Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

¿Encontrará el príncipe Ákihito una novia que lo aguarda a su regreso al Japón?
Por E. SHIMADA
PUEDE ser que al príncipe heredero del Japón, Akihito, le espere una sorpresa cuando regrese a su país este otoño, luego de haber asistido en Londres a las fiestas de la Coronación y visitado a París. Una sorpresa que sería una novia, elegida para él durante su ausencia.
Informan de fuente allegada a a casa imperial Japonesa que personalidades responsables de la Corte activan en secreto "sus estudios e investigaciones" con el fin de descubrir a la futura delfina dentro del corriente año. El príncipe heredero tiene ya diecinueve años y, según la misma fuente informante, ya es tiempo que se preocupe de su matrimonio. Mas en ausencia del príncipe mismo, y ante el rigor de un secreto que no deja traslucir la menor luz, el pueblo japonés está perplejo.
Todavía hoy, la gran mayoría de los japoneses contrae matrimonio, no por amor, sino en virtud de acuerdos concluidos por sus mayores; es poco probable que Akihito, joven "símbolo" del Japón, sea una excepción a la regla. El "flirt", y aun la amistad un poco estrecha entre personas de distinto sexo, no existen en la corte Imperial y entre los cortesanos, como tampoco en la vida de sociedad, tal como se lo practica en Occidente. Cuanto más elevada es la condición de una familia japonesa, más difícil es para sus miembros jóvenes frecuentarse libremente en el curso de la vida cotidiana. Un joven que demuestre demasiada consideración hacia una muchacha es siempre tenido por indigno de su sexo, en una palabra, por "afeminado".
En cuanto a las jovencitas, se considera que en ellas una pasividad absoluta en materia de sentimientos es una virtud.
Ellas no deben expresar simpatía o antipatía por un hombre, a menos que se las invite a ello expresamente. Y hablar de amor a su gusto sería perfectamente absurdo. Los príncipes y las princesas de la familia imperial llevan, como fué siempre así, una vida de rigor realmente monástica, que contrasta con las libertades —a veces excesivas — que se otorgaron a sí mismos los jóvenes "plebeyos" después de la guerra. El príncipe Akihito, en especial, vive apartado de palacio, en su propia residencia, rodeado de una multitud de consejeros, de profesores y de sirvientes, todos del sexo masculino.
Sus relaciones privadas limitáronse hasta aquí al ejercicio de diversos deportes en compañía de una selección de sus camaradas en el Colegio de los Pares, así como a algunas reuniones "entre hombres", la mayor parte de las cuales se realizaron en su residencia. El príncipe nunca asistió a esas reuniones mundanas desprovistas de formalidades, en donde hubiera podido mezclarse libremente con muchachos de su edad. Ve raras veces, incluso, a sus propias hermanas. Y ahora que está en Europa, se comporta con la libertad de un príncipe "libre" por primera vez en su vida.
Dadas las condiciones de su educación, concíbese que el príncipe Akihito manifieste cierta reserva hacia las cuestiones matrimoniales; es sumamente dudoso que tenga no ya la voluntad, sino el coraje de prendarse de una muchacha de su elección y luego proclamarlo. Prisionero de las convenciones rígidas que rigen en una corte imperial de Oriente —probablemente la más antigua—, a los "mayores" es a quienes toca hablar, buscar y elegir por él.
Pero ¿cuál será la elección que se haga en tales condiciones? ¿Quién será la feliz muchacha llamada a compartir el trono de Akihito, futuro centésimo vigésimo quinto emperador de la vieja dinastía nipona? En el extranjero como en el Japón no dejan de formularse hipótesis.
Procédese ante todo por eliminación. Un portavoz de la casa imperial excluía recientemente la eventualidad de una boda con "una occidental de ojos azules": una extranjera no podría llegar a ser emperatriz del Japón. Hay que buscar, por consiguiente, entre las japonesas de pura raza.
¿Podría tomarse en cuenta a una de éstas si no perteneciese a la nobleza? La casa imperial no se ha pronunciado formalmente sobre este punto, pero los raros indicios de que se disponen inclinan hacia una negativa. La posibilidad de que el príncipe se enamore de una persona que no cuente con la aprobación de la Corte, se descarta: a un viejo cortesano se le oyó declarar: "Conviene evitar que se repita el caso de Mrs. Simpson, y a tal efecto se han tomado todas las precauciones."
El viejo sistema nobiliario fué abolido después de la derrota japonesa, y las ramas alejadas de la familia imperial fueron rigurosamente expurgadas. De modo, pues, que los "casamenteros" imperiales, si se oponen definitivamente a elegir una novia extranjera o burguesa, tendrán que elegir entre las raras ex princesas, pues entre las princesas actuales ninguna es soltera o suficientemente joven.
Los medios imperiales, se dice, juzgarían que una joven cinco o seis años más joven que el príncipe heredero serla ideal, pero no se muestran del todo categóricos. Recuérdase a este propósito que el emperador Meiji, tatarabuelo de Akihito, que abrió el Japón a Occidente, se casó con una mujer que le llevaba tres años. El emperador Taisho, abuelo del príncipe, se casó a los veintidós años y su padre, el actual emperador Hirohito, a los veinticuatro. Si Akihito se casara a los veintidós años, su futura esposa podría no tener ahora más de trece años.
El director general de los servicios de la casa imperial, que entre otras atribuciones tiene la de preparar una lista de las novias posibles, para someterla al trono, habría anotado entre otros los nombres que siguen: las ex princesas Akiko Fushimi, Michiko Kuni y sus hermanas Nori e Hideke; Fukuko Asaka y Keito Kitashirakawa. Todas tienen de catorce a diecinueve años, y todas son primas del príncipe en primero, segundo o tercer grado.
La difunta emperatriz Leimi, madre del actual emperador, que solía consultar a un adivino antes de tomar una decisión importante, pasaba por inclinarse en favor de la señorita Kitashirakawa. Ignórase la opinión de la Corte a su respecto.
Los "mayores" contemplan un noviazgo de por lo menos dos años; lapso que les parece el mínimo necesario para que la futura emperatriz se forme y se haga una idea al papel que te tocará desempeñar.
Entretanto, y mientras el príncipe está ausente hasta el otoño próximo, las "autoridades" se dan prisa para descubrir a la elegida antes de que él vuelva. Parece que montañas de cartas de adoradoras plebeyas, redactadas en términos de una audacia muy variada, se acumulan en la residencia del príncipe, procedentes de todos los rincones del Japón. Huelga decir que el destino final de tales cartas es el canasto de los papeles.
Pero es preciso añadir que la persona más directamente interesada es el joven príncipe mismo. "La elección final se la dejará al príncipe." Bata es la concesión recientemente hecha por una personalidad de la Corte a las exigencias de la etiqueta democrática.
Caras y Caretas
11/1953

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