Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Nuevas orientaciones estratégicas de la Unión soviética y los EE.UU.

NO fué sino una coincidencia que últimos acontecimientos internacionales —la decisión en el sudeste de Asia y el asunto del Ejército Europeo— se hayan dado en el momento preciso en que el sistema militar estadounidense se orientaba visiblemente hacia la adopción de los conceptos de estrategia periférica pregonados por primera vez hace cuatro años por el extinto senador Robert A. Taft. En efecto, con ejército integrado o sin él, con pacto de Manila o sin él, los colaboradores del almirante Arthur Fadford en el Pentágono se habrían visto llevados igualmente a reformar sus planes en tal sentido, porque así se lo imponía la orientación de la estrategia general rusa, cuyas condiciones han sido entregadas por Stalin a sus sucesores, de modo tal que, por razones que llamaremos geopolíticas, éstos no tienen el deseo —ni la posibilidad— de aportarles modificación alguna.

El caso alemán, solo un entremés para Rusia
Para Rusia, considerada en sus relaciones con el mundo libre, el caso francés, o el alemán e, incluso, el indochino, constituyen, no obstante su importancia, aspectos secundarios de su concepción diplomática y estratégica general. Lo esencial de la herencia staliniana se encuentra en un punto muy distinto. Se encuentra en el mar, y, para hablar con mayor precisión, en el sector del globo que se extiende del estrecho de Behring al arco de las Aleutianas y a lo largo de la línea Vladivostok —Kuriles— Península de Alaska.
Transformada por la benevolencia rooseveltiana en la mayor potencia ribereña del Báltico con salida permanente al Atlántico; dotada, por su guerra de seis días contra el Japón y su alianza con la China de Mao, de una serie de bases magnificas que hacen del Pacífico un mar abierto a sus flotas; dueña de la mayor escuadra submarina del mundo y de los últimos descubrimientos en materia de armamento nuclear; con la posibilidad de hacer pasar sus buques de guerra, sus abastecimientos y sus materias primas del Pacifico al Báltico, e inversamente, por la ruta del noroeste y el canal Leningrado-mar Blanco; protegida contra un ataque proveniente del oeste por su glacis europeo, a partir del cual, sin embargo, en caso de una guerra ofensiva, podría sumergir al Occidente europeo en poco tiempo; bastante bien situada todavía para transformar al desarticulado Próximo Oriente, de punto débil de su sistema defensivo, en fuente suplementaria de abastecimiento: Rusia tiende a considerar los planes de estrategia continental como dominio del pasado y puede dedicar sus mejores recursos al desarrollo de planes de estrategia oceánica.
En estas condiciones, las provocaciones más cínicas en Europa ni siquiera la obligan a poner en estado de alerta su máquina militar, porque, para ella, sobre todo ahora que su aliado de Peiping se encuentra en condiciones de captar rápidamente las zonas aún libres de Asia sud-oriental, los problemas suscitados en aquella zona están planteados en términos de una estrategia continental, si no caduca, desplazada al menos a un lugar secundario. Rusia constituye, con su aliado chino, una masa continental sin solución de continuidad de océano abierto a océano abierto, con costas sembradas de buenas bases navales que abrigan la mayor flota submarina del mundo, y puede considerar estos problemas, no ya tanto como problemas, sino como medios puestos a su disposición para mantener el sistema atlántico en estado de confusión; su porvenir —el de la revolución— está en los mares y en los flancos de sus sumergibles. Y ésta es la razón por la cual, el 31 de marzo de 1954, la Unión Soviética ofrecía entrar en el Pacto Atlántico, para poder dedicar así todos los recursos de su máquina militar al sector del Pacífico, que es el único a través del cual, en caso de guerra abierta, puede tener la posibilidad de alcanzar directamente las defensas vitales norteamericanas.
No resulta difícil comprender, pues, por qué la cuestión del tratado de paz con Alemania, para el Kremlin, no es más que un pretexto para fijar la atención del Pentágono y del Departamento de Estado en un lugar del mundo que no puede encontrarse ya en el centro de futuras hostilidades, Y no será atrevido afirmar que los rusos nunca aceptarán colaborar en una solución de este problema, ya que mantenerlo abierto, al mismo tiempo que les exigen pocos gastos, les sirve de pantalla para hacer aparecer como desprovista de importancia real la transformación de su estrategia de continental en oceánica. Para Malenkov y sus socios, el problema alemán —y el francés concomitante— no pasa de de ser un mero entremés.
El hecho mismo de que los rusos presenten constantemente proposiciones inadmisibles para la solución de esta cuestión demuestra que, a sus ojos, se trata de un "cuestión pretexto". En efecto, llegado el momento —como cuando, el 25 de marzo de 1954, otorgaron a Alemania Oriental el estatuto de nación "independiente", es decir, satélite—, se las arreglan para enturbiar más la situación. Sus propuestas revelan que la confusión alemana es para ellos un mero asunto de defensa, un asunto supletivo en su sistema estratégico en general.
La confusión alemana es el primer corolario de la herencia oceánica de Stalin. Cabe, pues, vaticinar que, sean quienes sean los que queden en el poder al término de la lucha actual por el trono moscovita, los rusos impedirán por todos los medios la restauración de un equilibrio, incluso relativo, del continente europeo, empleando todos sus recursos diplomáticos y políticos para prolongar la división de Alemania, ya que el abandono de Alemania Oriental tendría para ellos la consecuencia de hacer infinitamente más pesado el funcionamiento de su dispositivo estratégico general. Y ésta es la razón por la cual, después de haber hecho fracasar la conferencia de Berlín, otorgaron a esta Alemania un estatuto de Estado satélite.

Ocho años de ceguera en Washington y Londres
El núcleo central de la estrategia soviética hállase ahora en la Provincia Marítima, y extiende sus directrices a lo largo del pasaje noreste Behring-Mar Blanco, con epicentro en las bases navales de Port Arthur, Vladivostok y Petropavlovsk y de la barrera avanzada del arco Kuriles-Kamtchaka. En materia continental, la masa terrestre eurasiática le es suficiente para eliminar, en pocas semanas, toda amenaza proveniente de Europa occidental y captar los recursos en materias primas de la misma Europa, del Medio y del Próximo Oriente y del Asia sudoriental (a pesar del optimismo inexpugnable del señor Nehru). En cuanto al conflicto propiamente dicho, si ha de estallar, estallará en cualquier lugar y bajo cualquier pretexto, pero, en el ánimo de los estrategas soviéticos, se resolverá en función del eje aeronaval que hemos señalado.
Este, y no otro, es el designio estratégico general que se puede deducir de la observación de lo que ha sido la acción comunista en Asia desde 1945, designio que tanto el general Bradley y sus asesores del Pentágono como los señores Truman, Acheson y su inspirador, George Kennan, tanto sir Winston Churchill como los señores Edén, Atlee y Mendès-France, persistieron en ignorar, hasta que los cambios impuestos a la estrategia y a la diplomacia norteamericanas en Europa y Asia por el presidente Eisenhower, el almirante Radford y el señor Foster Dulles viniesen a revelar la voluntad del gobierno de Wáshington, no ya sólo de responder golpe por golpe a las embestidas rojas, sino de anularlas en su conjunto desde el primer momento.
¿De qué modo se revela esta voluntad o, en otros términos, en qué elementos cabe basarse para afirmar que las concepciones estratégicas del Pentágono reemplazaron los "planes Bradley", de reacción localizada al sector amenazado por "panes Radford", de reacción unitaria generalizada? En tres términos fundamentales, que son: 1) La alianza hispano-norteamericana, firmada en septiembre de 1953; 2) el pacto de Manila para la defensa del Asia sudoriental y el Pacífico suboccidental, firmado en septiembre de 1954; 3) el pacto de defensa europea, que Inglaterra buscó airosamente ensamblar por las razones de elemental prudencia que se exponen en seguida. Cada uno de estos tres puntos implica un cierto número de corolarios importantes.
I - La alianza hispano-norteamericana
Sin volver sobre los términos, ya bastante conocidos, de este instrumento diplomático-económico-militar, indiquemos solamente que, en las condiciones porque atraviesa actualmente Occidente, España es un aliado apetecible para los Estados Unidos, el más apetecible de los aliados, en la medida en que se trata de un país donde, como indica el crítico militar Eddy Bauer, no existen comunistas, ni criptocomunistas, ni progresistas, ni cristianos rojos, ni intelectuales de izquierda, que permite al Pentágono enfrentar, con serenidad relativa, la eventualidad de una defección por parte de París, de Londres y de Roma, y enfrentarla, precisamente, basando sus nuevas concepciones estratégicas y políticas en aliados tan seguros como España, Grecia y Turquía. A la vez que limita las consecuencias de lo que sería, en caso de guerra, una catástrofe sobre el Elba, el Rin o el Sena, la alianza con Franco aumenta de golpe la libertad de movimiento y de acción de la diplomacia norteamericana. Y Rusia lo comprendió tan claramente que, el mismo día en que la alianza fué firmada esto es, el 26 de septiembre de 1953, Radio Moscú difundía un editorial de "Irvestia" en que se la tachaba de "conjura militar". Ello es tan cierto que, como para contestar a una pregunta que el mismo Eddy Bauer se habla formulado en un artículo con fecha 8 de noviembre de 1953, para saber si esta alianza iba a permitir a Wáshington "levantar el tono en las cuestiones del Extremo Oriente", Foster Dulles acelera el paso: a) oponiéndose abiertamente a la acción diplomática desarrollada en Ginebra por los señores Edén y Mendès-France: b) haciendo preceder esta actitud por la firma del tratado de asistencia mutua turco-pakistano; c) obligando a los ingleses a arreglarse con los egipcios en el asunto del canal de Suez; d) obligándolos asimismo a ceder a Norteamérica su posición de nación más favorecida en el asunto del petróleo iranio, lo que tiene por consecuencia articular estratégicamente la alianza turco-pakistana y cerrar a los rusos el acceso al Golfo Pérsico y al Mediterráneo oriental y e) provocando la conferencia de Manila.

II - El pacto de defensa asiática
Desde que se había hablado por primera vez de la necesidad de este pacto, Inglaterra no sólo se negaba a entablar negociaciones al respecto, sino que anunciaba su propósito de bloquear todo paso que Wáshington diera en este sentido sin tener en cuenta el veto de Londres.
Ahora bien, hemos visto cómo —ya echadas las bases de una estrategia periférica que no excluía la posibilidad de dejar a Inglaterra fuera del juego— Wháshington, sin tener en cuenta el veto, convocó la conferencia de Manila y, en tres días obtuvo para el pacto de defensa asiática, la firma de todos los participantes, comprendida Inglaterra. Es que, con una serie de maniobras extremadamente hábiles, Foster Dulles, a partir de Ginebra y apuntalándose así en su alianza con Madrid y Karachi, había segregado a Australia y Nueva Zelandia de Inglaterra. Así, ésta, para no verse reducida al sostén, bastante dudosa -nadie lo negará-del Pandit Nehru y del rey de Libia, no tuvo más remedio que asistir y firmar. El hecho mismo de que Eden no estimara oportuno viajar a Manila significa, no una manifestación de oposición al pacto, sino una prueba de resignación al mismo. Con ésto, la cadena estratégica periférica norteamericana se extiende de Ankara a Tokio, pasando por Teherán, Karachi, Rangún, Bangkok, Singapur, Sarawak, Manila, Hong Kong y Taipen, sin olvidar Canberra, Auckland y, cuando sea necesario, Ottawa. El único eslabón aún sin encontrar de esta cadena está en Nueva Delhi. Pero basta pensar que el excelente ejército pakistano encierra a la India, a Oriente y a Occidente para intuir las razones por las cuales Nehru, al recibir —y aceptar— la invitación de visitar a Mao en Peiping, ha de manifestar tanta preocupación.

III - La defensa de Europa
Constituye casi una tautología decir que, desde la componenda de Ginebra la situación se ha esclarecido. Pero lo que no se quiere admitir generalmente, aunque sea evidente, es que si con esa componenda, la situación se ha esclarecido, ha sido a expensas, no de Wáshington, sino de Londres. En efecto, con la derrota de Indochina, que aceptó París impulsado por Londres, deseoso de sustituir por la suya la influencia de Norteamérica en el continente, Francia se ha dado las condiciones que buscaba para rechazar el plan de la CED, pero, al mismo tiempo que con ello salía automáticamente del concierto de los Tres Grandes Occidentales, llevaba a su aliado inglés a un aislamiento total, que Churchill y Eden, finalmente caídos en cuenta, intentaron obviar buscando desesperadamente los medios de hacer entrar a Bonn en dicho concierto en reemplazo de París. Aquí, Foster Dulles ni siquiera tuvo que intervenir directamente, salvo para conseguir que esta entrada fuera completa y total. E Inglaterra tiene que aceptarlo, pues, amenazada de abandono por Norteamérica y con los rusos a dos días de marcha de Calais, a causa de la defección francesa, tiene que buscarse en el continente un aliado que acepte llenar el vacío que, a consecuencia de sus maniobras de esos últimos años, se extiende del Canal de la Mancha al Oder; tiene que buscarse un Grande de reemplazo, un Grande que sea lo más grande posible. Esta es? así, la hora de Alemania, que Francia e Inglaterra, a pesar suyo, han adelantado por una serie de errores que dejan pasmados y que, en fin de cuentas, al mismo tiempo que permiten a la nación germánica alcanzar, en pocos años, una posición que, después del primer conflicto mundial, sólo consiguió en quince años y al precio de inmensos sacrificios, sirven magnífica e inesperadamente a los grandes designios de la diplomacia norteamericana.
En suma, la situación estratégica soviética, de excelente que era hace algunos meses frente a las tambaleantes defensas del mundo libre, se ha vuelto suficientemente insegura como para obligar a los hombres del Kremlin a replegarse a interior de sus fronteras, a lo largo de las cuales e está dibujando, con nitidez meridiana, una ancha franja de inseguridad.
Alberto Falcionelli
Esto Es 4/11/1954

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