CUANTAS veces hemos conversado desde estas páginas
comentando historias de espías, de bellas e
inquietantes jóvenes que con su dulzura atrajeron
a más de un oficial enemigo para sustraer de sus
pasiones amorosas los secretos militares que
sirvieron para dar revés dramático a los
estrategas demasiado confiados. Sin embargo bellas
y dulces mujeres, elegantes señores, distraídos
paisanos, militares apuestos, bailarinas de
piernas capaces de vencer con su sola presencia
todo un regimiento de valerosos soldados, tienen
poco valor al ser comparados con esta dama etíope
que nos ocupa hoy, y que piara aumentar sus
cualidades no era ni bella ni joven, además de ser
negra. Negra y misteriosa como su color fué la
historia de esta señora que aparece como sirviente
secreta del famoso maestro de espías, el gentleman
número uno de las tierras de Oriente, el increíble
Lawrence de Arabia, y desaparece luego de la
guerra ítalo-etíope como quien se esfuma del
panorama en manos de un ilusionista. Tal era la
señora Woezero Manen. Antes de comenzar la
última guerra europea esta oscura señora, que
decía pertenecer a la sucesión milenaria de la
dinastía salomónica de Etiopía, era todo un
ejemplo en lo que a técnica de alto espionaje se
refiere. Sirvió al comentario de más de un
entusiasta fe estas cosas del misterio por sus
maravillosas cualidades, posiblemente aprendidas
de su maestro, el gran Lawrence. Se dijo que
obedecía al Intelligence Service, y posiblemente
era cierto dada su vinculación con aquél, pero
también se aseguraba que pertenecía al Deuxieme Bureau de París; otros menos informados
la indicaban como miembro de las células japonesas
en África. Lo cierto es que la excéntrica dama
negra, destacada por sus actividades como amazona
y notable tiradora, realizaba mucho antes del
conflicto ítalo-etíope un servicio especial para
aquel que fué su maestro. Eran los tiempos en
que Inglaterra comenzaba a oponerse a los planes
imperialistas de cierta potencia europea con
relación a Etiopía. Lawrence fué el encargado
entonces de atraerse hacia sí una serie de
informadores secretos, seleccionando este
"personal" entre las jóvenes de más destacada
actuación en los círculos sociales de Addis Abeba.
A ellos pertenecía la señora Woezero Manen, la
extraña amazona. Sus negros encantos, que no
habrían de ser demasiado encantadores, fueron
suficientes para enamorar perdidamente al
consejero y primer ministro de la corte etíope,
quien se vio pronto enredado en las atléticas
disposiciones de la espía. No se valía ella, como
otras lo hicieron, de un hermoso par de piernas,
ni las alcobas privadas de la corte fueron el
perfumado local donde se iniciaron otros
desastres de guerra. Muy por el contrarío, Woezero
Manen entretenía los ocios del consejero en
interminables cabalgatas, donde los saltos de
valla se confundían con las carreras sin estribo,
y otros tantos aspectos de la equitación que la
oscura dama cumplía con acierto. Otras veces el
lugar de los peligrosos encuentros no era otro que
el stand de tiro, donde la dama negra demostraba
sus altas habilidades y su conocimiento completo
de casi todas las armas. Claro que aquello era
poco. Las intimidades de esta señora fueron
pronto parte del dominio del señor consejero, y
ella, que tenía un secreto, se dispuso a
confesarlo para aumentar el caudal de sus
conocimientos. El secreto estaba en un fumadero de
opio. Era un fumadero privado. Un fumadero donde
ella y él olvidarían los placeres deportivos del
tiro y la equitación para sumirse en los placeres
poco comunes del opio. Indudablemente que el
único opiado fué el señor consejero, quien pocos
días después entregaba a la dama de la piel oscura
el texto completo del tratado entre Etiopía y la
potencia imperialista de marras. De allí en
adelante, el texto pasó a manos del maestro
Lawrence, y de sus manos a las del Imperio
Británico. Poco más y aquel trabajo daba como
resultado el alzamiento en armas del ras Taffari
contra el emperador Sidj Manen, quien fué
destronado, terminando así con el desmembramiento
del imperio por causa de aquellas intrigas
internacionales. Al estallar la guerra entre
Italia y el pueblo etíope, la dama negra estaba
ausente de su país cumpliendo otros servicios de
espionaje en Europa; no obstante su situación
cómoda en el continente, regresó a su patria, no
ya para servir, aparentemente, a los ingleses,
sino a sus propios compatriotas, envueltos ahora
en la dramática lucha contra el invasor. Ya no
era la gran dama del imperio negro. Sólo era ahora
una harapienta mendiga arrojada a las calles de
Addis Abeba. Pobre y desdichada se presentó un día
a un puesto italiano de avanzada, renegando de los
"malditos soldados abisinios" que la habían
maltratado, abusando de su debilidad de mujer.
Agradecía al cielo la llegada salvadora de los
italianos, y pidió quedarse entre ellos, aun como
prisionera. Conocedora de la habitual bondad de
los itálicos, logró la compasión de aquellos
soldados que la veían arrojarse a los pies de los
oficiales pidiendo limosna y llorando su desgracia
de campamento en campamento. Un día dejó de ser
vista por los soldados acostumbrados a su
presencia. Fué el día de su desaparición
inesperada, que inspiró más de un comentario
compasivo, pero que no abrió ninguna sospecha. Sin
embargo, la mísera pordiosera de horas antes era
ahora la eficaz portadora de los más preciosos
datos con que contó el comando etíope sobre los
efectivos italianos acumulados en Somalia.
Vencido su país, invadido por las fuerzas
italianas, la señora Woezero Manen desaparece de
la historia del espionaje. Y no aparece jamás.
No se la ve a lo largo de toda la guerra. Sólo se
la recuerda cuando alguna otra mujer de color
aparece en el misterioso tinglado del espionaje
internacional Se dice sin embargo que es la única
dama de piel negra que sirvió al mundo de la
traición. De ella se cuentan otras aventuras, pero
ha terminado en el misterio. Misterio que
posiblemente revelará algún día la historia del
famoso Lawrence de Arabia o el archivo de alguna
central del servicio secreto de vaya uno a saber
en qué país del mundo. Revista PBT
17.04.1953
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