Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

La guerrilla en América Latina
Durante siete meses el enviado especial de Paris Match viajó por América Latina entrevistando a guerrilleros, políticos, gobernantes y militares, en un intento por descifrar los ocultos móviles de la subversión en el continente americano
Especial de PARIS MATCH para Siete Días Ilustrados
por JEAN LARTEGUY

Cuando salía de la Universidad de Caracas, una muchacha se me acercó corriendo. Reconocí a la hija de Machado, un veterano líder guerrillero que está en prisión a la espera de su muerte.
—Si tú vas a Cuba —dijo la joven—, si lo ves a Fidel Castro, llévale una pregunta de parte del viejo Machado, que lo ha ayudado tanto y que ahora morirá en la cárcel. Pregúntale, simplemente: "Fidel, ¿qué has hecho con el 'che'?"
Estuve en Cuba una semana. Pero no pude ver a Fidel Castro ni hacerle la pregunta de parte del viejo Machado. Estaba muy ocupado por la cosecha de la caña de azúcar, el cultivo de tomates en Oriente, la preparación de sus largos discursos, las peleas con los rusos o sus campos de entrenamiento de guerrillas camouflados de escuelas para profesores, en Sierra Maestra. Presidente del Consejo, jefe supremo del ejército, secretario general del partido comunista, ministro de la Reforma Agraria, orientador y líder máximo de la revolución, Fidel ya no confía más que en sí mismo y en unos pocos miembros de su "pandilla"; ha perdido la mayor parte de sus técnicos y consejeros y se parece cada vez más al propietario de una gran hacienda que quisiera hacerlo todo por su cuenta.
Pero, al mismo tiempo, quiere aparecer a los ojos del continente como el nuevo Bolívar, un libertador, reunificador y profeta. Intenta poner como ejemplo su aventura personal, y pretende que todos los países repitan "su revolución". Desprestigiado y desconfiado, pone por delante un mito o un fantasma: la figura del "Che" Guevara.
Porque todo el mundo, incluso los guerrilleros, sabe que la URSS no puede darse el lujo de mantener en Latinoamérica otra revolución tan cara como la cubana. Prisionero de su isla y los extraños resultados de las tesis económicas de sus "barbudos", Castro no puede contradecir a los rusos, que poseen medios para dominarlo. Por ejemplo, negarle el petróleo. Pero el "Che" no necesita petróleo en su misteriosa aventura guerrillera. Y mucho menos si está muerto.
Tal vez por eso Castro, después de haber liquidado a su antiguo compañero, ahora proclama que está vivo y lo convierte en el nuevo "libertador" de un continente que siempre soñó con liberaciones. Pero en el momento de desaparecer, Guevara no era muy querido en Cuba, se lo acusaba de "chinoísta" y lo llamaban, con algo de desprecio: "El argentino". Ya no pertenecía al círculo de oro, a la "pandilla" que manejaba esa revolución que él hubiera
querido más absoluta aún. Y más violenta.

EL ANARQUISTA ERRANTE
Osvaldo Dorticós extrajo, tembloroso, su pistola y encañonó la figure sonriente de Guevara. Raúl Castro también miraba al "Che", enfurecido. Pero Fidel dominó a su "presidente" con un gesto y disolvió la reunión. Era el 5 de marzo de 1965 y los cuatro habían discutido acaloradamente las declaraciones antisoviéticas de Guevara en su reciente gira mundial. Desde ese día el "Che" no realizó ninguna actividad pública y poco después desapareció. El 2 de octubre, Fidel leía la famosa y probablemente falsa carta de despedida de Guevara. (Un íntimo amigo de él me aseguró que no era su estilo, que el "Che" no la podía haber escrito ni con una pistola en la nuca.)
Durante los últimos años, el fantasma de Guevara ha aparecido y desaparecido por todo el continente. A través de siete meses de viaje por Latinoamérica, de numerosas entrevistas a guerrilleros, políticos, gobernantes y militares, no pude rastrear jamás su presencia concreta. No está en Bolivia, como afirma Debray, y mucho menos en Colombia. Tampoco en Guatemala, donde el jefe de los guerrilleros, César Montes, me dijo que nunca lo había visto.
Algunos dicen que está en Polonia, a cuyo embajador en La Habana encargó sus asuntos personales antes de desaparecer, otros que murió en la guerra civil dominicana y otros, finalmente, que fue ultimado por el gatillo nervioso de Dorticós (que le envidiaba) en aquella tensa noche del 5 de marzo.
Lo cierto es que este médico rosarino de 37 años, a quien sus amigos llamaban el "anarquista errante", es la nueva, desesperada bandera que Castro agita ante los revolucionarios del continente, al parecer cada vez más decididos a volverle la espalda.
Al pasar por Panamá, reencontré a los "boinas verdes", un cuerpo del ejército norteamericano especialmente entrenado para la lucha anti-guerrilla, que yo había conocido en Vietnam. Ellos entrenan a los cuadros de los ejércitos latinoamericanos (llevan instruidos 22.000 oficiales) y, sobre todo, están listos para intervenir en cualquier lugar del continente donde la subversión se torne grave. Todos hablan perfectamente el castellano y conocen al dedillo las técnicas de la guerrilla y el anti-terrorismo.
Los guerrilleros sudamericanos, indisciplinados, orgullosos, reacios a toda autoridad, serían fácil presa de los especialistas de Panamá, a no ser que aceptaran que lo primero que deben aprender es a combatir.
Por ahora, prefieren la discusión ideológica y la esperanza de que el "Che" aparezca de una vez para conducirlos al triunfo.

¿QUIENES SON LOS GUERRILLEROS?
En general reina la mayor confusión e incomunicación entre las distintas facciones ("moscovitas", "chinoistas", "nacionalistas", "fidelistas"), aunque últimamente todos coinciden en denostar a Fidel. Las mayores críticas contra Castro parten de sus antiguos camaradas comunistas: lo llaman infantil, fanfarrón, aventurero, acusándolo de "recién llegado al marxismo" y "ególatra". La discusión se extiende a los campamentos de la selva y los montes, donde los guerrilleros (generalmente universitarios de familia acomodada), intentan ganar la confianza de indígenas y campesinos.
En Perú, los guerrilleros anunciaron que liberarían a los indios. Al fin, fueron los indios quienes los liberaron a ellos, ocultándolos de las patrullas. En Colombia, los últimos veinte años de violencia arrojaron 500.000 cadáveres, asesinados de la manera más atroz. Al comienzo eran simples "bandoleros", raptores y asaltantes de caminos entreverados en las. luchas de los partidos políticos tradicionales. Luego llegaron los instructores cubanos y chinos, quienes intentaron aprovechar esta confusión en provecho propio. Pero la situación de este país, plagada de violaciones y crucifixión de niños en las puertas de las granjas, es demasiado compleja como para ser manejada a "niveles técnicos importados". Al mismo tiempo, se iba instalando en el norte del país otra guerrilla, formada en su mayor parte por estudiantes procastristas, mientras que al norte, los ex bandoleros y algunos campesinos seguían sus depravaciones llamándose "moscovitas".
En el momento de mi llegada a Bogotá, las guerrillas del norte y el sur habían actuado combinadas, descarrilando un tren en Bucamaranga y emboscando en Huila, a una patrulla del ejército, que perdió 15 hombres. Por supuesto, toda la izquierda colombiana atribuyó la unión de ambas facciones a la mágica presencia de Guevara, que habría sido visto en la frontera con Brasil.
En Venezuela, por otra parte, ya no se trata de facciones sino que reina la más completa confusión en el campo revolucionario. Los castristas de Douglas Bravo y los comunistas ortodoxos de Machado y Héctor Mujica se excomulgan mutuamente siguiendo instrucciones de Moscú y La Habana. Ciertas versiones atribuyen la fuga de los dirigentes comunistas Petkov, Ponce y Marques, a un intento del gobierno de Raúl Leoni de que los evadidos líderes ortodoxos pongan fin al "aventurerismo" castrista. Esta ruptura, violenta y definitiva, ha destrozado el mito de la unidad revolucionaria.
En Bolivia, el azar permitió descubrir un campamento guerrillero en formación, cuatro meses antes de la fecha en que debía entrar en acción para demostrar la veracidad de las tesis "expansivas" de Fidel Castro. Las cosas se pusieron serias y debieron aterrizar en Santa Cruz 17 "boinas verdes", suficientes para "aconsejar a las tropas". El gobierno boliviano —aparte del publicitado caso Debray—, aprovechó esa crisis para "palmear" a Estados Unidos y mejorar su vetusto armamento. Algo similar hace también Colombia, cuyas declaraciones oficiales tienden a "inflar" las cifras de la guerrilla, para obtener créditos y armamentos.
En México, un grupo de estudiantes había querido tomar por asalto
el puesto policial de Madero, remedando el legendario asalto de Castro al cuartel de Moneada. En la capital, sus condiscípulos acusaban al gobierno de "haber convertido a la revolución mexicana en un gran queso para repartir entre políticos". Olvidaban que, por fin, el México de las guerras civiles conocía un poco de estabilidad y de paz.
En Guatemala, era común la lucha en las calles, atentados y levantamientos. La Universidad, como en casi todos los países latinoamericanos, era la ciudadela de los rebeldes. Porque lo curioso es que buena parte de los guerrilleros son hijos de terratenientes, de aristócratas, de políticos, que se levantan contra los privilegios de sus familiares. Por si fuera poco, "La mano blanca", una organización paramilitar financiada por sectores políticos de derecha, ha iniciado una campaña de contra-terror para oponerse a los guerrilleros.

EL SHOW SIN VEDETTES
Cuando Castro organizó su último gran "show" revolucionario, la Conferencia Tricontinental de La Habana, le fallaron todas las "vedettes". Estas debieron ser los comandantes de las guerrillas castristas diseminadas en el continente. Pero estaban retenidos en sus campamentos, arrestados por la policía, muertos por el ejército o, simplemente, en desacuerdo con las ideas de Fidel. Por otra parte, el partido comunista venezolano había sido excluido por "no observar los principios que deben guiar al movimiento revolucionario"; el yugoslavo "por haberse rehusado a sostener incondicionalmente al pueblo vietnamita frente a la agresión norteamericana". Los partidos argentino y brasileño se negaron a participar definitivamente, y el colombiano llegó luego a expresar todo tipo de reservas y manifestar su solidaridad con los venezolanos. Luis Corvalán, jefe del comunismo chileno, escribía en "Pravda" un artículo en el que atacaba las tesis castristas de violencia y "guerrilla a cualquier precio". Los rusos, a los que Castro les cuesta muchos millones por año, no parecen dispuestos a seguir pagando estas aventuras.
Abandonado por sus camaradas, por la URSS, por los partidos comunistas del continente, incluso por los propios guerrilleros, Fidel se va quedando definitivamente solo. También están solos sus ilusos seguidores, los estudiantes y aventureros que creen que las ametralladoras bastan para salvar a un continente. En medio de la selva, sin armas ni víveres, peleados entre sí, abandonados por sus amigos del exterior (salvo la diligente pero lejana China), rodeados por ejércitos cada vez mejor entrenados, esperanzados sólo en el "comandan te fantasma" que nunca aparece, han perdido la única alternativa de toda revolución verdadera: el apoyo popular. Consiguieron fácilmente la complicidad de los bandoleros colombianos, pero no convencieron a los indios del Perú ni a los campesinos venezolanos. Es cierto que a veces les dan alimentos o los ocultan de las patrullas. Pero lo hacen movidos por un sentimiento que se parece más a la lástima que a la adhesión.
Trotskistas, pro-chinos, comunistas ortodoxos, castristas, independientes, todos me dijeron que ellos harían la "verdadera revolución, la verdadera liberación campesina, la verdadera reforma agraria".
Porque en América Latina, cuando se habla de reformas, casi siempre se le agrega el adjetivo "agraria", lo que permite olvidar otros cambios más importantes. Se sabe que las llamadas "reformas agrarias" están en contradicción con las técnicas modernas de la agricultura: el re-agrupamiento de tierras, las grandes explotaciones mecanizadas, que son las únicas rentables. En nombre de una justicia que es sólo demagogia, en lugar de crear asociaciones y cooperativas para utilizar los más modernos medios de producción, se reparten pequeñas parcelas entre campesinos indigentes y sin medios. Donde esto ha ocurrido, los "beneficiarios" terminan engrosando el número de habitantes de las "villas miseria". Otra vez disponibles para la violencia.
En nombre de ideales como esos, sin ningún asidero económico, los guerrilleros intentan arrasar el continente. No sólo para exterminar los privilegios y las injusticias, las dictaduras y "oligarquías", sino también a los técnicos, profesionales, políticos, sacerdotes, que trabajan en pro de un desarrollo sin violencia, de una justicia social madura, de una hermandad sin ametralladoras. Según ellos, sólo dos ejemplos sirven: China y Cuba. No son, precisamente, paradigmas de paz ni de prosperidad.
Revista Siete Días Ilustrados
26.09.1967

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