Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Los hombres y los mujeres que he conocido:
GROCK
Especial para "Caras y Caretas". Por PITIGRILLI

EL más amado, famoso y popular "clown" del mundo se retirará de la vida nómada del circo para acogerse a la vida privada.
—Esta vez —ha declarado su representante— la decisión es definitiva. El señor Grock tiene setenta y cuatro años de edad y necesita descansar: su espléndida villa Blanca, quizá la más bella villa de Oneglia-Imperia, toda floreciente y lujosamente alhajada, lo verá junto a su mujer gozar el merecido reposo.
Pero yo no creo en la declaración del representante, o, para ser más exacto no creo que Grock pueda vivir lejos de su piano destartalado. de su violín con cuerdas de piolín, de su inseparable silla con la cual entra en escena; quizá dé la representación de la despedida, arroje besos a las bellas damas con la punta de sus Cándidos guantes de gamuza, quizá lance hacia el techo su sombrero de copa magullado, despeluzado, y se enjugue una lágrima sincera que manchará de negro rímmel el color rojo ladrillo de su cara. Pero cuando vea que los servidores van a dar comienzo al desmonte de su gran circo y que se amainan las banderas que oncean en los cuatro lados de la enorme cúpula roja y gualda, Grock hallará de nuevo la agilidad de sus veinte años y volverá a llevar las banderas sobre la punta de los palos, y hará anunciar por medio de los enormes altoparlantes dorados que el espectáculo se llevará a cabo, como siempre, a las 18 y a las 21.
He conocido a Grock en Varsovia, durante ese paréntesis vivido entre la primera y la segunda guerra. Era una de las figuras más elegantes y distinguidas que frecuentaban el Café de la Opera, difícil de reconocer cuando, vistiendo un elefante sobretodo negro, el cuello y el mentón cubiertos por un blanco fular, los guantes de una albura asimismo impecable, entraba para ir a sentarse en su acostumbrado diván. Un espejo alto con un bien combinado juego de perspectivas reflejaba las imágenes hasta lo infinito. No muy dado a las confidencias, hasta los suizos ignoraban que el señor Grock ha nacido en Reconviller, en el pintoresco Valle de los Monstruos, la "Tavannewatch Vallee", donde triunfan las dos industrias nacionales suizas: la relojería y el turismo.
—Ha sido una necesidad el cambiar de nombre —me explicó en un tibio anochecer de mayo que pasé, como único invitado, en su espléndida villa de Oneglia de la Riviera ligur— Cuando me caracterizo, me "rehago". Me alargo la barbilla me achico los ojos, la cera negra que me pongo en lo labios y en los párpados me amplía la boca. Si en ese momento alguien me preguntase de sopetón si conozco al señor Adrien Wettach, le contestaría que nunca lo he oído nombrar. Tengo necesidad de mi disfraz, de mi vieja garnacha verde a cuadros, de mis pantalones escoceses, de las pantuflas que arrojo al aire y las vuelvo a calzar con agilidad, para ser el payaso inconfundible. El mundo supo que yo era suizo sólo después del gran recibimiento que me hizo en Londres Winston Churchill la misma noche que el rey Jorge V y su real familia quisieron que los visitara en el Buckingham Palace.
"No podemos dejar de admitir que es necesario ser ingleses para ser grandes «clowns» —me dijo, congratulándose, Winston Churchill—. Usted también comparte mi opinión, ¿no es verdad, míster Grock?" "No, Sir —le -contesté, inclinándome—, no puedo tener su misma opinión. "¿Cómo, pues?" —me preguntó el estadista, sorprendido. "Porque, a decir verdad, lo que el mundo todavía ignora, es que yo no soy inglés." Al día siguiente, en todos los diarios londinenses y en grandes y sensacionales títulos aparecían el coloquio y la revelación sobre mi verdadera nacionalidad.
La vida de este gran cómico es de las más variadas y de las menos alegres. La familia Wettach era numerosa; el padre ejercía de relojero durante el invierno y de hotelero en el verano. Después del primogénito Adrien, había otros cuatro hermanitos, sanos todos, todos inteligentes y atentos a coadyuvar al padre en el trabajo, y por la noche a escucharlo extáticos cuando entonaba sus característicos cantos tiroleses, comunes en los cantones suizos. Adrien acompañaba al padre en el canto con su violín, que alternaba con el clarinete: ejecutaba unas variaciones musicales que asombraban a quienes sabían de la escasa teoría que conocía el muchacho, y en las tranquilas noches de verano todo el pueblo le hacía círculo en el jardín del hotel de los Wettach, y extasiado seguía el milagroso acompañamiento que el pequeño Adrien improvisaba. Mas su inquietud no le permitió seguir en un arte al cual tenía predilección: a los cinco minutos arrojaba el arco al aire, sacaba a relucir el clarinete, pirueteaba sobre un solo pie como un pequeño fauno danzante, dejaba el clarinete para golpear con los nudillos de los dedos en un tambor o sobre la caja armónica del piano. Existían en él una multiplicidad de energías, un exuberante entusiasmo, una fuerza creadora que sabía dotar de ritmo, revestir de melodía, de modulaciones inesperadas.
—Pero ¿cuándo advirtió usted esta su vocación de "clown"? —le pregunté, mientras lo observaba en un repentino y todo suyo ímpetu: una gruesa libélula, azul y verde, había caído en el pasto sobre el dorso, y con las largas patitas procuraba asirse a algún sostén para salir de esa incómoda posición. Grock se hurgó los bolsillos, pero como no encontró ningún objeto que le sirviera, se quitó rápidamente el alfiler de la corbata, y delicadamente puso la barrita de platino entre las patitas filiformes que se agitaban, las patitas se asieron a la barrita, y Grock pudo colocar derecha la libélula, que salió como flecha hacia el cielo estrellado. Había seguido mirando la expresión del rostro de Grock, móvil e impresionante: en un principio, el desasosiego por no encontrar un objeto útil para el insecto; luego, la inquietud por el temor de herirlo, y la luz del triunfo cuando el animalillo reanudó el vuelo. Quizá Grock con ello revivía en rápida síntesis toda su vida: a menudo se había visto "en el borde del precipicio".
Después de haber hecho por una temporada estival el ayudante de "maître d'hôtel" en Vevey, recibe el ofrecimiento de un rico señor húngaro para el puesto de preceptor de sus hijos: helo ahí en Budapest en la casa de una noble familia, enseñando, además del francés, la música, la gimnasia y todo lo inherente al deporte a sus jóvenes alumnos. Pero pierde esa colocación y se pone a afinar pianos; un día, sin un centavo en el bolsillo, se echa a dormir a la sombra de un viejo plátano en el parque Andrassy y se despierta al redoble de un tambor: es el desfile de los componentes de un circo ecuestre que dará función esa misma noche. El joven Adrien se une al séquito de las bailarinas, de las amazonas, de los domadores, de los juglares japoneses. El público, asombrado, ríe y admira un desmirriado jovencito que toca la ocarina, baila sobre un solo pie, corre hasta ponerse a la cabeza del cortejo publicitario y lo dirige con irresistible comicidad.
De esta manera entró en la vida artística el que hizo desternillar de risa a todos los públicos del mundo, sin que se le oyera hablar ni reír nunca. Una de las pocas palabras que Grock pronuncia es: "Pourquoi?" (¿Por qué?), con la entonación afligida y desesperanzada del hombre que se rebela a las dificultades de la vida y a los problemas para él insolubles.
El número más espectacular que sigue aun hoy representando es aquel del músico que frente al pesadísimo piano de cola se percata que el delgado escabel en el cual se sienta está demasiado lejos del teclado; Grock se levanta, observa, escudriña el espacio que lo separa, pone una cara de ilimitada melancolía, luego, repentinamente, hallada la solución a tan difícil problema, se estriega muy contento las manos, y empujando con todas sus fuerzas el mastodóntico piano de cola, procura acercarlo al escabel. Es indudablemente la más irónica síntesis del esfuerzo humano; y cuando, volviendo a sentarse, observa que la posición del escabel no es todavía perfecta. mirando al vacío, pregunta: '"Pourquoi?", . con el acento del Mediodía francés: "Pourquoa?"
Ahora esperemos que el más y popular "clown" del mundo pueda mantener su promesa de alejamiento de las tablas y reprimir su necesidad de preguntar, una vez mas: "Pourquoi?"
Revista Caras y Caretas
11/1954

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