
estaba en la lista blanca de las triunfadoras; en
cambio su maestra, la del corazón blando, había
desaparecido de todas las anotaciones. Tal vez su
amor la llevó a ser sólo una cruz en algún
cementerio de campaña.
Revista PBT
24.04.1953
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