Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

¿QUE QUIEREN LAS MUJERES?
El conflicto entre el hombre con poder y la mujer sin poder existe hace milenios. Ahora entramos en una guerra declarada, abierta: la revolución de la mujer contra la sociedad, contra su "opresor", el hombre
Por ORIANA FALLACI

Este es un reportaje que podría entrar dentro del tema fantaciencia, si no fuera que es una realidad indiscutible y que ocurre hoy, en 1971, en el planeta Tierra. Es el anuncio, la declaración de guerra más espectacular, más paradójica, más inquietante que oído alguno haya escuchado. No, no es Vietnam. Ni Medio Oriente. Es nada más —y nada menos— que la guerra de los sexos; Adán contra Eva; la "debilidad" contra la fuerza. La Mujer vs. el Hombre.
El cronista, perdón, la cronista, es una mujer. Y aunque citar su opinión pueda resultar antipático, debe permitírsele decir que no está de acuerdo con entablar semejante guerra. Porque no tiene nada contra ellos. Porque sus relaciones se basaron siempre en un entendimiento mutuo. Porque "ellos" fueron siempre muy gentiles. Y sobre todo muy justos. Su caso, empero, es muy personal. Afortunado. Y no coincide con la mayoría de "ellas". Negar que la sociedad en que vivimos es una sociedad inventada por los hombres, impuesta por los hombres, sería muy tonto. Como sería tonto negar que esa sociedad haga hincapié especialmente en la diferencia del sexo: por un lado el sexo definido como "fuerte" (por lo tanto obligado a demostrarse fuerte), y por el otro el definido como débil (por lo tanto obligado a ser débil). Por un lado el Macho con poder, por otro la Hembra sin poder.

¿QUIENES SON LAS REVOLUCIONARIAS?
La "proclama" revolucionaria surge de un grupo de mujeres estadounidenses. Son las nietas de aquellas mujeres que en 1848 se reunieron en asamblea en la pequeña ciudad de Seneca Falls, Nueva York, y por primera vez exigieron de los hombres el derecho de propiedad, el acceso a las universidades, el divorcio, la tutela de los hijos y el voto.
A grandes rasgos, éstas son sus premisas: La sociedad actual está organizada bajo el dominio del hombre; la dictadura del hombre es un fósil; rechazan el matrimonio, "esclavitud medieval"; la idea de la belleza es un invento del hombre; hay que romper la jaula de nuestra rabia.

LOS ERRORES
Se equivocan al desvalorizar ciertas realidades biológicas e interpretarlas arbitrariamente. Que intelectualmente las mujeres estén al mismo nivel que los hombres es una verdad confirmada. Que físicamente sean hasta más fuertes que los hombres, es otra verdad. Pero que una diferente anatomía y fisiología la limita, también es una verdad. Principalmente un fenómeno que sólo ella padece: me refiero al embarazo. Sí, en casi todas las especies animales la mujer tiene ese límite. Que por otra parte es lo que hace que se sienta realmente mujer. La especie humana pertenece al grupo de los mamíferos. Cuando una mamífera está encinta no corre como un macho, no se defiende como un macho no pone empeño en hacer cosas como un macho. En las etapas que preceden al parto y la gravidez, se puede decir que tiene una enfermedad. Que no está sana. En el momento de dar a luz está indiscutiblemente inmovilizada, particularmente impedida. Pierde sangre, sufre. El patriarcado debe haber surgido después que el hombre observó esto. No por maldad gratuita. Habiendo descubierto que en ese período ella no podía asumir responsabilidades, decidió asumirlas él. Y lo hizo para ejercitar una protección que garantizara la subsistencia, no para cometer un abuso.
"El opresor oprime porque el oprimido se deja oprimir". Nunca tan aplicable una frase como en este caso. Quien no lucha, no tiene razón. O por lo menos merece el destino que soporta. Y las mujeres nunca pelearon en serio. Es más, se adaptaron voluntariamente al predominio masculino. Claro, en algunos casos era cómodo; en otros agradable. Se necesitaron miles de años para que la mujer dejara de lado su cobardía, saliera de su letargo. Cuando por fin lo hicieron, los hombres cedieron, lo aceptaron. Con admiración. Con respeto. Fueron los hombres quienes pusieron en un pedestal a Juana de Arco y Madame Curie. Los hombres y no las mujeres dieron la posibilidad de votar a esas mismas mujeres. Pero, ¿con qué resultados? En el ochenta por ciento de los casos ellas votan lo que les sugieren sus maridos; por lo tanto el peor enemigo de la mujer es la mujer. Si no fuera así, hoy existirían varias Indira Gandhi, varias Golda Meir. En el mundo occidental hay solamente dos sitios en los cuales no son admitidas: la fila de asientos bajo el cuadrilátero de boxeo y el corredor que circunda la arena en las plazas de toros. No me parece dramático: ni uno ni otro me parecen lugares que estén de acuerdo con la raza humana.
Estas mujeres no hablan nunca de amor. Siempre de odio. Pero ese odio, ¿no es acaso lo que ellas rechazan y atribuyen a la sociedad patriarcal? El hecho es que este movimiento nace en la sociedad americana y muchas de sus verdades se refieren a esa sociedad específicamente. Una sociedad inmadura. Una sociedad enferma, por su ritmo alienante y vertiginoso.

KATE MILLETT
Es una americana de treinta y cuatro años, profesora de filosofía y letras en la universidad de Connecticut. Luego de haber sido expulsada de otras universidades, por su tendencia a usar pantalones y por tener ideas demasiado radicales. Lo real, para ella, es que un hombre quiso ocupar su puesto en la cátedra. Estudiosa del marxismo-leninismo, del período Victoriano, de la novela americana, está catalogada como una autoridad en estas materias. Se destaca también como escultora pop. Una de sus obras más famosas es una jaula dentro de la cual un W.C. vomita la bandera americana. Lógicamente, la policía secuestró la "obra maestra".
Lleva anteojos de miope, los cabellos sueltos a lo hippie; su aspecto es bastante desagradable; su carácter: cerrado, enigmático. Su única verdad es la causa de las mujeres oprimidas por el patriarcado. Su familia es pobre, de origen irlandés católico. Su padre, autoritario y déspota, se ofendía cada vez que su esposa daba a luz una mujer y no un varón. Probablemente nazca así su ancestral odio por los hombres. Inconscientemente todo ser humano, a una determinada edad, cree que la imagen paterna y materna es el espejo, el calco de todos los hombres y todas las mujeres. Por eso Kate fue muy feliz cuando se fue su padre. Toda su infancia fue un conjunto de complejos, de sentimientos de inferioridad, algunos motivados por causas reales, otros no. Las monjas la obsesionaban con el problema de la virginidad, de la humildad, de que el hombre fue el origen de la mujer (la costilla de Adán). Que la mujer era pecadora por haber mordido la manzana, etcétera.
Kate se refugió, harta, en los libros. Comenzaba su rebeldía contra el mundo. Se destacó rápidamente, a pesar de que sus profesores la consideraban neurótica e inconstante; más exactamente la definían como el tipo de muchacha que no acepta su femineidad. Escapando a todo esto emigra a Europa, luego al Japón. Conoce aquí al hombre que hoy es su marido: Fumio Yoshimura. Escultor, de cuarenta años, su arte era menos brutal e inconformista que el de Kate.
Puede parecer incoherente que una mujer tan "anti-hombres" acepte las reglas del patriarcado que odiaba tanto, o sea que su matrimonio sea formal, cristiano. Ella se defiende de la acusación diciendo que tuvo que hacerlo así por un formalismo, ya que la oficina de inmigración quería deportar a su marido por tener vencido el permiso de trabajo. "Por otro lado, vivíamos juntos hace años, por lo tanto la firma en el registro civil no cambió las cosas, de ninguna manera. Mi nombre sigue siendo Millett".
Fumio es un feminista convencido. Su matrimonio en Japón con una japonesa muerta de cáncer lo llevó a ser un entusiasta de esas ideas. "Nos llevamos muy bien. No necesitamos tener hijos; nos impedirían vivir libremente."
Con exagerada malicia alguien ha definido a Kate Millett como el Mao Tsé-tung del movimiento de liberación femenino. La comparación es inexacta. Recién hace cinco años que esta extraña mujer decidió tomar su papel de líder: fue cuando asistió a una conferencia cuyo tema era: "¿Están emancipadas las mujeres?". Hasta ese entonces su rebeldía se dirigía hacia el Pentágono, Vietnam, la CIA, el establishment capitalista, etc. En realidad no estaba muy en desacuerdo con sus compañeros varones. De esas conferencias salió tan deslumbrada como un ateo que
milagrosamente descubre a Dios. Comienza estudiando la Revolución Sexual De Las Mujeres, y decide presentar un trabajo de tesis que explicara sus renovadores puntos de vista. Al mismo tiempo ataca obras de Henry Miller, Norman Mailer y otros. De un riacho su entusiasmo se transforma en un río, de éste en un mar. Cuando emocionada descubre haber escrito un libro, su entusiasmo no tiene límites. Sus ideas rebeldes, tampoco. Lo titula "Política Sexual".
La siguiente entrevista es el resumen simplificado de un diálogo que duró siete horas. Hablando, Kate no se expresa tan bien como escribiendo. Sus discursos son largos, prolijos, demasiado eruditos. A las preguntas responde atoradamente, sin tomarse un respiro, como si temiera ser interrumpida, contradicha. Las ideas diferentes la ofuscan, responde en forma irritada. Por eso esta entrevista tiene poco de tal: hay más que eso, es un debate. Se llevó a cabo en Nueva York en el comedor diario de su casa, al lado de su marido que intervino poco y nada entre nosotras.

LA ENTREVISTA
Siete horas entre Oriana Fallaci y Kate Millett.
Tema: Los puntos débiles del feminismo.
O. F. Haré de abogado del diablo, miss Millett, y comienzo así. Hay muchas guerras en el mundo, tantos problemas que convergen y envuelven en igual medida a hombres y mujeres y, por lo tanto, pueden ser resueltos solamente a través de la alianza de los hombres con las mujeres. ¿Es lícito, es justo fomentar una nueva guerra, la más paradójica que alguien haya alguna vez imaginado, la guerra entre hombres y mujeres?
K. M. Sí, porque la ética que sostiene los problemas a que usted se refiere es completamente masculina. Una ética hipócrita, que no tiene en cuenta a la mujer y sus problemas de justicia y libertad. Claro que un subproletario negro sufre: porque es subproletario y porque es negro. Pero su mujer sufre más: porque es subproletaria, porque es negra y, además, porque es mujer. Ella no sirve solamente al patrón, no es humillada sólo por el blanco: sirve también al marido, es humillada también por él. Le pide que haga la comida, la hace trabajar como sirvienta, y quién sabe le pega al volver a su casa, para luego amarla brutalmente. Los hombres pobres necesitan un chivo expiatorio. Necesitan crearse sus víctimas. Ero este caso es la mujer, que obedece sin chistar. Esta es una necesidad que los burgueses "machos" no necesitan porque son tan potentes que no exteriorizan su arrogancia. Si la guerra a los hombres es permitida, tiene su razón. A todos los hombres, comprendidos los que se creen revolucionarios y que en realidad no son otra cosa que reaccionarios en potencia o activos. En realidad todos sostienen la sociedad patriarcal.
O. F. Muchas mujeres que conocen sus derechos no están de acuerdo con usted, miss Millett; Es más: al lado de esos hombres que usted desprecia se baten, luchan sin complejos. ¿Significa que son mujeres imbéciles?
K. M. No, significa que su idea de libertad y justicia está vista a través de los ojos de los hombres. Por lo tanto, no se dan cuenta de ser usadas por el hombre en luchas que tratan de resolver el problema creado por otros hombres. Yo quisiera ver dentro de diez o quince años a las Vietcongs que se batieron de igual a igual al lado de sus hombres por la independencia de Vietnam. Quisiera ver dentro de veinte años a las fedayim, que al lado de sus hermanos lucharon por la independencia de Palestina. ¿Gozarán ellas también de esa independencia? Yo digo que no. Digo que volverán al rol de esclavas, como sucedió en Argelia cuando terminó la revolución. No hay una sola revolución que, invocando la justicia v la libertad, haya dado justicia y libertad a las mujeres. Lógico: a las cacerolas y a los hijos. Mientras los hombres retoman en sus manos el poder. No se cambia el mundo cambiando los hombres por otros en el poder; se lo cambia, cambiando el concepto mismo de poder. O sea, el concepto patriarcal. Por haber permanecido los hombres en el poder, fue que las revoluciones más nobles fracasaron; no quisieron dividirlo con las mujeres, delegarlo.
O. F. O sea que parte de un supuesto: que las mujeres son mejores que los hombres. Y esto no es cierto.
K. M. Que no sea cierto, habría que demostrarlo. No existen ejemplos valederos de sociedades matriarcales. Además, hay que recordar que la moral de las mujeres es aquella impuesta por los hombres y su patriarcado. Las mujeres están controladas por los hombres de la misma forma que los niños están controlados por los adultos, Se dice hombre para decir humano; historia del hombre para referirse a la historia de los seres humanos, la palabra humanidad deriva del término hombre. La mujer está tan dejada de lado de los referimientos lingüísticos que hasta el concepto de su superautoridad está referido a una idea de Hombre, por ejemplo Dios. Quien cree en Dios no piensa en algo neutro o femenino: piensa en el Padre. Yo pregunto: ¿Y si Dios fuera mujer?
O. F. Las religiones basadas en la pluralidad de los dioses veneran en igual proporción los dioses y las diosas, miss Millett. Sobre todo en las religiones asiáticas. En la mitología greco-romana ocurría lo mismo.
K. M. Sí, cuando se focalizan esas religiones en la fertilidad femenina enseguida neutralizada, anulada por el impulso generativo del macho. No se olvide usted que en la mitología greco-romana el gran patriarca es Júpiter. Y Minerva, su hija predilecta, la diosa de la guerra, nace de la cabeza de Júpiter, no de Juno, su esposa. Buda es un hombre. Alah es un hombre. En el Paraíso de Alah, los guerreros se entretienen con muchachas a su servicio, como las conejitas de Playboy. Para los hebreos Dios es el Padre. Para los cristianos Jesús es el hijo de Dios, El Padre. La primera criatura que Dios pone sobre la tierra es Adán, Eva nace de la costilla de Adán. Siempre la mujer fue símbolo de pecado, de culpa, de inferioridad.
O.F. Sólo para las religiones. Además, la religión católica venera un personaje femenino: la Virgen María. Y por cierto no la coloca en una posición humillante o inferior.
K. M. Es una excepción. Se trató de un regalo que la Iglesia Católica hizo a las masas bajo la influencia de los viejos cultos dirigidos a las diosas de la fertilidad. Pero en realidad la Iglesia Católica quedó siempre en manos masculinas. El Papa es hombre; los Cardenales son hombres, los curas también lo son. Lo que quiero decir con esto, es que el fenómeno María queda tan circunscripto, tan aislado, que no se la puede tomar como una contradicción. Con Calvino y la Reforma, hay un retorno violento al rigor patriarcal, y María es licenciada.
O. F. Vayamos más allá, miss Millett. Subrayemos que María no es exactamente una mujer, es una virgen. La Virgen. Para identificarla por lo tanto con las virtudes de la pureza, de humildad, de obediencia, que no tuvo Eva. Pero...
K. M. Usted lo ha dicho. La dictadura patriarcal interviene en el momento en que se pide a María ser Virgen: o sea de dar a luz al Niño sin pasar a través del acto del amor físico. María representa el culto de la maternidad, pero de una maternidad esterilizada, aséptica, extraña al sexo. Lo que equivale a esterilizar a la mujer en el mito de la maternidad, sin concederle libertad sexual. ¿Entonces en qué se transforma una mujer? En una máquina de hacer hijos... mire usted, hasta yo digo "de hacer hijos", y no hijas. También estoy condicionada por la sociedad patriarcal.

¿POR QUE NO EXISTE UN EINSTEIN MUJER?
O. F. Miss Millett, me había interrumpido anteriormente en un "pero"... y este pero... nace de una respuesta que no creo haya que desvalorar. "Es un hecho que no haya nunca existido un Jesucristo mujer, ni un Buda mujer, ni un Confucio mujer, ni un Mahoma mujer. Por no decir un Homero mujer, un Miguel Ángel mujer, un Platón mujer, un Bach mujer, un Einstein mujer...
K. M. ¡Esto es muy rebatible! Cuando trabajé en los Derechos Civiles, he escuchado muy seguido este argumento, a propósito de los negros. Sí, es cierto que el genio explota bajo las condiciones mas adversas, pero no explota por capricho de la naturaleza. Explota en cuanto es consecuencia o manifestación de la cultura a que pertenece. Y la cultura donde aparecían los genios era patriarcal. O sea, una cultura donde todas las nociones, todas las medidas de los valores derivan de un sistema inventado por los hombres para los hombres. Cuando, bajo la dinastía Hen, las mujeres japonesas aprendieron a leer y escribir, la literatura tomó un auge imprevisible, producida por mujeres. La obra maestra fue escrita por una mujer: Los Cuentos de Gengy. Repito, que las razones del vacío al cual usted se refiere no son biológicas, porque el genio no es un fenómeno biológico. Es un fenómeno social.
O. F. Esto es muy discutible, miss Millett; pero le haré otra observación: Si la sed de poder y el militarismo son virtudes masculinas, cómo se explica que entre las pocas mujeres importantes se encuentren algunas despiadadas tiránicas, como por ejemplo Elisabeth de Inglaterra, Catalina de Rusia, la emperatriz Tsin-Tsiu ¿Sobre todo, como se explica que el único ejemplo limpio sea el de Juana de Arco, que no se distinguió por una actividad del pensamiento, sino por un talento guerrero?
K. M. El caso de las tres primeras se explica con el hecho de que como reinas no anulaban la sociedad patriarcal en que había nacido ese trono. Además me parece muy significativo que todas las reinas de la historia hayan sido grandes reinas. Demostraron que cuando se les daba el poder lo sabían utilizar y gobernaban con inteligencia, tanto o más que los hombres. Con respecto a Juana de Arco, quiero recordarle que además de guerrera era altruista. No podía hacer otra cosa, ni ser de otra manera. Era una campesina analfabeta, con una gran sed de justicia.
Hablando de un Jesús mujer, le afirmo: si Jesús hubiera sido mujer nadie lo habría escuchado. Su cultura hebrea era tan parcial, que lapidaba a la adúltera y no al adúltero; la mujer era despreciada en el período menstrual, se la consideraba infectada.
O. F. Miss Millett, usted me está demostrando que las mujeres nunca opusieron otra cultura a la que según sus palabras inventaron los hombres. Es un gran punto en nuestra contra ¿O debemos consolarnos pensando que alguna vez hubo una cultura no patriarcal, por ejemplo la de las amazonas?
K. M. Yo no creo la leyenda de las amazonas. Es más, pienso que fue inventada por la sociedad patriarcal para cantar victorias... para tener de qué ufanarse. No creo que hayan existido. Sí entiendo que alguna vez hubo otra sociedad, prehistórica, en la que el sexo no era factor discriminatorio.
O. F. Pero después terminó. Y cada fin tiene su porqué. Y sólo sobre los porqués se puede establecer lo justo y lo injusto. ¿Por qué a un cierto punto de la historia, los hombres tomaron el poder, se destacaron? ¿Por maldad gratuita, o por una necesidad precisa, por ejemplo la de asegurar la subsistencia de la especie?
K. M. Cuando observo una injusticia, el porqué me importa poco y nada. ¿Por qué los blancos del siglo XVI redujeron al estado de esclavitud a los negros de África? ¿Porque tenían una tecnología superior: los fusiles? ¿Y con esto, qué? A mí lo que me interesa es la manera cómo ocurre una injusticia. Pero en la historia normalmente no quedan rastros ni pruebas. Se puede recurrir a las hipótesis, y la más difundida es la que afirma que los hombres cobraron importancia cuando la humanidad vivía de la caza. Ellos eran físicamente más fuertes, y procuraban la comida para las mujeres y los niños; por lo tanto se encontraban en la parte más alta de la escala social. Yo lo dudo. En aquel período nómade y promiscuo es más probable que arriba de esa escala se encontraran las mujeres, que cumplían con el milagro del parto. Así mi
hipótesis es que el patriarcado comenzó más tarde, durante la revolución agrícola, como consecuencia de un descubrimiento científico: cuando la gente se dio cuenta que era posible sembrar y pastorear animales, pasó a las carpas, a la vida sedentaria. Y así, observando, pudo darse cuenta cómo se producía el coito en los animales domésticos. Se dio cuenta de que la hembra solamente quedaba encinta después que el macho había dejado el semen dentro de ella. Así, el macho descubrió el rol que cumplía en la concepción, descubrió el concepto de paternidad. Allí comienza su dictadura.
O. F. Una dictadura bastante suave, lógica, mis Millett. No siempre las mujeres fueron encerradas en los harenes como en Arabia, y no siempre tuvieron los píes vendados como en China. No desmerezcamos el respeto, la protección, la adulación que casi siempre las ha rodeado. ¿Por qué no recordamos a Dante, a Petrarca, a los cantos de los trovadores?
K. M. Los trovadores dedicaban poesías a las esposas de los señores para conquistárselos. Siempre se utilizaban las concesiones hipócritas y con el mismo criterio por el cual en la democracia se concede el voto a la mujer. Lógicamente para que voten a un hombre. La tan mentada caballerosidad masculina no es nada más que caridad, paternalismo para tenerlas tranquilas y pasivas. Yo soy tu patrón pero mira qué patrón bueno: te prendo el cigarrillo, te abro la puerta, te llevo el paquete, te compro una alhaja, me saco el sombrero para saludarte. Irritante. Insultante, cuando la beneficencia se otorga en una sociedad privada de justicia social. Si analizamos la historia veremos que mi teoría se confirma totalmente.

LA SUPERIORIDAD MASCULINA NO RADICA EN LOS MUSCULOS
O. F. Compensando lo que usted dice, las mujeres vivieron siempre más cómodamente que los hombres. En la gran mayoría de los casos, fueron siempre los hombres a trabajar por el sustento y a morir por la defensa de su hogar.
Y usted me dirá que el trabajo doméstico de las mujeres es humillante: de acuerdo. Pero es menos duro que trabajar en una mina, y es menos que ser carne de cañón en la guerra.
K.M. El sistema patriarcal es tan injusto para los hombres como para las mujeres. Parte del supuesto que deben ser los hombres los que consigan el alimento, y las mujeres, con la plata del marido, se queden sin hacer nada. Mientras tengan las sirvientas, se sobreentiende. Cómo la humanidad ha dividido el trabajo de tal manera es un misterio. Algunos le dan una explicación biológica: la mayor musculatura del hombre. Pero la superioridad masculina no reside en sus músculos sino en su poder político. Claro, tal poder no lo tienen nunca los que sudan las minas, sino los que ocupan lugares claves en la sociedad. Desde hace milenios el poder no reside en la fuerza física sino que está relacionado con el intelecto y los acomodos. Por lo tanto, si el hombre hubiera querido ahorrarle esfuerzos a la mujer, le tendría que haber concedido el privilegio de actuar en los puestos claves. ¿Por qué
esto no ocurrió? ¿Por qué la limitó al trabajo doméstico? Para aislarla más, para manejarla. Hoy, gracias a la tecnología, a la instrucción, las mujeres pueden seguir cualquier tipo de carrera universitaria, manejar, como ocurre en Rusia, las modernas maquinarias. ¿Por qué, entonces, no son admitidas en el poder?
O. F. Miss Millett, no son admitidas tampoco en sociedades revolucionarias, como la socialista. En China manda un hombre, Mao Tsé-tung, rodeado por hombres. En Rusia ocurre igual. Y esto ¿cómo lo explica?
K. M. Lo explico con el hecho que a las revoluciones no les importan un rábano las mujeres. En su programa los socialistas incluyen siempre la emancipación de la mujer, pero con el único fin de utilizar esto para conseguir el poder. El socialismo con el feminismo no van necesariamente de acuerdo, como tampoco van de acuerdo el capitalismo y el feminismo.
¿Qué ocurrió en Rusia después de la revolución del 17? Se desencadenó una libertad sexual mal encarada. Lógicamente, fue un desastre el resultado. Se dijo a la mujer: podés-hacer-lo-que-querés, y nadie se preocupó de protegerla de las consecuencias de hacer lo-que-querés. Ni económicamente ni socialmente ni científicamente. Resultado: nacieron muchos chicos indeseados y quedaron en los brazos de sus madres. Entonces nació el miedo y se volvió al sistema patriarcal de la familia. Culpa de Marx, que no condenó suficientemente a esta caduca institución. Una cosa es decirle a la mujer eres libre e igual, y otra cosa es buscar para ella una igualdad económica, cultural y social para liberarla realmente. Como los países capitalistas, los socialistas se preocupan más por la carrera armamentista que por la igualdad entre hombres y mujeres.

EL DRAMA DEL PARTO Y EL LAVADO DE CEREBRO
O. F. Yo digo, miss Millett, que las mujeres son biológicamente diferentes a los hombres, por un hecho físico y no psicológico. Y digo que este hecho físico la limita. Tomemos el caso de la gravidez: una mujer encinta no puede hacer lo que un hombre. Punto y basta.
K. M. ¿La gravidez es realmente un límite en la actividad de una mujer? Y si lo es, ¿por cuánto tiempo? Pearl S. Buck nos ha relatado que las campesinas chinas seguían arando la tierra hasta pocas horas antes de dar a luz. ¿Y si el embarazo fuera simplemente una función biológica para mirar con desenvoltura como cualquier función biológica del hombre? ¿Y si todo el drama que existe alrededor de la gravidez fuera un hecho psicológico derivado de un lavaje de cerebro que viene de milenios? Quiero darle el ejemplo de algo que aparece antes de la gravidez: el ciclo menstrual. Una mujer, dice el patriarcado, no puede viajar a la Luna o escalar durante meses una montaña o estar en una batalla porque en determinado momento aparece la menstruación, la que puede alterar su físico y su psiquis. Yo no niego que es incómoda. Que a veces produce dolor y otras neurastenias. ¿Pero éste es un fenómeno físico o cultural? Desde hace miles de años no hacen otra cosa que recordarnos que en "esos días" una está más débil, más inquieta. ¿Cómo puede ser entonces que las mujeres del vietcong peleen en "esos días" y que las corresponsales de guerra sigan una batalla en "esos días" y que en el programa espacial soviético utilizan astronautas mujeres?
O. F. Pero no cuando están embarazadas, miss Millett. Una gata y una elefanta no recibieron ningún lavaje de cerebro y sin embargo en el parto se mantienen inmóviles.
K. M. Temporalmente y sin ser castigadas por el gato y el elefante. Yo le digo que el hombre utiliza hasta el embarazo para proteger su supremacía.
O. F. No quisiera insistir demasiado haciendo de abogado del diablo, miss Millett: ¿mas nunca la asaltó la duda de que la mujer adora esa supremacía? Tome el ejemplo peor que nuestra sociedad nos ofrece: aquel de la mujer burguesa que no se dedica ni siquiera a los quehaceres domésticos. Mantenida por el marido, ella vegeta por la vida, y desperdicia el tiempo más preciado. ¿Por qué? Porque le gusta ser mantenida en el ocio, rechazar las responsabilidades.
K. M. Sí, pero no es culpa suya. Ha internalizado su opresión. Esto ocurre con casi todos los grupos oprimidos. La opresión no ocurre nunca sin un consentimiento, una aceptación, de parte del oprimido, de su inferioridad: mire los pobres, los negros, los colonizados. Recuerde la historia del Tío Tom, el esclavo que muere bendiciendo a su patrón. Usted puede darse el lujo de defender a los hombres porque sus problemas los pudo resolver sola, por sus medios, y ha ganado. La mayoría de las mujeres no vive como usted. La mayoría de las mujeres está condicionada para rechazar las responsabilidades. Hasta en los Estados Unidos, donde la única carrera posible es la de objeto sexual, la de madre. En el supuesto caso que las americanas se lo hubieran olvidado, el doctor Spock se lo recuerda en sus libros de puericultura. O Hugh Mefner con su Playboy, sus conejitas con la cola. Es en América donde nació el concepto de la mujer hermosa a toda costa, delgada a toda costa. ¿Por qué se le permite a un hombre ser feo, gordo, y a una mujer no?
O. F. También los hombres quieren ser mas hermosos, no engordar. También los hombres se miran al espejo, siguen una dieta y enloquecen por una corbata o un lindo saco, miss Millett.
K.M. Hasta un cierto punto. Un hombre sabe que para él no es esencial tener un aspecto agradable. Sobre todo si es inteligente: para hacerse perdonar la inteligencia, una mujer debe ser hermosa o, por lo menos, agradable. Y ha llegado el momento de preguntarse, en base a qué principios un hombre es juzgado según su valor, pero una mujer lo es según su aspecto. Debe ensuciarse la cara con polvos, colorete, cremas, rouges, mejorar su cuerpo con escotes, porta ligas, polleras cortas o largas —ya ni sé cuál se está usando—. ¿Por qué? porque el hombre la considera objeto sensual, un instrumento de su placer personal. Hasta a la carrera de madre una mujer llega por su sex-appeal. Si es fea el hombre no la quiere por esposa. Solamente las mujeres chinas se rebelaron ante ese estado de cosas, ante esa prepotencia. Cuando un hombre tiene cuarenta años, y tiene arrugas, se lo juzga más seductor. A una mujer se la tira, ya no sirve. Más viejo es un hombre, más es respetado. Cuando la vieja es la mujer, menos se la acepta. Ningún escándalo, si un sexagenario se casa con una chica de veinte. Pero si una mujer de sesenta años lo hace con un veinteañero ¡ábrete, cielo! Termina saliendo en los diarios y se la cubre de blasfemias.
O. F. Todo esto es exacto, miss Millett, pero refleja tan enorme odio por los hombres, que resulta hasta desagradable, competitivo. Y yo me pregunto cómo se puede construir una sociedad mejor fomentando el odio más extremo, o sea el odio entre los dos sexos que garantizan la continuación de la especie humana.
K. M. No es exactamente odio. Es rabia. Cuando un grupo oprimido se rebela a un grupo opresor lo hace siempre con rabia. Quién sabe: los hombres no se dan cuenta del daño que hacen a las mujeres, y probablemente tampoco tengan la culpa por haber crecido y vivido durante milenios en este sistema, sufriendo el mismo lavaje cerebral que sufrimos nosotras. Pero eso
no los exime de culpa, sobre todo cuando insisten en exhibir su masculinidad y virilidad incluidas en esa enfermedad llamada "machismo". El culto del macho está tan identificado con ellos que lo utilizan hasta cuando tratan a una mujer de igual a igual, pero ¿cuán seguido la tratan como a una igual? La literatura americana, que está considerada como la más moderna del mundo, está plagada de actitudes machisticas y se apoya en el desprecio a las mujeres: desde Henry Miller hasta Norman Mailer. Las mujeres son presentadas siempre como algo sucio dentro del cual penetrar. Contrariamente a las teorías de Freud, quien explica el alma humana sólo en base al sexo, sustancialmente define la mujer como un hombre castrado y envidioso de los genitales masculinos.
O.F. No diría que el "machismo" sea fuerte en Norteamérica, excepto en las películas del Oeste y en los villorrios vietnamitas como May Lai. Ustedes tienen los hombres más inseguros, más temerosos, más débiles del mundo, miss Millett.
K. M. La segunda frase es exacta, la primera no. Precisamente por ser tan inseguros, y por haber sido tan ridiculizados en el mundo, ellos necesitan más que otros asumir el papel del macho que todo lo destruye. Con los puños, con los crímenes, con las grandes motocicletas, con el cuerpo de Marines. En los últimos años el mito del héroe se resumió en el hombre de izquierda norteamericano. Desde los Panteras Negras hasta los independistas portorriqueños, hasta los radicales blancos. El sueño del hombre norteamericano de hoy ya no es el de exterminar una tribu de indios, pero sí de tirar bombas vestido como el Che Guevara, barbudo como el Che Guevara. Por otro lado, está el marine del establishment: con su ametralladora para sentirse un hombre. Son dos imágenes peores que vuestro "latin lover". También el "latin lover" es un producto patriarcal, el resultado odioso de una cultura basada en el concepto del pecado y en la falta de libertad sexual de las mujeres mediterráneas. Pero el "latin lover" en el fondo es un personaje inocuo: a lo sumo, te deja embarazada. El macho norteamericano, en cambio, es peligroso porque toma un fusil y mata.
O.F. Sí, pero mirémonos a los ojos, miss Millett; usted no odia sólo al macho americano y al macho latino. Usted odia a todos los hombres por el mero hecho de ser tales. Muchas de ustedes lo demuestran prescindiendo de ellos. Pero no como Lisistrata: como Safo. Ahora bien, ¿cómo nos arreglamos con este pequeño detalle? ¿Asegurándonos la continuidad de la especie con el sistema propuesto por Aldous Huxley en "Un Mundo Feliz"? ¿O sea, procreando en probetas?
K. M. La acusación principal que se le hace al movimiento de Liberación Femenina es la de un "montón de lesbianas". Yo no sé cuántas lesbianas hay entre nosotras, pero sé que no tenemos prejuicios contra la homosexualidad. En efecto, nos declaramos públicamente a favor del Gay Liberation Movement: Asociación de las Homosexuales. Hoy, en Norteamérica, se está desarrollando un enorme movimiento homosexual, sobre todo en las universidades. Y lucha en nuestra misma batalla, o sea contra una sociedad basada en el sexismo y en el culto del comportamiento masculino o femenino. Como las mujeres y más que las mujeres, los homosexuales son perseguidos, denigrados, puestos de lado como ilegales. Por eso exigen ser considerados individuos no discriminados por el sexo, no socializados por el sexo, no plegados al concepto de familia como solución exclusiva de vivir juntos. No se trata solamente de sustituir el núcleo sexual llamado familia. Se trata de sugerir otras formas de vivir en común. Y una de ellas es, sin duda, la sugerida por los homosexuales. Otra es la que propone la comunidad hippie. No está dicho que para continuar la especie humana haya que mantener esta barrera social y psicológica entre los sexos. Para garantizar la subsistencia de la especie no es imprescindible la superioridad masculina, el patriarcado, la familia. Además, el hecho es que hoy no hay una gran necesidad de procrear. El número de habitantes en este planeta ya es excesivo y...
Revista Semana Gráfica
26.03.1971

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