Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Las vacilaciones de un continente
América no alcanza a encontrar su equilibrada fórmula política: esto se manifestó la semana pasada con el largamente postergado juicio a Debray, las dudas de la OEA para sancionar al régimen castrista y el inesperado contacto Lacerda-Goulart

El 10 de setiembre, el presidente Barrientos afirmó en Santa Cruz que Guevara estaba muerto, reiterando idénticas afirmaciones anteriores. El 12 de setiembre, el mandatario boliviano ofreció 50.000 pesos (unos 4.000 dólares) a quien capturase a Guevara, "vivo o muerto, preferiblemente vivo". Dos días después, corrió el rumor insistente de que el "Che", desilusionado por el fracaso de su empresa subversiva, había partido de Bolivia. Poco después se aseguró que el "Che" seguía en el país, al mando de un grupo guerrillero y oculto con el seudónimo de "Ramón". El posterior hallazgo de un escondrijo rebelde documentó con fotos la auténtica presencia en territorio boliviano del ex ministro de Industrias de Castro.

LA MUERTE DEL "CHE"
La semana pasada estalló una bomba de alcance continental: "Mataron al Che Guevara!". . . Hubo una movilización gigantesca para obtener más precisiones sobre la noticia, que parecía haber partido de Barrientos. Pero Ovando Candia, calmosamente, explicó el miércoles pasado que algunas palabras del presidente habían sido mal interpretadas. En la refriega del día anterior ocurrida entre guerrilleros y tropas bolivianas, tres rebeldes habían muerto, pero ninguno de ellos era el "Che". De todos modos, el líder marxista parecía estar cercado por el ejército boliviano, cuya eficacia había crecido con el aporte de unos doscientos militares estadounidenses expertos en estrategia anti-guerrillera. En cuanto al total de los rebeldes en armas, se estimaba a lo sumo en doscientos hombres...
Mientras se aguardaba a que cayese en la trampa la codiciada presa, mágicamente esquiva, se lanzó la máquina de la justicia sobre su sustituto, el profesor francés Regis Debray. Entretanto, mil pesados cajones procedentes de los Estados Unidos llegaban a Bolivia como anticipo de otros muchos que reforzarían el potencial bélico de Barrientos contra la subversión castrista. El pasado martes 26 comenzó el juicio público a Regis Debray, junto con el argentino Ciro Bustos y tres bolivianos que desertaron de la guerrilla, todos acusados de subversión armada, asesinato y robo. El tan demorado y tantas veces postergado proceso al intelectual francés, fervoroso admirador del castrismo, congregó en Camiri a un enjambre de periodistas. La pieza clave del juicio era Debray: los guerrilleros desertores, mansos e ignorantes, pueden esperar condenas benignas; Ciro Bustos asegura que creía asistir a una reunión política —en suma, "intercambio de ideas"— y fue a caer en pleno reducto de insurgentes, pese a estar en contra de la táctica de guerrillas. No se sabe si le valdrán estas excusas, pero evidentemente Bustos carece de relevancia en el panorama político. No habiendo sido capturado aún al cierre de esta edición el huidizo "Ché", es Debray quien lo representa simbólicamente, concitando el interés latinoamericano.

¿NUEVA POSTERGACION?
Los periodistas y fotógrafos resultaron defraudados, pues a pedido del defensor de Ciro Bustos el juicio en Camiri ha sido suspendido. Se apelará ante el Tribunal Militar Supremo de las Fuerzas Armadas, en La Paz, aduciendo que el consejo de guerra no es competente para juzgar civiles. Parece poco probable que la apelación de los abogados defensores prospere: sólo significará una nueva postergación del juicio en Camiri. La prensa tuvo sin embargo ocasión de escuchar la acusación del fiscal. Hay una complicada cuestión pendiente, la de demostrar que Debray usaba armas. Se entregaron a los periodistas fotos que probarían este cargo, pero, según un cable da la U.P., eran "copias borrosas, resultando confuso para un entendido determinar si Debray tenía algo en las manos". Ello importa poco. Debray no es ni física ni caracterológicamente apto para caudillo guerrillero. Su arma es su libro "Revolución dentro de la revolución", tan explosivo como dinamita. Agencias noticiosas recalcan la insistencia del fiscal en convertir al libro de Debray como prueba acusadora: esas páginas diseminan la violencia armada, con el pretexto de que "el hambre, la enfermedad y las condiciones de los mineros bolivianos también constituyen una violencia", y que dichos males se operan con el bisturí de la guerrilla. En última instancia, no es Debray el procesado, sino su libro, o mejor aún, toda la ideología guerrillera. Se sabe que la decisión del tribunal será inapelable. Es lógico que también sea implacable.

¿ENTIERRO PARA COSTA E SILVA?
Un día antes que comenzara el juicio a Debray, un trueno político retumbó en la pacífica playa montevideana de Pocitos. El ex gobernador de Guanabara, Lacerda, y el ex presidente exiliado Goulart habían celebrado un pacto para oponerse al régimen de autoritarismo legalizado que encarna Costa e Silva a fin de "ir reencauzando el Brasil en sus tradiciones democráticas. En junio de 1966, Lacerda había llegado a un acuerdo con otro "ex", Kubitschek, para plasmar el Frente Amplio de Oposición que astutamente elude parecer un "tercer partido político", pues pretende capitalizarse con adherentes de los dos partidos oficialmente aceptados. A Lacerda le faltaría decidir al aún remiso Janio Quadros para tener completa su constelación de ex presidentes. Como Goulart, Kubitschek y Quadros han sufrido la suspensión de sus derechos civiles por un plazo de 10 años, en las próximas elecciones el único "presidenciable" sería Carlos Lacerda. Con el capital político que le aportan Kubitschek y Goulart, aun si Quadros se mantuviese al margen, Lacerda resultaría invencible en el caso de haber elecciones directas. Esto lleva a muchos observadores políticos a vaticinar que no las habrá. "¡Cuán largo me lo fiáis!", puede pensar el tremendo ex gobernador de Guanabara. Va tejiendo su telaraña que amenaza a Costa e Silva: no en vano Lacerda tiene fama de ser "el enterrador de los presidentes" . . .

REACCION BRASILEÑA
El gobierno de Brasil reaccionó con enorme prudencia ante el pacto Goulart-Lacerda, y ha anunciado que no tomará sanciones contra el segundo, y que aceptará, en lo que se refiere a Goulart, el criterio uruguayo de que el exiliado con su aparición en la arena política no violó el asilo concedido por el país amigo. El único que ha protestado airadamente es Brizola, también exiliado, cuñado y defensor sincero de Goulart, que acaba de ser condenado "en ausencia" a doce años de prisión por fomentar la actividad guerrillera en Brasil. Ocurre que el pacto Goulart-Lacerda, todavía más que el acuerdo Lacerda-Kubitschek, es lo imposible que se vuelve posible, es "el mundo al revés". La política a menudo tiene mala memoria.
Carlos Lacerda, líder comunista en un remoto pasado, muy pronto católico de ultraderecha convertido en "censor del Brasil", usó su pluma acerada contra el gran protector de Goulart, Getulio Vargas, al que llamó "monstruo moral" en una gigantesca campaña de prensa. Ese mismo año, Vargas se pegó un tiro, y su suicidio acompaña hasta hoy a Lacerda como una sombra de mal
agüero. Al sucesor de Vargas, general Dutra, le dijo que tenerlo como presidente "era un oprobio para los brasileños". Clamó contra la deshonestidad de Café Filho, "que se almorzaba la presidencia", y de Kubitschek, "dilapidador sin freno". A Janio Quadros lo llamó "aventurero siniestro y lúgubre" y en cuanto a Jango Goulart, "estaba vendido al comunismo y entregaba el Brasil a la voracidad roja". Ahora, muy suelto de cuerpo, afirma: "¡Ni Juango tiene nada de comunista ni yo soy hombre de los Estados Unidos", olvidando sus encendidos tributos públicos de adhesión hacia el poderoso vecino del 'Norte. Las declaraciones Goulart-Lacerda suenan muy bien y resultan plausibles, pero encubren la ambición de un hombre frustrado por los militares que desde hace tres décadas "son la garantía constitucional", como dice Costa e Silva. ¿Los nobles propósitos verbales del Frente Amplio habrán cegado hasta convertir en "ingenuos" a las antiguas víctimas de Lacerda, que hoy lo respaldan en sus maniobras presidenciales? Lo evidente es que cuesta creer es que la salvación de la democracia brasileña dependa de Lacerda.
Costa e Silva ha aflojado un poco las presiones económicas que sufre el pueblo y ha retomado con cautela el camino del nacionalismo —por lo menos yerbal— tan. caro al orgullo brasileño. La gente sin duda lo prefiere al durísimo Castelo Branco. Algunos observadores señalan que el deterioro de Costa e Silva favorecería a los "hijos espirituales" de Castelo Branco —como el ¡ministro de Ejército, Lyra Tavares— hundiendo tal vez definitivamente al ambicioso Lacerda y a sus algo imprudentes asociados. Pero el ex gobernador de Guanabara confía en sus inagotables recursos políticos y no teme a los adversarios, aún con galones. Tampoco teme venganzas, ni siquiera la del suicida Vargas cuyo revólver ayudó a cargar para la muerte.

UN REGALO DE LA OEA A LA ONU
Tres días sesionó la OEA en Washington para tratar las denuncias de Venezuela y Brasil contra el régimen cubano. De inmediato se marcaron dos bandos: los "duros" que quieren sanciones concretas y de alcance inmediato y contundente, y que confían en un sistema de defensa bélica para repeler la agresión castrista hasta el seno de la isla; los "moderados" que rehúyen las medidas extremas y que confían más en el desarrollo económico que en los pertrechos militares para combatir el castrismo. Fueron tres días de puja. Estados Unidos escudando con su formidable peso las proposiciones de los "duros", no bastó para inclinar la balanza a favor de éstos. Las resoluciones promulgadas el lunes 25 del mes pasado fueron lo que podían ser: transaccionales. Y ya se sabe que lo intermedio entre dos bandos desagrada a todos.
Algunas resoluciones tuvieron casi únicamente un sentido moral de reprobación unánime a la subversión castrista; otras alcanzaron tan sólo carácter de buenos consejos a las naciones de la OEA, para que redoblen el control de la propaganda, el movimiento de las armas y los fondos, y para que vigilen más sus costas y fronteras; una de ellas, aunque muy sensata puesto que denuncia el absurdo y la injusticia cometidos por fas naciones del Este al pregonar la coexistencia pacífica y apoyar la subversión castrista, no ofrece más que un valor retórico pues está destinada a caer en el vacío. La resolución que solicita a las naciones occidentales que comercian con Cuba una drástica restricción de sus transacciones hasta lograr el cese de la virulencia castrista, fue contestada al día siguiente por Gran Bretaña con un "no" rotundo en defensa de la libertad de comercio; los otros países occidentales que realizan importantes transacciones con Cuba —España, Francia, Canadá, Japón— posiblemente sigan la vía británica con menor estruendo. Por eso la resolución de hacer "la lista negra" de las firmas navieras que trasladen productos a Cuba puede resultar mellada en su real efectividad. Otra resolución, la de "coordinar entre vecinos medidas de vigilancia, seguridad e información", resulta un muy chirle sustituto de la F.I.P. y de la institucionalización de la Junta Interamericana de Defensa. La resolución final decidió trasladar el "caso Cuba" a la O.N.U. considerando que el castrismo era una amenaza que se extendía más allá del continente y debía interesar al mundo entero.
Brasil fue una sorpresa, al inscribirse en el bando "moderado" sobre todo en lo que se refiere al comercio con Cuba; Argentina constituyó una sorpresa aún mayor —e ingrata para los países "apaciguadores"— al afirmarse dispuesta a apoyar el uso de la fuerza armada contra Cuba cuando la OEA lo estime conveniente. El canciller Costa Méndez, consternado ante la prudencia desplegada por la inmensa mayoría de las delegaciones reunidas en Washington , se opuso a pasar el "caso Cuba" a la ONU, sabiendo que ese espinoso e ingrato regalo significaba garantizar a Fidel Castro un sueño tranquilo bajo la protección de la Unión Soviética.
Tuvo la ocasión de resarcirse pocos días después en la reunión de la ONU cuando el delegado cubano le espetó violentamente: "Si los generales de Buenos Aires, repletos de medallas pero que no han participado en un solo combate, quieren entrenarse en una invasión a Cuba, íes recordamos que nuestras tropas sí han demostrado que ya saben pelear y vencer". Costa Méndez, con su proverbial elegancia, lo puso en su lugar diciéndole: "No contestaré a las expresiones del representante de Cuba. La Argentina no ha admitido las violaciones al principio de no intervención ni en su país ni en otros países americanos".
Revista Siete Días Ilustrados
3/10/1967

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