Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Modas
Cleopatra ya lo sabía
El chiste, popularizado una década atrás, parece hoy casi profético. En una playa española, un policía se acerca a una joven que toma sol vestida con un bikini:
—Señorita, aquí están prohibidos los trajes de baño de dos piezas. Únicamente se permiten los de una.
—Bueno, ¿qué pieza me saco?

A principios de junio pasado, un diseñador de Hollywood, Rudi Gernreich, de 41 años, desató la mayor tempestad que la moda femenina ha conocido en el siglo XX: los topless, o monokinis, o moquinis, trajes de baño que constan solamente de un pantalón, y dejan al descubierto la espalda y el torso. Gernreich mostró sus creaciones como "una predicción de lo que ocurrirá en el futuro". Pero nunca el futuro estuvo más cerca.
Aunque hay que remontarse bastante en el tiempo para descubrir antecedentes: las egipcias usaban ropa parecida, y Cleopatra hipnotizó a muchos extranjeros con un famoso vestido recamado en oro, que dejaba el busto al descubierto, algo que no revela el film homónimo. Sin embargo, hace dos años, el modista italiano Emilio Pucci ideó una malla bastante semejante a la de Gernreich: no quiso lanzarla.
Después que Gernreich hizo posar a su modelo, Peggy Moffit, de 24 años, con el topless, y que las fotos inundaren la prensa norteamericana, la noticia y sus consecuencias se difundieron con la velocidad del rayo: al parecer, la mujer, en todo el mundo, estaba esperando la liberación que les concedía el audaz diseñador de Hollywood. Una semana después, los elegantes salones de la casa Roban, de Nueva York, ofrecían a sus clientes otra novedad: la modelo Adrienne Suriano, de 22 años, paseó sobre la alfombra roja un vestido de noche, cuyo corsage era transparente. El modista Bill Smith, creador del vestido, lo anunció con estas palabras: "Ahora, las mujeres pueden volver a ser mujeres otra vez". Desde la otra costa de USA, Gernreich prorrumpía con un traje casi similar.
Fue el acabose. Empero, sólo el topless de baño erizaría las opiniones, inclusive las de los inventados personajes que propone Art Buchwald en su última columna, reproducida en la página 16. Mientras Claudia Cardinale, Gina Lollobrigida y Zsa Zsa Gabor se proclamaban en contra de las mallas, la policía de Chicago detenía a Toni Lee Shelley, de 19 años, al sorprenderla con un esplendoroso topless junto al lago de Michigan.
Al unísono, los topless llovieron sobre el planeta; en Inglaterra, Grecia, Italia, Alemania Federal, Francia, Canadá, México, Brasil, Perú y Colombia aparecieron las inquietantes mallas: no es difícil hacerlas. Sin pausa, autoridades judiciales, policiales y comunales se expedían sobre la posibilidad o no de su utilización: hubo incidentes en Río de Janeiro, multas en Acapulco, hasta arrestos en Atenas. Un grupo de bailarinas de strip-tease se manifestó, en las calles de Dallas (Texas), contra los topless. Una nadadora británica, Florence Chadwick, comentó: "Son muy confortables, y lo serían más si les quitaran la parte de abajo"
Según la revista neoyorkina Time, las mallas presentan un inconveniente: "Se necesita coraje para mostrar el busto y se necesita busto para demostrar coraje." La actriz brasileña Tonia Carrero alcanzó una tercera posición: "Servirá para las adolescentes. Yo lo usaré en mis vacaciones de invierno, dentro de casa." Algunos expertos en moda vaticinaron, simultáneamente, una mayor actividad de los cirujanos plásticos.
Hasta fin de semana, la Argentina no se había pronunciado en concreto sobre los topless: la temperatura está en contra. Sin embargo, florecieron las opiniones; el vespertino La Razón encuestó a diez coristas y actrices: sólo Egle Martin de Palacios se declaró a favor. PRIMERA PLANA rastreó el mundo de la moda, donde abundaron las evasivas.
Carola, que atiende en su taller de Talcahuano al 1100, de Buenos Aires, a la esposa del presidente de la Nación, entre otras clientes, dijo que "no se prestaba a hacer comentarios sobre las mallas ni los vestidos de noche". Henriette, de Esmeralda al 1000, sugirió: "Si una mujer aparece en nuestras playas con esas mallas de una pieza, se armaría un gran escándalo. Y se lo tiene merecido. La mujer debe insinuar, no mostrar. Si no, ¿qué queda para la intimidad?" Fridi Loos respondió a PRIMERA PLANA: "Nunca haremos modelos de ese tipo." Para ella, sólo pueden adoptarlo "jovencitas de 15 a 18 años; no es una cuestión de pudor, sino de estética".
Gabriel, socio de Jacques Dorian, se limitó a expresar que "adoptaremos la moda, siempre que no se vulgarice demasiado. Sin embargo, pienso que aquí no va a prender, quizás dentro de diez años". Habrá que esperar al verano para comprobar si esta teoría es válida en la Argentina. Una boutique de la calle Santa Fe está por colocar en sus escaparates los célebres topless: quizá, en vez de diez años, sea cuestión de diez días.
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Torsos al aire
Por Art Buchwald

WASHINGTON — La noticia corrió como pólvora desde el corazón de los centros neoyorkinos de la moda: los trajes de baño sin delantera y los transparentes vestidos de noche comenzaban a venderse en las grandes y más elegantes tiendas del país.
Durante mucho tiempo, los diseñadores quisieron desatar una revolución en el campo de los trajes de baño y los vestidos de noche, pero no lograron éxito alguno. Por lo tanto, 1964 se convertirá en el año del "descubrimiento" femenino, y los historiadores de las próximas épocas lo señalarán como el momento en que las mujeres regresaron a las cavernas.
Sin embargo, nadie se molestó todavía en recoger la reacción de los hombres ante tan interesante e inquietante moda; así que me largué por las calles de Washington en busca de esa reacción, con dos fotografías en el bolsillo: la de una chica con el nuevo traje de baño, y la de otra modelo con vestido transparente. Primero, las mostraba; luego, pedía opiniones. Mi encuentro inicial fue accidentado:
—¡Dios mííío! ¿De dó-dó-dónde saco usttted e-e-esas fo-fotos porno-no-no-grá-grá-gráfi-cass? —me preguntó un respetable y pulcro caballero.
—No son fotos pornográficas. Se trata de la última moda femenina. ¿Le gustaría que su esposa llevara ropa como ésta?
—Sí, sí. Lásti-ti-tima que no sa-be-be nadar. . .
El segundo hombre con quien tropecé se mostró horrorizado.
—¡Qué barbaridad, señor! ¡Se taparon el ombligo!
—Claro, se taparon el ombligo para destaparse el busto.
—¡No sea tan pudoroso! —replicó, disgustado, y siguió su camino.
Mi tercer entrevistado contempló largo rato la foto del vestido transparente. Luego dijo:
—No me importa lo que se pongan, siempre y cuando me expliquen qué debo hacer. ¿Cuáles son las instrucciones? ¿Cómo tengo que comportarme si acompaño a una chica que lleve estos trajes? ¿Tengo que darme por no enterado o sacarla a bailar?
—Pienso que cada hombre debe decidir por sí mismo — arriesgué.
—Mire, me parece que estoy contra la nueva moda.
—¿Por qué?
—Y... se me gastaría la camisa.
El cuarto interrogado examinó la foto del traje de baño y respondió:
—Creo que vi la cara de esta chica en la revista Playboy.
—Lo dudo. Es una modelo de la alta costura y sólo trabaja para diseñadores.
—Sin embargo, tiene un aire que me es familiar,
—¿Qué piensa de estas mallas?
—Llegan un poco tarde.
—¿Por qué?
—Debían haberlas puesto en venta para el Día de la Madre.
El quinto encuestado tardó diez minutos en examinar las fotos.
—Honestamente, creo que este vestido de noche es una espantosa desvergüenza.
—¿Por qué?
—Porque los breteles siempre van atrás, y no adelante como aquí. Cualquier diseñador lo sabe.
Dos muchachos se acercaron y espiaron por encima de su espalda: "Pensar que a nosotros nos procesan como delincuentes juveniles", suspiraron.
Y terminé mi investigación con un maduro transeúnte.
—¡Gran idea! ¡Gran idea! —exclamó, luego de mirar las fotos—. Ahora, los misioneros tendrán trabajo.
Copyright by PRIMERA PLANA
y The New York Herald Tribune
7/7/1964

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